Gordos y flacos
Tengo un amigo pasado de kilos. En realidad tengo bastantes m¨¢s. Yo, el primero, que soy mi primer enemigo ¨ªntimo. Muchos canap¨¦s, muchas comidas de trabajo, muchas paradas gastron¨®micas, muchas sentadas y muy pocas carreras por el parque. Demasiadas tentaciones y numerosas maneras de caer en ellas. Tambi¨¦n, todo hay que confesarlo, parecemos franceses que -como dec¨ªa Canetti- "se sientan a comer como a la vida eterna". Y como la vida eterna no dura mucho, pues repetimos el ritual. Estuvimos con nuestro amigo porque recib¨ªa un premio de literatura gastron¨®mica, el Sent Sov¨ª. En la cena, en la que tambi¨¦n se conced¨ªa el Premio Juan Mari Arzak a los medios de comunicaci¨®n, como era de suponer, engordamos unos kilos. Y esa cena era s¨®lo el preludio. Naturalmente, despu¨¦s del banquete en Sant Sadurn¨ª de Noia, el generoso premiado, Jes¨²s Ruiz Mantilla, invitaba a sus amigos a seguir la celebraci¨®n en Barcelona. Hab¨ªa que adelgazar los millones del premio, tampoco muchos, la verdad. Est¨¢bamos en cercan¨ªas mediterr¨¢neas, s¨ª, pero lejos del Planeta, lejos de Torrevieja. Y lej¨ªsimos de Estocolmo. Somos f¨¢ciles, nos dejamos seducir, y a la manera de Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, tuvimos una cita para seguir comiendo / celebrando con gente inquietante, interesante, en un curioso refugio culinario donde se daban cita nocturna los mejores cocineros de la ciudad. Se llama Gurqui, guarden el secreto como si fueran miembros de un clan pensado por Chesterton. All¨ª seguimos con el recetario Montalb¨¢n, y en su memoria, cuando est¨¢n a punto de cumplirse dos a?os sin poder contar con su inteligente e ir¨®nica mirada al mundo y sus pecados, brindamos por la ca¨ªda del r¨¦gimen. Por la ca¨ªda de los restos del viejo r¨¦gimen. Por ese anunciado nuevo r¨¦gimen, que seg¨²n Aznar estamos a punto de inaugurar, ya tendremos tiempo para pensarnos qu¨¦ hacemos con nuestras copas, con nuestras dietas.
Una parte del Premio Sent Sov¨ª, seis mil hermosos euros, seis, debe emplearlos el ganador en un restaurante a elegir en cualquier lugar del universo culinario. Para seguir aconsejando al premiado nos citamos en otro restaurante. ?Qu¨¦ le vamos a hacer!, para eso estamos los amigos, en las duras y las maduras. Y si hay que ir de setas, pues vamos de setas. Claro que no s¨®lo de setas viven los periodistas y sin embargo amigos. A nadie se le ocurri¨®, a pesar del respeto que nos merece Vargas Llosa, recomendarle unos ayunos millonarios en Incosol. Nada, comida llama a comida, fog¨®n a fog¨®n y seguimos buscando a Dios entre pucheros de la ciudad de los prodigios. Nuestro viaje cultural a Barcelona tambi¨¦n tuvo otros alimentos espirituales, por supuesto. Vimos la exposici¨®n de Caravaggio, el m¨¢s genial macarra de la pintura. All¨ª, entre otras obras maestras, estaba el famoso cuadro del san Jer¨®nimo lector, de Georges de La Tour. Una pintura que ha pasado de estar olvidada en los despachos del Instituto Cervantes a ser una de las joyas del Museo del Prado. Lo siento por C¨¦sar Antonio Molina, me alegro por el resto de la humanidad.
Antes de volver a Barcelona -ya tendremos ocasi¨®n de hablar del Premio Planeta- regresamos a los saraos culturales madrile?os, volvimos por donde sol¨ªamos. La semana empez¨® bien, lloviendo y con Medalla de Oro -as¨ª la llaman a esa falsa moneda- del C¨ªrculo de Bellas Artes a uno de los flacos m¨¢s sagaces, listos y correosos personajes de nuestro mundo cultural, de nuestra historia cinematogr¨¢fica, El¨ªas Querejeta. El ex futbolista, inolvidable ejecutor de un famoso gol al Real Madrid, es la mejor prueba de que el cine, el mejor cine, adelgaza. No le engordaron los whiskies, no le engordan los vinos blancos, no le engordan ni las ventas a Enrique Cerezo. Memorioso, l¨²cido, fajador, capaz de regatear y ganar el partido de la independencia con cualquier r¨¦gimen. Un ins¨®lito ejemplo del mejor cine fabricado en casa. El buen cine adelgaza. Y el cine m¨¢s taquillero, el m¨¢s popular, tambi¨¦n. Me encontr¨¦ a Santiago Segura, al mayor torrente que han conocido nuestras taquillas, y pude darme cuenta que tambi¨¦n los millones adelgazan.
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