Demasiadas mentiras
Nos estamos acostumbrando a vivir sin verdades. Quiz¨¢ ha sido una consecuencia de la filosof¨ªa d¨¦bil, que ha estado de moda en las ¨²ltimas d¨¦cadas. Puede ser tambi¨¦n una actitud c¨®moda: si no hay verdades, no tengo por qu¨¦ buscarlas: mis verdades son tan buenas como las tuyas, o sea que... ?d¨¦jame en paz! No queremos vernos obligados a buscar la verdad y a modificar nuestra manera de actuar para adaptarnos a ella reconociendo, si es el caso, que est¨¢bamos en un error.
Lo malo es que edificar una vida sobre la mentira es un mal planteamiento. Cuando yo era un economista reci¨¦n licenciado, me llam¨® un colega para ofrecerme un interesante trabajo: se trataba de escribir sobre la necesidad de establecer aranceles elevados en un sector de la econom¨ªa espa?ola. No de estudiar si hac¨ªan falta esos aranceles, si eran buenos para los consumidores (desde luego, no lo eran), o para la industria (tampoco lo eran, salvo para algunos privilegiados), o para la econom¨ªa del pa¨ªs. La verdad ya estaba establecida por el que pagaba el encargo. No me pareci¨® serio entonces -y menos para un economista liberal- ni me parece serio ahora.
Nos acostumbramos a vivir en la mentira, con la esperanza de que la realidad la acabe por convertir en verdad
"Bueno", me dice el lector; "parece que est¨¢s muy seguro de que t¨² tienes la verdad. Y esto me parece, de entrada, poco democr¨¢tico. Y muy peligroso: ?se han cometido tantos desmanes con la excusa de la verdad!".
Estoy de acuerdo. Pero una cosa es decir que no podemos estar seguros de tener la verdad y que, por tanto, tenemos que estar abiertos a la parte de verdad que, seguramente, tendr¨¢ nuestro interlocutor, y otra cosa muy distinta es que no haya una verdad que ambos debamos buscar y a la que ambos debamos servir de alguna manera.
Cuando ocurrieron los atentados de Londres, hace unos meses, tuve ocasi¨®n de seguir un largo programa de televisi¨®n sobre el tema, en el que unos expertos daban su opini¨®n sobre lo que hab¨ªa ocurrido y sobre sus implicaciones. En la pantalla aparec¨ªan sobreimpresas frases que, seg¨²n parec¨ªa, enviaban los espectadores. Me llam¨® la atenci¨®n el elevado n¨²mero de afirmaciones del tipo de "la culpa la tienen las religiones" o "mientras no se supriman las religiones, estas cosas seguir¨¢n ocurriendo".
Me pareci¨® alarmante que se aceptase tan alegremente una afirmaci¨®n que, por lo menos, necesitar¨ªa algunas cualificaciones. Imputar el terrorismo a la religi¨®n, sin m¨¢s, es olvidar que las grandes matanzas del siglo pasado las han hecho personas e ideolog¨ªas muy alejadas de la religi¨®n, desde Hitler hasta Stalin, Mao o Pol Pot (la guerra o el terrorismo no la promueven las religiones). Y supone tambi¨¦n ignorar las llamadas a la concordia que han hecho y hacen continuamente los l¨ªderes espirituales. E ignorar tambi¨¦n los contenidos de numerosas religiones, y las acciones concretas de millones de personas que, bajo un credo religioso u otro, han actuado a favor de la paz y la concordia: ?de verdad pensaban aquellos telespectadores que la madre Teresa de Calcuta era una promotora o, al menos, una causante del terrorismo?
Probablemente no lo pensaban. Pero ya les ven¨ªa bien. Recuerdo una tira c¨®mica de Charlie Brown, que le¨ª hace muchos a?os. Lucy, la ni?a rebelde, ve algo en el suelo y comenta: "?Oh! Una mariposa oriental. ?C¨®mo habr¨¢ llegado volando hasta aqu¨ª?". Su hermano Linus se acerca y dice: "No es una mariposa; es una patata frita". Y Lucy insiste: "?Es asombroso! ?Cu¨¢ntos miles de kil¨®metros habr¨¢ recorrido para llegar hasta aqu¨ª!".
Lucy quer¨ªa que aquello fuese una mariposa, aunque sab¨ªa que era una patata frita. Algunos quieren hoy que la realidad sea distinta de lo que es: que las religiones sean la causa de los desastres de la humanidad, que todos los catalanes seamos extravagantes separatistas, o que Madrid sea la causa de todosnuestros males; que los inmigrantes sean todos unos indeseables; que los trabajadores chinos nos est¨¦n llevando a la ruina...
Esta postura viene de antiguo. Ya dijo Marx que lo importante no es conocer la realidad -la verdad-, sino hacerla. Algunos lo intentan: muchos dictadores, y algunos dem¨®cratas tambi¨¦n, y algunos de eso que llamamos la intelligentsia, y no pocos pensadores amateurs. Lo malo es que intentar montar una vida, una idea o una pol¨ªtica sobre la falsedad, con la esperanza de que, al final, la verdad se adapte a aquella idea o pol¨ªtica, puede tener consecuencias desastrosas no s¨®lo para sus autores, sino para todos. Por lo menos, puede ocurrir lo que al gitano del cuento, que estaba ense?ando a su burro a vivir sin comer -una forma de mentira como otra cualquiera- y cuando ya casi lo hab¨ªa conseguido... se le muri¨®.
Antonio Argando?a es profesor de Econom¨ªa del IESE.
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