Argelia, la vida o la justicia
Como dec¨ªa Hannah Arendt, antes todo era sencillo. Estaban los partidarios del bien democr¨¢tico y los del mal totalitario. Cuando los primeros vencieron a los segundos, se pudieron definir las caracter¨ªsticas del "crimen contra la humanidad" imprescriptible y con el que nunca se pod¨ªa transigir. En cambio, en Argelia, al igual que en Afganist¨¢n, en Palestina y en L¨ªbano, se plante¨® la cuesti¨®n de saber hasta d¨®nde se pod¨ªa llegar en un compromiso con aquellas formaciones terroristas que no se pod¨ªan erradicar. En Beirut, Hezbol¨¢, aunque se haya politizado fuertemente, ha seguido siendo un Estado dentro del Estado con una fuerza militar aut¨®noma e independiente del ej¨¦rcito liban¨¦s. En Gaza, el presidente Mahmud Abbas a¨²n no ha conseguido imponer su autoridad sobre las legiones divididas de Ham¨¢s. En Kabul, el presidente Hamid Karzai acaba de declarar que prefer¨ªa ver en el Parlamento a los representantes de los c¨¦lebres "se?ores de la guerra" para poder conducirles a decisiones colectivas que disminuyan su capacidad para hacer da?o. En cuanto a los argelinos, acaban de tratar su problema de un modo muy diferente y no sin eficacia aunque no sin injusticia.
En efecto, bajo el conflictivo tema de la reconciliaci¨®n nacional Abdelaziz Buteflika ha logrado en el ¨²ltimo refer¨¦ndum una victoria esperada. En realidad, tan previsible que hubiese podido permitirse sin temor garantizar una libertad mucho mayor a la oposici¨®n y un espacio m¨¢s amplio para los debates. Es de lamentar, por la imagen de la democracia. Pero, de todos modos, ha quedado demostrado que los argelinos, en su conjunto, han conservado un recuerdo atroz de la guerra civil que se desarroll¨® sobre todo durante los a?os noventa entre islamistas y fuerzas del orden con el pueblo como reh¨¦n, en medio. Pocas son las familias que, directa o indirectamente, no han tenido alg¨²n v¨ªnculo con una de las v¨ªctimas de estos terribles y vergonzosos a?os. Por mucho que el presidente Buteflika considerase oportuno despertar por un momento un nacionalismo antifranc¨¦s -siempre tan disponible como la fascinaci¨®n por Francia-, a su alrededor todo el mundo sab¨ªa muy bien que la guerra que ha marcado a los j¨®venes de hoy no es la guerra de liberaci¨®n y de independencia contra Francia.
Al volver al poder tras el asesinato de un responsable de un justo (Mohamed Budiaf), Buteflika deb¨ªa liberarse de los militares que lo hab¨ªan puesto en el cargo y desarmar a las milicias islamistas. El ej¨¦rcito, culpable en opini¨®n de estos ¨²ltimos de haber interrumpido el proceso electoral que garantizaba su victoria, logr¨® de todos modos restablecer el orden, pero en unas condiciones que no bastaron para convertir a unos generales en justicieros ejemplares. En Afganist¨¢n, los terroristas argelinos hab¨ªan aprendido todas las t¨¦cnicas de la atrocidad de quienes las hab¨ªan sufrido de manos de los ocupantes, por aquel entonces sovi¨¦ticos. Al haber provocado la marcha de las tropas de una de las dos superpotencias, los jefes afganos tuvieron la impresi¨®n de celebrar un Valmy del mundo musulm¨¢n como los vietnamitas hab¨ªan celebrado, en Dien Bien Phu, un Valmy de los pueblos colonizados. Pero los que volvieron de Kabul a Argel fueron unos asesinos alucinados con la idea de masacrar a todos los aliados del poder y de Francia, pero tambi¨¦n a los intelectuales, a los artistas, a los poseedores de diplomas, etc. Este fanatismo nihilista hizo m¨¢s por su rechazo que la represi¨®n, incluso desenfrenada, de las fuerzas del orden. Dicho de otro modo, cuando Buteflika lleg¨® al poder, todo el mundo era culpable salvo, claro est¨¢, la gran masa de la sociedad civil que desconfiaba del poder militar y tem¨ªa a los militantes del terror.
El presidente argelino encontr¨® la soluci¨®n de la "reconciliaci¨®n", cuesti¨®n muy impopular entre todas las v¨ªctimas directas, que prefieren la justicia a la paz, pero muy popular en cambio para la mayor¨ªa de los ciudadanos, quienes, por su parte, s¨®lo aspiran a la vida. Al realizar un llamamiento en favor de la reconciliaci¨®n, el presidente argelino ha permitido a los criminales islamistas escapar a la justicia. Pero al integrarlos en las lides legales del debate pol¨ªtico, ha dificultado su posible tentaci¨®n de organizar una movilizaci¨®n violenta contra los generales. De este modo, el presidente argelino sale del refer¨¦ndum poderosamente independiente de todas las fuerzas que representaban para ¨¦l un freno o, en ocasiones, su coartada. Ahora est¨¢ en posici¨®n de utilizar mejor -por fin- y de repartir mejor el man¨¢ del petr¨®leo, de mejorar a¨²n m¨¢s la condici¨®n de la mujer, de mostrar que el bereber se ha convertido realmente en una lengua oficial, de revisar radicalmente los manuales escolares y, tal vez, extender a la oposici¨®n, a los harkis [argelinos enrolados en el ej¨¦rcito franc¨¦s] y a Francia este perd¨®n del cual, por el momento, los islamistas son los ¨²nicos que se benefician realmente. Por ¨²ltimo, para pasar a la Historia, Buteflika deber¨ªa tener el valor de encabezar un movimiento por el Magreb unido y contribuir a acabar con este lamentable conflicto del S¨¢hara.
Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur. Traducci¨®n de News Clips.
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