Nombrar el horror
Una f¨¢brica de pl¨¢sticos, una plataforma de extracci¨®n de petr¨®leo contra la que baten al d¨ªa unos cuantos millones de olas: Isabel Coixet regresa en ¨¦sta, su ¨²ltima criatura, al mundo del trabajo y de las clases subalternas en el que se mueven sus mejores hero¨ªnas (la Lily Taylor de Cosas que nunca te dije; la Sara Polley de Mi vida sin m¨ª; incluso la Emma Su¨¢rez de Demasiado viejo para morir joven) para contar, otra vez, una gran historia de amor y silencios. Para, lo dice con clarividencia el gran John Berger (a quien la pel¨ªcula est¨¢ dedicada, y a quien se rinde en ella cumplido homenaje: su libro Modos de ver aparece como sin querer cada tanto en el encuadre), "sacralizar la vida cotidiana", regresar a su habitual realismo amable. Y para algo m¨¢s, tambi¨¦n: para que sus historias no sean las que viven los personajes del cine, sino las personas ordinarias, nosotros mismos. A cualquiera puede sucederle.
LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS
Direcci¨®n: Isabel Coixet. Int¨¦rpretes: Sarah Polley, Tim Robbins, Javier C¨¢mara, Julie Christie, Sverre Anker Ovsdal, Leonor Watling. G¨¦nero: drama, Espa?a-Gran Breta?a, 2005. Duraci¨®n: 120 minutos.
La vida secreta de las palabras (?qu¨¦ hermoso, sugerente t¨ªtulo!) habla de personas mutiladas, de vidas truncadas, de experiencias en el l¨ªmite de la humana resistencia. Y lo hace, feliz inspiraci¨®n, en el lugar menos apropiado para hacerlo (o tal vez por eso mismo), una plataforma en medio de la nada, en la que todo parece haberse detenido, pero en la que viven su vida un microcosmos de personas con un pasado y que, en algunos casos, no saben muy bien qu¨¦ hacer con ¨¦l. No es una vida f¨¢cil; pero la absoluta soledad del escenario, tan importante en esta pel¨ªcula, permite tambi¨¦n una extra?a condensaci¨®n afectiva, la creaci¨®n de momentos en los que los estruendosos silencios que arrastran los personajes se desdoblan en confidencias apenas susurradas, en gestos imprevistos, en peque?as epifan¨ªas.
El filme habla de muchas cosas, pero, como siempre en el cine de Coixet, lo hace casi en secreto: nada hay aqu¨ª estridente, nada parece fuera de lugar, tal vez porque todos est¨¢n fuera de lugar: Tim Robbins con su complejo de culpa, el ocean¨®grafo con sus h¨¢bitos de mani¨¢tico, la pareja de hombres que se besa furtiva en los pasillos. Y Hanna/Polley, maravillosa Polley que jam¨¢s est¨¢ tan bien como cuando la dirige Coixet, la due?a del mayor, del m¨¢s siniestro secreto. Con ellos, la directora catalana baila una danza callada, un baile en el que la m¨²sica es el pasado y en el que el futuro es tal vez, qui¨¦n sabe. Unas peripecias marcadas por un tono de discreta distancia, pero tambi¨¦n de inocultable empat¨ªa.
De ah¨ª la fuerza con que los sentimientos se despliegan ante nuestros ojos, pero sin estridencias (?ese reencuentro Polley /Robbins, sin una sola nota de m¨²sica, como contado casi sin querer!), mostrados con respeto, con una delicadeza exquisita. De ah¨ª, tambi¨¦n, que la empat¨ªa que el filme provoca en el espectador se demuestre capaz de pasar incluso por encima de algunas flaquezas narrativas, de alguna incongruencia de gui¨®n (como la visita de Robbins a Christie, dif¨ªcilmente consecuente con lo que sabemos hasta entonces).
Porque lo que importa, al fin y al cabo, es suscitar esas emociones que no ocultan nada, ni siquiera el innombrable horror. Y cuando el filme acaba, la catarsis es casi absoluta: hemos asistido a una impresionante historia de amor, hemos comprendido, tambi¨¦n, el desgarro de la guerra, de cualquier guerra; y se nos ha dejado en el aire alg¨²n que otro interrogante que, como querr¨ªa cualquier narraci¨®n compleja, remite ante todo al trabajo del espectador para su correcta dilucidaci¨®n. Es una pel¨ªcula adusta y sutil, bella hasta el dolor, sabia como pocas: es una deliciosa, callada hermosura.
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