La Unesco consagra legalmente el derecho a la diversidad cultural
El acuerdo, votado por 148 pa¨ªses, tendr¨¢ valor de ley para los Estados que lo ratifiquen
El pleno de la 33? Conferencia General de la Unesco puso ayer punto final a una guerra iniciada a mediados de los ochenta entre Francia y EE UU, y en la que los norteamericanos han ido qued¨¢ndose sin aliados. El enfrentamiento, que era por la cultura, por los bienes culturales, tuvo su expresi¨®n ¨¢lgida en el mundo del cine. Para Washington, los intercambios comerciales en ese sector deb¨ªan regirse por las mismas leyes que en el resto de los negocios. Francia enarbolaba la bandera de la excepci¨®n cultural. La Unesco, transformando la excepci¨®n en diversidad, aprob¨® ayer, por 148 votos a favor, dos en contra (EE UU e Israel) y cuatro abstenciones, un texto que tendr¨¢ valor legal para los Estados que lo ratifiquen.
Estaba en juego la noci¨®n de pol¨ªtica cultural, ligada a los poderes o instituciones
Hace 25 a?os, la batalla se planteaba entre un grupo de irreductibles cineastas galos y el ej¨¦rcito imperial de Hollywood que no contento con controlar el 85% del mercado mundial, quer¨ªa tambi¨¦n el 15% restante. Y para ello necesitaba que desapareciesen las pol¨ªticas culturales de car¨¢cter nacional o supranacional -las de la UE, por ejemplo- de ayuda a proyectos, a la difusi¨®n o las cuotas de protecci¨®n de un mercado interior.
El hecho mismo de que muchos pa¨ªses carezcan de industria audiovisual propia hizo que a los franceses les costase ampliar su c¨ªrculo de aliados. Si los cineastas y artistas espa?oles estuvieron siempre a su lado, no puede decirse lo mismo de los poderes p¨²blicos, pues durante las legislaturas del Gobierno Aznar el presidente lleg¨® a decir que "la excepci¨®n cultural es el argumento de los pa¨ªses culturalmente d¨¦biles".
Para EE UU, que desde 1984 se hab¨ªa desentendido de la Unesco -se reincorpor¨® en 2003- y anulado su participaci¨®n econ¨®mica en la financiaci¨®n de la instituci¨®n por considerarla entregada a tesis izquierdistas, la derrota en Par¨ªs es una nueva alerta. La mundializaci¨®n est¨¢ causando muchos da?os colaterales y los pa¨ªses que no logran hacer o¨ªr su voz en la Organizaci¨®n Mundial del Comercio (OMC), en el Banco Mundial o en el Fondo Monetario Internacional, han encontrado en la Unesco una plataforma desde la que hacerse escuchar.
El Wall Street Journal no ha dejado de subrayar los intereses contradictorios de los coaligados para que "las actividades, bienes y servicios culturales no sean tratados exclusivamente desde la perspectiva de su valor comercial". Seg¨²n el diario, portavoz del liberalismo econ¨®mico, "China y otros pa¨ªses represivos est¨¢n entusiasmados con la Convenci¨®n". El peri¨®dico olvida que en sus p¨¢ginas se celebr¨® el que esos mismos pa¨ªses se incorporaran a la OMC.
Ayer votaron a favor de la Convenci¨®n 148 Estados. Dos lo hicieron en contra: Estados Unidos e Israel; y cuatro se abstuvieron: Australia, Nicaragua, Honduras y Liberia. Para que la Convenci¨®n entre en vigor tiene que ser ratificada por 30 o m¨¢s pa¨ªses miembros de la Unesco. Y s¨®lo tendr¨¢ valor de ley para los que firmen dicha ratificaci¨®n.
Mientras el comisario europeo de Educaci¨®n, Jan Figel, afirm¨® ayer que la adopci¨®n del convenio significaba un "enorme paso" hacia el reconocimiento de la diversidad como "herencia cultural de la humanidad", la embajadora de EE UU ante la Unesco, Louise Oliver, expres¨® vivamente su disgusto denunciando un texto "redactado deprisa y corriendo, susceptible de ser mal interpretado", que "puede perjudicar la libre circulaci¨®n de bienes y servicios" y "legitimar las violaciones de los derechos humanos".
Se abren ahora inc¨®gnitas sobre c¨®mo se articular¨¢ lo aprobado en la Convenci¨®n con los textos vigentes en la OMC o en el seno de la UE, que precisamente pretend¨ªa legislar en materia de pol¨ªtica cultural y hacerlo desde una ¨®ptica liberalizadora. La definici¨®n misma de cultura ser¨¢ materia de discusi¨®n, m¨¢xime cuando en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas la concepci¨®n cl¨¢sica de la cultura, la de gente como Theodor Adorno que considera la cultura y el arte como un polo de resistencia del individuo frente a la mercantilizaci¨®n, ha sido alegremente avasallada por la posmodernidad.
La noci¨®n de pol¨ªtica cultural, entendida ¨¦sta como ligada a los poderes o instituciones p¨²blicas y democr¨¢ticas, estaba en juego en la Unesco. La victoria de los defensores de la excepci¨®n o diversidad no garantiza que esas pol¨ªticas culturales vayan a existir, que sean eficaces o buenas, pero instaura el marco legal para que las tres cosas sean posibles. Y concede un respiro a aqu¨¦llos que piensan que la l¨®gica del m¨¢ximo provecho no puede ser la ¨²nica imperante.
Quienes critican la eficacia de las pol¨ªticas culturales p¨²blicas y toman como ejemplo el caso franc¨¦s reprochan al pa¨ªs de Voltaire o Proust que sus cineastas, escritores, pintores, fil¨®sofos, qu¨ªmicos, f¨ªsicos, matem¨¢ticos o arquitectos no sean hoy los mejores. Es un reproche falaz porque no tiene en cuenta ni el desplazamiento del centro del mundo econ¨®mico hacia EE UU y Asia, ni la imposici¨®n del ingl¨¦s como idioma internacional.
La victoria para los defensores de la excepci¨®n o diversidad cultural es importante. Supone el reconocimiento legal a la multiplicidad de puntos de vista. En el discurso estadounidense esa multiplicidad queda defendida por las garant¨ªas a la "libertad de expresi¨®n". La Unesco ha querido que esa libertad de expresi¨®n no sea meramente te¨®rica. Si nadie puede obligar a un pa¨ªs a interesarse por los dem¨¢s, los dem¨¢s s¨ª pueden al menos asegurarse el derecho a la palabra.
A pesar de las presiones diplom¨¢ticas de Condoleezza Rice -que, veladamente, lleg¨® a amenazar con represalias a varios pa¨ªses- y de la pol¨ªtica de EE UU de acuerdos bilaterales en los que el trigo, el algod¨®n, el arroz o cualquier otro producto agr¨ªcola s¨®lo tiene acceso al mercado estadounidense en la medida en que el pa¨ªs de origen renuncia a cualquier cuota de pantalla en sus cines o televisiones, a pesar de todo ello, la Convenci¨®n existir¨¢ y servir¨¢ como referencia legal a las naciones que deseen servirse de ella. Su eficacia deber¨¢ ser m¨¢s alta que la del c¨¦lebre protocolo de Kioto para intentar frenar la emisi¨®n de gases t¨®xicos. En cualquier caso, son siempre los mismos los que no quieren firmar.
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