Los muertos
A primera hora de la ma?ana, con la salida del sol, las cuatro campanas de la iglesia daban dos o tres trallazos y luego, una detr¨¢s de otra, ta?¨ªan con una cadencia lenta y melanc¨®lica. Alguien hab¨ªa muerto esa noche en el pueblo. Bajo la terrible can¨ªcula, en el silencio del mediod¨ªa, hab¨ªa una casa con la puerta entornada, en penumbra. Algunos ni?os entr¨¢bamos muy despacio y, apartando la cortina, el m¨¢s audaz preguntaba: "Se?ora, ?nos deja ver al difunto?". Una mujer de luto nos hac¨ªa pasar. En una habitaci¨®n, junto a la cama desmontada, estaba el muerto encorbatado dentro de un ata¨²d en el suelo, con un pa?uelo atado en la cabeza para sujetarle la barbilla, con las suelas de los zapatos pintadas con bet¨²n. Siempre hab¨ªa una mosca pertinaz que se paseaba por su cara. "Miradle, pobrecito, se ha quedado como un pajarito", dec¨ªa la mujer, mientras trataba de ahuyentar con un papirote in¨²tilmente a la mosca que iba y ven¨ªa. En los entierros de aquel tiempo los gritos de dolor resonaban en medio de los naranjos y llegaban hasta el mar. Nada ten¨ªan que envidiar a los alaridos de las tragedias griegas. En los nichos permanecen todav¨ªa las fotograf¨ªas amarillas de aquellos muertos de mi ni?ez cuyos ojos espantados y la severidad hier¨¢tica en el rostro tampoco desmerecen de los retratos metaf¨ªsicos de la escuela italiana. Aquellos eran muertos de verdad. Pero hoy la muerte ha sido esterilizada. Los tanatorios de las grandes ciudades se parecen a los aeropuertos. Un altavoz anuncia la salida de un difunto hacia el cementerio como si fuera a tomar un avi¨®n al Caribe junto con toda la familia. Nadie llora, nadie grita. El cad¨¢ver arde en un crematorio as¨¦ptico mientras suena un cuarteto de Schubert y alguien lee un poema o un fragmento de Isa¨ªas. Con las cenizas de un ser querido hoy se puede hacer un diamante para llevarlo engarzado en el dedo, aunque la mayor¨ªa las esparcen en el Mediterr¨¢neo, que se ha convertido en el ¨²ltimo e inevitable cementerio marino. Al parecer, se considera un lujo pasar la eternidad en compa?¨ªa de los rodaballos. De ni?o uno cree que siempre se mueren los otros, hasta que un d¨ªa compruebas que la muerte no es una abstracci¨®n. Primero se van al otro mundo los amigos de tus padres. Despu¨¦s comienzan a morirse tus amigos. Cada vez bombardean m¨¢s cerca. Pienso que para salvar el pellejo ser¨ªa conveniente refugiarse en el hoyo que deja la bomba que ha matado a un compa?ero. No creo que funcione, pero as¨ª me lo ense?aron en el ej¨¦rcito.
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