Que vivan los Pa¨ªses Valencianos
?Hala!
Lo que se discute no es tanto la pertenencia de origen como la legitimidad de ejercicio, una distinci¨®n cl¨¢sica en la sociolog¨ªa de abolengo que aqu¨ª, all¨¢ y en todas partes todav¨ªa no ejerce del todo sus derechos
Para Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, ese rojazo, el Bar?a era mucho m¨¢s que un club. Tambi¨¦n el Valencia lo es, aunque de manera un tanto diferente, sobre todo en la ¨¦poca en que Paco Roig se alz¨® con la presidencia. Y hasta es posible que incluso Esteban Gonz¨¢lez Pons sea tambi¨¦n algo m¨¢s que un club cuando arma la marimorena victimista a cuenta de una inocente celebraci¨®n futbolera en el Camp Nou, donde se lanzaron consignas a favor de los Pa?sos Catalans. Cierto es que esa denominaci¨®n puede pasar por antivalenciana en la medida en que pivota sobre un r¨®tulo que parece subordinarnos, pero de ah¨ª a afirmar, como ha hecho el portavoz del Consell, que Rodr¨ªguez Zapatero sali¨® elegido con el apoyo de Maragall y se ha confesado seguidor del Bar?a, ergo Maragall y Joan Laporta son presidentes de Zapatero, media un abismo. Es como si quisiera ganar el partido sin bajarse del autob¨²s.
Guerras presentes
Toda esa palabrer¨ªa indecente sobre el origen de la guerra civil espa?ola, que apadrinan, entre otros, P¨ªo Moa y Jim¨¦nez Losantos (curiosamente, dos sujetos que militaron en la extrema izquierda) no tiene otro objetivo que empantanar al pesoe en un falso debate seg¨²n el cual ese partido deber¨ªa asumir graves responsabilidades por su contribuci¨®n al prendimiento del conflicto. Y de paso se revisa la Historia a la manera de esos aficionados ideol¨®gicos que niegan la barbarie nazi. Se olvida que no ya el origen de nuestra guerra civil, sino sus vergonzosas consecuencias, las sufri¨® el pueblo espa?ol durante cuarenta a?os a manos de un general que ni siquiera sab¨ªa hacer una guerra. Un asunto est¨²pido que no carece de secuelas. El otro d¨ªa, en un programa televisivo, un joven de 21 a?os asegur¨® que, de haber triunfado la Rep¨²blica, hoy Espa?a ser¨ªa como Cuba, que es lo que desea en secreto Rodr¨ªguez Zapatero. Tanto Moa como Losantos saben que lo que afirman tiene que ver con la veracidad tanto como Mill¨¢n Astray con Antonio Machado. Pero qu¨¦ les importa.
Morir en la c¨¢rcel
Si el otro d¨ªa habl¨¢bamos de las penurias de la atenci¨®n a la salud mental, para qu¨¦ hablar de lo que ocurre en las c¨¢rceles, una situaci¨®n que en sentido estricto roza, si no se mete de lleno, en la ilegalidad. Demasiados muertos entre la poblaci¨®n reclusa, cuando permanecen bajo custodia del Estado. Cabe suponer que la desesperaci¨®n de buena parte del funcionariado de prisiones es de las que llevan a dejarse abatir por el des¨¢nimo, algo parecido a lo que ocurre con los facultativos de la sanidad p¨²blica. La soluci¨®n no puede ser construir m¨¢s recintos c¨¢rceles, y no s¨®lo por su elevado coste sino, sobre todo, porque supone dispersar un problema que deber¨ªa tener otras salidas. Al contrario precisamente que en sanidad, donde s¨ª es de extrema urgencia ampliar cuanto antes las infraestructuras.
O morir en la valla
El mundo es injusto, siempre lo ha sido y siempre lo ser¨¢. Y eso no es una consideraci¨®n moral ni una delet¨¦rea afecci¨®n al catastrofismo. Es simplemente una constataci¨®n humana, acaso demasiada humana, de esas que desde hace tantos siglos alimentan la ilusi¨®n de las religiones, bien en la conformidad, bien en el prop¨®sito de que todo puede ser de otra manera. Tambi¨¦n yo lo cre¨ª en otro tiempo, pero no habi¨¦ndolo conseguido, no caer¨¦ en la tentaci¨®n de dar por sentado que habr¨¢ de resultar m¨¢s accesible para otros. En cualquier caso, la felicidad no consiste en asistir como espectador a la Copa del Am¨¦rica, por ejemplo, sino en estar en las condiciones precisas para participar en ella. La felicidad, a¨²n la relativa, es como un canguro de muchas bolsas y de saltos imprevistos. La felicidad, para muchos, consiste en saltar las vallas de la frontera sur para correr -sin norte pero con objetivo- por los desmontes de Melilla. Pido para ellos el Pr¨ªncipe de Asturias a la Obstinaci¨®n.
Guerras antiguas
Supongamos que Francisco Camps pretenda pasar a la historia como valenciano de post¨ªn que dedic¨® todos sus esfuerzos a preservar (cosa dif¨ªcil) y a enaltecer (objetivo m¨¢s problem¨¢tico todav¨ªa) la presencia de los valencianos en los avatares de este mundo tan abstruso. Bien. La valencian¨ªa es un estado de ¨¢nimo, como en Vicent Franch, una forma peculiar de literatura, como en Ferran Torrent, un poso de lagartijas, pulpos, melocotones y membrillos en la coexistencia feliz de la infancia, como en Manuel Vicent, o un tierno homenaje a los oficios de siempre en Manolo Boix, por no mencionar las curvas de novela g¨®tica en la obra de Andreu Alfaro. Vale. ?Qu¨¦ tiene que ver con ello el se?or Camps? Poco m¨¢s, es la verdad, que no ocuparse de todo ello para nada.
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