Uso y abuso de la historia: la Guerra Civil
Por varias razones confluyentes, la llamada "memoria hist¨®rica" de la Guerra Civil espa?ola ha regresado al primer plano del debate medi¨¢tico y del ¨¢mbito p¨²blico. Es un fen¨®meno apreciable en el creciente volumen de publicaciones y pol¨¦micas registradas en los ¨²ltimos a?os. Sin duda, este resurgir conlleva indudable importancia sociopol¨ªtica porque dicha contienda se sit¨²a en el origen de nuestro tiempo (aunque s¨®lo sea porque a¨²n viven protagonistas de un inmenso cataclismo con una cosecha de medio mill¨®n de muertos y otro medio mill¨®n de exiliados).
El confuso perfil que est¨¢ cobrando este debate sobre la g¨¦nesis, curso y desenlace del conflicto, sobre todo por el enconamiento de algunas manifestaciones, hace recomendable establecer unos par¨¢metros historiogr¨¢ficos para su discusi¨®n razonada. Es una tarea dif¨ªcil como sucede en todas las sociedades que deben afrontar un pasado traum¨¢tico y divisivo (v¨¦ase el peso del Holocausto en Alemania). Pero es tambi¨¦n una tarea imprescindible para lograr que el conocimiento hist¨®rico desapasionado se convierta en fundamento de una convivencia social equilibrada y libre de hipotecas legadas del pasado. Los siguientes par¨¢metros facilitar¨ªan ese encauzamiento del debate en t¨¦rminos propios de una ciencia hist¨®rica que tiene como divisa actuar bona fides, sine ira et studio (con buena fe, sin encono sectario y tras reflexi¨®n sobre la informaci¨®n disponible).
Primero. Cabr¨ªa empezar orillando por absurdo el concepto de "memoria hist¨®rica". La memoria de cualquier persona, como facultad de recordar, es un atributo dado a escala individual: yo recuerdo mi infancia y el exiliado recuerda su partida al exilio. Lo que llamamos "memoria hist¨®rica" no es recuerdo biogr¨¢fico sino "conciencia" formada por un tejido de experiencias, ideas recibidas, valores asumidos y lecturas mediadas: materiales de distinta procedencia que tanto se nutren de las propias vivencias biogr¨¢ficas como de las interacciones con otros iguales. Como ha recordado Todorov, la memoria es individual y las ideas que abrigamos sobre acontecimientos que no hemos vivido son parte de una conciencia que discurre en una esfera p¨²blica de discursos contrapuestos. Yo, nacido en 1961, tengo memoria de la llegada de la televisi¨®n en color, pero no puedo tener memoria del 18 de julio de 1936 porque no estaba all¨ª. Y puesto que la "memoria hist¨®rica" no es tal sino conciencia, discurso o imagen, no puede ser un¨ªvoca sino plural. Me permito recordar una an¨¦cdota relatada por el padre Hilari Raguer sobre su conversaci¨®n con el general Salas Larraz¨¢bal. Ambos ten¨ªan "memoria" de los bombardeos de Barcelona en marzo de 1938: el primero porque estaba a ras de suelo y corr¨ªa a refugiarse para evitar la muerte; el segundo porque pilotaba aviones y buscaba los objetivos a batir.
Segundo. El reciente revival de ideas filofranquistas que justifican la legitimidad de la sublevaci¨®n militar de julio de 1936 por el car¨¢cter an¨¢rquico-comunista del r¨¦gimen republicano suele atribuirse al contexto pol¨ªtico favorable que supuso la segunda etapa de Gobierno del presidente Aznar. Sin descontar esa posibilidad, creo que dicho fen¨®meno responde igualmente al cambio generacional registrado en la pir¨¢mide social espa?ola: el predominio en sus segmentos activos (de 25 a 45 a?os) de generaciones de "nietos" de la guerra, que ya no ven las cosas como los "abuelos" (soporte f¨ªsico del difundido mito de la guerra como una "gesta heroica": ya sea franquista o republicana), ni tampoco como los "hijos" (base humana del mito del olvido necesario frente a una "tragedia colectiva" vergonzante). Este cambio de mirada correlativo al cambio generacional no es un fen¨®meno singular del caso espa?ol. Se encuentra en todas las sociedades de nuestro tiempo: ah¨ª est¨¢ la "desmitificaci¨®n" de la heroica resistencia al nazismo en Francia o en Italia. Por otro lado, puesto que toda historia es historia contempor¨¢nea (en el sentido de que el pasado se mira e interroga desde la ¨²ltima generaci¨®n viviente), ?c¨®mo cabe sorprenderse de que haya nuevas preguntas sobre la multifac¨¦tica entidad de la Guerra Civil?
Tercero. La puesta en cuesti¨®n de im¨¢genes consagradas sobre la guerra por relevo generacional se ha producido en un contexto social en el que era casi dominante, en el discurso p¨²blico, una visi¨®n de la ¨¦poca de la Segunda Rep¨²blica (1931-1936) que podr¨ªamos llamar "arc¨¢dica". Dicha visi¨®n fue resultado de un proceso iniciado en la d¨¦cada de los sesenta y tuvo grandes virtudes c¨ªvicas en la transici¨®n del franquismo a la democracia, en la medida en que restablec¨ªa la legitimidad de una demanda de restauraci¨®n democr¨¢tica y contrapesaba la masiva difamaci¨®n que hab¨ªa constituido la raz¨®n de ser legitimadora de la propia dictadura. Pero era una visi¨®n filorrepublicana que la lenta labor de la historiograf¨ªa nunca dej¨® de someter a cr¨ªtica porque su labor es siempre sacr¨ªlega y nunca santificante. ?De qu¨¦ visi¨®n filorrepublicana hablamos? De aquella que supone que all¨¢ por 1936 hab¨ªa una tranquila y pac¨ªfica rep¨²blica democr¨¢tica y, s¨²bitamente, cuatro generales, otros tantos obispos y terratenientes, todos ellos alentados por Hitler y Mussolini, se lanzaron al asalto contra el r¨¦gimen constitucional que ten¨ªa el apoyo de "todo" el pueblo espa?ol.
Contra esa visi¨®n simplista, que eclipsaba la profunda escisi¨®n social existente y la crisis de autoridad p¨²blica del primer semestre de 1936, se metieron a fondo unos nuevos historiadores profranquistas que vieron su oportunidad intelectual y aprovecharon el contexto pol¨ªtico. Y lo hicieron maniqueamente y con abuso presentista de sus argumentos porque su prop¨®sito no era meramente historiogr¨¢fico. Hay que recordar que esos nuevos autores ya no eran los viejos historiadores oficiales del franquismo, cuya legitimidad para pontificar sobre el tema estaba lastrada por su compromiso con un r¨¦gimen hostil a las libertades y basado en la censura. Al contrario, algunos de ellos fueron activos y armados opositores a la dictadura. Y en esa novedad del ne¨®fito (aparte de su facundia y eficacia narrativa) reside buena parte de su fortuna. Aunque quepa dudar de su leal compromiso historiogr¨¢fico. De otro modo, ?c¨®mo es posible que ignoren el an¨¢lisis de Santos Juli¨¢ sobre la futilidad suicida de la Izquierda Socialista entre 1934 y 1936 y su efecto sobre la estabilidad del sistema democr¨¢tico republicano? ?Por qu¨¦ desprecian los estudios de Martin Blinkhorn, Gil Pecharrom¨¢n y otros sobre las vetas violentamente totalitarias e insurreccionales que defin¨ªan a grupos derechistas como el carlismo, el falangismo o el monarquismo alfonsino?
Cuarto. El contexto pol¨ªticodel revival del discurso oficial franquista (porque de eso trata el sedicente "revisionismo") es un factor clave de su fortuna medi¨¢tica y p¨²blica. Con anterioridad a la etapa del ¨²ltimo Gobierno del presidente Aznar, sus trabajos (todav¨ªa escasos) ten¨ªan el mismo ¨¦xito (para convencidos) de sus predecesores. Pero desde finales de los a?os noventa empezaron a recibir un apoyo medi¨¢tico y parapol¨ªtico indudable (que no fue obra de todas las derechas existentes, en el poder o al margen de ¨¦l). ?Qu¨¦ hab¨ªa detr¨¢s de esa cobertura? Creo que una voluntad amorfa e inconsciente de poner coto a las demandas del llamado movimiento de recuperaci¨®n de la "Memoria Hist¨®rica" de los represaliados por el franquismo. Y ello sobre la base de impugnar la crueldad de los cr¨ªmenes cometidos con el argumento de que eran parte de un proceso general de violencia "de ambas partes y por igual". Y tambi¨¦n atribuyendo la exclusiva responsabilidad del fracaso de la democracia republicana a las v¨ªctimas de la represi¨®n y los partidos de la izquierda "irresponsable y antidemocr¨¢tica".
Era una posici¨®n inteligente y previsible. Porque si la recuperaci¨®n de la dignidad de aquellos muertos se hac¨ªa con la voluntad de se?alar que "la nueva derecha en el poder era la heredera de los asesinos de 1936", no cab¨ªa esperar sino que los aludidos respondieran que "los reclamantes de ahora son los herederos de los subversivos que dieron al traste con la paz entre 1934 y 1936". Y as¨ª volvemos a las andadas de la generaci¨®n de los "abuelos": los muertos como arma arrojadiza de legitimaci¨®n propia y demonizaci¨®n ajena.
Me temo que estamos ante unos derroteros sociopol¨ªticos peligrosos. Porque, si bien las responsabilidades de 1936 est¨¢n claras en t¨¦rminos historiogr¨¢ficos (los militares que inician un golpe de Estado faccional son los primeros y m¨¢ximos responsables de lo que viene despu¨¦s), tambi¨¦n es verdad que la gradaci¨®n de responsabilidades no deja inmaculado a ning¨²n personaje, grupo pol¨ªtico u organismo social, por acci¨®n u omisi¨®n. Y por eso "recordar" la Guerra Civil y "honrar" a sus v¨ªctimas requiere tanto sentido de la justicia como sentido de la prudencia. De hecho, sin entrar en primac¨ªas temporales o grados de vesania criminal, por cada "paseado" como Garc¨ªa Lorca a manos militares siempre cabr¨ªa presentar otro "paseado" como Mu?oz Seca a manos milicianas.
Quinto. ?Qu¨¦ cabe hacer, entonces, con la "memoria" de la guerra y sus v¨ªctimas? Pues lo mismo que han hecho distintas sociedades enfrentadas a un pasado traum¨¢tico, cercano y divisivo. Cabr¨ªa poner punto final a la amnist¨ªa de 1977 y abrir un proceso para ajustar cuentas penales, como se hizo en 1945 en muchos pa¨ªses tras la liberaci¨®n aliada del yugo nazi. El peligro es que sus resultados fueron muchas veces discutibles porque las responsabilidades afectaban a tantos millones que no cab¨ªa proseguir su curso hasta el extremo dado que pon¨ªa en cuesti¨®n la supervivencia del pa¨ªs. Tambi¨¦n cabr¨ªa resignarse a saber ¨²nicamente lo que pas¨® mediante una comisi¨®n de encuesta que renunciara a ajustar cuentas y s¨®lo compensara moral o materialmente a las v¨ªctimas. Es la opci¨®n asumida en la Sur¨¢frica posterior al apartheid de la mano del informe del obispo Desmond Tut¨² y la preferida desde 1990 por los pa¨ªses ex sovi¨¦ticos. Se trata, en fin, de un dilema cl¨¢sico: o bien suscribimos el principio Fiat Iustitia, Pereat Mundo (H¨¢gase justicia aunque se hunda el mundo); o bien nos inclinamos por la m¨¢xima Salus Publica, Suprema Lex (El bienestar de la sociedad es la ley suprema).
Honestamente, yo preferir¨ªa la segunda alternativa. Sin que por ello dejara de lado la necesaria restituci¨®n oficial de la "memoria" de los represaliados por el franquismo. ?Por qu¨¦ motivo? Porque ser¨ªa una mera equiparaci¨®n de situaciones entre v¨ªctimas. Porque es indigno no ayudar a los familiares actuales a localizar los restos de sus antepasados enterrados en fosas an¨®nimas. Porque las otras v¨ªctimas de la violencia republicana (muchas inocentes y bien contadas gracias a la eficacia de la Causa General incoada por el franquismo) ya tuvieron su restituci¨®n oficial, sus muertes reconocidas, sus tumbas honradas, sus deudos gratificados. Se trata, en esencia, de una mera cuesti¨®n de justicia equitativa. Y deber¨ªamos dejarla estar as¨ª, sin mayores pol¨¦micas sociopol¨ªticas donde todas las partes, me temo, tendr¨ªan mucho que perder y m¨¢s que lamentar.
Enrique Moradiellos es profesor de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Extremadura.
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