El monumento a Verdaguer
Hace un par de semanas publicaba en estas mismas p¨¢ginas un art¨ªculo sobre el monumento a Col¨®n en Barcelona. A prop¨®sito de la conocida tipolog¨ªa monumental a la que pertenece -columna rematada por un personaje erecto-, hac¨ªa una breve referencia al monumento a Moss¨¨n Cinto Verdaguer en el cruce de la Diagonal y el paseo de Sant Joan -otro artefacto arquitect¨®nico poco apreciado por la opini¨®n ciudadana- que se distingue del de Col¨®n por el monolitismo hier¨¢tico de los dos elementos compositivos. El brazo extendido del navegante es un gesto desequilibrante, una libertad compositiva contra los c¨¢nones acad¨¦micos. La escultura del poeta, en cambio, corresponde al esquema del monol¨ªtico cl¨¢sico, unitario.
El monumento es fruto de las corrientes culturales que se cern¨ªan sobre el arte catal¨¢n, atento a las vanguardias que se superpusieron en pocos a?os
La obra se inaugur¨® en 1924 con un discurso hip¨®crita de Primo de Rivera para convencer a los burgueses catalanes del beneficio de la dictadura
Poco despu¨¦s, con un cierto retraso, cay¨® en mis manos un estupendo art¨ªculo de Ignacio Vidal-Folch de finales de septiembre en el que se explicaba el especial dramatismo del monumento a Verdaguer con una referencia literaria y erudita a la famosa pintura La isla de los muertos del simbolista suizo Arnold B?cklin que fue tan difundida desde finales del XIX hasta que los nuevos iconos de la modernidad desplazaron sus reproducciones almibaradas en los comedores y salones de nuestra peque?a burgues¨ªa.
Es una atractiva interpretaci¨®n que sugiere nuevos comentarios. El monumento hasta ahora hab¨ªa sido interpretado simplemente como una versi¨®n directa de las formas procedentes de la Sezession vienesa, de la que eran deudos entusiastas los autores, el arquitecto Josep M. Pericas y los escultores J. Borrell Nicolau y hermanos Miquel y Lluci¨¤ Osl¨¦. Las formas Sezession fueron un episodio insistente en la ¨²ltima etapa del modernismo cuando se avecinaba la derivaci¨®n hacia el art d¨¦co centroeuropeo -menos banal que el parisi¨¦n- y cuando se confund¨ªa con otros clasicismos para alimentar el complejo panorama del noucentisme. A este batido conceptual y estil¨ªstico habr¨¢ que a?adir, siguiendo a Vidal-Folch, el dramatismo de la pintura simbolista centroeuropea. As¨ª, el monumento a Verdaguer ser¨ªa una muestra -a mi entender, una bell¨ªsima muestra- de las diversas corrientes culturales que se cern¨ªan sobre el arte catal¨¢n, atento a todas las vanguardias que se superpusieron en pocos a?os.
Ese punto dram¨¢tico del monumento que Vidal-Folch ha descubierto viene incluso subrayado anecd¨®ticamente por su propia historia. Desde la muerte de Verdaguer (1902) se plante¨® insistentemente la voluntad de erigirle un monumento. Pero hasta 1913 -ante una primera estabilidad de la pol¨ªtica catalanista- no se convoc¨® un concurso para su ejecuci¨®n. En 1914 el presidente de la Mancomunitat Prat de la Riba y el obispo Torras i Bages presidieron la colocaci¨®n de la primera piedra en medio de un entusiasmo popular literario y patri¨®tico. Las obras se prolongaron inexplicablemente hasta 1924 cuando el fervor patri¨®tico estaba perseguido e inutilizado por la dictadura de Primo de Rivera. Pero el nuevo r¨¦gimen adopt¨® una actitud que m¨¢s o menos se ha ido repitiendo: como contrapartida a la persecuci¨®n de la cultura catalana present¨® a Verdaguer como el poeta cat¨®lico catal¨¢n que se pod¨ªa considerar un poeta espa?ol asimilable, para disfrazar moment¨¢neamente el anticatalanismo. (Ahora se est¨¢ disfrazando la imposici¨®n del boicot a las industrias catalanas con la hipocres¨ªa de un brindis de cava en el Pened¨¦s). El monumento se inaugur¨® el 14 de mayo de 1924 bajo la presidencia de los reyes, con un discurso sarc¨¢stico e hip¨®crita de Primo de Rivera dedicado a acabar de convencer a los burgueses catalanes que ya se estaban beneficiando de la dictadura. Los otros catalanes no acudieron al acto en se?al de protesta y, mientras el dictador peroraba, un numeroso grupo de pol¨ªticos e intelectuales, presididos por ?ngel Guimer¨¤, depositaban una corona de flores en el cementerio -una isla de muertos- junto a la tumba de Verdaguer.
De aquella inauguraci¨®n espa?olista y antidemocr¨¢tica ha quedado un resto: la inscripci¨®n dedicada a "Jacinto Verdaguer", en castellano. ?ltimamente, el Ayuntamiento se hab¨ªa propuesto cambiar la inscripci¨®n suprimiendo la o final del nombre de pila o utilizando la aut¨¦ntica forma popular: Moss¨¨n Cinto. Esa intenci¨®n se frustr¨® porque un grupo de expertos dictamin¨® que Jacinto era el nombre con que el poeta firmaba los documentos formales. Enric Prat de la Riba firmaba Enrique, Pau Casals firmaba Pablo y Francesc Maci¨¤ firmaba Francisco en la c¨¦dula y el pasaporte. A pesar de ello, todas las grandes figuras de Catalu?a hace a?os que han recuperado su nombre. Excepto, por lo visto, Jacint Verdaguer, quiz¨¢s por miedo a las arengas autoritarias de Primo que a¨²n resuenan en el paseo de San Juan (o general Mola, si no nos atrevemos a cambiar los nombres). Con ellas, la sugesti¨®n de La isla de los Muertos puede colaborar a reconstruir los s¨ªmbolos de una peque?a tragedia en la que los sentimientos sobrepasan a la est¨¦tica.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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