Esto no es la guerra de Irak
Se ha dicho que el Estatuto de Catalu?a era para Zapatero lo que la guerra de Irak fue para Aznar. A la vista de la sesi¨®n parlamentaria sobre el Estatuto, la principal semejanza entre estos dos acontecimientos es la soledad absoluta del Partido Popular. Y la soledad es un camino que conduce f¨¢cilmente a la paranoia y a la irritaci¨®n. El recurso a la iron¨ªa al que tanto apego tiene Mariano Rajoy no ha atemperado en absoluto el tono tremendista de su intervenci¨®n. Con Rajoy ha cambiado por completo el clima de un debate que tanto los tres representantes del Parlamento catal¨¢n como el presidente Zapatero hab¨ªan conducido con manifiesta voluntad de evitar las tensiones y las provocaciones. Pero a nadie puede sorprender. Hace ya tiempo -por lo menos desde la guerra de Irak- que el Partido Popular vive solo contra todos. Ellos sabr¨¢n hasta d¨®nde les puede llevar esta actitud, pero parece que les gusta y la econom¨ªa del placer es patrimonio exclusivo de cada cual. La fidelidad obsesiva a la consigna hace que el discurso de Rajoy sea muy f¨¢cil de resumir: ¨¦ste es el Estatuto de Zapatero y ¨¦sta es una reforma de la Constituci¨®n encubierta. Esta sumisi¨®n al consignismo, adem¨¢s de obligar al presidente del PP a falsear la realidad de las cosas y a presentar un paisaje apocal¨ªptico que s¨®lo est¨¢n en la mente de algunos predicadores radiof¨®nicos, ha hecho que quedaran a beneficio de inventario los pasajes m¨¢s solventes de su discurso, especialmente la cr¨ªtica al comunitarismo del texto estatutario.
Rajoy ha decidido ir a la guerra, mientras todos los dem¨¢s iban en son de paz. En pol¨ªtica, las cosas son lo que son m¨¢s el inter¨¦s de los partidos. El PP ha visto en el Estatuto catal¨¢n una oportunidad de erosionar a Zapatero y todo lo dem¨¢s queda para ellos en el listado de efectos colaterales. Y, sin embargo, hoy era la oportunidad de hacer un debate de fondo sobre la Espa?a plural, que es el espacio que los propios representantes del Parlamento catal¨¢n han aceptado como terreno com¨²n. Pero Rajoy est¨¢ donde siempre: una naci¨®n, un Estado. Y sobre esta piedra ha construido su ofensiva, anunciando que el ruido acompa?ar¨¢ todo el proceso que ahora empieza. El PP tendr¨¢ tiempo para reflexionar, porque no es lo mismo quedarse solo hoy que seguir solo cuando el Estatuto se apruebe.
El debate, por tanto, se ha bifurcado desde la intervenci¨®n de Rajoy. Antes, el presidente Zapatero hab¨ªa hecho la glosa de la Espa?a plural y hab¨ªa tratado de dibujar los l¨ªmites y los requerimientos que ¨¦sta exige. Y lo hab¨ªa hecho trazando la l¨ªnea de correcciones sobre la que tendr¨¢ que transitar el debate. Pocas sorpresas en la descripci¨®n de los puntos conflictivos: competencias, financiaci¨®n, respeto a las leyes org¨¢nicas. Y voluntad manifiesta de dejar siempre espacio para la negociaci¨®n. Todo ello sobre un canto a la confianza en Espa?a y en la firmeza de las instituciones. Aunque Zapatero no descendi¨® a los detalles, el intercambio con los representantes de los partidos catalanes promet¨ªa una primera oportunidad de medir las posibilidades reales de alcanzar un final feliz. Con la bronca de Rajoy el fantasma del enfrentamiento entre espa?oles y catalanes ha vuelto al escenario, como si se tratara de demostrar que no es posible un debate tranquilo sobre las reformas territoriales.
Y, sin embargo, en esto estamos. Catalu?a ha presentado una propuesta de Estatuto elaborada por un procedimiento democr¨¢tico, con voluntad de encaje constitucional y con el voto del 90% del Parlamento aut¨®nomo. Ten¨ªa raz¨®n Artur Mas de preguntar: "?Conocen ustedes una manera mejor de hacerlo? Si eso se rechaza, ?c¨®mo tendremos que hacerlo la pr¨®xima vez?". Es la hora del di¨¢logo y Rajoy ha preferido la confrontaci¨®n, sin dejar puerta abierta alguna, porque su triple oferta al Gobierno era puro brindis al sol. Quiz¨¢s Rajoy pensaba en la revancha de la guerra de Irak. Pero se equivoca, porque hay una mayor¨ªa constructiva que no le seguir¨¢ en su catastrofismo. Y aqu¨ª no hay ocupaciones, ni ej¨¦rcitos, ni v¨ªctimas colaterales, sino unas instituciones s¨®lidas capaces de integrar perfectamente una reforma estatutaria democr¨¢ticamente planteada y de aguantar sin moverse un mil¨ªmetro discursos como el del se?or Rajoy.
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