Lecci¨®n de est¨¦tica
De ni?o, cuando mi gusto era m¨¢s refinado que hoy y mi sentido de la elegancia m¨¢s l¨²cido y exigente, lo ¨²nico que me apetec¨ªa tener era un anillo con el emblema del Benfica de metal barato, es decir, el emblema, con colores y todo, pegado a un aro de hojalata. Los hab¨ªa a montones en los puestos de la feria de Nelas, irresistibles y lind¨ªsimos, por una bicoca, pero mis padres, que en materia de sensibilidad est¨¦tica dejaban mucho que desear, se negaban, con una ceguera que incluso, pasados tantos a?os, no comprendo, a regalarme aquella maravilla de la orfebrer¨ªa nacional. Tuve que recurrir a los buenos oficios (fijaos con qu¨¦ rigor escribo) de mi abuela, cuya mayor cualidad era hacer todo lo que yo quer¨ªa, para ablandarlos. La arrastr¨¦ un s¨¢bado de feria (los s¨¢bados de feria eran cada quince d¨ªas, llenos de gitanos y lechones) a los puestos donde los anillos del Benfica les disputaban el espacio a v¨ªrgenes fosforescentes y a ara?as de cristal y alambre de arquitectura complicada, que rivalizaban en primor con los mencionados anillos, y le se?al¨¦ con dedo firme mis oscuros objetos de deseo. Me pareci¨® que a mi abuela le dio un mareo, pero debe de haber sido impresi¨®n m¨ªa. De cualquier modo, se aferr¨® a un varal y se recompuso. No eran s¨®lo los anillos del Benfica: las ara?as y las v¨ªrgenes verdes le produc¨ªan un tic que no le conoc¨ªa y le frunc¨ªa la mitad de la cara, dio un complicado paso hacia atr¨¢s tambaleando, pregunt¨¦
La mayor cualidad de mi abuela era hacer todo lo que yo quer¨ªa
-?No son bonitos, abuela?
mi abuela, a quien la admiraci¨®n, no el horror, la hab¨ªa privado del uso de la palabra (fijaos de nuevo con qu¨¦ rigor escribo) me observ¨® con una mueca de p¨¢nico, me llev¨® de vuelta a casa lo m¨¢s deprisa que pudo, me observ¨® varias veces durante el almuerzo, con una arruga afligida que se le iba desvaneciendo de la frente, y a la hora del postre les sugiri¨® a mis padres
-?Por qu¨¦ no le compr¨¢is el anillo al peque?o?
jurar¨ªa que a?adi¨®
-Tranquilizaos, que pasada una hora ya no se acordar¨¢ de ese adefesio
pero seguro que fue una alucinaci¨®n m¨ªa, porque en el campo del reconocimiento de la verdadera belleza mi abuela era insuperable. Gui?¨® un ojo (mejor dicho, no gui?¨® ojo alguno, le entr¨® una mota en el p¨¢rpado), mis padres agacharon la cabeza, obedientes a los dict¨¢menes de la matriarca (?qu¨¦ rigor y de qu¨¦ forma!) y en la feria siguiente mi padre se acerc¨® a los anillos del Benfica como si tuviese un rev¨®lver apuntado a la columna, cogi¨® uno de ellos con un par de falangetas engurru?adas y una expresi¨®n de c¨®lico, me lo entreg¨® como si me pasase un rat¨®n muerto
-Ah¨ª tienes ese chisme, listo
(si en lugar de m¨¦dico hubiese sido joyero no ir¨ªa muy lejos el pobre) y regres¨¦ a los casta?os con aquella maravilla en el pulgar, ya que se escurr¨ªa de las otras cuatro prolongaciones de mi mano, victorioso, feliz y arrebatado por lujo tan discreto, mostrando mi tesoro a las gallinas y a la cocinera, la ¨²nica persona, me cuesta admitirlo, que compart¨ªa mis criterios, la ¨²nica alma gemela que encontr¨¦ en mi infancia, due?a de una miniatura de la Torre Eiffel, de plomo, colocada en el alf¨¦izar de la ventana, y que estaba juntando dinero para comprarse un bambi de vidrio de tama?o natural, con pesta?as que se me antojaban hechas con ramas de escoba. Me temo que hoy en d¨ªa, lamentablemente, ya no se encuentran en el mercado animalitos tan lindos; los fabricantes de adornos se preocupan cada vez menos de la calidad. El anillo no dur¨® una hora, al contrario de las previsiones de mi abuela: dur¨® un verano de Nelas entero. Notaba a mis padres observ¨¢ndome a hurtadillas, deseosos de un pulgar sin Benfica, pero el emblema resist¨ªa. Perdi¨® el esmalte rojo y blanco, el ¨¢guila por encima del emblema se qued¨® sin alas, el lema del club, E pluribus unum, se borr¨®, y sin embargo mi pulgar, aunque desvalorizado, segu¨ªa brillando. Poco a poco mis padres lo olvidaron, mi abuela dej¨® de darles ¨¢nimo
-Ya se le pasar¨¢
ocupada en buscar el misal en el caj¨®n (un misal gord¨ªsimo, lleno de estampas, me acuerdo de santa B¨¢rbara Virgen que la ayudaba a serenarse cuando hab¨ªa tormenta) y yo mismo, con un desinter¨¦s que no me perdono, me fui olvidando tambi¨¦n. Acab¨¦ perdi¨¦ndolo en la vendimia, que era un carro de bueyes all¨¢ arriba y nosotros abajo cortando ramas: para tales ocasiones mi abuela, siempre temerosa de mi relaci¨®n con los objetos punzantes, consent¨ªa en prestarme la tijera de la costura despu¨¦s de un largo discurso acerca de montones de ni?os de sus amistades que se clavaron los ojos con esos instrumentos terribles y circulaban por el mundo a tientas infelices, choc¨¢ndose con los sof¨¢s. Acab¨¦ perdi¨¦ndolo, escrib¨ªa, en la vendimia, y s¨®lo me di cuenta cuando el carro de bueyes se march¨®. Para mi sorpresa no me disgust¨¦, ni rebusqu¨¦ siquiera entre las ra¨ªces de las vides: la cocinera me hab¨ªa hablado de su proyecto del bambi y yo la estaba ayudando con las monedas que me daban para comprar caramelos de naranja en la tienda del se?or Casimiro. Lamentablemente no pudimos reunir el dinero necesario y, poco despu¨¦s, ella se cas¨® con el cartero y se march¨®, dejando la Torre Eiffel en el alf¨¦izar. Mala suerte la m¨ªa: si la vida hubiese sido justa conmigo, habr¨ªa ahora un animal de vidrio de tama?o natural en este escritorio, con pesta?as hechas de ramas de escoba. Si lo vieseis (y creo a pie juntillas en vuestra noci¨®n de belleza), os quedar¨ªais extasiados, muertos de envidia.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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