Sucesi¨®n
El natural regocijo que el nacimiento de la infanta Leonor ha esparcido a lo ancho de nuestro territorio ha generado, de repente, un acuerdo un¨¢nime sobre la reforma del sistema sucesorio, contra la que yo quisiera levantar mi respetuosa voz porque no estoy de acuerdo con la oportunidad de esta reforma ni con la raz¨®n en que se basa; es decir, corregir una injusta y arcaica discriminaci¨®n contra la mujer.
El Rey de Espa?a es una persona que ejerce la jefatura del Estado con car¨¢cter vitalicio por derecho de nacimiento. Al lado de esta discriminaci¨®n, el que tenga que ser un hombre, una mujer o un canguro es irrelevante. No soy Robespierre ni esto es terrorismo constitucional. Lo que sucede es que el Rey, con may¨²scula, no es una persona, sino una instituci¨®n. Y en estos tiempos, la Monarqu¨ªa es una instituci¨®n que el pueblo soberano se ha dado por propia voluntad y para su conveniencia. Por tanto, lo que hay que considerar es si una reforma de la instituci¨®n redundar¨ªa en beneficio de la ciudadan¨ªa o no. Aqu¨ª no se trata, pues, de una igualdad de sexos en la que todos estamos m¨¢s o menos de acuerdo, sino en calibrar qu¨¦ habr¨ªa pasado el 23-F si al tel¨¦fono de La Zarzuela se hubiera puesto una mujer. O si el papel fundamental que desempe?a el Rey de Espa?a en las relaciones con Am¨¦rica Latina lo podr¨ªa desempe?ar igual una reina. No prejuzgo nada, pero, para qu¨¦ nos vamos a enga?ar, la vida es dura. Ya s¨¦ que en Holanda hay una reina tras otra, y que a lo mejor vemos a una mujer en el trono imperial del Sol Naciente; pero all¨ª los soberanos son de adorno, y aqu¨ª a los nuestros les sacamos un gran rendimiento.
Naturalmente, todo habr¨¢ cambiado cuando se produzca el hecho sucesorio que ahora nos ocupa. Pero no sabemos en qu¨¦ sentido habr¨¢ ido ese cambio, y no veo raz¨®n alguna para hipotecar ya nuestro futuro manipulando una pieza tan delicada de la maquinaria estatal por un prurito de modernidad simb¨®lica.
No digo que el cambio no sea bueno. S¨®lo digo que no nos precipitemos, que luchemos por la igualdad donde realmente hace falta y que en su d¨ªa decidan la reforma quienes hayan de arrostrar las consecuencias. Y hasta entonces, dejemos a la infanta que acaba de nacer reinar tranquilamente en su cunita.
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