Proceso al populismo
Las revueltas que vive la periferia de Par¨ªs desde hace m¨¢s de 11 d¨ªas deber¨ªan llevar alguna vez a una reflexi¨®n sobre las causas profundas por las que decenas de j¨®venes se lanzan, seg¨²n cae la noche, a una aut¨¦ntica locura vand¨¢lica. ?se ser¨¢ el momento de examinar los temas que se han ido desgranando hasta ahora, y que abarcan desde la fractura social hasta la p¨¦rdida de referentes c¨ªvicos que padecen las sociedades desarrolladas, desde la crisis del modelo de ciudadan¨ªa hasta el desprestigio de la autoridad y, m¨¢s en concreto, del Estado.
Pero, entre tanto, no parece un camino acertado disolver el perfil de un problema acuciante en disquisiciones que exigen remontarse a varias d¨¦cadas atr¨¢s, cuando llegaban a Francia y a Europa los primeros inmigrantes de las antiguas colonias, o aventurar alucinados pron¨®sticos sobre c¨®mo ser¨¢n las sociedades del futuro, repitiendo una y otra vez, hasta el aturdimiento, t¨¦rminos que parecen decirlo todo sin explicar nada, como globalizaci¨®n, integraci¨®n, multiculturalismo y tantos otros.
Una deriva populista se est¨¢ instalando en la gesti¨®n de las instituciones
Lo que ocurre en Francia corre el riesgo de trasladarse a otros pa¨ªses de Europa
Lo que est¨¢ ocurriendo en la periferia de las grandes ciudades francesas, y que corre el riesgo de trasladarse a otras ciudades europeas, son graves delitos para los que un sistema democr¨¢tico tiene que establecer todas y cada una de las responsabilidades, empezando por las pol¨ªticas y terminando por las penales. Porque analizado desde la perspectiva del Estado de Derecho, analizado desde las categor¨ªas y los instrumentos que aseguran la convivencia civilizada, los sucesos que hoy padece Francia, pero que ma?ana puede padecer cualquiera, exigen revisar de inmediato, no las hip¨®tesis sobre la inmigraci¨®n, sino la deriva populista que se est¨¢ instalando en la gesti¨®n de las instituciones democr¨¢ticas.
Es ah¨ª donde se encuentra el origen inmediato de que una tragedia -la muerte de dos adolescentes que hu¨ªan de la polic¨ªa en Clichy-sous-Bois- se haya convertido, de pronto, en la mecha que ha incendiado un clima previamente cebado y previamente enrarecido con el solo prop¨®sito de ganar batallas que deber¨ªan librarse en otros terrenos.
La jactancia de tantos l¨ªderes europeos exhibiendo sus supuestas habilidades para actuar sin complejos, para llamar a las cosas por su nombre y, de paso, mostrar ante una selva de c¨¢maras y micr¨®fonos que entra al toro de frente, quiz¨¢ les proporcione los r¨¦ditos pol¨ªticos que esperan, pero ello a costa de sacrificar la dignidad de las instituciones.
La firmeza con la que estos l¨ªderes se llenan la boca no deriva, seg¨²n pretenden que creamos, de sus condiciones personales, de su arrojo o de su singular clarividencia; deriva sencillamente de la ley, que, prescindiendo de la jactancia, les obliga tanto como a los delincuentes y a los alborotadores. Las bravatas de estos l¨ªderes, mediatizadas hasta la n¨¢usea, est¨¢n colocando al Estado y a los cuerpos de seguridad en la peor de las situaciones imaginables, que es la de ser percibidos por una parte importante de la sociedad, y en particular entre los j¨®venes cruelmente discriminados y desfavorecidos, como una banda rival, como una tribu entre otras tribus, a cuya violencia cabe responder con m¨¢s violencia.
J¨®venes, por cierto, que a los efectos del Estado no son nada parecido a inmigrantes de segunda ni de tercera generaci¨®n, sino ciudadanos a t¨ªtulo completo sobre los que, al denominarlos as¨ª, se hace pesar como un estigma la decisi¨®n de instalarse en el pa¨ªs que tomaron sus padres o sus abuelos.
Frente a estos ciudadanos a t¨ªtulo completo sobran tantos llamamientos a la integraci¨®n como se han hecho estos d¨ªas, y falta un insobornable ejercicio de justicia. Justicia para acabar con las atroces condiciones de vida en las que llevan demasiado tiempo confinados, pero justicia tambi¨¦n para que respondan, como ciudadanos que son, de todos y cada uno de sus actos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.