El reto de la mediaci¨®n
Nada va a parar el movimiento. No digo que no vaya a pararse, por supuesto. Lo que digo es que ning¨²n gesto, ninguna idea, ninguna pol¨ªtica a corto o largo plazo tienen, como por encanto, el poder prodigioso de romper una espiral que, antes, tendr¨¢ que llevar seguramente su l¨®gica hasta el extremo. La f¨ªsica de los cuerpos. La negra energ¨ªa del odio puro. El torbellino nihilista de una violencia sin significado, sin proyecto, y que se emborracha de su propio espect¨¢culo reflejado, de ciudad en ciudad, por unas televisiones tambi¨¦n fascinadas.
No es la guerra. Pese a que nos querr¨ªan convencer de ello los que, en Francia, tienen inter¨¦s en fomentar el discurso b¨¦lico (en l¨ªneas generales, la extrema derecha, la extrema izquierda y los islamistas). No estamos, gracias a Dios, ante una Intifada francesa. Pero no hay duda de que es un proceso in¨¦dito: un grupo en fusi¨®n, casi en sentido sartreano. Y es un grupo en fusi¨®n de nuevo estilo, con tel¨¦fonos m¨®viles, intercambio de SMS, unidades m¨®viles, movimientos brownianos de una c¨®lera que, cuando haya terminado de atacar la escuela y el gimnasio del barrio, cuando haya incendiado o intentado incendiar el ¨²ltimo edificio representativo de Francia y el Estado de derecho, se volver¨¢ contra el vecino, contra el amigo, contra s¨ª mismo; al final, los v¨¢ndalos ir¨¢n a buscar los coches de sus propios padres para quemarlos. Entonces se detendr¨¢. Llegar¨¢ un momento en el que no tendr¨¢ m¨¢s remedio que detenerse. Sin embargo, para ello, ser¨¢ antes preciso que este marat¨®n de rabia, este rigod¨®n suicida y desmemoriado, esta fusi¨®n de la desesperaci¨®n y la barbarie, lleven hasta el extremo su embriaguez y su entusiasmo autista.
Entonces, ?no hay nada que hacer? ?Decir que el movimiento llegar¨¢ hasta el fin de su mec¨¢nica significa que hay que cruzar los brazos y esperar? Por supuesto que no. Ni mucho menos. Y, sin querer hablar del inevitable replanteamiento de toda nuestra pol¨ªtica de la ciudad, sin hablar de ese famoso modelo franc¨¦s de integraci¨®n del que est¨¢bamos tan orgullosos y que est¨¢ estallando en pedazos, es evidente que el Estado republicano tiene ante s¨ª una serie de tareas urgentes, inmediatas, empezando por las tareas policiales, es decir, las de protecci¨®n de los bienes y las personas, que, por cierto, en el momento de escribir estas l¨ªneas, no se est¨¢ llevando a cabo tan mal como dicen los aficionados a dar lecciones.
Es verdad que ha habido patinazos verbales (la limpieza con K?rcher, la chusma, etc¨¦tera, esos otros vocablos del odio por los que ser¨ªa honorable disculparse). Ha habido atropellos inadmisibles (la granada lacrim¨®gena en la mezquita de Clichy-sous-Bois, que me habr¨ªa gustado que provocase tanto esc¨¢ndalo como la profanaci¨®n de una iglesia o una sinagoga). Pero, de ah¨ª a poner al mismo nivel a polic¨ªas y amotinados, de ah¨ª a decir que la polic¨ªa francesa est¨¢ en la actualidad tan lepenizada que tres j¨®venes de Clichy-sous-Bois prefirieron correr el riesgo de electrocutarse que el de caer en sus manos, hay un paso que yo no estoy dispuesto a dar. Al fin y al cabo, tambi¨¦n en 1968 existi¨® la psicosis de la carga policial de la que hab¨ªa que huir. No ¨¦ramos j¨®venes en paro ni hijos de inmigrantes, sino estudiantes, acad¨¦micos, sabios, etc¨¦tera, y viv¨ªamos esa misma fantas¨ªa de que, para no caer en las garras de las abominables unidades m¨®viles de la gendarmer¨ªa, era preferible, no encerrarse en un generador, sino ahogarse como Gilles Tautin en Flins. Pues bien, ?basta ya del est¨²pido lema "CRS SS"
[el grito que se coreaba en mayo del 68 comparando a las tropas de asalto con las SS]! ?Basta de demagogia y pol¨¦micas pol¨ªticas! La situaci¨®n es suficientemente dram¨¢tica como para no a?adir querellas mezquinas entre aparatos y personas.
Sobre todo, porque el verdadero reto, en estos momentos, es un reto de mediaci¨®n y de palabra. No la palabra pol¨ªtica en sentido estricto. No esos Consejos de Ministros extraordinarios con los que se relamen los comentaristas (?como si el mero hecho de que los ministros se re¨²nan y hablen fuera un acontecimiento excepcional!) No. Me refiero a la otra palabra. La que aguardan esos j¨®venes que est¨¢n hartos de que se les trate como a hijos de inmigrantes cuando son sencillamente franceses. Una palabra que hable, no de rencor y desconfianza, sino de igualdad, ciudadan¨ªa, consideraci¨®n y, como dicen ellos, respeto. Que, en otros t¨¦rminos, sea capaz de expresar al mismo tiempo el luto por Zyed y Bouna, los quemados vivos del transformador de Clichy-sous-Bois, y por Jean-Claude Irvoas, asesinado a golpes, delante de su mujer y su hija, porque estaba fotografiando una farola. ?Qui¨¦n va a lograr que se oiga esa palabra? ?Qui¨¦n va a poder, en unos d¨ªas, encontrar esas frases de concordia que se esperan desde hace 20 a?os? ?Los alcaldes, esos h¨²sares negros de las barriadas? ?Los dirigentes de asociaciones, tan cruelmente escasos de medios? ?Un pol¨ªtico, no importa si de derechas o de izquierdas, pero m¨¢s inspirado que el jefe de Estado cuando, el pasado domingo, sal¨ªa de su Consejo de Seguridad Interior? ?sta es la cuesti¨®n. ?sta es la condici¨®n para que, en los territorios perdidos de la Rep¨²blica, se restablezca algo que, un d¨ªa pueda parecerse a un v¨ªnculo social. La otra opci¨®n est¨¢ clara. En los ¨²ltimos d¨ªas hemos tenido un aperitivo y, para un pa¨ªs laico, ser¨ªa una confesi¨®n de fracaso definitivo: transferir a los responsables de las mezquitas el deber de mantener el orden y predicar la paz.
Bernard-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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