Las llamas francesas
Los violentos sucesos ocurridos durante las ¨²ltimas semanas en Francia no son producto de la ciega locura de unos cuantos gamberros perdidos y decididos a quemar su vida por completo. Tampoco son el resultado de una conspiraci¨®n partidista: no hay una organizaci¨®n, ni una religi¨®n, ni una ideolog¨ªa detr¨¢s de estas ciudades en llamas. S¨®lo hay una c¨®lera espont¨¢nea. S¨®lo hay desesperaci¨®n convertida en violencia callejera.
Lo que est¨¢ sucediendo hoy era previsible. Es el fruto envenenado producto de 30 a?os de abandono social y de los tres ¨²ltimos a?os de provocaciones demag¨®gicas contra la poblaci¨®n de los barrios perif¨¦ricos. No tiene que ver con la inmigraci¨®n, las diferencias religiosas ni la delincuencia. Se trata de fisuras en la cohesi¨®n de Francia, un modelo de integraci¨®n cultural da?ado, los fracasos en cadena de la Rep¨²blica. Ning¨²n partido tiene m¨¢s responsabilidad concreta que otro: la derecha y la izquierda, la izquierda y la derecha, comparten con la misma irresponsabilidad la responsabilidad del desastre. Ni una ni otra tienen de qu¨¦ presumir.
En estos tres a?os, la situaci¨®n se ha degradado de forma considerable: un ministro ha manipulado peligrosamente la dinamita de las barriadas. A los 30 a?os de abandono se ha a?adido el insulto. "Limpiar con K?rcher", meter en cintura a la "chusma", son palabras que se prestan demasiado a la generalizaci¨®n. Como era de prever, le han estallado en las narices. Porque ante ¨¦l hab¨ªa unos j¨®venes que ya no ten¨ªan nada que perder.
Todav¨ªa no es posible medir las consecuencias de esta explosi¨®n. Pero se puede afirmar ya, sin miedo a equivocarse, que se trata de una revuelta de pobres, de una Jacquerie
[revuelta campesina medieval] de los tiempos modernos. El pa¨ªs ha quedado profundamente herido. Ha descubierto, en medio de las llamas, el mal que le corroe desde hace d¨¦cadas: la etnicizaci¨®n de las relaciones sociales, el racismo que machaca a generaciones enteras, la exclusi¨®n que refuerza el odio, la marginaci¨®n social que prepara el terreno para las batallas de ma?ana. No queremos reconocerlo, pero la verdad est¨¢ ah¨ª: Francia, la Rep¨²blica "igualitaria", se miente a s¨ª misma. ?Fingimos descubrir ahora la cesura? Lo cierto es que hace ya 10 a?os que se encienden las llamas en aquellos espacios en los que el Estado se limita ¨²nicamente a su funci¨®n represiva. No hay naci¨®n cuando la naci¨®n se niega a sus hijos. No existen deberes cuando los derechos son puramente ret¨®ricos.
En los a?os ochenta se empez¨® a equiparar la inmigraci¨®n con una maldici¨®n social. Hicimos de los hijos franceses de esa inmigraci¨®n un desaf¨ªo para la identidad. Transformamos la marginaci¨®n urbana, profesional y cultural, que reviste a padres e hijos del mismo oprobio, en una culpabilidad social. Y, como es natural, los gobernantes son maestros consumados en el arte de la chuler¨ªa pol¨ªtica. Para ellos, la integraci¨®n social de ese sector excluido del pueblo franc¨¦s se reduc¨ªa a consignas tan est¨²pidas como insultantes: hay que dar "visibilidad" a los j¨®venes de "segunda generaci¨®n", dec¨ªan: puestos de baja categor¨ªa en las administraciones, medallas aqu¨ª y all¨¢, programas de televisi¨®n pol¨ªticamente correctos, "prefectos musulmanes", semi-ministros; en resumen, una zidanizaci¨®n enga?osa que ocultaba la aut¨¦ntica cat¨¢strofe social. Convertimos la integraci¨®n en un deber simb¨®lico.
Y acabamos por manipular el s¨ªmbolo despreciando la integraci¨®n. Porque el gran ej¨¦rcito de los olvidados, de los don nadies de los barrios perif¨¦ricos, no se siente involucrado. Nunca se sinti¨® involucrado, en el fondo. La izquierda hab¨ªa establecido el "empleo juvenil", que se derriti¨® como la nieve cuando el poder cambi¨® de manos. Lo curioso, en realidad, es que esas nuevas "clases peligrosas" situadas en el interior de nuestras sociedades ricas hayan tenido tanta paciencia ante la humillaci¨®n que se les ha impuesto. Pero todo tiene un l¨ªmite. Y lo peor ha ocurrido.
En los cen¨¢culos pol¨ªticos se preguntan ya qui¨¦n se beneficiar¨¢ de este estallido. Beneficiarse electoralmente, se entiende. La extrema derecha se frota las manos, Nicolas Sarkozy saca pecho, y todos los De Villiers de la derecha, con la vara de medir de su demagogia, se disponen a utilizar la carga subversiva del miedo de esta violencia para engrosar sus filas.
El Gobierno, por su parte, busca medios de represi¨®n legal. Para apagar el incendio ha rehabilitado una ley de 1955, fabricada en un momento en el que los "departamentos" argelinos vacilaban. ?Ser¨¢ que, en la propia Francia, tenemos a parte de la poblaci¨®n colonizada, con la misma falta de legalidad? Y el dispositivo se endurece: el ministro de Justicia fomenta la colocaci¨®n de los j¨®venes en centros educativos cerrados, el del Interior ordena a los prefectos que expulsen inmediatamente a los "extranjeros causantes de problemas", tanto si est¨¢n en situaci¨®n irregular como si no. El primer ministro, Dominique de Villepin, hace un llamamiento al orden y la justicia. Est¨¢ claro lo del orden. ?Pero la justicia? ?Se trata s¨®lo de detener, condenar, expulsar? Ser¨ªa un grave error reaccionar s¨®lo de esta forma, porque justificar¨ªa las provocaciones que han desembocado en el estallido de c¨®lera. El Gobierno es consciente de ello: anuncia un desfile de medidas destinadas a favorecer el empleo y la inserci¨®n social en los barrios desfavorecidos (convocatoria de todos los j¨®venes en paro a la ANPE [Oficina Nacional de Empleo] para una "entrevista detallada"; creaci¨®n de nuevas zonas francas urbanas; primas de regreso al empleo para los beneficiarios de las prestaciones m¨ªnimas sociales; contratos de acompa?amiento para desarrollar los puestos de proximidad); promete aumentar los medios econ¨®micos de la oficina de renovaci¨®n urbana en un 25%, mejorar las redes de sanidad p¨²blica, asignar 100 millones m¨¢s de euros a las asociaciones el pr¨®ximo a?o, etc¨¦tera.
Todo eso es loable. Sin embargo, es inevitable temer el "efecto de anuncio" y preguntarse por los medios concretos para poner en pr¨¢ctica estas medidas. En materia de educaci¨®n, la principal propuesta del Gobierno consiste en reducir la edad de inicio de la formaci¨®n profesional a los 14 a?os (en lugar de los 16 a?os actuales) para los alumnos en situaci¨®n de fracaso escolar. Uno se queda pasmado ante esta medida totalmente aberrante y retr¨®grada, que s¨®lo servir¨¢ para acentuar el abandono social y la condici¨®n precaria de esos j¨®venes, al privarles definitivamente de cualquier perspectiva de movilidad social. ?Es as¨ª como monsieur De Villepin pretende garantizar "la igualdad de oportunidades para todos los franceses"?Lo que hace falta es atacar la ra¨ªz de los problemas. Lo primero, que todos puedan acceder a la ciudadan¨ªa. Para ello es precisa una firme estrategia de integraci¨®n a trav¨¦s de la educaci¨®n, el empleo y la diversificaci¨®n urbana. Tarea dif¨ªcil, porque los vectores de integraci¨®n est¨¢n paralizados: el Estado ha capitulado ante los poderes econ¨®micos que desprecian el aspecto social, y la privatizaci¨®n generalizada fomenta la guerra de todos contra todos y atiza todos los odios de identidad; los movimientos asociativos, que han sustituido sobre el terreno a los partidos pol¨ªticos, no sirven m¨¢s que para paliar los efectos, aplazar la furia y buscar soluciones provisionales para unas vidas que no controlan su propio destino.
Pero el Estado tiene que recuperar las riendas. No s¨®lo tiene que restablecer su autoridad en todo el territorio, sino tambi¨¦n asumir sus obligaciones en materia de cohesi¨®n colectiva. Hay que acabar con tantas promesas incumplidas, tantas mentiras, tantos errores acumulados. En Francia no puede haber Naci¨®n, no puede haber Rep¨²blica, si no hay un Estado que aglutine todo el conjunto al servicio de una solidaridad com¨²n y ciudadana. Y hace falta explicar, para combatir el racismo, que la identidad com¨²n es consecuencia del car¨¢cter multi¨¦tnico de la Rep¨²blica, no su opuesto. Estamos ante el final de una ¨¦poca. Las cosas no volver¨¢n a ser como antes. El pueblo franc¨¦s, como de costumbre, est¨¢ adquiriendo conciencia de s¨ª mismo a trav¨¦s de sus crisis. ?Comprender¨¢n esta situaci¨®n las mentes que nos gobiernan? Hay que confiar en que s¨ª, por el bien de todos; si no, como dec¨ªa en los a?os sesenta el escritor James Baldwin a prop¨®sito de las discriminaciones en Estados Unidos, "la pr¨®xima vez, el fuego".
Sami Na?r es profesor de Ciencias Pol¨ªticas en la Universidad Par¨ªs VIII e invitado en la Universidad Carlos III de Madrid. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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