El talante del se?or Rajoy
El se?or Rajoy que estamos viendo estos d¨ªas en los debates parlamentarios se parece muy poco a su mu?eco de los gui?oles que, hasta hace poco, lo representaba como un hombre tranquilo y vividor, con sus puros y su f¨²tbol, poco dispuesto a alterarse por la pol¨ªtica, que deb¨ªa seguir su curso: el curso de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, que lo hab¨ªa designado. Demasiado f¨¢cil para ser verdad en todo momento y lugar. Debemos recordar que cuando la pol¨ªtica se le ha puesto dura, como ocurriera con la crisis del Prestige, el tranquilo Rajoy sab¨ªa ponerse a tono.
La verdad es que no debe de ser f¨¢cil para el se?or Rajoy pechar con la nueva situaci¨®n, cargando con el empe?o de los populares de restablecerse en el poder no m¨¢s all¨¢ de la pr¨®xima legislatura: caiga quien caiga.
El objetivo parece leg¨ªtimo desde un punto de vista partidista; pero justifica tambi¨¦n el que los que se sienten ofendidos se defiendan, como ins¨®litamente vimos hacer el otro d¨ªa al presidente Zapatero cuando, en la C¨¢mara de Diputados y ante las c¨¢maras de televisi¨®n, recordaba los insultos personales que, en los ¨²ltimos d¨ªas, hab¨ªa recibido de parte de la oposici¨®n. La queja, por otro lado, resulta pertinente. En sus ataques, la oposici¨®n trataba no tanto de mostrar los errores pol¨ªticos del presidente como de denigrarlo en su persona se?alando las faltas de su car¨¢cter y de su moralidad. Por el contrario, el mismo se?or Rajoy, asustado por los brotes de nacionalismo espa?ol anticatal¨¢n, tuvo buen cuidado de distinguir entre lo que, en su opini¨®n, eran errores pol¨ªticos, la propuesta d'Estatut, y el pueblo catal¨¢n, cuyo car¨¢cter y valores tuvo a bien ensalzar.
Lo que est¨¢ ocurriendo estos d¨ªas me parece inquietante por las consecuencias que el alto nivel de confrontaci¨®n (por usar una palabra suave) existente hoy en el debate pol¨ªtico pueda ser percibido y, a su vez, utilizado por los ciudadanos. Si lo que est¨¢ ocurriendo es que las gentes se quedan donde est¨¢n, cada uno con los suyos, justificando los desmanes verbales, vengan de donde vengan, el problema es menor. Afectar¨ªa al desprestigio de los pol¨ªticos ahondando la brecha entre los gobernantes y los ciudadanos en general. Pero pudiera ocurrir tambi¨¦n que la bronca pol¨ªtica -y medi¨¢tica- estuviera produciendo efectos en un importante n¨²mero de ciudadanos que, ahora m¨¢s que nunca, pueden sentirse autorizados a perder el pudor y la raz¨®n, cuando se trata de ciertos temas, en relaci¨®n con las identidades o las creencias religiosas. Convencidos de que la verdad es ¨²nica y est¨¢ de su parte, se sentir¨ªan m¨¢s inclinados que nunca a imponerla a los dem¨¢s o bien se representar¨ªan como v¨ªctimas, pensando que son otros los que se llevan el gato al agua, precisamente porque son los fuertes y el poder est¨¢ de su lado.
En las conversaciones de caf¨¦, los m¨¢s optimistas son los descre¨ªdos que opinan que la ciudadan¨ªa, en general, se afecta poco por las (malas) formas que se usan en pol¨ªtica y por los esc¨¢ndalos medi¨¢ticos que se crean. Confiados, opinan que las gentes, en general, reconocen el car¨¢cter interesado -y a menudo mentiroso- de la mayor parte de estos esc¨¢ndalos; seg¨²n dicen, son como los juegos de artificio, despu¨¦s de las carcasas m¨¢s ruidosas, se impone el silencio. Si ello es as¨ª no habr¨ªa por qu¨¦ preocuparse. Los que se apuntan a la bronca acabar¨¢n cediendo o descendiendo en las escalas de poder, en la medida en que dejan de servir a los intereses de su partido, como lo podemos comprobar en ejemplos muy cercanos a nosotros. Pero si no es as¨ª, y las f¨®rmulas de los m¨¢s excitados tienen ¨¦xito, probablemente estaremos asistiendo al afianzamiento de una pr¨¢ctica de hacer pol¨ªtica que busca el vencer m¨¢s que el convencer y en la que no caben los razonamientos ni parece preciso dar cuenta (o sacar las cuentas) de los resultados de la gesti¨®n.
Las cosas son como son y la pol¨ªtica, se quiera o no, est¨¢ -y estar¨¢- marcada por los juegos de poder partidistas y no hay que rasgarse las vestiduras por ello. Tampoco los ciudadanos somos inmunes a los intereses de los partidos. Sin embargo, muchos desear¨ªamos que las cosas fueran de otro modo. No s¨®lo porque conviene a la dignidad de la pol¨ªtica sino por razones m¨¢s interesadas: porque, finalmente, sabemos que nos perjudican lo mismo los pol¨ªticos que defienden el todo vale -bien conocidos en Valencia- y aquellos otros que muestran su peor talante.
Isabel Morant es profesora de Historia en la Universitat de Valencia.
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