Las mujeres tenemos ideolog¨ªa
Esta reflexi¨®n, surgida a impulso de la inmediatez informativa, tras la elecci¨®n de la canciller alemana Angela Merkel, nos enfrenta a un sector no menor de mujeres a la foto fija, pero parad¨®jica, de la exaltaci¨®n de g¨¦nero velada por la derrota ideol¨®gica. Angela Merkel, primera mujer que alcanza la m¨¢xima autoridad ejecutiva de un pa¨ªs de la solvencia y prestigio de Alemania, se trasciende a s¨ª misma alimentando m¨²ltiples entusiasmos femeninos ante el imparable derribo de prejuicios que, terca y secularmente, han arruinado las m¨¢s altas aspiraciones pol¨ªticas de las mujeres. Su ¨¦xito, seguramente tan merecido, coloca a un conjunto de la ciudadania europea y femenina ante un brote esquizoide, que oscila, entre el entusiasmo por el reconocimiento de la igualdad de oportunidades entre sexos y el rechazo frente a un proyecto pol¨ªtico no compartido.
La ambici¨®n, el coraje y la osad¨ªa no parecen ser ¨²nicamente atributos de la testosterona
Afirmar que la gratuidad no es moneda de la que nos beneficiemos las mujeres, no debiera confundirse con el ejercicio de un victimismo rampl¨®n y oportunista del que tratamos de huir conscientemente. Describimos tan solo hechos f¨¢cil y emp¨ªricamente demostrables.
Cuando un candidato masculino, sea cual fuere el ¨¢mbito de su gesti¨®n, no responde a expectativas creadas o a gustos individuales, no hace sentirse comprometidos al resto de los hombres, m¨¢s all¨¢ de afinidades voluntariamente asumidas. Sin complejos, sin costos emocionales, sin militancia biol¨®gica, le retiran su confianza, amparados en la seguridad de una marea continua y general de oportunidades.
A las mujeres europeas, todav¨ªa, se nos hace necesario silenciar cr¨ªticas ideol¨®gicas por la acuciante necesidad de normalizar, en igualdad de condiciones, la promoci¨®n permanente que nos es tan necesaria. ?A caso no estamos acostumbradas a asumir, durante siglos, las pol¨ªticas inadecuadas de algunos, muchos, hombres incompetentes? ?No est¨¢ la vida p¨²blica, hasta ahora monopolizada por la gesti¨®n masculina, minada de incapacidades flagrantes? ?Porqu¨¦ no habr¨ªamos de tener esa misma condescendencia con otras mujeres?
Es llamativo, que en esta Europa moderna y democr¨¢tica se haya de recurrir al cupo y a la paridad para que las mujeres, tan decisivamente numerosas, accedan al poder p¨²blico. Algunas, no siempre las menos preparadas, y muchos hombres cuestionan estas medidas esgrimiendo un proteccionismo humillante, cuando no una descalificaci¨®n arbitraria. No existen razones l¨®gicas ni intelectuales para no reclamar, recomendar y exigir la excelencia como medida de selecci¨®n; tampoco las hay para asegurar y creer que la excelencia prolifera y abunda m¨¢s entre el g¨¦nero masculino, detentador absoluto hasta el momento, del poder p¨²blico y privado. En etapas ya lejanas, pudo darse (y se dio) una mayor preparaci¨®n acad¨¦mica entre los candidatos hombres, pero el vuelco de las ¨²ltimas estad¨ªsticas es claramente favorable a las mujeres.
En la situaci¨®n actual, vuelve a producirse la paradoja de que es una formaci¨®n conservadora la que arropa, propone y lleva a la Canciller¨ªa alemana a la candidata Angela Merkel. Otro partido af¨ªn elev¨® a las m¨¢s intransitadas regiones del poder a Margaret Thatcher. ?Es esto una contradicci¨®n? ?Es un mensaje? ?Es ¨²nicamente un buen uso del marketing por quienes han convertido la pol¨ªtica en una cuenta de resultados? ?Qu¨¦ ha sucedido de la bien intencionada teor¨ªa igualitaria de la izquierda? ?Era tan solo un eslogan de captaci¨®n de voluntades femeninas? ?Qu¨¦ pol¨ªticas innovadoras y eficaces han propuesto m¨¢s all¨¢ de una paridad, necesaria, pero discutida y ninguneada, tan pronto les es posible?
Angela Merkel es consciente de asumir una gesti¨®n presumiblemente ¨¢spera. Las peculiaridades de un Gabinete escorado por el mayor peso de carteras ajenas a su formaci¨®n -ocho, frente a las seis que le son afines del CDU (Uni¨®n Cristiano Dem¨®crata)- la colocan en un a situaci¨®n de precariedad evidente; pero es el logro de una mujer a la que se le da la oportunidad de hacerlo, bien o mal, como a cualquier otro de sus colegas europeos. La ambici¨®n, el coraje y la osad¨ªa no parecen ser ¨²nicamente atributos de la testosterona; por el momento, tampoco sabemos si est¨¢n dirigidos por la pericia e inteligencia emocional necesaria para sortear los escollos y la deriva de una traves¨ªa presumiblemente arriesgada.
Las mujeres, al menos ciertas mujeres, muchas, no aspiramos a un reconocimiento tutelado. Desde Virginia Woolf a la eurodiputada Bonino, de Pasionaria a Esperanza Aguirre, aspiramos a una habitaci¨®n propia desde la que podamos asumir el rechazo y la cr¨ªtica, pero tambi¨¦n contribuir al pensamiento pol¨ªtico, cient¨ªfico, art¨ªstico, filos¨®fico, del mundo y de Europa y al reconocimiento que ya nos hemos ganado por derecho propio pero que todav¨ªa se nos niega por un grupo de presi¨®n, humano y masculino, que desea hacer prevalecer falsos privilegios biol¨®gicos.
Anticip¨¢ndome a la normalizaci¨®n social de la excelencia, en la que la selecci¨®n est¨¦ dirimida por la capacidad y las ideas, me permito rechazar lo que ideol¨®gicamente representa Angela Merkel. Sin dudas, sin complejos. Tal certidumbre se confirma con la respuesta puramente mercantilista que dio en una entrevista a la pregunta que se le hizo sobre las consecuencias de la globalizaci¨®n. Pese a ello y sin temores esquizoides, le felicito. Las mujeres debi¨¦ramos festejar el triunfo de Angela Merkel, que avanza, y con ella todas nosotras, hacia la excelencia.
Rosa Sope?a es comunicadora.
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