Mi colecci¨®n de momentos
No me gusta escribir en lugares confortables ni con bonitas vistas desde la ventana: es en una silla dura, frente a la pared, donde doy el do de pecho. Me complace trabajar en cocinas, desvanes, habitaciones de hotel con mesas inestables y los grabados m¨¢s feos posible: me da igual el lugar siempre que no sea agradable. Durante a?os escrib¨ª sobre un tablero de m¨¢rmol rajado, ahora lo hago sobre un tablero de cristal, gracias a Dios no siempre limpio, en un espacio helado en invierno y lleno de corrientes de aire en verano: hasta hoy he conseguido burlar la neumon¨ªa. Tampoco me quita el sue?o d¨®nde vivo, ni qu¨¦ como, ni qu¨¦ ropa me pongo. ?Qu¨¦ me importa entonces? As¨ª de sopet¨®n me import¨® cuando el tren en que iba, en Alemania, par¨® por la noche en una peque?a estaci¨®n desierta y o¨ª, en medio de la lluvia, un clarinete que sonaba en una casa invisible: me pareci¨® que de repente entend¨ªa la vida y el mundo. ?Qu¨¦ m¨²sica ser¨ªa aqu¨¦lla, casi sin nexo, transida entre las copas de los ¨¢rboles, explic¨¢ndome a m¨ª mismo? O no m¨²sica: m¨¢s bien un hilillo de sonido. A¨²n debe de estar, cerca de Dortmund, siempre que un tren se queda por all¨ª a la espera, en invierno, y la lluvia aumenta la sombra de los abetos. Me importan los cuervos de Ucrania sobre los campos de ma¨ªz. Un ni?o descalzo, con dos caballos cojos, entrevisto cerca de una iglesia antigua, en Rumania, bajando por una colina camino de un riachuelo: de vez en cuando uno de los caballos lam¨ªa el cuello del ni?o. Un borracho de Kazajist¨¢n cantando solo, arrimado a un muro, y sus largas barbas. Una se?ora de edad en una terraza de Par¨ªs, en cuya cara permanec¨ªan olvidados, aqu¨ª y all¨¢, fragmentos de una belleza irrecuperable, semejantes a los restos de carteles que van palideciendo y rasg¨¢ndose hasta mucho tiempo despu¨¦s de las elecciones. Ciertos escaparates suburbanos que nos ofrecen mu?ecos de cer¨¢mica
Tendr¨ªan que poder guardarse estos momentos en el banco para que rindan intereses
(pastoras, perritos, Quijotes)
polvorientos y pat¨¦ticos, alineados en una orfandad de abandono. Esos perros que se dejaron lejos y vuelven humildes, enflaquecidos, pasados muchos d¨ªas, a la casa donde vivieron, deteni¨¦ndose en el patio sin atreverse a entrar. Un oso de peluche, medio vac¨ªo de relleno, incit¨¢ndonos
-Abr¨¢zame
con el ojo de cristal que queda. Las caderas vanidosas, hacia un lado y hacia otro, de los barquitos anclados, tan femeninos en sus meneos de cintura y, c¨®mo no, ciertas olas que no acaban nunca y no nos llevan con ellas. La poetisa argentina Alfonsina Storni, cansada de esperarlas, decidi¨® entrar en el mar e ir a su encuentro: qu¨¦ otro remedio tuvieron las olas m¨¢s que quedarse con su gorra, con todo el resto, con los versos que no tuvo tiempo de componer: tal vez los meneos de uno de los barquitos son los suyos. Y podr¨ªa continuar la lista de lo que me importa durante horas mencionando, claro est¨¢, la frase que siempre me conmovi¨®, de Charlotte Bront? en agon¨ªa, apretando la mano de su marido:
-No me voy a morir, ?verdad? Hemos sido tan felices...
o Columbano Bordalo Pinheiro, uno de mis pintores, asomando, por momentos, de la somnolencia final, sorprendido:
-?A¨²n estoy vivo?
Cosas de ¨¦stas, amargas o alegres, que me han ayudado a entender lo que soy, c¨®mo soy, qui¨¦n soy, y me iluminan cuando escribo: me bastan como l¨¢mparas, y tambi¨¦n permiten ver hacia dentro fondos de pozo, s¨®tanos, ba¨²les, el gram¨®fono con bocina al que se le daba cuerda con una manivela acodada, se colocaba la aguja roma, de acero, en el disco rayado, y la voz de Caruso, entre zumbidos y chasquidos, balbuciendo La Boh¨¨me, mientras la t¨ªa Madalena, abajo, regaba el jard¨ªn. Jack Dempsey, boxeador milagroso, en una revista amarilla. Un busto de Chopin, roto. Un ejemplar sin tapa del diario de la escritora George Sand, informando en cierto momento, a prop¨®sito del tambi¨¦n escritor M¨¦rim¨¦e:
"Lo tuve esta noche. No es gran cosa..."
(En el original: "J'ai eu M¨¦rim¨¦e ce soir: c'est pas grand-chose...")
Y el olor a c¨¦sped mojado elev¨¢ndose hacia m¨ª al atardecer. Vasos azules facetados en los que me ofrec¨ªan un traguito
(con la recomendaci¨®n
-S¨®lo un traguito)
del an¨ªs que yo rondaba en la despensa como un ladr¨®n. Tendr¨ªan que poder guardarse estos momentos en el banco para que rindan intereses. Y recibir el extracto a final de mes: en lugar del dinero un clarinete bajo la lluvia, una ola, la gorra de Alfonsina Storni y el olor a hierba mojada, el pobre Caruso intentando desprenderse del disco. Si el gestor de cuentas fuese listo, me informar¨ªa "este mes hay una ola m¨¢s", "a finales de a?o espero conseguirle dos clarinetes", o "en seis meses, tal como est¨¢n los mercados, M¨¦rim¨¦e no va a desilusionar a la se?ora Sand". Y en el ejemplar sin tapa del diario, en lugar de
"Lo tuve esta noche. No es gran cosa..."
leer¨¦
"Lo tuve esta noche. ?Es estupendo!".
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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