El secuestro del dolor
"Est¨¢n politizando los muertos de la Guerra Civil, ?a qu¨¦ viene lo de sacarlos ahora?". Es ¨¦sta una reacci¨®n muy frecuente entre muchos espa?oles, que no se limita a quienes a?oran la dictadura de Franco. Hay en esta opini¨®n dos elementos de base real que quiz¨¢ no han sido abordados suficientemente ni por los historiadores ni por los poderes p¨²blicos. El primer factor es el intento de apropiaci¨®n de las exhumaciones por parte de algunas asociaciones para fines partidistas, si tal se puede llamar el programa de sectas con ideolog¨ªas marginales. Da pena, por ejemplo, ver a quienes tienen como s¨ªmbolo el martillo y la hoz reclamar justicia y memoria para las v¨ªctimas del franquismo, como si los espantos del comunismo o no fuesen con ellos o no hubiesen existido.
Es la diferencia del trato entre las v¨ªctimas lo que hace necesario hoy compensarlas
Hay, sin embargo, un segundo aspecto que s¨ª debemos tomar en cuenta y que est¨¢ relacionado no ya con el olvido de la guerra, que nunca ha existido en Espa?a, sino con nuestra inhabilidad o determinaci¨®n para ense?arla de una manera clara, did¨¢ctica, completa y accesible a todos los ciudadanos. Esto ha provocado que mucha gente, aun entre el p¨²blico informado, tenga una imagen incompleta de lo que el franquismo hizo con las v¨ªctimas de los dos bandos de la guerra. Demasiados ciudadanos no saben que es la diferencia del trato entre las v¨ªctimas lo que hace necesario hoy desenterrar, homenajear y compensar a los que perdieron la vida, el trabajo, sus propiedades o el futuro como resultado de la guerra, y que su padecimiento no fue porque eran del bando perdedor, sino porque la dictadura se ensa?¨® con ellos. Pese a que hay quien quiere ahora contextualizar, para relativizar, dichas pol¨ªticas del franquismo, baste recordar que, durante su visita a Madrid en octubre de 1940, Heinrich Himmler, el l¨ªder nazi arquitecto del Holocausto, manifest¨® su desaprobaci¨®n por la extensa e innecesaria represi¨®n del r¨¦gimen y su absurda falta de voluntad integradora hacia los perdedores. En esos momentos hab¨ªa en Espa?a unos 280.000 presos pol¨ªticos.
El bando franquista y el republicano cometieron decenas de miles de cr¨ªmenes durante la guerra, prolongando la matanza en la posguerra (en el caso republicano, a trav¨¦s de la guerrilla). Eso lo sabemos todos salvo, por supuesto, los fan¨¢ticos. Lo que ya no sabe todo el mundo es que la dictadura se apropi¨® del dolor colectivo, present¨¢ndolo y utiliz¨¢ndolo como si hubiese sido infligido s¨®lo por los otros, los mudos y los muertos, contra los "buenos espa?oles", que eran l¨®gicamente los de su bando y, como mucho, los pobres desgraciados que, enga?ados, lucharon en las filas republicanas. Por eso, ca¨ªdos, excombatientes, ex cautivos, viudas y hu¨¦rfanos de guerra s¨®lo fueron los suyos, y por eso se les reserv¨® hasta el 80% de las plazas en las oposiciones al funcionariado y s¨®lo a ellos se les dieron pensiones y ayudas. Propiedades destruidas s¨®lo fueron consideradas las de los suyos, y, en consecuencia, las comisiones provinciales de reconstrucci¨®n s¨®lo indemnizaron a ¨¦stos. A esta desigualdad oficial en el sufrimiento habr¨ªa que a?adir las sinecuras, trapisondas, prebendas e impunidades extraoficiales de que gozaron los vencedores desde los tiempos terribles del hambre hasta el ¨²ltimo d¨ªa de la dictadura desarrollista, y aun despu¨¦s.
Y luego est¨¢n los muertos. A este respecto, una de las primeras medidas oficiales de los franquistas (septiembre de 1939) fue darse una amnist¨ªa, y eso que seg¨²n ellos los ¨²nicos cr¨ªmenes que se hab¨ªan cometido en la guerra fueron los de los rojos. Al absolverse de cr¨ªmenes que dec¨ªan no haber cometido, los franquistas, utilizando una l¨®gica propia de Orwell, hicieron desaparecer oficialmente a sus v¨ªctimas, que as¨ª dejaron de existir tambi¨¦n. El escarnio no acab¨® ah¨ª, puesto que el mismo r¨¦gimen que daba inmunidad a los suyos decidi¨® hacer un recuento oficial de la violencia y del dolor de los espa?oles en su llamada Causa General, que ignor¨® completamente el sufrimiento de los otros pero no escatim¨® nada del de los suyos. A la apropiaci¨®n del dolor con fines partidistas se uni¨® el insulto hacia las v¨ªctimas. En la Biblioteca Nacional hay una larga serie de libros de memorias de ex cautivos, m¨¢rtires, y quintacolumnistas en la que los rojos y especialmente las rojas son descritos casi sin excepci¨®n como criminales y ladrones, degenerados, animales, rameras e hijos de tales, pervertidos, tiorras, sifil¨ªticos, sarnosos, traidores, horteras, vagos, ignorantes, etc¨¦tera. V¨ªctimas de estos seres infrahumanos fueron los otros: los hidalgos caballeros espa?oles y sus abnegadas, heroicas madres, esposas y madrinas.
Junto al desprecio hacia los muertos, que oficialmente no exist¨ªan, y a los vencidos, que ten¨ªan que callar, la dictadura complet¨® su maniobra de secuestro del dolor comenzando a abrir fosas comunes que conten¨ªan los restos de "sus" v¨ªctimas de la guerra. La exhumaci¨®n de cad¨¢veres no es una actividad nueva de rojos que no saben perdonar, sino que la empez¨® el franquismo al final de la guerra con la publicidad impune e incontestada de que gozan las dictaduras. Fue la dictadura de Franco la que llev¨® las c¨¢maras para que todos los espa?oles viesen c¨®mo se desenterraba a las v¨ªctimas de Paracuellos del Jarama, a Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera y a las muchas decenas de miles de espa?oles asesinados detr¨¢s de las l¨ªneas republicanas. Fue la dictadura de Franco la que cuando hubo que levantar una placa a los ca¨ªdos en un pueblo, s¨®lo puso los nombres de los suyos; de la misma manera que, cuando hubo que escoger un s¨ªmbolo y una fecha para todos los ca¨ªdos, eligi¨® el de Primo de Rivera y la del d¨ªa de su fusilamiento. El secuestro del dolor culmin¨® por fin con el Valle de los Ca¨ªdos. El franquismo dijo que los cad¨¢veres de los rojos que iban a ser depositados all¨ª representaban un s¨ªmbolo de unidad, respeto y reconciliaci¨®n. En realidad, manipulando el silencio de los muertos y el de los vivos, los desenterr¨® primero y luego los volvi¨® a inhumar bajo el concepto de religi¨®n y de patria por los que los mataron. Franco pod¨ªa haber hecho como en otros pa¨ªses en Europa y Am¨¦rica y haber creado cementerios militares respetando los s¨ªmbolos y las identidades de las v¨ªctimas, pero decidi¨® apropiarse de los muertos, haci¨¦ndolos ¨²tiles para su dictadura.
Ahora se est¨¢n recuperando los "otros" muertos, los enterrados en cualquier sitio, y que en su momento fueron ignorados e insultados en la historia oficial. Eso, por supuesto, es pol¨ªtica, pero pol¨ªtica muy distinta que busca la igualdad, no el privilegio de mentir e insultar. Cierto es que hay quien quiere apropiarse de esos otros muertos, pero tambi¨¦n es verdad que sus esfuerzos no van a llegar muy lejos porque, a diferencia de lo que pudo hacer la dictadura, en democracia se puede discutir la manipulaci¨®n del sufrimiento, del silencio y de las verdades parciales. Desgraciadamente, muchos ciudadanos todav¨ªa ignoran la historia que hay detr¨¢s de los muertos y las fosas comunes, y por eso hay que seguir explicando las circunstancias y hechos terribles, de d¨®nde vino ese dolor y d¨®nde nos situamos frente a ¨¦l. Al responder a estas preguntas estaremos acabando de una vez con el secuestro del dolor perpetrado por el franquismo. Es obligaci¨®n del Estado, el que tan generosamente financi¨® la mentira y a un bando de aquella triste historia, pagar ahora la difusi¨®n de toda la verdad y compensar a las v¨ªctimas escarnecidas y olvidadas. Es obligaci¨®n de los historiadores velar para que esta tarea se haga de forma imparcial y seria.
Antonio Cazorla S¨¢nchez es profesor de Historia de Europa en la Trent University, Canad¨¢.
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