En el coraz¨®n del sida
Un d¨ªa con una enfermera que recorre las chabolas de Soweto, la zona con m¨¢s infectados de Sur¨¢frica
Carol Mabiletsa est¨¢ en paro. Como m¨¢s del 40% de los adultos de Soweto. Recuerda cu¨¢ndo le dijeron que era portadora del VIH (el virus que ataca el sistema de defensas del cuerpo y causa el sida): "El 5 de mayo de 2003". Ten¨ªa 29 a?os, y un hijo de seis. Como la mayor¨ªa de las mujeres en Sur¨¢frica, se enter¨® de que ten¨ªa el virus cuando se qued¨® embarazada. "Afortunadamente, mi segundo hijo naci¨® bien. Los dos est¨¢n limpios", repite satisfecha la mujer en el centro de d¨ªa del Hospicio de Soweto, al que va semanalmente.
Una de cada tres personas de esta ciudad surafricana vive con el VIH o tiene sida. Son m¨¢s de un mill¨®n los infectados o enfermos, seg¨²n c¨¢lculos gubernamentales. Ello quiere decir que Soweto tiene el mayor n¨²mero de afectados dentro del pa¨ªs (Sur¨¢frica) con m¨¢s casos de sida del mundo: 6,2 millones de 45. "Nadie conoce la cifra exacta. Lo que nosotras sabemos es que cuando empezamos a trabajar aqu¨ª a finales de los ochenta, s¨®lo uno de nuestros 40 pacientes ten¨ªa sida; ahora son el 98% de los m¨¢s de 500 que atendemos", dice sister Sibongile, la directora del Hospicio de Soweto.
"No hac¨ªan falta tantas aulas. Cada vez hay menos ni?os", dice una enfermera
La visita a Ringko, que tiene pleures¨ªa, concluye abruptamente. Sufre un fort¨ªsimo ataque de tos
Hay buen ambiente entre esta veintena de personas, entre infectados, y voluntarios. Se bromea, pero Carol est¨¢ nerviosa. "Mi ¨²ltimo recuento de CD4 fue de 207", afirma. Por debajo de 200 gl¨®bulos blancos de este tipo aparecen las enfermedades oportunistas, que se aprovechan de que las defensas est¨¢n bajas para atacar a los pacientes. As¨ª que Carol vive en el l¨ªmite, pendiente de un nuevo an¨¢lisis para decidir si empieza a tomar medicaci¨®n.
S¨®lo en el centro puede hablar de sus temores. "Vivo con mi madre, mi hermano y mis dos hijos en una casita. Pero con ellos no puedo hablar. Mi madre s¨®lo guarda silencio. No me pregunta ni c¨®mo estoy. Ella es la ¨²nica que trabaja de la familia, y cuando no lo hace me mira y se queda callada. S¨ª, se puede decir que me discrimina", cuenta Carol, toda energ¨ªa, durante un descanso que se toma en enhebrar cuentas de colores para fabricar broches. "Vendemos cada uno a 10 rands
. Las mu?ecas son a 80 [alrededor de 10 euros]", indica, convencida de que la visita va a suponer una peque?a venta.
A 20 minutos por las calles reci¨¦n asfaltadas de Soweto se encuentra Take Care (Cuidar, en ingl¨¦s), una mezcla de escuela y hospital. En los tres pabellones de unas antiguas escuelas la Fundaci¨®n Secure the Future, que organiza esta visita, tiene una peque?a escuela y dos salas de hospitalizaci¨®n. "Ya no hac¨ªan falta tantas aulas. Como la gente joven muere, cada vez hay menos ni?os en Soweto", indica sister Frida. El centro atiende a unos 50 ni?os de entre dos y seis a?os, todos ellos hijos -o hu¨¦rfanos- de infectados. "A un 20% le falta el padre, la madre, o ambos por culpa del sida; el 12% tiene el virus", explica sister Frida. Los ni?os saben que es un d¨ªa especial. Intentan contener los nervios antes del concierto de bienvenida para los periodistas. "A todos se les explica lo que es el sida. Tienen derecho a saber por qu¨¦ sus padres est¨¢n enfermos, y por qu¨¦ alguno de ellos tiene que tomar pastillas", dice Frida.
Frida es una de las enfermeras de atenci¨®n domiciliaria, que es la base del funcionamiento del hospicio. Tras conducir durante m¨¢s de media hora por carreteras y caminos - "ayer llovi¨® y el agua ha hecho canales en el suelo", se disculpa cuando su peque?o utilitario rojo se atasca en el suelo de tierra roja-, llega a la parcela donde tiene su chabola Ringko Gumede. La mujer, de 52 a?os, sufre pleures¨ªa, y las piernas hinchadas no le permiten levantarse a saludar a las visitas. Pero se ha encargado de que la ¨²nica habitaci¨®n de su vivienda, un rect¨¢ngulo de tres por cinco metros con techo de uralita, y suelo de tierra est¨¦ impoluta. Ringko no quiere hablar de su enfermedad (tiene sida y problemas cardiovasculares, explica luego Frida). Lo que a Ringko le gusta es el f¨²tbol -es seguidora de los Orlando Pirates y le gusta c¨®mo tira las faltas David Beckham- y ver la tele, un aparato brillante y enorme que desentona en la modestia de la habitaci¨®n. "Me lo ha regalado mi hijo para que no me aburra", dice orgullosa.
Ringko tiene suerte, explica Frida. En una choza igual que la suya, en la misma parcelita, viven su hijo, su nuera y su nieta. Un tercer cub¨ªculo sirve de ba?o comunitario. Adem¨¢s, aparte de la ayuda de la familia, cuenta con la de uno de los voluntarios de Secure the Future, Gumede Simphiwe. "Vengo una vez a la semana, y la ayudo a arreglar la casa, le doy conversaci¨®n y le hago la comida", dice el muchacho, de 19 a?os, que se califica como auxiliar socio-sanitario. Gumede es el ¨²ltimo nodo de la red. Como ¨¦l, unas 50 personas se dedican a la atenci¨®n diaria de las personas enfermas. "Voy caminando, y cuando me entero de que hay alguien enfermo, le hago una visita. Si el caso es grave, aviso al hospicio, que env¨ªa a una enfermera o a un m¨¦dico". La visita a Ringko concluye abruptamente. La mujer sufre un fort¨ªsimo ataque de tos.
La red se cierra, de nuevo, en el hospicio. David Sekoati, de 36 a?os, era taxista, pero se qued¨® en el paro. "Hablamos y escuchamos, nos ense?an a informar sobre el VIH, a mover a los enfermos encamados, y a ayudarles a que se tomen la medicaci¨®n" resume David.
La siguiente promoci¨®n de asistentes est¨¢ recibiendo una clase pr¨¢ctica. Por la puerta entreabierta de una habitaci¨®n se ve c¨®mo cuatro se arremolinan alrededor de la cama de una mujer intubada.
Los enfermos que acuden al hospicio, muchos de ellos a morir, se prestan para que los nuevos cuidadores practiquen. David explica: "Es una mujer y debe de estar muy mal, porque la han dejado sola en una habitaci¨®n". Todo un lujo en los pabellones del hospicio de Soweto.

Para que sigan con los suyos
El hospicio de Soweto se construy¨® con 11 contenedores para ganado rehabilitados. "Ahora tenemos un par de edificios con nueve camas y un par de aulas para formar voluntarios. Y hemos establecido una red con el mayor hospital de la zona, el de Nemofolo", dice orgullosa sister Sibongile, Bongi, la directora. La base del funcionamiento es la asistencia a domicilio. "Intentamos que los enfermos no tengan que salir de su ambiente. Que sigan con sus familias, con sus padres, sus parejas y sus hijos", explica Bongi. Cada paciente recibe semanalmente la visita de una de las cinco enfermeras de zona. "Cada una tiene a su cargo a m¨¢s de cien personas. Vigilan que tomen la medicaci¨®n y avisan al m¨¦dico si ven que el paciente empeora. Cada una visita unas 20 personas al d¨ªa. Y adem¨¢s est¨¢n disponibles las 24 horas. As¨ª al hospicio s¨®lo tienen que venir los enfermos que est¨¢n realmente mal", a?ade Bangui.
El hospicio funciona s¨®lo con donaciones. La medicaci¨®n, incluidos los antivirales, se dan en el hospital de Nemofolo. Uno de sus principales apoyos es la Fundaci¨®n Secure the Future, una organizaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro que empez¨® a trabajar con 100 millones de d¨®lares aportados por la multinacional Bristol-Myers Squibb en 1999. La organizaci¨®n trabaja con ONG locales y los ministerios de Sanidad de los cinco pa¨ªses del extremo sur africano (Namibia, Sud¨¢frica, Botsuana, Lesoto y Suazilandia). Entre los cinco, m¨¢s de 8 millones de afectados por el VIH, un tercio del total de ?frica y la quinta parte de los 40 millones de todo el mundo. La red asistencial (hospicio, escuela, enfermeras, m¨¦dicos y asistentes sociales) cuesta 15 millones de rands al a?o (casi dos millones de euros).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.