"El Pijoaparte' ser¨ªa hoy un inmigrante del Magreb"
Juan Mars¨¦ cumple el pr¨®ximo 3 de enero 73 a?os, y ahora su novela m¨¢s importante, ?ltimas tardes con Teresa, la novela de Teresa y El Pijoaparte, empieza a cumplir 40. Seix Barral saca estos d¨ªas una nueva edici¨®n; por primera vez desde que se public¨®, su autor la ha rele¨ªdo y corregido. Por estas fechas, en 1965, estaba revisando las ¨²ltimas pruebas. Ahora, con el libro en la mano, despu¨¦s de tantos a?os, Mars¨¦ se refiere a la novela y al tiempo en que se produjo. La conversaci¨®n fue en su casa de Barcelona. Rodeado de sus libros y de sus fotograf¨ªas y retratos -muchos son de su mejor amigo, Jaime Gil de Biedma, el poeta que ley¨® los primeros originales del libro-, el novelista recuerda la atm¨®sfera que rode¨® la salida de la novela, y lo hace como si evocara, lenta, hondamente, el recuerdo de un pariente muy cercano que le sigue cayendo muy bien. Cuando hablamos era el cumplea?os de su hija Berta, que va a publicar un libro de cuentos. Joaquina, su esposa, nos sirvi¨® caf¨¦ descafeinado, y Sim¨®n, el perro, parec¨ªa tan tranquilo como su due?o.
"El tema de la novela no es otro que el de la apariencia de la realidad. Teresa confunde a un pobre chaval, que era s¨®lo un obrero de barrio, con un obrero politizado"
"Desde los 13 a?os hab¨ªa trabajado en un gran taller donde hab¨ªa 30 operarios, y yo sab¨ªa cu¨¢les eran sus aspiraciones: comprarse una gabardina, un reloj, un coche"
"Las escenas en las que se califica a los se?oritos universitarios que juegan a la clandestinidad como se?oritos de mierda se recibieron con virulencia en Ruedo Ib¨¦rico"
"Le cont¨¦ el personaje a Antonio P¨¦rez en Par¨ªs, un librero de Cuenca, y ¨¦l me dijo: 'Es como El Pijoaparte', el apodo de un amigo suyo de Murcia. Y le puse Pijoaparte"
"Teresa es una muchacha solidaria, le gusta rozarse con el limpiabotas; tiene la mala conciencia del se?orito. Es posible que su padre est¨¦ hoy entre los que exigen el Estatuto"
"Teresa, siendo hija de la burgues¨ªa conformista, una burgues¨ªa catalana decididamente franquista, de Barcelona, quiere un cambio, que las cosas sean de otra manera"
"Pijoaparte es un charnego, un murciano. Ya no se dice la palabra. Es bueno, pero es un trepa dispuesto a llevar adelante su relaci¨®n con Teresa para subir en la sociedad"
Pregunta. En su pr¨®logo de 1975, que aparece tambi¨¦n en esta nueva edici¨®n, usted dice: "La novela ha pasado a ocupar el rinc¨®n menos sobresaltado de mi conciencia, y all¨ª fulgura suavemente, igual que un paisaje entra?able de la infancia".
Respuesta. S¨ª, lo sigo sintiendo. Me siento confortable pensando en este libro. No me refiero a lo que pas¨® con ¨¦l, si tuvo ¨¦xito o no, sino al proceso de escritura. Pensar en eso me resulta confortable. Lo escrib¨ª en casa de mis padres, el futuro estaba por delante; era la ¨¦poca de las enso?aciones, el inicio de una confianza respecto a m¨ª mismo y al trabajo. Ten¨ªa la sensaci¨®n de estar escribiendo algo que val¨ªa sinceramente el esfuerzo. No pensaba que me iba a comer el mundo, pero por primera vez -y era la tercera novela- me sent¨ª conforme, en armon¨ªa, con el trabajo, con la vida, con el futuro que me ofreci¨® la vida... Empec¨¦ a escribirla en 1962, al regreso de Par¨ªs.
P. ?Cu¨¢l era su ¨¢nimo entonces?
R. En esa ¨¦poca persist¨ªan en casa los problemas econ¨®micos. Mi padre ya hab¨ªa liquidado sus estancias en la c¨¢rcel por separatista, mi madre segu¨ªa trabajando de enfermera en turnos nocturnos, y yo trabajaba en el taller de joyer¨ªa. Escrib¨ªa traducciones, textos para solapas de libros... Conoc¨ªa ya a alguna gente que me proporcionaba estos trabajos, con los que iba trampeando. Pero lo que m¨¢s recuerdo de ese tiempo es que me encerraba a escribir la novela y me sent¨ªa bien haci¨¦ndolo.
P. ?Y qu¨¦ pasaba en la ciudad?
R. Segu¨ªan vigentes las consignas del franquismo; se iniciaba, sin embargo, una cierta apertura. Fraga sac¨® su Ley de Prensa en 1964. En todo caso, hab¨ªa el espesor del franquismo, que no fue distinto esos a?os que en los cincuenta. La apertura que parec¨ªa venir la not¨¦ por las relaciones que ten¨ªan con el r¨¦gimen los editores que conoc¨ªa. Los problemas que hab¨ªa tenido Carlos Barral en Seix Barral empezaban a ser distintos a los que hubiera tenido diez a?os antes. Pero en el barrio hab¨ªa poca diferencia con los otros a?os. A mediados de los sesenta fue cuando el pa¨ªs comenz¨® a cambiar.
P. Era consciente de que no se iba a comer el mundo con ?ltimas tardes con Teresa. ?Qu¨¦ le hac¨ªa sentir tan c¨®modo escribi¨¦ndola?
R. Era consciente de que estaba manejando una novela que me afectaba mucho, de alg¨²n modo la hab¨ªa vivido. Surgi¨® cuando estaba en Par¨ªs, en 1960. El primer latido ocurri¨® a ra¨ªz de unas conversaciones con unas chicas francesas a las que se supon¨ªa que yo daba clases de espa?ol. Nos reun¨ªamos una vez a la semana, y una de ellas se llamaba Teresa, hija de un pianista. Una muchacha guap¨ªsima en una silla de ruedas. Me escuchaban, les contaba cosas de Barcelona, de mi barrio, y not¨¦ en ellas una atenci¨®n especial. ?se fue el germen de la novela. Capt¨¦ que despertaba en ellas cierta fascinaci¨®n por el arrabal cuando les hablaba de mis juegos infantiles en el Monte Carmelo con los chavales de cabezas rapadas, hijos de los inmigrantes del sur. Los chicos iban libres por las calles. Me refer¨ªa a los a?os cuarenta, la inmediata posguerra. Hab¨ªa una fascinaci¨®n por el arrabal en esas se?oritas de clases altas parisienses. Hab¨ªan pasado tan s¨®lo 20 a?os del final de la guerra cuando yo les hablaba, y estaba a¨²n muy vivo el recuerdo de una Espa?a sojuzgada por la Guerra Civil.
P. Teresa naci¨® en Par¨ªs.
R. Esa nostalgia del arrabal que yo ve¨ªa en aquellas se?oritas se combin¨® con el sentimiento que advert¨ª en los exiliados con respecto a Espa?a. Conoc¨ªa a los exiliados, a Jorge Sempr¨²n; hablaban de la inminencia de una huelga general, dec¨ªan que la ca¨ªda del franquismo estaba a la vuelta de la esquina, que los trabajadores estaban bullendo... Ah¨ª no me pod¨ªan enga?ar, porque desde los 13 a?os yo hab¨ªa trabajado en un gran taller, donde hab¨ªa 30 operarios, y yo sab¨ªa cu¨¢les eran sus aspiraciones: comprarse un reloj, una gabardina, un coche. Aquel romanticismo de la izquierda que ve¨ªa el cambio al doblar la calle no se correspond¨ªa con la realidad.
P. ?C¨®mo entr¨® todo eso en la novela?
R. El tema de ?ltimas tardes con Teresa no es otro que el de la apariencia de la realidad. Teresa confund¨ªa a un pobre chaval -El Pijoaparte-, que era s¨®lo un obrero de barrio, con un militante obrero politizado. Se idealizaban unas condiciones de vida, unas formas de ser, y eso le pasaba a Teresa. Era una especie de ajuste de cuentas m¨ªo, personal, con la realidad.
P. ?Y de qu¨¦ modo ese ajuste de cuentas se convierte en ficci¨®n?
R. Ah¨ª se mezclan sue?os personales, no s¨®lo vivencias. En aquella ¨¦poca, a m¨ª me hubiera gustado tener una experiencia amorosa con una muchacha de la burgues¨ªa catalana, rubia, de ojos azules. Como Teresa. Entran enso?aciones de orden er¨®tico, sentimentales; una nostalgia por los estudios, por la universidad, que nunca tuve. Pero al mismo tiempo quer¨ªa ser implacable en la cuesti¨®n de la apariencia de la realidad. Y no s¨®lo eso: quer¨ªa ser tambi¨¦n comprensivo y piadoso, porque Teresa va movida por ese equ¨ªvoco, pero va con buena fe, es generosa, incluso en sus relaciones amorosas y sexuales. Y por parte de Manuel, El Pijoaparte, ocurre lo mismo: es demasiado bueno. Es el trepa social; est¨¢ dispuesto a llevar adelante su relaci¨®n con Teresa para ganar ese puesto en la sociedad; respeta la virginidad de Teresa hasta el final, cree que as¨ª va a merecer mejor el puesto que busca...
P. ?Teresa era aquella chica en silla de ruedas?
R. F¨ªsicamente s¨ª lo era, un poco. Me impresion¨® mucho aquella chica, sobre todo por su disposici¨®n a la vida, su ¨¢nimo, sus ganas de saber, su curiosidad, su amor por la vida.
P. Antonio P¨¦rez, el librero de Cuenca, dice que le present¨® a usted El Pijoaparte en Par¨ªs...
R. Le cont¨¦ el personaje, y ¨¦l me dijo: "S¨ª, es como El Pijoaparte", el apodo de un amigo suyo de Murcia. Y le puse Pijoaparte.
P. ?Usted era El Pijoaparte?
R. En todos los personajes, incluso en los femeninos, est¨¢ siempre parte de uno mismo. Pero no he conocido a nadie a quien le haya pasado lo que le sucede a Pijoaparte. Es un charnego, su origen est¨¢ en el sur; es medio delincuente, vive a salto de mata, roba un d¨ªa una moto, la vende... Personalmente no he conocido a ninguno, pero tanto en el Monte Carmelo como en la zona del Guinard¨® s¨ª vi chavales que pod¨ªan haberlo sido. Esa zona recibi¨® grandes olas migratorias desde la Guerra Civil, e incluso antes. Pod¨ªa haber sido cualquiera de ellos El Pijoaparte.
P. Usted ten¨ªa la ambici¨®n de relacionarse con una chica burguesa de la ¨¦poca. ?Ah¨ª le representa El Pijoaparte?
R. En la enso?aci¨®n. El Pijoaparte no sabe qui¨¦n es su padre; sospecha que pod¨ªa ser hijo del marqu¨¦s de Salvatierra, que ten¨ªa una finca en Ronda... Todo eso viene de un viaje que hice a Ronda, precisamente con Antonio P¨¦rez, para hacer un reportaje que luego no public¨® la revista de Ruedo Ib¨¦rico... Ah¨ª naci¨® la figura de Pijoaparte, su propio origen. Y a partir de ah¨ª, Pijoaparte se crea su propio mito. En la literatura tiene mucho que ver con muchas lecturas que yo ten¨ªa del siglo XIX: es el joven de provincias que llega a la ciudad e intenta abrirse espacio.
P. ?sas eran sus lecturas de entonces.
R. Ese personaje est¨¢ en Balzac, en Stendhal, y ha heredado tambi¨¦n detalles de la literatura contempor¨¢nea, como el Jay Gatsby de Scott Fitzgerald: ese tipo que se fabrica a s¨ª mismo.
P. Gatsby es tambi¨¦n el perdedor.
R. Siempre me ha atra¨ªdo la figura del perdedor. La derrota es algo connatural con el hombre. Aunque a m¨ª en novelas no me gusta filosofar ni meterme en honduras, eso est¨¢ en la vida cotidiana. En la medida que uno se coloca ante unos ideales y unas ilusiones, la vida te da hostias. Est¨¢ en todo, y ya est¨¢ en el Quijote.
P. ?Qu¨¦ literatura hay alrededor cuando escribe usted la novela?
R. Por lo que respecta a la lengua espa?ola, est¨¢ el descubrimiento y el auge de los novelistas latinoamericanos... Cuando aparece mi novela tambi¨¦n se publica La Casa Verde, de Mario Vargas. Todav¨ªa conservo un anuncio en el que estaban esas dos novelas y otra que tambi¨¦n public¨® entonces Seix Barral, El siglo de las luces, de Alejo Carpentier... Al rebufo de ese clima de auge latinoamericano vinieron Borges, Cort¨¢zar... En Espa?a segu¨ªa la novela social, despu¨¦s tan vilipendiada; publicaban Jes¨²s Fern¨¢ndez Santos, Juanito Garc¨ªa Hortelano, Ferres... Algunos se desmarcaban, pero eso es lo que hab¨ªa. Yo estaba muy interesado por la novela italiana que publicaba Seix Barral: Vasco Prattolini, esa gente...
P. ?ltimas tardes... se desmarca del realismo social...
R. Yo quise marcar esa distancia, hasta el punto de que aparezco en un papel no muy lucido, pellizcando el trasero a una muchacha. Era una respuesta a La hora del lector, de Josep Maria Castellet, que reclamaba que el autor era Dios. Quer¨ªa desmarcarme... ?A qui¨¦n le importa ahora esto? Pero lo cierto es que esa novela marc¨® un giro de 180 grados en mi propia trayectoria.
P. ?C¨®mo fue recibida?
R. No hubo estr¨¦pito. No tuvo malas cr¨ªticas. Un cr¨ªtico muy importante de Barcelona hizo una rese?a en la que se negaba, por motivos morales, a reproducir el nombre del protagonista: le parec¨ªa grosero Pijoaparte. A ?ltimas tardes... se le atribuy¨® participar en la ruptura de la novela, junto a Tiempo de silencio, de Luis Mart¨ªn Santos. Se dijo que esta ¨²ltima novela me hab¨ªa influido. La verdad es que no la hab¨ªa le¨ªdo entonces.
P. ?C¨®mo le fue con la censura?
R. La censura la prohibi¨® totalmente. Pero hab¨ªa la posibilidad de defenderla, como hizo Mario con La ciudad y los perros. Yo me reun¨ª con Carlos Robles Piquer, que llevaba estas cosas en el r¨¦gimen. No le gustaba la palabra senos, tampoco diger¨ªa muslos; suger¨ªa antepierna... No la censur¨® s¨®lo la censura. Las escenas que ocurren en la universidad, en las que se califica a los se?oritos universitarios que juegan a la clandestinidad como se?oritos de mierda, fueron recibidas con mucha virulencia en Ruedo Ib¨¦rico, por ejemplo. No gustaron tampoco las iron¨ªas sobre la Moreneta, sobre la pierna catalana de la se?ora Serrat, que es una pierna catalana, soberana, robusta, de tobillo grueso... Identificaba esa pierna con la solidez, el seny, la sensatez catalana, y todo eso no gust¨®.
P. Esa descripci¨®n es muy propia de los perfiles que hizo luego en Por Favor.
R. En efecto. Siempre me ha gustado mucho describir f¨ªsicamente a los personajes... Del pap¨¢ Serrat, en la novela, describo ese bigotito que tanto ten¨ªa que ver con el r¨¦gimen, el bigotito de alf¨¦rez provisional. Robles Piquer me dijo que quitara eso de alf¨¦rez provisional. No lo quit¨¦ y nadie en censura ley¨® de nuevo el libro... Me gustan las descripciones, que el lector vea las cosas; me desorientan las abstracciones. Eso hace que se hable de mi estilo cinematogr¨¢fico. Querr¨¢n decir visual.
P. ?Qui¨¦n le ca¨ªa mejor, Teresa o El Pijoparte?
R. A m¨ª me cae muy bien Teresa, por su generosidad, por su entusiasmo; siendo hija de la burgues¨ªa conformista, una burgues¨ªa catalana decididamente franquista, de Barcelona, quiere un cambio, desea que las cosas sean de otra manera. Es una muchacha solidaria; le gusta beber vino en el barrio chino, rozarse con el limpiabotas. Tiene la mala conciencia del se?orito. De esa gente aprend¨ª muchas cosas con Jaime Gil de Biedma, que ten¨ªa su propia mala conciencia de se?orito. Un l¨ªder universitario me ayud¨® a conocer el lenguaje que se hablaba en la universidad... Pijoaparte es un charnego, un murciano. Hoy ya ni se dice la palabra. Hoy ser¨ªa un inmigrante del Magreb... O de Am¨¦rica Latina. A m¨ª me dec¨ªan: "Eres un charnego de mierda". No hab¨ªa un comportamiento racista, sino una manera despectiva de tratarnos; no llegaba a insultos del tipo "moro" o "negro de mierda"... Nunca lleg¨® entonces el desprecio a los niveles que se ven hoy en asentamientos ¨¢rabes en Barcelona. Los inmigrantes eran menospreciados en el trabajo, pero no se llegaba a los extremos que ahora se advierten en este pa¨ªs.
P. ?Y qui¨¦n ser¨ªa hoy Teresa?
R. Creo que su romanticismo pervive en la juventud. Me cuesta creer que subsista en la universidad gente como ella. Algo que tambi¨¦n ha desaparecido es el mito de la virginidad. Pijoaparte la respeta porque ¨¦l no es un braguetero convencional; sabe que todo en esta vida comporta una dignidad, hay que ganarlo con un esfuerzo personal.
P. Esa burgues¨ªa catalana de la que viene Teresa ha cambiado mucho: ahora pide el nuevo Estatuto...
R. Es posible que el padre de Teresa estuviera hoy entre los que exigen el Estatuto y dicen vivas a la naci¨®n catalana. Es m¨¢s que probable.
P. La novela tiene 40 a?os. ?C¨®mo se siente recordando aquel tiempo?
R. La p¨¦rdida de la juventud. Envejecer es una cabronada. Pero no me gusta obsesionarme con eso.
P. ?Ha cambiado mucho en esta edici¨®n?
R. He quitado muchos par¨¦ntesis, eran innecesarios. Lo he hecho m¨¢s fluido. Y la edici¨®n est¨¢ en un tipo de letra que puede leerse de manera m¨¢s confortable; antes hab¨ªa que leerla con lupa.
P. Hace unos a?os le pregunt¨¦ por una palabra que definiera Barcelona y dijo la misma que ha utilizado para hablar de su percepci¨®n de ?ltimas tardes con Teresa: confortable.
R. Ser¨¢ que me gusta mucho la palabra... La relectura que he hecho ahora me ha resultado muy confortable. Y me han vuelto a sorprender algunas cosas, en el buen sentido. Puede parecer un rasgo de vanidad por mi parte, pero no lo es. Es una novela que me reconcilia conmigo mismo porque he pasado por muchas dudas y por muchas cosas, y a veces he llegado a pensar que otorgarle valor a lo que he hecho es muy arriesgado, que no soy tan bueno como yo hubiese querido, pero ni siquiera como a veces he querido pensar. Esta novela me reconforta. Por lo menos pienso que es un libro del que no podr¨ªa sentirme avergonzado nunca. De otras cosas s¨ª que podr¨ªa avergonzarme, pero de ¨¦sta, no; de eso estoy convencido. Lo cual no significa que sea un gran libro, sino simplemente un trabajo del cual no me voy a avergonzar nunca.
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