Culpable sin pruebas: una historia mexicana
Una mujer apu?alada en las oficinas de una importante revista estadounidense. El principal sospechoso, el marido de la mujer, huido de la justicia. La familia de la v¨ªctima y el polic¨ªa que dirige la investigaci¨®n, seguros de que la mat¨® ¨¦l. Cuatro abogados que han estudiado el caso, convencidos de que todo ha sido un montaje.
El lugar fue M¨¦xico DF; a las 3.15 horas del 4 de julio de 2003, dos coches patrulla se detuvieron ante una casa en la zona residencial de Coyoac¨¢n, sede de la delegaci¨®n en M¨¦xico de la revista Newsweek. Les hab¨ªan llamado los familiares de Alejandra Dehesa, gerente de la oficina, una mujer de 47 a?os desaparecida desde hac¨ªa d¨ªa y medio. La polic¨ªa entr¨® en la casa con cinco agentes, seguidos por tres familiares de Dehesa y el abogado de la familia. Encontraron el cuerpo tendido en un charco de sangre, en un aseo, en posici¨®n fetal alrededor del retrete, con un cuchillo de cocina de 35 cent¨ªmetros clavado en el cuello.
Hoy, Sergio Dorantes s¨®lo tiene dos opciones: o sigue siendo un fugitivo de la ley, o afronta las consecuencias legales, arriesg¨¢ndose a una sentencia de 50 a?os
Uno de los abogados m¨¢s respetados, Alonso Aguilar Zinser, se lamenta de que casos como el de Dorantes revelan el Estado de derecho que hay en el pa¨ªs
El fugitivo, su familia y su abogado insisten en que es inocente con la misma vehemencia con que la familia y el abogado dicen que es culpable
Medio M¨¦xico DF vio las fotograf¨ªas al d¨ªa siguiente. Como suele ocurrir en estos casos, la polic¨ªa sac¨® dinero de su hallazgo. Dieron a los peri¨®dicos el soplo sobre el crimen, y a los pocos minutos hab¨ªa fot¨®grafos en la casa, en el atestado aseo, disparando sus c¨¢maras sobre el cad¨¢ver desde todos los ¨¢ngulos. En M¨¦xico es habitual que la prensa sensacionalista publique primeros planos de cad¨¢veres.
"?C¨®mo nos arrepentimos de pedir a esos polic¨ªas que vinieran con nosotros a las oficinas de Newsweek!", dice Ana Mar¨ªa Dehesa, hermana de la fallecida, que no entr¨® en la casa sino que aguard¨® fuera con su ch¨®fer. "Para cuando lleg¨® el equipo forense, ya hab¨ªa pisoteado el escenario del crimen una docena de personas". Pero ni a Dehesa ni a su abogado, entrevistados en octubre, les cabe ninguna duda sobre la identidad del asesino. Est¨¢n seguros de que fue Sergio Dorantes, el marido de la v¨ªctima, que estaba separado de ella; un fot¨®grafo free lance de origen ind¨ªgena, menudo y enjuto, que llevaba muchos a?os trabajando para importantes revistas de todo el mundo. Dorantes, que ahora tiene 59 a?os, vive escondido desde enero de 2004, dos semanas despu¨¦s de que se emitiera una orden de detenci¨®n contra ¨¦l.
P¨¦sima investigaci¨®n
El fugitivo, su familia y su abogado insisten en que es inocente con la misma vehemencia con la que la familia y el abogado de la v¨ªctima dicen que es culpable. Tres abogados de tres bufetes distintos que han le¨ªdo el expediente est¨¢n de acuerdo en que la Procuradur¨ªa de la Ciudad de M¨¦xico se equivoc¨® al identificar a Dorantes como "presunto responsable". Pero algo en lo que coinciden todas las partes es en la mala calidad de la labor llevada a cabo por la polic¨ªa, los juzgados y la procuradur¨ªa.
Mientras los pol¨ªticos se est¨¢n calentando para empezar un a?o electoral que promete ser aguerrido, el tal¨®n de Aquiles de la incipiente democracia mexicana sigue siendo la ausencia del imperio de la ley, la incompetencia y la corrupci¨®n del sistema de justicia. Seg¨²n una reciente encuesta realizada entre 66.000 mexicanos por el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad, en M¨¦xico existe tan poca fe en la justicia y la eficacia de la polic¨ªa, que 9 de cada 10 delitos no se denuncian. Coparmex, la mayor asociaci¨®n empresarial, public¨® en octubre un informe en el que dec¨ªa que la anarqu¨ªa end¨¦mica estaba da?ando la competitividad del pa¨ªs y cost¨¢ndole al a?o el 15% del PIB.
EL PA?S ha entrevistado a m¨¢s de una docena de personas relacionadas con el caso de Alejandra Dehesa, incluido el polic¨ªa que dirigi¨® la investigaci¨®n, y ha tenido acceso al expediente de 2.500 p¨¢ginas. Hay dos factores en los que todos coinciden: que la polic¨ªa no encontr¨® pruebas materiales en el escenario del crimen que vincularan a Dorantes con el asesinato, y que toda la cuesti¨®n de la inocencia o culpabilidad de Dorantes depend¨ªa de un testigo.
Para la familia Dehesa existi¨® otro factor agravante. Dicen que era un hombre agresivo. Ana Mar¨ªa afirma que su hermana "ten¨ªa mucho miedo" de ¨¦l. Aunque tambi¨¦n dice que no entiende por qu¨¦. "Ella era m¨¢s grande que ¨¦l. ?Yo no entend¨ªa por qu¨¦ ten¨ªa que tener miedo de semejante insecto!".
Sergio Dorantes naci¨® en 1946 en una familia pobre del pueblo de San Mart¨ªn Xochinahuac. Fue un escolar excepcionalmente capaz y consigui¨® entrar en una de las principales escuelas p¨²blicas de la capital. All¨ª aprendi¨® ingl¨¦s por su cuenta y obtuvo una plaza en la Universidad Nacional Aut¨®noma de M¨¦xico. Asqueado por el racismo que encontr¨® all¨ª, abandon¨® los estudios y se fue a Inglaterra a los 24 a?os. En los 18 a?os que vivi¨® en dicho pa¨ªs, trabaj¨® como ayudante de cocina en un hotel de Londres, luego como mec¨¢nico de un equipo de f¨®rmula 1 y, por ¨²ltimo, como fot¨®grafo en la prensa brit¨¢nica. Compr¨® una casa en Londres, se cas¨®, se divorci¨® y volvi¨® a M¨¦xico, donde, a principios de los ochenta, inici¨® una carrera triunfante como fot¨®grafo. Entre las publicaciones para las que trabaj¨® estaban The New York Times, EL PA?S, The Sunday Times, Paris Match, Stern y Newsweek. Ten¨ªa ocho propiedades en M¨¦xico DF y tres coches.
En M¨¦xico una mujer de la posici¨®n social de Alejandra Dehesa no se casar¨ªa con un hombre de origen humilde como Dorantes. La familia Dehesa siempre estuvo en contra. La pareja no dur¨® mucho. Se casaron el 15 de diciembre de 2000, y Alejandra le dej¨® dos a?os despu¨¦s. No obstante, siguieron vi¨¦ndose y hablando por tel¨¦fono regularmente. "Lo s¨¦", dice Ana Mar¨ªa. "Para m¨ª, s¨®lo hay una explicaci¨®n. Era una relaci¨®n enfermiza".
Relaci¨®n de amistad
Manuel Garc¨ªa, el abogado de Dorantes hasta su desaparici¨®n, dice que los frecuentes contactos entre marido y mujer tras la separaci¨®n s¨®lo indicaba una relaci¨®n de amistad. "Por ejemplo", dice Garc¨ªa, "ella le llam¨® dos veces en la ma?ana del asesinato. Los mensajes que le dej¨® en el contestador, s¨®lo tres d¨ªas antes, eran afectuosos. Le llamaba 'cari?o' y 'mi vida".
Sin embargo, el polic¨ªa que dirigi¨® la investigaci¨®n est¨¢ de acuerdo con la familia Dehesa en que Dorantes ten¨ªa una conducta amenazadora respecto a su mujer. El comandante Alfredo Vel¨¢zquez, con 30 a?os en la polic¨ªa judicial, se encarga de la investigaci¨®n. "Es evidente que fue Dorantes quien la mat¨®", afirma. "Puede que el caso no se haya resuelto en teor¨ªa, pero en la pr¨¢ctica s¨ª. La presunta responsabilidad de Dorantes est¨¢ clara. Despu¨¦s de haberme ocupado de m¨¢s de 100 homicidios, mi experiencia me dice que fue ¨¦l".
El superior de Vel¨¢zquez en el caso, el fiscal del distrito de Coyoac¨¢n, tambi¨¦n pens¨® al principio que era Dorantes. Luego cambi¨® de opini¨®n.
"Su nombre era Roberto P¨¦rez Mart¨ªnez," dice Manuel Garc¨ªa. "Habl¨¦ con ¨¦l a principios de octubre. Me dijo que, al principio, hab¨ªa pensado que era Sergio, pero que hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que no exist¨ªan pruebas contra ¨¦l. 'No tengo nada contra ¨¦l', fue lo que dijo". Garc¨ªa no fue la ¨²nica persona a la que P¨¦rez Mart¨ªnez expres¨® esta opini¨®n. Rick Sandoval, un periodista estadounidense con el que Dorantes estaba trabajando en el momento del asesinato, se reuni¨® en tres ocasiones con P¨¦rez Mart¨ªnez. En su ¨²ltimo encuentro el fiscal le dijo lo mismo que a Garc¨ªa. "Que no hab¨ªa pruebas que le relacionaran con el asesinato", cuenta Sandoval.
Entonces, seg¨²n cuenta Garc¨ªa, ocurri¨® algo extra?o. P¨¦rez Mart¨ªnez fue relevado de su cargo de procurador en Coyoac¨¢n. "Casi inmediatamente", dice Garc¨ªa, "su sustituto fue a ver al juez y le pidi¨® una orden de detenci¨®n contra Sergio". Pero el juez se neg¨®. EL PA?S ha obtenido una copia del veredicto. En ¨¦l, el juez advert¨ªa de que los testigos hab¨ªan dicho que el matrimonio de Dorantes era "inestable", pero que "con esas bases, es imposible establecer la culpa"; a?ad¨ªa que no hab¨ªa motivo para no creer las declaraciones de Dorantes sobre sus pasos la noche del asesinato, dado que dichas afirmaciones estaban corroboradas; las huellas de dedos y pies encontradas en el escenario del crimen no eran del fot¨®grafo, y el relato del testigo "no estaba corroborado por ninguna otra prueba que pudiera reforzar" los argumentos contra ¨¦l.
El testigo se llamaba Luis Eduardo S¨¢nchez Mart¨ªnez. Seg¨²n el expediente, era un mensajero de 22 a?os, de familia pobre, que acudi¨® a la polic¨ªa un mes despu¨¦s del asesinato. Testific¨® que estaba trabajando en el barrio el d¨ªa del asesinato, hacia las siete de la tarde, cuando vio salir a un hombre del edificio de Newsweek en estado de nerviosismo. El hombre se choc¨® con ¨¦l y sali¨® corriendo. S¨¢nchez Mart¨ªnez recordaba el incidente con una prodigiosa memoria fotogr¨¢fica. Un mes despu¨¦s se acordaba de que el hombre cerr¨® la casa de un violento portazo, de que ¨¦l le hab¨ªa dicho: "?F¨ªjate, pendejo!" y el hombre hab¨ªa respondido "en otro idioma que parec¨ªa ingl¨¦s"; de que llevaba traje oscuro, camisa clara, y la chaqueta sobre el brazo izquierdo; de que med¨ªa 1,65 metros; de que ten¨ªa una nariz grande y labios "medianos", frente "mediana" y ojos "medianos" y "ligeramente alargados", y "cicatrices de acn¨¦ en la parte baja de la mejilla". La descripci¨®n correspond¨ªa con el aspecto f¨ªsico de Dorantes y su indumentaria.
Adem¨¢s, S¨¢nchez Mart¨ªnez asegur¨® que hab¨ªa ido a la polic¨ªa por voluntad propia despu¨¦s de ver un noticiero de televisi¨®n que hablaba del asesinato de Alejandra Dehesa. Para el juez, aquello "no era l¨®gico". Manuel Garc¨ªa explica por qu¨¦: "Para cualquiera que conozca M¨¦xico, la idea de que en un caso como ¨¦ste una persona de origen humilde vaya a acudir voluntariamente a la pol¨ªcia es inconcebible. ?In-con-ce-bi-ble!".
Testigos surgidos de la nada
B¨¢rbara Zamora, una abogada de derechos humanos que ha estudiado el expediente, est¨¢ de acuerdo. Zamora observa que, en los casos penales mexicanos, no es raro que aparezcan testigos surgidos de la nada. "La polic¨ªa hace las cosas mal al principio de la investigaci¨®n, pierde o contamina pruebas, y entonces, para compensar su incompetencia, se inventan otras".
El comandante Alfredo Vel¨¢zquez niega que el testigo fuera inventado. Al insistirle en lo poco veros¨ªmil que resulta que el hombre se presentara por iniciativa propia, llega a decir que no fue as¨ª, contradiciendo lo que afirma el expediente. "Nosotros lo encontramos", dice Vel¨¢zquez. "La polic¨ªa entrevist¨® a m¨¢s de 200 personas que pasaban por la calle durante las dos semanas siguientes y les mostr¨® fotograf¨ªas. As¨ª es como le encontramos".
Como dice otro abogado que ha le¨ªdo los documentos, incluso aunque la versi¨®n de los hechos que da Vel¨¢zquez fuera cierta, es culpable de un fallo m¨¢s grave que la p¨¦rdida de memoria. "El mayor problema", dice el abogado, que tiene gran prestigio en M¨¦xico y no ha querido dar su nombre, "es que ni se molestaron en investigar debidamente al testigo. Todo el caso reposa sobre ¨¦l. La libertad de un hombre. Pero ni se molestaron en comprobar con su empresa si de verdad estaba all¨ª cuando dijo que estaba. No le interrogaron. Es inaceptable que no investigaran al testigo principal con un rigor ni remotamente parecido al que han mostrado en su persecuci¨®n de Dorantes".
Lo mismo debi¨® de pensar el juez que neg¨® inicialmente la orden de detenci¨®n solicitada por el fiscal de Coyoac¨¢n. El abogado de la familia Dehesa reconoce que su reacci¨®n ante el veredicto no fue comedida. "Fui a ver personalmente al juez y mont¨¦ un santo pancho", dice Montero. "Estaba furioso. Indignado". Montero cuenta que present¨® una apelaci¨®n en nombre de la familia. El caso pas¨® a un tribunal superior que orden¨® al juez inicial que lo revisara, una forma poco sutil de dar una orden, seg¨²n explica Zamora, que dec¨ªa: "cambia tu veredicto". Y lo cambi¨®, pese a que, en los dos meses transcurridos entre uno y otro, no se descubrieron nuevas pruebas. De pronto, seg¨²n el juez, el testigo era "factible" y, por tanto, "no obstante con anterioridad se hab¨ªa tenido un criterio distinto", "la responsabilidad probable" de Dorantes, declar¨® el juez, "queda probada".
En opini¨®n de Zamora, las pruebas hablan m¨¢s de la responsabilidad de los jueces relacionados con el caso que de la de Dorantes. "Cuando afirmo que muchos jueces son corruptos, no lo digo necesariamente en el sentido de que cobran dinero, aunque lo hacen. Me refiero a c¨®mo hacen su trabajo. La indiferencia hacia el sufrimiento ajeno con las que toman sus decisiones". Zamora destaca que un informe de Naciones Unidas sobre los jueces mexicanos, publicado en 2001, dec¨ªa que el 70% de ellos eran corruptos. "Incluso dir¨ªa que se quedaron cortos", dice.
?Pero qu¨¦ decir de la huida de Dorantes? ?No era prueba impl¨ªcita de su culpabilidad? "En M¨¦xico, no", responde Luis de la Barreda, al que informaron de que la prisi¨®n en la que iban a encerrar a Dorantes era el Reclusorio Oriente. "En esa c¨¢rcel, las celdas est¨¢n abarrotadas y hay un clima de inseguridad terrible. No pasa un mes sin que se produzcan varios asesinatos. Si uno est¨¢ preso all¨ª, vive con el temor permanente a no amanecer al d¨ªa siguiente. Si yo hubiera sido abogado o amigo de Dorantes, le habr¨ªa aconsejado que hiciera lo que hizo: huir".
Si la ley hubiera seguido su curso habitual, Dorantes habr¨ªa pasado entre un a?o y 18 meses en el Reclusorio Oriente, seg¨²n su abogado, Garc¨ªa. Uno de los temores de Dorantes era a ser torturado para que firmara una confesi¨®n. No s¨®lo la tortura es un instrumento corriente de la polic¨ªa en M¨¦xico (y, como explicaba un informe publicado en 2004 por Naciones Unidas, siempre queda impune), sino que Dorantes ten¨ªa una penosa experiencia personal con ella. En 1989, despu¨¦s de haber trabajado en un reportaje sobre el narcotr¨¢fico en M¨¦xico para The New York Times, cuatro polic¨ªas le secuestraron y le dieron una paliza tal que pas¨® tres semanas en un hospital. El ataque nunca se investig¨®.
Fue en la ¨¦poca en la que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernaba M¨¦xico. Ahora, el poder est¨¢ m¨¢s disperso: el conservador Partido de Acci¨®n Nacional dirige el pa¨ªs a escala federal, varios partidos ocupan el gobierno de los estados y el Partido Revolucionario Democr¨¢tico (PRD), de izquierdas, est¨¢ al mando de la megal¨®polis de M¨¦xico DF. "Ha cambiado poca cosa en cuanto a la ley", dice Luis de la Barreda, un destacado profesor de Derecho y ex presidente de la Comisi¨®n de Derechos Humanos de M¨¦xico DF. "La diferencia es quiz¨¢ que el PRD est¨¢ todav¨ªa menos dispuesto que el PRI a aceptar que el sistema tiene unos defectos terribles".
El m¨¢ximo responsable de la persecuci¨®n de Sergio Dorantes es el procurador de Justicia de la capital mexicana, Bernardo B¨¢tiz, del PRD. El 2 de marzo de 2004, dos periodistas que hab¨ªan colaborado estrechamente con Dorantes fueron a ver a B¨¢tiz para hablar del caso de su amigo. Los periodistas se llamaban Miguel Badillo, un combativo columnista, y su colega Jos¨¦ Reyes. Est¨¢n de acuerdo en lo siguiente: B¨¢tiz les dijo: "Es un caso muy extra?o, porque no existen suficientes pruebas contra Sergio Dorantes". Los dos periodistas dicen que B¨¢tiz les asegur¨® que iba a revisar el caso. Por lo visto, no lo hizo, porque, cuando EL PA?S pregunt¨® 18 meses despu¨¦s a su jefe de prensa, H¨¦ctor Ramos, si hab¨ªa habido alg¨²n progreso, ¨¦l se limit¨® a responder que "contin¨²a la b¨²squeda" de Dorantes. Pese a pedirle repetidamente que confirmara o negara que B¨¢tiz hab¨ªa hecho esos comentarios a los periodistas, Ramos no respondi¨®. Y B¨¢tiz, dijo Ramos, no pod¨ªa conceder ninguna entrevista.
Dos opciones para Dorantes
Hoy, Sergio Dorantes no tiene m¨¢s que dos opciones a su alcance. O sigue siendo un fugitivo de la ley el resto de su vida, o vuelve a casa a afrontar las consecuencias legales, lo cual significar¨ªa pasar un periodo obligatorio en la c¨¢rcel y arriesgarse a una sentencia m¨ªnima de 50 a?os en caso de ser hallado culpable.
Curiosamente, Ana Mar¨ªa Dehesa dice que ya no est¨¢ tan segura de querer que Dorantes se entregue a la polic¨ªa ni de que le capturen. Su abogado, Montero, explica esa ambivalencia. "Por desgracia, en este pa¨ªs, los jueces siempre est¨¢n comprados", dice. "En el ambiente judicial que tenemos, es posible incluso convencer a un juez de que es verdad que pagaron al testigo para que declarara".
Uno de los abogados m¨¢s respetados de M¨¦xico, Alonso Aguilar Zinser, se lamenta de que casos como el relacionado con Dorantes revelan el Estado de derecho que hay en el pa¨ªs. Zinser dice que gran parte de la culpa recae sobre un sistema en el que los principales nombramientos judiciales los hacen los pol¨ªticos. "Es decir, la justicia est¨¢ politizada", explica Zinser. "Hay un clamor popular para que se controle el crimen. Y la ¨²nica respuesta que dan los que est¨¢n en el poder es meter a la gente en la c¨¢rcel, sea culpable o no".
El comandante Alfredo Vel¨¢zquez, orgulloso de que M¨¦xico es un pa¨ªs en el que el 95% de los casos penales presentados por las procuradur¨ªas acaban en condena, no duda de que un juez condenar¨ªa a Dorantes. "En este sentido, somos muy superiores a los americanos", dice con toda seriedad. "Cuando nos reunimos con nuestros colegas de all¨ª, les digo: 'Nuestra metodolog¨ªa es mejor que la de ustedes'. Por eso resolvemos muchos m¨¢s casos aqu¨ª que ellos all¨ª".
Quiz¨¢ tambi¨¦n porque el peso de la prueba es m¨¢s estricto en el caso de los fiscales estadounidenses. Quiz¨¢ porque la polic¨ªa tiene que trabajar m¨¢s para obtener una condena. "La verdad", dice Luis de la Barreda, que hoy dirige el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad, "es que contamos con una de las polic¨ªas m¨¢s ineficaces del mundo. La verdad es que, en M¨¦xico, la justicia est¨¢ en manos de fuerzas perversas, unas fuerzas que causan enormes da?os y tienen muy pocos escr¨²pulos". De la Barreda destaca que pedir una orden de detenci¨®n contra alguien acusado de asesinato es ya, en s¨ª mismo, un castigo tremendo y seguramente irrevocable, "porque su familia sospecha de ¨¦l, sus amigos se alejan de ¨¦l, la opini¨®n p¨²blica se pone en su contra; su vida queda pr¨¢cticamente destruida". Sin embargo, dice, la polic¨ªa y los procuradores toman esas decisiones con una despiadada ligereza. "Hay un dicho que afirma que el hombre justo tiembla ante la idea de cometer una injusticia. ?stos no son hombres justos".
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