Cinco minutos
El Fiorentina-Juventus de ayer fue un gran partido. No hubo batalla campal, ni gases lacrim¨®genos, ni heridos, ni gritos racistas ni se pegaron los jugadores. Tambi¨¦n se vio buen f¨²tbol y la Juve, ya con ocho puntos de ventaja sobre Fiore y Milan, demostr¨® que los campeonatos se ganan con talento, fuerza mental y un poco de suerte: la madera la salv¨® tres veces y marc¨® el gol de la victoria casi en el ¨²ltimo minuto. Pero esas cosas son ya casi irrelevantes. Qu¨¦ m¨¢s da el resultado cuando lo que importa es salir entero del estadio.
El mi¨¦rcoles pasado, cuando Fiorentina y Juventus se enfrentaron en eliminatoria copera, el espect¨¢culo fue de otro tipo. El grupo de imb¨¦ciles con banderas blanquinegras y el grupo de imb¨¦ciles con banderas violetas se pegaron en la grada, la polic¨ªa dispar¨® 50 granadas lacrim¨®genas al aire, el partido fue suspendido durante media hora, los futbolistas tuvieron que retirarse a llorar y vomitar en el vestuario y los espectadores, carentes de vestuario, lloraron o vomitaron donde pudieron. Hubo unas cuantas hospitalizaciones por asma, un conato de infarto y seis detenidos.
Todo eso ocurri¨® s¨®lo tres d¨ªas despu¨¦s de que Zoro, defensa del Messina, se hartara de los coros racistas que profer¨ªan unos cretinos, agarrara el bal¨®n y se encaminara al ¨¢rbitro para que suspendiera el encuentro con el Inter. Lo de Zoro caus¨® un gran esc¨¢ndalo y, para acabar de una vez con el racismo en los estadios, las mentes pensantes del calcio decidieron dejarse de contemplaciones e ir a la ra¨ªz del problema: se dio con toda solemnidad la orden de que todos los partidos comenzaran con cinco minutos de retraso.
Quiz¨¢ se me escapa algo, pero no le veo el punto a la medida. Quien es tonto a las tres sigue si¨¦ndolo a las tres y cinco. Los retrasos, las pancartas conciliadoras y los mensajes de buena voluntad no sirven de nada a estas alturas. No es cuesti¨®n de aplicar soluciones israel¨ªes -como arrasar con un bulldozer la casa del que tire una bengala- o americanas -por ejemplo, crear una red de c¨¢rceles clandestinas por toda Italia para torturar a los descerebrados-, pero alguna opci¨®n razonable, se supone, debe ofrecer la ley.
El plan antiviolencia del Ministerio del Interior ha encallado, como todas las reformas italianas, en los detalles: mientras se discute sobre el tama?o de los tornos a instalar en las puertas y sobre la calidad del papel de las entradas nominales, todo sigue igual que el curso pasado, o peor. Esta temporada a¨²n no ha muerto nadie ni unos cuantos salvajes han secuestrado todo un estadio -recu¨¦rdese aquel triste Roma-Lazio del 21 de marzo de 2004-: cuesti¨®n de tiempo, algo pasar¨¢.
Despu¨¦s del Fiorentina-Juventus del mi¨¦rcoles, el goleador Toni asegur¨® que nunca en la vida se le ocurrir¨ªa llevar al f¨²tbol a sus hijos. Carlo Ancelotti, el t¨¦cnico del Milan, propuso suspensiones y descalificaciones a mansalva. Fabio Capello, empe?ado en que no se note que es de los pocos entrenadores que a veces lee un libro, sugiri¨® que lo mejor era no hablar del problema. Nada le gusta m¨¢s a un tonto que salir en la tele, eso es verdad, pero lo que ocurre en el calcio es demasiado grave para ignorarlo. Ahora y dentro de cinco minutos.

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