La identidad de una esquina
En la ciudad de Buenos Aires, en el cruce de la famosa calle Florida con la de Paraguay, se encuentra situada una antigua cafeter¨ªa llamada Florida Garden. Desayunaba en ella hace pocas semanas cuando me llev¨¦ la sorpresa de comprobar que en las peque?as servilletas de papel que se les ofrecen a los clientes en todas las mesas viene escrito el siguiente texto: "Florida Garden. La identidad de una esquina". Estando como est¨¢ en estos tiempos cualquier ciudadano de Catalu?a, esto es, agobiado por los temas identitarios, no pude por menos que pensar para mis adentros: "Vaya por Dios (es un decir, claro), ?si ahora va a resultar que hasta las esquinas tienen identidad!".
Quiz¨¢ a alguien le pueda parecer un punto exagerada aquella reacci¨®n m¨ªa. Soy consciente de que en los ¨²ltimos tiempos los m¨¢s recalcitrantes defensores de los asuntos identitarios en mi comunidad prefieren aparecer revestidos de ropajes pragm¨¢ticos. Pero no habr¨ªa que tener una mirada tan corta. Cuando se inici¨® en Catalu?a la largu¨ªsima andadura del Estatuto, los temas prioritarios no eran de este segundo tenor, sino del primero, desatadamente simb¨®lico. Fue cuando, por diferentes v¨ªas (si no recuerdo mal, le corresponde al secretario general de Comisiones Obreras en Catalu?a el m¨¦rito de haber dado el pistoletazo de salida cr¨ªtico), empez¨® a hacerse p¨²blico y manifiesto el desinter¨¦s de la ciudadan¨ªa hacia tales asuntos cuando los representantes pol¨ªticos partidarios de la reforma del texto decidieron dar un giro a la manera de argumentar la necesidad de dicha reforma, y acu?aron la met¨¢fora (muy boy scout, dicho sea de paso) del abrelatas, esto es, del nuevo marco legal como instrumento necesario para resolver los problemas (vivienda, paro, inmigraci¨®n...) que efectivamente preocupan a los ciudadanos.
La andadura fue, como dec¨ªamos, larga y a ratos fatigosa. Tanto es as¨ª que cuando, hacia mediados del pasado septiembre, era dominante la sensaci¨®n de que el proyecto quedar¨ªa embarrancado en Catalu?a, por todas partes se repet¨ªa la afirmaci¨®n del enorme descr¨¦dito alcanzado por la clase pol¨ªtica catalana, la desafecci¨®n irreversible hacia lo p¨²blico que ello iba a provocar entre los votantes, etc¨¦tera. Por aquellas fechas, con ocasi¨®n de una tertulia matutina en una emisora local de Barcelona y al ser preguntado por mi punto de vista al respecto, ya di mi opini¨®n acerca de la m¨¢s que probable mudanza de dicha percepci¨®n, que, a la vista de las experiencias del pasado, era harto probable que virara hacia el fervor patri¨®tico, la unidad frente a los consabidos ataques del centralismo, el memorial de agravios acumulados y otros registros an¨¢logos. El vaticinio, bien f¨¢cil de hacer por alguien m¨ªnimamente atento a la pol¨ªtica catalana desde los inicios de la democracia, parece estarse cumpliendo punto por punto.
Pero antes de que todo ello ocurriera, incluso antes de que los predicadores de la derecha pusieran en marcha su eficaz y poderosa maquinaria de agitaci¨®n y crispaci¨®n, hubo un episodio que me llam¨® la atenci¨®n y sobre el que me gustar¨ªa poner el acento por un instante. Tres d¨ªas despu¨¦s de haber sido aprobado, por abrumadora mayor¨ªa, el nuevo Estatuto, el presidente de la Generalitat declar¨® en el Parlament que, sin duda, hab¨ªan hecho mal muchas cosas, que se hab¨ªan equivocado con el texto finalmente acordado por el 90% de la c¨¢mara y que, como consecuencia de todo ello, hab¨ªa que ir al Congreso de los Diputados de Madrid con actitud negociadora. Imagino que, al igual que yo, muchos ciudadanos se debieron preguntar: si tres d¨ªas despu¨¦s tienen tan sumamente claros sus errores, ?qu¨¦ celebraban con ese enorme entusiasmo y alegr¨ªa tres d¨ªas antes?
Confieso que no he alcanzado a saber a qu¨¦ se refer¨ªa Pasqual Maragall al aludir a las "muchas cosas que hemos hecho mal". El goteo incesante de declaraciones -en m¨¢s de un caso contradictorias- de unos y de otros no ha conseguido aclar¨¢rmelo. En alg¨²n momento parec¨ªa que se alud¨ªa al a estas alturas fastidioso asunto de la definici¨®n de Catalu?a como naci¨®n. Representantes de partidos nacionalistas hab¨ªan llegado a sostener que, precisamente porque el asunto no ten¨ªa la menor trascendencia pol¨ªtica y era s¨®lo cuesti¨®n de palabras, se pod¨ªa llegar a alguna transacci¨®n al respecto. M¨¢s tarde vino la intervenci¨®n de los representantes del Parlament de Catalu?a en el pleno del Congreso. La verdad es que conmov¨ªa escuchar a dichos representantes, especialmente a los nacionalistas, pronunciar en el Congreso de los Diputados unas declaraciones de simpat¨ªa -cuando no de amor- a Espa?a que los ciudadanos catalanes jam¨¢s escuchamos por aqu¨ª de esas mismas bocas.
Pero tampoco deb¨ªa ser ¨¦se el misterioso error porque, d¨ªas despu¨¦s, los lectores de este peri¨®dico nos desayun¨¢bamos leyendo en su portada que el susodicho asunto de la definici¨®n era innegociable y que en ning¨²n caso alternativas como la de identidad nacional -seg¨²n parece, propuesta por el propio presidente del Gobierno- resultaban aceptables. Quiz¨¢ deba iniciar un peque?o rodeo para no quedar varado en el mero estupor. No soy historiador, ni polit¨®logo, ni economista, ni soci¨®logo, ni, en sentido m¨ªnimamente propio, cient¨ªfico social en ninguna de sus variantes. M¨¢s a¨²n: no me duelen prendas en confesar p¨²blicamente que cuando soy requerido a opinar sobre determinados temas suelo hacer m¨ªas las opiniones de los analistas y profesionales que tengo en mayor estima y que son -ellos s¨ª- competentes al respecto. De hecho, durante bastante tiempo hac¨ªa m¨ªos los an¨¢lisis de Antoni Puigverd en lo tocante a las posibilidades que abr¨ªa el proyecto de Maragall de plantear una nueva manera no s¨®lo de pensar las relaciones con el resto de Espa?a, sino tambi¨¦n en el seno de la propia sociedad catalana (con su sugestiva teor¨ªa de la trenza, que alud¨ªa a la forma en que, seg¨²n ¨¦l, hab¨ªan empezado a articularse los catalanes de origen y los hijos y nietos de la emigraci¨®n interior). Hoy, a la vista de la deriva que han ido tomando los acontecimientos (incluyendo en este cap¨ªtulo no s¨®lo el propio texto del Estatuto, sino la pr¨¢ctica del tripartito en asuntos altamente sensibles), he llegado al convencimiento de que tanto aquellos an¨¢lisis de Puigverd como los de muchos otros con los que coincid¨ª -adem¨¢s de en las ideas, en alguna plataforma de apoyo a Maragall- han terminado por convertirse en piadosas intenciones que no tienen el m¨¢s peque?o viso de convertirse en reales.
Ignoro tambi¨¦n si puedo ser incluido en el colectivo de los intelectuales convocados por Manuela de Madre y Carod. Supongo que no. En primer lugar, porque sospecho que la convocatoria se dirig¨ªa en exclusiva a los partidarios de su misma causa, pero, en segundo, porque se especificaba que iba dirigida a losintelectuales espa?oles, esto es, de fuera de Catalu?a. Probablemente porque daban por descontado que entre los intelectuales catalanes se produce una casi absoluta unanimidad (apenas rota por el peque?o grupo de los de siempre). En todo caso, imagino que, en tanto que ciudadano que ha nacido, crecido y trabajado en Catalu?a toda su vida, y que se encuentra preocupado por el futuro de su comunidad, me asiste el derecho a expresar en voz alta alguna modesta consideraci¨®n.
Quiz¨¢ para cuando este art¨ªculo venga a publicarse habr¨¢ amainado la tormenta provocada por el insensato boicot a productos catalanes, las encendidas soflamas de alg¨²n periodista radiof¨®nico matutino y dem¨¢s factores perturbadores. Ojal¨¢ sea as¨ª. Porque ello permitir¨ªa -o al menos, deber¨ªa permitir- devolver las cosas al lugar del que nunca debieron salir, esto es, el de la cr¨ªtica pol¨ªtica, a ser posible no coyuntural, alejado de esa pr¨¢ctica, en la que parecen sentirse tan c¨®modamente instalados los pol¨ªticos de estas latitudes, de atribuir por sistema a alg¨²n enemigo exterior la causa de todos nuestros males. Acaso entonces pudieran reconsiderarse de una vez cuestiones que han ido siendo aceptadas, a modo de evidencia indiscutible, y que no es de descartar que estuvieran en el origen de muchos de nuestras dificultades actuales. Estoy pensando, en concreto, en la llamada transversalidad del nacionalismo en Catalu?a, en el t¨®pico de que una determinada sensibilidad pol¨ªtica, lejos de ser el monopolio de una u otra formaci¨®n, las atraviesa a todas, no siendo posible a este respecto establecer l¨ªneas de demarcaci¨®n.
Mucho me temo que, por bienintencionada que fuera la idea (esto es, por m¨¢s que viniera animada por el prop¨®sito de neutralizar una posible discriminaci¨®n entre partidos catalanes y partidos de obediencia exterior), no s¨®lo no ha conseguido su objetivo (los reproches a que algunos reciben ¨®rdenes de Madrid arrecian en cuanto el debate pol¨ªtico se intensifica lo m¨¢s m¨ªnimo), sino que ha terminado por provocar efectos ciertamente perversos. Como el de regalar la hegemon¨ªa ideol¨®gica y pol¨ªtica a los rivales electorales, cosa que ha quedado sobradamente probada a lo largo de todos estos a?os. Pero quiz¨¢ ahora, m¨¢s importante todav¨ªa que eso, sea el efecto homogeneizador que dicha presunta transversalidad provoca. Una homogeneizaci¨®n que impide la cr¨ªtica. De esto, que es cosa sabida, tuvimos abundantes muestras en el pasado (bastar¨ªa recordar que el mismo tipo de asuntos, relacionados con el dinero, que a unos les expulsaba del Gobierno central, a otros en la periferia les proporcionaba pl¨¢cidas mayor¨ªas absolutas), pero, lo que es m¨¢s grave, la seguimos teniendo en el presente.
Con lo que tal vez est¨¦ en condiciones de recuperar mi pregunta de unos p¨¢rrafos atr¨¢s, incorporando nuevos interrogantes. ?Alguien va a explicar en qu¨¦ se equivocaron el 90% de representantes del pueblo de Catalu?a? ?Nadie va a hacer un an¨¢lisis cr¨ªtico de lo que han significado todos estos a?os de hegemon¨ªa ideol¨®gica, social y pol¨ªtica del nacionalismo conservador? ?Alguien estar¨ªa dispuesto a hacerse la autocr¨ªtica en el supuesto de que todo este proceso terminara significando la derrota de Zapatero? Aunque tal vez esta ¨²ltima interrogaci¨®n tuviera que adoptar un car¨¢cter un poco m¨¢s amplio: ?alguien est¨¢ dispuesto a hacerse la autocr¨ªtica por algo? ?O vamos a continuar por la senda f¨¢cil y c¨®moda de llamar al cierre de filas ante la presunta ofensiva anticatalana de la emisora de los obispos (a la que, por cierto, se le est¨¢ haciendo una impagable propaganda gratuita)? Quiz¨¢ el problema tenga algo que ver con el hecho de que muchos -incluso, ?ay!, quienes menos debieran, viniendo de donde vienen- han terminado interiorizando el discurso de la transversalidad y se han convencido de que, efectivamente, no hay vida pol¨ªtica fuera del nacionalismo. De tal manera que no les cabe en la cabeza que pueda haber otros -sospecho que muchos o, en todo caso, bastantes- que pueden ser cr¨ªticos con ellos, sin, por tal raz¨®n, alinearse autom¨¢ticamente con el nacionalismo de signo opuesto.
En Catalu?a se ha abierto una din¨¢mica de confrontaci¨®n entre nacionalistas de aqu¨ª y de all¨¢ que est¨¢ empobreciendo severamente el debate, al tiempo que contribuye a alimentar un irrespirable clima de descalificaciones (a partes desiguales, desde luego). Aunque a alguien le pueda sonar algo duro (o incluso desmesurado), en alg¨²n momento he llegado a pensar, a la vista de lo que est¨¢ ocurriendo, que la versi¨®n m¨¢s actualizada y pr¨®xima de aquellas dos Espa?as machadianas es la que hoy viene representada por esos nacionalismos enfrentados, intransigentes ambos a la hora de admitir que pueda existir una mirada diferente a la que ellos representan, unidos los dos f¨¦rreamente por la l¨®gica del quien no est¨¢ conmigo est¨¢ contra m¨ª. ?Que hay gente en medio que propone la superaci¨®n de dicho conflicto? No lo dudo. Pero el conflicto es m¨¢s serio de lo que parece -no se reduce a una mera disputa te¨®rica entre historiadores o polit¨®logos- desde el momento en que los mismos que cuando viajan a Madrid se suman, entusiastas, a la propuesta de Zapatero de la Espa?a plural no est¨¢n dispuestos ni a o¨ªr hablar, cuando vuelven a casa, de la Catalu?a plural. En la que quepan sin mayores problemas no s¨®lo las diferentes sensibilidades nacionales (que ya ir¨ªa siendo hora, por cierto, de que regresaran a la esfera privada y que ah¨ª cada cual se emocionara con la bandera, el himno o el paisaje que le viniera en gana), sino sobre todo los diferentes puntos de vista pol¨ªticos. Entre ellos los de quienes no nos consideramos nacionalistas de ninguna naci¨®n y reivindicamos, sencillamente, nuestro derecho a vivir as¨ª, sin patria alguna. En fin. No s¨¦. Qu¨¦ quieren que les diga. Identidad por identidad, me quedo con la de la cafeter¨ªa. En realidad, no necesito m¨¢s.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona e investigador en el Instituto de Filosof¨ªa del CSIC.
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