Me aburro
Esos maestros voluntariosos, que nunca se rinden, siguen creyendo que si se lleva al novelista a la escuela algo despertar¨¢ en la mente de los chiquillos y descubrir¨¢n ese camino de la felicidad que es la lectura. Si fuera cierto, ser¨ªa casi una obligaci¨®n moral asistir a esas sesiones de animaci¨®n a la lectura a la que uno es invitado; pero, desgraciadamente, despu¨¦s de que dediqu¨¦ un a?o a visitar colegios, comenc¨¦ a considerar que otros factores interven¨ªan en esa falta de inter¨¦s en los libros del que se quejan amargamente los profesores. Recuerdo que por aquel entonces es cuando se comenz¨® a hablar de la muerte de la novela. La afirmaci¨®n se convirti¨® en titular de las secciones de Cultura. Resultaba c¨®mico leer como verdad cient¨ªfica aquello que no era m¨¢s que pura divagaci¨®n. No, pensaba yo ante ese p¨²blico juvenil, no es la novela lo que muere, no es eso, porque en este mismo instante, miles de cuentistas, guiados por el mismo impulso que sintieran otros siglos antes, han abandonado los oficios pr¨¢cticos y se han puesto a la tarea absurda de inventar una historia. No es la novela lo que muere, sino el impulso de leerla, y la falta de inter¨¦s de ese p¨²blico no puede s¨®lo achacarse a la vulgarizaci¨®n del mundo sino a algo m¨¢s profundo en lo que intervienen razones psicol¨®gicas. La afici¨®n del lector infantil siempre estuvo relacionada con la soledad y el aburrimiento, con ese tiempo libre que los padres no se ve¨ªan ansiosamente forzados a rellenar con actividades. Me aburro, dec¨ªa el ni?o. Los mayores recib¨ªan esta afirmaci¨®n como un insulto a la inteligencia. Pues no te aburras, dec¨ªan. Los ni?os buscaban entonces perezosamente un rinc¨®n donde pasar melanc¨®licamente las horas de aburrimiento, que sol¨ªan coincidir con las de siesta. En una de estas, milagrosamente, ca¨ªa en sus manos un libro, el primero de muchos. Pero hoy los ni?os necesitan ser alimentados con est¨ªmulos inmediatos para combatir el aburrimiento, y los padres por su parte luchan contra ese aburrimiento infantil como contra la fiebre. Hay un cambio sustancial en el temperamento infantil. No se puede leer cuando se es v¨ªctima de una permanente ansiedad. Lo que est¨¢n perdiendo los ni?os, con nuestra inestimable colaboraci¨®n, es la capacidad de concentrarse, la paciencia. Lo dec¨ªa Philip Roth en una entrevista reciente. No puedo estar m¨¢s de acuerdo.
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