Filosof¨ªa
Quer¨ªa ser culto, pero llegaba a casa agotado, sin ¨¢nimos para otra cosa que no fuera encender el televisor y narcotizarse con el men¨² del d¨ªa. Mientras las im¨¢genes penetraban en su ¨¢nimo como las orugas del anuncio por las fosas nasales, imaginaba otra vida en la que le¨ªa libros de los que tomaba apuntes en un cuaderno cuadriculado, con las tapas negras. Hab¨ªa o¨ªdo hablar de un sabio que no ten¨ªa televisi¨®n e intentaba imaginar su existencia. Lo ve¨ªa deambulando filos¨®ficamente por las habitaciones de su casa, atento a todos y cada uno de los est¨ªmulos de la realidad. En ocasiones, apagaba el televisor e imitaba esa vida superior a la suya. Iba, por ejemplo, a la cocina, cog¨ªa un yogur de la nevera, y se lo tomaba intentando establecer una reflexi¨®n sobre la fecha de caducidad. Le parec¨ªa bien que imprimieran esa informaci¨®n en la tapa. Constitu¨ªa un s¨ªntoma de pa¨ªses avanzados. ?Pero era aquel pensamiento suyo sobre la fecha de caducidad una reflexi¨®n filos¨®fica?
Un d¨ªa, al salir de trabajar, entr¨® en una librer¨ªa. Una vez superado el miedo a que lo tomaran por un intruso (lo que era), tom¨® un volumen de filosof¨ªa al azar y ley¨® una p¨¢gina de la que no entendi¨® nada. Esto deber ser la cultura, pens¨®, as¨ª que compr¨® el libro, se fue a casa con ¨¦l y se puso a leerlo en el sof¨¢, frente al televisor mudo. A la media hora, se encontraba agotado. Aunque el libro estaba escrito en su propio idioma, ten¨ªa multitud de palabras que no comprend¨ªa. Tras decidir que al d¨ªa siguiente se comprar¨ªa un diccionario, cerr¨® el volumen y encendi¨® la televisi¨®n, por cuya pantalla empezaron a discurrir en seguida las orugas narcotizantes correspondientes al d¨ªa y a la hora. El hombre coloc¨® las piernas sobre la mesa y se dej¨® invadir por el dulce mal.
Una vez invadido, observ¨® el volumen cerrado y tuvo una revelaci¨®n: el libro, aun cuando no lo entendiera, era la vida, mientras que la televisi¨®n, a la que entend¨ªa, era la muerte, as¨ª que se levant¨®, arranc¨® el aparato de la estanter¨ªa y lo escondi¨® debajo de la pila, junto al lavavajillas. Luego comenz¨® a leer despacio aquellas p¨¢ginas, moviendo la lengua dentro de la boca, sin entender nada. Y cuanto menos entend¨ªa, m¨¢s sabio era. ?Qui¨¦n se lo explica?
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