Amando a Lennon desesperadamente
Lo bueno de la nostalgia es que permite el exceso. Vista con la perspectiva de lo lejano, la memoria se expande como lo que es, un gran chicle, y devora el sentido del rid¨ªculo. Siempre hemos estado enamorados de lo que fuimos, de manera que no nos importa demasiado si ese tiempo pasado fue realmente mejor. El presente es pesante, antip¨¢tico, tan real que comete la indelicadeza de retratarnos sin piedad. Pero el pasado, el pasado siempre es generoso, nos ama m¨¢s all¨¢ de todo juicio, nos habla bien de nosotros mismos y, en tiempos de c¨®lera, a?ade algo de ternura gratuita. ?C¨®mo no vamos a amarlo desesperadamente? Y para muchos de los que paseamos palmito durante las d¨¦cadas prodigiosas -algunos llegando tarde a la generaci¨®n prohibida-, los Beatles fueron el hilo musical de nuestras pasiones, la gram¨¢tica del deseo de aprender.
Personalmente, no llegu¨¦ a los Beatles, pero a¨²n a tiempo para saber que exist¨ªa John Lennon y que su invitaci¨®n a so?ar era un pasaporte a la utop¨ªa. "I don't want to be a soldier mama", y venga gritarle a mam¨¢ que las guerras del mundo no ten¨ªan otra finalidad que perpetuarse. "Oh Yoko, nunca te dejar¨¦ partir", y mir¨¢bamos al tipo que nos acompa?aba en esos d¨ªas como si fuera el amor de nuestra vida. Y as¨ª, saciados con el "all you need is love" que nos instaba a devorar la piel de nuestros j¨®venes cuerpos, atrapados entre "kiss, kiss, kiss", en esos tiempos que, como los tiempos de hoy, eran "hard times", todos nos quedamos colgando de un "imagine" maravilloso. A¨²n hoy, cuando volvemos a ser esos j¨®venes que cre¨ªmos cambiar el mundo, imaginamos con Lennon y volvemos a llorar.
S¨ª, la memoria es generosa. Porque si hoy llegara Lennon y nos cantara sus canciones de amor y paz, quiz¨¢ lo mirar¨ªamos con esa mirada paternalista que se nos pone ante los ingenuos bondadosos. Puede que lo ¨²nico que necesitemos es amor, pero como estamos pagando la hipoteca, tenemos un l¨ªo de narices entre nuestros hijos y los hijos de nuestro novio, estamos atacadas con lo de la emancipaci¨®n femenina, que nos ha dejado el cuerpo hecho unos zorros de fatigado, y encima la utop¨ªa se nos fue de vacaciones, esto de Lennon nos sonar¨ªa a bobalic¨®n. Desenga?¨¦monos.
Escuchamos a Lennon no porque sea la voz de nuestro presente, sino porque aliment¨®, sedujo y mim¨® lo mejor de nuestra adolescencia. Y como bien sabemos a estas alturas de la vida, la ¨²nica patria real que tuvimos y tendremos es la adolescencia. Lennon es el nosotros que ya no somos, pero que nos gusta recordar que un d¨ªa fuimos. Por eso lo amamos desesperadamente. Porque estamos desesperados por amarnos.
Venticinco a?os deben de ser muchos. Los miro as¨ª, todos juntos, y me entra un mareo de abismo, el mareo del propio tiempo acelerado. La biolog¨ªa es implacable... Recuerdo la primera vez que fui a la puerta de los edificios Dakota, a hacerme la foto de rigor, perpetuando el extra?o ritual de la muerte y el mito. Como todos, tuve mi momento recogido en el Strawberry Fields Memorial, y cuando llev¨¦ a mis hijos peque?os, este agosto pasado, y les ense?¨¦ el lugar, tuve muchas dificultades para explicarles el mito. ?Qu¨¦ fue Lennon?, ?un cantante?, ?el cantante?, ?un sacerdote de la paz?, ?un visionario?, ?el poeta de la utop¨ªa?, ?el dios menor de los sin dios? Y ah¨ª me qued¨¦, en el Strawberry, con dos ni?os que miraban a mam¨¢ que ya cuenta batallitas, con esa cara de "?qu¨¦ pesados son los mayores cuando se ponen nost¨¢lgicos", hu¨¦rfana de sentimientos intransferibles. M¨¢s que cantante, mucho m¨¢s que poeta, visionario de nuestros anteojos lejanos, dios de nuestra religi¨®n ut¨®pica, Lennon fue, sobre todo, nosotros. Por eso recordamos su muerte como si hubieran asesinado al ser m¨¢s incre¨ªble del planeta, como si la historia se hubiera parado ese d¨ªa. Dicen que en Liverpool han tirado miles de globos para que coloreen su cielo gris. Liverpool, la ciudad obrera y salvaje, la f¨¢brica y el asfalto, el territorio sin voz que, sin embargo, engendr¨® la voz de todos. ?Qu¨¦ bella la nostalgia compartida!
En fin. Se nos muri¨® Lennon hace mil a?os y parece ayer. Estos d¨ªas de recuerdo intenso, hemos escuchado nuevamente sus canciones, nos hemos embelesado con sus met¨¢foras de ni?o grande, con su puntito de ingenuidad combativa, otras vez j¨®venes rebeldes con o sin causa. Imaginando a Lennon, hemos vuelto a imaginar su sue?os rotos y, convertidos en los dreamers que fuimos, quiz¨¢ hemos sido capaces de recordar que creer en la utop¨ªa es creer en el futuro.
No s¨¦ si hoy me enamorar¨ªa de un cantante como Lennon. De hecho, mis gustos han dado tantas vueltas que, al final, me quedo con la voz de tequila de Chavela y alguna otra canci¨®n desesperada. Pero un d¨ªa lejano me enamor¨¦ de John Lennon y, a trav¨¦s de esa m¨²sica bella, conect¨¦ con un tiempo, una gente y alguna esperanza. Fuimos muchos cabalgando el deseo de creer y as¨ª, imaginando mundos sin guerra, aprendimos a imaginar el mundo. De todo lo cantado, de todo lo amado, de todo lo recordado, me quedo al final con todo, y no es una canci¨®n la que seduce mi recuerdo, sino saber que un d¨ªa me cant¨®. Lennon cantaba para millones, pero nos hablaba al o¨ªdo. Y fue tanto lo que nos cant¨® que traspas¨® el alma para siempre. Lo amamos desesperadamente, sedientos de volver a saber amar.
www.pilarrahola.com
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