Schr?der, eso no
El ex canciller federal alem¨¢n, Gerhard Schr?der, ha gobernado durante siete a?os con un balance que sin ser brillante es muy digno. Hasta sus rivales, su sucesora Angela Merkel la primera, le han reconocido los m¨¦ritos de haber encauzado unas reformas imprescindibles para el pa¨ªs. Por eso es tan triste como incomprensible que Schr?der ponga ahora en juego el respeto y el reconocimiento general adquirido en su larga carrera pol¨ªtica al asumir unos cargos en su vida profesional privada que suponen llanamente un esc¨¢ndalo.
No hace falta recurrir a los c¨®digos de sobriedad de Federico el Grande de Prusia para considerar que a las dos semanas de abandonar la jefatura de Gobierno de un pa¨ªs como Alemania no es muy propio asumir un empleo de gran sueldo y despacho en una casa editorial suiza que tiene intereses en la industria alemana y los tendr¨¢ m¨¢s cuando cambien unas leyes antimonopolio de las que est¨¢ perfectamente al tanto por su anterior responsabilidad. Otros como ¨¦l han tenido antes comportamientos similares. Pero lo que ha sorprendido a toda la opini¨®n p¨²blica germana y a su clase pol¨ªtica, incluido el Partido Socialdem¨®crata al que pertenece, ha sido el anuncio de que el ex canciller ha sido nombrado presidente del consejo de vigilancia del consorcio ruso-alem¨¢n NEGP, que construye y explotar¨¢ el gasoducto entre Rusia y Alemania. Este gasoducto, de propiedad mayoritaria del consorcio estatal ruso Gaszprom (51%) y en el que participan dos compa?¨ªas alemanas con el 24,5% (Eon y BASF), es el resultado de un acuerdo de Schr?der como canciller con el presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, que fue muy protestado por los pa¨ªses vecinos de Alemania y Rusia. La instalaci¨®n, que inicialmente iba a ser terrestre por los pa¨ªses b¨¢lticos y por Polonia, pas¨® por iniciativa personal de Putin y Schr?der a ser submarina y marginar del proyecto a estos Estados, lo que ha sido considerado un perjuicio para ellos.
El hecho de que sin cumplirse un mes de haber dejado el cargo desde el que hizo posible este megaproyecto, Schr?der anuncie que asume la presidencia del consorcio dice muy poco de la sensibilidad del ex jefe de Gobierno. Nadie quiere que Schr?der se hunda en apuros econ¨®micos, pero tampoco nadie duda en Alemania y fuera de ella de que para evitarlo le era innecesario convertirse en empleado de lujo de un consorcio dominado por una empresa p¨²blica del muy poco transparente Estado que preside Putin.
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