Naturalidad
Si alguna virtud sobresale entre las muchas que tiene el Cuarteto de Tokio es la naturalidad. Naturalidad para pasar de una atm¨®sfera a otra sin aspavientos. Naturalidad para expresar los sentimientos m¨¢s profundos o m¨¢s delicados sin rozar siquiera la exageraci¨®n o la cursiler¨ªa. Naturalidad para manejar la din¨¢mica con una riqueza de matices extraordinaria. Naturalidad para frasear con flexibilidad. En fin: cuatro m¨²sicos tocando de una manera maravillosa, haciendo o¨ªr los m¨¢s m¨ªnimos detalles como si no pasara nada.
La primera pieza del programa, el Cuarteto "de las disonancias", ¨²ltimo de los seis que Mozart dedic¨® a Haydn, debe su nombre a una introducci¨®n lenta que precede al Allegro y que est¨¢ llena de deliberadas rupturas de las normas arm¨®nicas imperantes en la ¨¦poca, rupturas que vuelven a aparecer en el desarrollo. Tanto este movimiento como los restantes se interpretaron con una claridad meridiana en los pasajes polif¨®nicos, y con una capacidad tremenda para escucharse y responderse entre s¨ª, dejando en el oyente una sensaci¨®n de compenetraci¨®n bien intensa. Magistral fue el Andante cantabile, donde en los inicios y finales de algunas frases se pasaba del silencio al sonido o del sonido al silencio de una forma casi m¨¢gica por lo imperceptible, as¨ª como el virtuosismo exhibido en el movimiento final.
Cuarteto de Tokio
Martin Beaver, viol¨ªn. Kikvei Ikeda, viol¨ªn. Kazuhide Isomura, viola. Clive Greensmith, violonchelo. Obras de Mozart, Kod¨¢ly y Brahms. Palau de la M¨²sica. Valencia, 15 de diciembre de 2005
El inicialmente programado Cuarteto n¨²m. 3 de Bart¨®k fue sustituido por la Serenata para dos violines y viola de Kod¨¢ly, quiz¨¢ por no repetir una obra que ellos mismos interpretaron aqu¨ª en abril de 1992. La serenata de Kod¨¢ly, donde tienen un papel muy importante la viola y el segundo viol¨ªn, nos permiti¨® escuchar con mayor presencia las voces intermedias del cuarteto. A destacar las magn¨ªficas evoluciones de la viola sobre los violines en pizzicato, y el sencillo vigor con que se interpretaron los pasajes de impronta folkl¨®rica. Brahms, a continuaci¨®n, con su op.51 n¨²m 1, se toc¨® con delicadeza y contenci¨®n, y les permiti¨® seguir luciendo el precioso sonido de los cuatro Stradivarius que fueran de Paganini.
De regalo, un Haydn que casi suger¨ªa el trote de un caballo por el campo. Y nada mejor que la naturalidad cuando queremos evocar la naturaleza.
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