Escupir contra el viento
Roy Keane se ha comprado castillo en Escocia: defender¨¢ los intereses del Celtic de Glasgow, un fogoso cabildo de ga?anes cuya camiseta, tan blanca, pero tan verde, est¨¢ pintada con zumo de alfalfa. Si excluimos a Johnstone, un mu?equito de cera que ten¨ªa una pulga rabiosa en la entrepierna, sus chicos son, a?o tras a?o, la r¨¦plica sucesiva de Jackie La Jirafa Charlton; en resumen, la fotocopia de un gru?ido. Ahora recibir¨¢ a su nuevo palad¨ªn, le ajustar¨¢ bajo la falda una coquilla de acero, completar¨¢ su n¨®mina de ganapanes y, sin cobrar un penique por el servicio, habr¨¢ salvado al Real Madrid de sus propios asesores.
Porque, con su historial de forajido, su cr¨¢neo empanado y sus chirlos de navajero, su fichaje habr¨ªa convertido Valdebebas en Valdebrevas.
Nadie discute que contratar a esta criatura nacida para el cuerpo a cuerpo equivale a inyectar al equipo una sobredosis de anfetaminas. Roy es, por supuesto, un producto estimulante, un manojo de fibras hecho para competir. Y eso, por s¨ª mismo, no parece un problema.
Adem¨¢s, un d¨ªa sabremos que nuestros mayores cracks fueron en realidad el caballo loco que suele nacer en la cuadra de los purasangres. Por ejemplo, Alfredo di St¨¦fano sufr¨ªa la paranoia del ganador. Se pudr¨ªa lamentando un gol que le marc¨® a ¨²ltima hora el Mil¨¢n de Rivera y carec¨ªa de memoria para los cuatro que su equipo hab¨ªa conseguido minutos antes. ?Y John McEnroe? Se buscaba un enemigo en cualquier parte, a ser posible en la silla del juez. Polemizaba con ¨¦l, se inflaba como un lagarto, y luego, a raquetazo limpio, expulsaba de las pistas a todo el que se atreviera a acercarse en calzoncillos. ?Y Eddy Merckx? Aquel can¨ªbal de la carretera incapaz de perdonar un sprint se filtr¨® en el pelot¨®n internacional, le tom¨® gusto a la carne de ciclista y consider¨® cada prueba el aperitivo de la siguiente; engull¨® a media Europa y a¨²n se qued¨® con hambre. ?Y Rafa Nadal? Sin duda representa el mismo tipo de deportista circular: es grande porque se inflama y se inflama porque es grande.
Visto por ese mismo cristal, Roy lo tiene todo, salvo la clase. Hoy s¨®lo le recordamos por algunas de sus peores fotograf¨ªas: por la cornada que le cost¨® la carrera a Haaland o por su autogol en el memorable partido que Fernando Redondo, ese nieto de Gardel que cada d¨ªa canta mejor, aprovech¨® para dejar fan¨¦ y descangayao al rudo Berg en el carril izquierdo de Old Trafford; le meti¨® un ca?o de tac¨®n, y all¨ª lo dej¨® colgao.
A su hora, Roy se comi¨® un centro de Michel, bati¨® a su portero y, tumbado boca arriba, mascull¨® su impotencia brit¨¢nica y lanz¨® un escupitajo sobre la vertical de su propia cara.
Por muy poco no ha hecho lo mismo sobre la suya el Real Madrid.
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