El conflicto como pegamento de la Espa?a plural
?Qu¨¦ puede unir a Espa?a, ahora que Catalu?a ha dado una nueva vuelta de tuerca al modelo de organizaci¨®n pol¨ªtica y que pr¨¢cticamente no queda otro elemento de igualdad material entre los espa?oles que la Seguridad Social y la tarifa el¨¦ctrica ¨²nica? ?Son infundados los temores de que la propuesta catalana se transforme en una fuerza centr¨ªfuga incontrolada que acabe en un big bang explosivo del Estado? Al menos debemos tomarlos en consideraci¨®n, no s¨®lo por los conflictos directos que en s¨ª misma plantea, sino porque genera un "efecto imitaci¨®n" en el resto de comunidades aut¨®nomas, que ya han comenzado a incorporar en sus respectivas reformas (v¨¦ase la propuesta valenciana) lo que podr¨ªamos llamar una "cl¨¢usula de la naci¨®n m¨¢s favorecida" (similar a la que oper¨® en los tratados bilaterales de comercio entre naciones en el siglo XIX), mediante la cual exigir¨¢n que les sea autom¨¢ticamente aplicado lo que Catalu?a consiga para s¨ª en su negociaci¨®n con las Cortes Generales. El conflicto pol¨ªtico ir¨¢, por tanto, en aumento.
?C¨®mo enfrentarse a este escenario de mayor conflicto que introduce la "Espa?a plural"? Las soluciones que se plantean, desde uno y otro lado, intentan reducirlo de diversas formas. Desconfiadas, las fuerzas pol¨ªticas catalanas que apoyaron el Estatuto utilizan el m¨¦todo del "blindaje", mediante la enumeraci¨®n exhaustiva y minuciosa hasta la pesadez de todas y cada una de sus competencias. Buscan con ello evitar en el futuro los conflictos jur¨ªdicos y pol¨ªticos que en el pasado han enfrentado a la Generalitat con la Administraci¨®n central. Intento vano, a mi juicio, y que tiene efectos perversos no deseados. Por un lado, produce una imagen intervencionista del poder pol¨ªtico catal¨¢n impropia de una sociedad libre. Por otro, ser¨¢ un "cors¨¦" para sus propias pol¨ªticas. Y, lo que es peor, crea en muchos ciudadanos la percepci¨®n de que, aunque no pretenda la independencia, Catalu?a busca constituirse en una comunidad aparte del resto; es decir, vivir juntos pero no revueltos.
Desde el lado opuesto las propuestas responden a dos variedades. Unos buscan evitar el conflicto devolviendo el Estatut a sus remitentes; es decir, ponen la venda antes de que se produzca la herida. Otros aceptan la posibilidad de la reforma, pero siempre y cuando se mueva dentro de los l¨ªmites del "consenso constitucional", del "esp¨ªritu de la transici¨®n" y sea aplicable al resto; es decir, caf¨¦ para todos, pero descafeinado. En ambos casos, el conflicto es visto como una fuerza disgregadora de la convivencia. Suponen, en definitiva, que para que la pol¨ªtica y el Estado funcionen bien debe existir alguna idea previa y compartida de "bien com¨²n" o de "patriotismo".
Sin embargo, es posible que estas explicaciones del porqu¨¦ una comunidad se mantiene unida sean desorientadoras y hasta arrogantes. Se puede pensar que el motivo por el cual grupos diversos se mantienen unidos es porque practican ciertas pol¨ªticas comunes, y no porque est¨¦n de acuerdo en unos "principios fundamentales". M¨¢s que como elemento misteriosamente anterior a la pol¨ªtica, el "inter¨¦s general" surge del proceso de reconciliaci¨®n y agregaci¨®n pr¨¢ctica de los intereses particulares en conflicto; es el resultado de la acci¨®n civilizadora de la propia actividad pol¨ªtica. En t¨¦rminos m¨¢s prosaicos, es el roce el que engendra cari?o, y no un misterioso sentimiento espiritual. De hecho, tenemos lazos espirituales con muchos pa¨ªses latinoamericanos y, sin embargo, no compartimos ni naci¨®n ni Estado. Por el contrario, formamos parte de la Comunidad Europea porque tenemos intereses en conflicto y negociamos pol¨ªticas comunes para reconciliarlos.
Nuestra propia historia nos ofrece ejemplos de c¨®mo el conflicto y la negociaci¨®n de pol¨ªticas fue lo que permiti¨® asentar la Espa?a contempor¨¢nea. La creaci¨®n en la segunda mitad del XIX de una moneda (la peseta) y de unas aduanas ¨²nicas permiti¨® crear un mercado interior ¨²nico y poner en marcha pol¨ªticas comunes a los antiguos "reinos" que fueron los fundamentos materiales de su unidad. Especial importancia tuvieron las pol¨ªticas de comercio exterior (librecambistas o proteccionistas), que aunque provocaron grandes conflictos pol¨ªticos, sociales y territoriales permitieron forjar alianzas y arreglos entre los intereses de manufactureros catalanes, sider¨²rgicos vascos y cerealistas castellanos; arreglos sobre los que se ha asentado la cohesi¨®n econ¨®mica y territorial de Espa?a a lo largo del ¨²ltimo siglo y medio.
Ahora que ya no tenemos moneda ni aduanas propias, y que el mercado interior ha dejado de estar protegido, se podr¨ªa pensar que disminuir¨¢ esa cohesi¨®n territorial. Pero no es as¨ª; por ejemplo, a medida que la econom¨ªa catalana se ha hecho m¨¢s exportadora, ha aumentado sus v¨ªnculos con el resto de la econom¨ªa espa?ola, dado que utiliza m¨¢s productos intermedios fabricados fuera de Catalu?a. Este hecho sugiere que la unidad del mercado no tiene por qu¨¦ verse alterada por la forma de organizaci¨®n del Estado, especialmente si ¨¦ste es capaz de dise?ar pol¨ªticas econ¨®micas e industriales que fomenten la interdependencia y la proyecci¨®n internacional de nuestras empresas.
La idea de que el conflicto puede desempe?ar un papel importante y constructivo en la cohesi¨®n puede parecer sorprendente y hasta parad¨®jica. Los peligros que entra?a y los da?os que ha causado en el pasado han sido de tal magnitud que es comprensible el rechazo. Sin embargo, la evidencia sobre los efectos positivos del conflicto es bastante rica: un ejemplo es el conflicto entre patronos y trabajadores. El economista y polit¨®logo norteamericano Albert O. Hirschman ha reexaminado esa evidencia y concluye que el conflicto es una caracter¨ªstica persistente de las sociedades pluralistas de libre mercado, y que es la contrapartida natural del progreso t¨¦cnico y de las consiguientes luchas redistributivas -sociales, sectoriales y territoriales- para repartir la nueva riqueza.
Otro resultado, de gran inter¨¦s para la negociaci¨®n del Estatuto catal¨¢n, es la idea de que, por muy variados que sean los conflictos, es posible clasificarlos en dos variedades: aquellos que dejan un residuo positivo de integraci¨®n y los que desgarran a la sociedad. Los primeros son del tipo "m¨¢s o menos", como los relacionados con la financiaci¨®n y la solidaridad; los segundos son del tipo de "o esto o...", como el debate sobre el t¨¦rmino naci¨®n: o lo somos o no lo somos. Los primeros son divisibles, mientras los segundos son de categor¨ªa no divisible, y por tanto de naturaleza m¨¢s conflictiva. La distinci¨®n, sin embargo, no siempre es tajante, ya que las cuestiones no divisibles acostumbran a tener componentes que son negociables. Pienso que esto es algo a tener en cuenta, aunque en ocasiones haya que reconocer que a¨²n no hemos descubierto maneras concretas de resolverlos.
Si admitimos, y parece que todos estamos de acuerdo, que somos un pa¨ªs plural con intereses no siempre coincidentes, que las autonom¨ªas han venido para quedarse y que vivimos en una econom¨ªa en permanente y r¨¢pida transformaci¨®n que nos plantea problemas de crecimiento y redistribuci¨®n de la riqueza, entonces tenemos que concluir que el conflicto ser¨¢ una caracter¨ªstica persistente de la Espa?a plural. Si aceptamos esta realidad, nadie puede pretender establecer ninguna clase de orden permanente e inalterable, ya sea el que pretende el "blindaje" auton¨®mico o el de la petrificaci¨®n de la Constituci¨®n. A lo ¨²nico que podemos aspirar es a "ir saliendo al paso" de un conflicto al siguiente, generando de esa forma un modo pr¨¢ctico y efectivo de resolver problemas. Dicho de otra forma, ser¨¢ el esfuerzo continuado para resolver los conflictos cotidianos lo que nos mantendr¨¢ unidos, no la b¨²squeda de un inexistente equilibrio estacionario que nos mantenga juntos pero separados.
Pienso que el Estatuto es un documento farragoso con propuestas conflictivas que nacen de un compromiso que en su totalidad no complace a ninguna de las partes que lo han apoyado en el Parlamento catal¨¢n. Pero, por todo lo anterior, pienso tambi¨¦n que la negociaci¨®n y la pr¨¢ctica en tratar esas propuestas entre todos los espa?oles, dentro y fuera de las instituciones pol¨ªticas, puede ser el pegamento que nos permitir¨¢ vivir unidos y afrontar los problemas reales que tenemos como sociedad: afianzar la democracia, fortalecer Europa y enfrentarnos a esos cambios profundos que llamamos globalizaci¨®n y que son un reto para nuestro bienestar. Juntos podremos, separados ser¨¢ pr¨¢cticamente imposible.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Pol¨ªtica Econ¨®mica de la Universidad de Barcelona.
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