El uso pol¨ªtico de las cat¨¢strofes
Las actuales democracias tienen una extra?a dificultad para configurar alternativas, es decir, para orientar un cambio de elecci¨®n. No es que no haya alternancia en el Gobierno y cambios pol¨ªticos; lo curioso es que muchos de esos giros se producen con una cierta anormalidad, en torno a alg¨²n acontecimiento excepcional y sobre la fuerza desestabilizadora de una cat¨¢strofe. Alguna explicaci¨®n debe tener el hecho de que casi nunca es la oposici¨®n la que gana propiamente unas elecciones sino que las pierde el Gobierno y adem¨¢s de manera catastr¨®fica. Da la impresi¨®n de que la pol¨ªtica corriente, los temas prosaicos, no bastan para hacer visible la diferencia entre las opciones pol¨ªticas, ni el antagonismo que ser¨ªa necesario para modificar las preferencias sociales. Los procedimientos normales de oposici¨®n y cr¨ªtica, tan rituales y tan escenificados, apenas proporcionan un cauce a trav¨¦s del cual pueda precipitarse la alternancia pol¨ªtica.
Aqu¨ª puede haber una crisis m¨¢s profunda de lo que parece y que no afectar¨ªa s¨®lo al Gobierno y a la oposici¨®n, ni a un pa¨ªs en concreto, sino a la pol¨ªtica en general, y que tiene que ver con la escasa fuerza innovadora de la pol¨ªtica, incapaz de configurar y transformar. Hace tiempo que los verdaderos cambios sociales tienen lugar fuera de los escenarios dise?ados al efecto, a impulsos de acontecimientos exteriores y en cierto modo extraordinarios. La oposici¨®n, cualquier oposici¨®n, lo sabe y se esfuerza por agitar esas turbulencias ya que s¨®lo de ellas puede esperar la ocasi¨®n y el impulso movilizador que no encuentra en el campo espec¨ªficamente pol¨ªtico. ?Tiene esto algo que ver con la confrontaci¨®n actual entre el Gobierno socialista y el PP? Pienso que s¨ª y que en el asunto hay una l¨®gica que vale la pena tratar de entender.
Traigamos a la memoria algunos casos en los que una cat¨¢strofe ha conseguido derribar a un Gobierno. Con ocasi¨®n de los efectos causados recientemente por un hurac¨¢n en Nueva Orleans, alguien recordaba que las inundaciones de 1927 fueron un factor decisivo para que Huey Long ganara las elecciones para gobernador de Luisiana en 1928 y Herbert Hoover se convirtiera un a?o despu¨¦s en presidente de Estados Unidos. Una correcta reacci¨®n frente a las inundaciones dio la victoria a Schr?der en las elecciones alemanas de 2002 frente a un favorito Stoiber que continu¨® su cacer¨ªa. Son algunos de los muchos ejemplos que cabe mencionar del asombroso poder que ejerce la meteorolog¨ªa sobre los Gobiernos cuando devasta territorios enteros, hiela nuestras carreteras o alarga la sequ¨ªa hasta lo insoportable. Pero no se trata sin m¨¢s de que la naturaleza usurpe el lugar que le corresponde a la pol¨ªtica, pues lo decisivo sigue siendo el modo como se reacciona a la cat¨¢strofe. Los atentados terroristas son otro tipo de cat¨¢strofes que ponen igualmente a prueba a todos los agentes pol¨ªticos, pero tampoco en este caso hay que sucumbir al determinismo ya que un atentado puede derribar o fortalecer a un Gobierno, seg¨²n el modo como se gestione. Cualquiera recordar¨¢ casos de reacci¨®n inteligente y otros de torpeza; en unos y otros casos, lo decisivo ha sido siempre el modo como se hizo frente a la crisis.
Dec¨ªa Carl Schmitt que es soberano quien puede determinar el estado de excepci¨®n, en el sentido de quien tiene en su mano la decisi¨®n ¨²ltima de suspender la normalidad constitucional. Esta idea podr¨ªa reformularse actualmente del siguiente modo: soberano es quien aprovecha el estado de excepci¨®n, esta vez en el sentido de quien reacciona bien ante las circunstancias excepcionales. De hecho, si nos fijamos en la agenda pol¨ªtica de las cuestiones que han suscitado los mayores debates, lo que nos encontraremos son asuntos catastr¨®ficos como incendios, accidentes a¨¦reos, inundaciones, nevadas o sequ¨ªas y en torno a estos desastres se agita la tarea de la oposici¨®n. Quien ejerce el ingrato oficio de oponerse sabe que no tiene a su alcance otro instrumento de mayor eficacia que una cat¨¢strofe mal gestionada y en torno a la cual pueda escenificar su perfil alternativo con un antagonismo gesticulado hasta el extremo. La excepci¨®n catastr¨®fica es el verdadero "pelotazo" en pol¨ªtica. As¨ª parecen haberlo entendido tambi¨¦n los Gobiernos, que han elaborado protocolos muy exigentes para estas eventualidades y est¨¢n cada vez m¨¢s atentos para no dar una oportunidad a la oposici¨®n. Hemos convertido la pol¨ªtica en una gesti¨®n de la excepcionalidad; lo normal, eso queda para los bur¨®cratas porque ah¨ª nunca puede surgir algo pol¨ªticamente rentable.
Si esto es as¨ª, ?qu¨¦ hacer cuando no hay cat¨¢strofes, cuando esa fuerza movilizadora extrapol¨ªtica, siniestra pero decisiva, no comparece? Pues muy f¨¢cil: se inventa. Y es que para alterar el campo de juego vale incluso la mera sospecha de la cat¨¢strofe. Hay toda una serie de procedimientos para anticipar sus efectos sobre el espacio pol¨ªtico. Buena parte del trabajo de la oposici¨®n consiste en alterar el orden regular de las cosas por el simple procedimiento de insistir en que alguien est¨¢ alterando el orden regular de las cosas. Podr¨ªamos denominar a este procedimiento "catastrofizar" o "excepcionalizar". ?Hace falta poner ejemplos cercanos para reconocer una estrategia de dramatizaci¨®n que incluso puede ser premiada por las encuestas? Cabe, por ejemplo, hacer creer que la reforma de un Estatuto viene tutelada por una organizaci¨®n terrorista; presentar como irregular un procedimiento normal de reforma e impedir su tramitaci¨®n; manifestarse a favor de la normalidad constitucional, como si estuviera realmente amenazada; sacar a pasear la religi¨®n como si su pr¨¢ctica estuviera impedida; defender a la familia dando por supuesto que est¨¢ en trance de desaparecer...
Pero la oposici¨®n tiene unas razones que el Gobierno no entiende ni puede entender. Pocas argumentaciones resultan m¨¢s pat¨¦ticas que criticar a la oposici¨®n afirmando solemnemente que s¨®lo quiere desgastar al Gobierno, como si de este modo se desvelara una oculta conspiraci¨®n o como si la oposici¨®n pudiera desear otra cosa. El problema no es ese, evidentemente, y la oposici¨®n permanece insensible a este tipo de argumentos. Podr¨ªa amonest¨¢rsela se?alando el hecho de que desgastando al Gobierno se desgasten de paso tambi¨¦n otras cosas m¨¢s valiosas que afectan al sistema democr¨¢tico o a la cultura pol¨ªtica. Tampoco es una raz¨®n convincente y adem¨¢s participa de la misma l¨®gica catastrofista cuando dramatiza las consecuencias negativas de una tal confrontaci¨®n. Contrariamente a lo que suele decirse, el sistema resiste bastante bien una mala oposici¨®n; lo aguanta mejor que sus votantes, que aquellos a quienes representa o cuyos intereses defiende. Una mala oposici¨®n se da?a antes a s¨ª misma que al sistema. El sistema tiene m¨¢s paciencia que los electores de la oposici¨®n. Por eso no creo que este argumento haga desistir al enfervorizado opositor. Lo ¨²nico realmente disuasivo es que la oposici¨®n pueda desgastarse a s¨ª misma, que sea la propia oposici¨®n la que caiga en la cuenta de que ese procedimiento supone un riesgo para ella misma, en concreto para un valor que no debe dilapidar: su credibilidad. Para la estrategia opositora, tan importante es mantener el nivel de dramatismo como sostener el marco de verosimilitud dentro del cual sus presagios resultan cre¨ªbles. La oposici¨®n ha de mantener un equilibrio especialmente dif¨ªcil: conseguir que la opini¨®n p¨²blica perciba como ins¨®lito al Gobierno y no le parezca ins¨®lito que la oposici¨®n pueda arreglar el supuesto desastre. Porque si hemos de creer a la oposici¨®n cuando advierte frente a peligros irreparables, tal vez nos resulte incre¨ªble que esto tenga remedio.
Toda oposici¨®n se encuentra ante el riesgo -del que advert¨ªa Luhmann- de confundir la oposici¨®n con la protesta, de hacer la primera con los m¨¦todos y la agenda de la segunda. Es algo que conden¨® a cierta izquierda durante mucho tiempo a una posici¨®n c¨®moda en relaci¨®n con los principios e inofensiva en cuanto a su capacidad de transformaci¨®n social, y que podr¨ªa condenar a la derecha sociol¨®gica a una similar irrelevancia. Claro que a m¨ª esto me preocupa m¨¢s bien poco, pero no tarda mucho en inquietar a sus votantes. Quien pretende el poder no puede permitirse el lujo de olvidar que la oposici¨®n forma parte del sistema pol¨ªtico y por eso -no por una raz¨®n de talante- ha de estar dispuesta a hacerse cargo del Gobierno e incluso a colaborar ocasionalmente con ¨¦l. Esto tiene un efecto disciplinante sobre el modo de plantear la confrontaci¨®n democr¨¢tica. La oposici¨®n puede y debe criticar al Gobierno, por supuesto, pero sin olvidar que en alg¨²n momento sus propios puntos de vista han de poder defenderse desde el Gobierno. Pero la oposici¨®n catastr¨®fica apela a principios identitarios, morales, religiosos y cuando se tiene tanta raz¨®n es secundario disponer o no de una mayor¨ªa. De ah¨ª que prescinda tan alegremente de la perspectiva de la gobernabilidad, motivo por el que resulta tan corta de vista.
Cabr¨ªa concluir estos consejos no pedidos a la oposici¨®n con una peque?a teor¨ªa: gobernar es algo que est¨¢ al alcance de cualquiera, lo dif¨ªcil es hacer oposici¨®n. Es ah¨ª donde uno se hace veros¨ªmil como gobernante. En el fondo, los electores pensamos que puede lo menos quien ha hecho lo m¨¢s, es decir, premiamos con el Gobierno a quien ha hecho bien la tarea de la oposici¨®n.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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