Los nuevos 'sin techo' tienen t¨ªtulo
Cambia el perfil de las personas sin hogar. Cada vez son m¨¢s j¨®venes, con estudios y un 11% tiene empleo
Ricardo tiene 41 a?os, una barba mal recortada y una nariz roja surcada por venillas. Pegado a su cart¨®n de vino y a una bolsa de pl¨¢stico con sus pertenencias, deambula desde hace m¨¢s de cinco a?os por las calles de Madrid durmiendo en los cajeros, bancos y marquesinas de la capital esperando, como ¨¦l dice, que la vida le "consuma".
Su amigo, Jes¨²s (nombre ficticio), un ecuatoriano llegado a la ciudad hace tres meses, le acompa?a a veces en su recorrido, aunque no prueba ni gota de alcohol. Trabaja vendiendo pilas o paraguas en la boca del metro, lleva un tup¨¦ cuidadosamente peinado y duerme en uno de los centros de acogida que el Ayuntamiento de Madrid dispone para las personas sin hogar. "Estoy sin casa, pero espero encontrar trabajo pronto y meterme en un piso. Mientras, como y duermo en los albergues para seguir tirando. No me veo reflejado en los mendigos, pero ahora estoy tan necesitado como ellos".
Un ecuatoriano dice que no se siente un mendigo, pero que est¨¢ tan necesitado como ellos
En los centros duermen personas que en la calle nadie creer¨ªa que carecen de domicilio
Un 'sin techo' asegura que los problemas que le llevaron a la calle "los puede tener cualquiera"
Ambos responden fielmente a la definici¨®n de persona sin hogar, pero mientras el primero refleja el estereotipo que normalmente maneja la sociedad, el segundo es una muestra de que no todas las personas que carecen de hogar son mendigos o vagabundos.
La Encuesta sobre las Personas sin hogar del Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE) publicada la semana pasada describe el panorama de este grupo de poblaci¨®n y rompe ciertos t¨®picos que el imaginario colectivo tiene fijados desde hace a?os. El trabajo aporta datos como que el 30% de los ciudadanos sin techo es abstemio y nunca ha consumido drogas. Adem¨¢s, el 11,8% tiene trabajo y el 13,2%, estudios superiores.
La imagen que reflejan las cifras no son nuevas para los que trabajan en los centros de acogida. Mar¨ªa Jes¨²s Utrilla, subdirectora del Centro de Acogida de San Isidro, el mayor de Espa?a, se?ala que "entre las personas sin hogar hay gente de muchos niveles culturales distintos". "La idea que tenemos de ellos est¨¢ bastante desajustada respecto a la realidad porque causa rechazo, pero esa definici¨®n de sin hogar es mucho m¨¢s amplia y comprende muchos tipos seg¨²n el grado de desestructuraci¨®n del individuo, desde el alcoh¨®lico al parado que no tiene suficiente dinero para encontrar una casa".
Vagabundos, mendigos, indigentes, transe¨²ntes, desheredados... El vocabulario se ha quedado antiguo para describir una realidad social que nada tiene que ver con el antiguo t¨®pico de vagos y maleantes y que no recoge los m¨²ltiples perfiles de aquellos que no tienen hogar. "La definici¨®n de persona sin hogar es comprensiva con el fen¨®meno porque explica tanto la falta de un techo bajo el que dormir, como la carencia de un lugar donde sentirse acogido".
Pocos minutos antes de las nueve de la noche, en el centro de Mayorales, en la madrile?a Casa de Campo, un grupo de personas charla fuera antes de entrar a dormir. La mayor¨ªa son hombres de mediana edad, donde se distingue a un buen grupo de inmigrantes, muchos de ellos procedentes de ?frica y Europa del Este.
Seg¨²n la encuesta del INE, casi la mitad de los sin techo son extranjeros que llevan, de media, tres a?os y siete meses en Espa?a. A?ade que el 82,7% de las personas sin hogar son varones y que la edad media del colectivo es de 37,9 a?os. La explicaci¨®n para Jes¨²s est¨¢ muy clara: "Los hombres ahora estamos solos. Las mujeres son m¨¢s pr¨¢cticas, se evitan los problemas y son m¨¢s listas para encontrar a alguien que las cuide".
Un total de 21.900 personas sin hogar acude a este tipo de centros que re¨²nen caracter¨ªsticas muy distintas para atender la vasta tipolog¨ªa de ciudadanos que pernoctan en ellos. El Centro de Acogida de San Isidro, por ejemplo, es m¨¢s estricto en sus reglas: los sin techo tienen que acudir puntualmente a las nueve de la noche si no quieren quedarse fuera.
El Centro Abierto situado frente a la Iglesia de San Francisco el Grande es m¨¢s flexible y pueden ir a dormir a la hora que quieran. "Lo que se busca es que haya posibilidades para todos, que nadie se quede fuera, pero que se atienda a las caracter¨ªsticas de cada persona, porque las exigencias de una persona que est¨¢ enganchada al alcohol no son los mismas que las del que ha empezado ya a dejarlo y necesita una disciplina m¨¢s estricta que le ayude a seguir en su intento", explica una de las trabajadoras del establecimiento.
El INE calcula que la poblaci¨®n sin hogar atendida en este tipo de centros es de 21.900 personas y que un 70,2% de ellas duerme todas las noches en el mismo lugar. Sin embargo, la encuesta no refleja la realidad de todo el colectivo, porque los datos han sido recabados durante cuatro semanas en febrero pasado mediante entrevistas personales. Es decir, que quedan fuera del estudio todos aquellos que pernoctan diariamente en la calle.
Una de esas personas era Mar¨ªa Rosario Endrinal. El pasado 15 de diciembre, en el espacio de tres horas, tres j¨®venes de entre 17 y 18 a?os la insultaron y golpearon para finalmente rociarla con un l¨ªquido inflamable. Muri¨® abrasada en un cajero de Barcelona. Mar¨ªa Rosario falleci¨® dos d¨ªas m¨¢s tarde en el hospital.
El suceso es una llamada de atenci¨®n sobre la peligrosidad de la calle que no sorprende a quienes ocupan espacios p¨²blicos o los alojamientos de fortuna, es decir, puentes, marquesinas o cajeros. Pedro Cabrera, soci¨®logo y corresponsal del Observatorio Europeo de los Sin Hogar, es uno de los firmantes de un comunicado que varias entidades que trabajan con personas sin hogar han elaborado para exigir a las administraciones que "adopten medidas urgentes destinadas a prevenir este tipo de agresiones y a impedir que nadie se vea obligado a dormir en la calle". "La calle mata", se?ala Cabrera, "la esperanza de vida de una de estas personas puede ser de menos de 30 a?os. Sin embargo, la sociedad sigue margin¨¢ndoles y colocando la etiqueta de peligrosos a aquellos que en realidad son v¨ªctimas".
M¨¢s v¨ªctimas. Fernando, de 50 a?os, con una discapacidad f¨ªsica en su mano izquierda desde que naci¨®, dos relojes en la derecha y la piel pegada al rostro como un adhesivo, cuenta que durante a?os sufri¨® el abuso de dos j¨®venes enganchados a la droga que le robaban lo que obten¨ªa de la mendicidad y que le pegaban palizas continuas. "Lo pas¨¦ muy mal. Yo nunca me meto con nadie. Me s¨¦ comportar. En la noche te puede pasar de todo y a m¨ª me arreaban y me quitaban todo lo que consegu¨ªa. Pero hace un mes llegu¨¦ aqu¨ª y las cosas ahora me van bien. Trabajo en un aparcamiento llevando cajas".
La vida en la calle es dura y si no te gusta, te la inventas. Esto, que el soci¨®logo canadiense de origen ruso Erving Goffman explic¨® en su obra La presentaci¨®n de la persona en la vida cotidiana (1959) para se?alar que todo ser humano utiliza un relato de su propia biograf¨ªa para presentarse ante los amigos, parejas o jefes, resulta mucho m¨¢s exagerado en la gente que vive en la calle y se convierte a veces en un arma de supervivencia. Los testimonios de algunas personas sin techo est¨¢n sacados a todas luces de la imaginaci¨®n, de algo que han visto o les han contado, o de alguna pel¨ªcula. Peco, como ¨¦l se hace llamar, es un hombre de 33 a?os que asegura haber sido apresado en el aeropuerto de Estambul cuando intentaba pasar hach¨ªs y haber sufrido en la c¨¢rcel las "peores torturas que uno se pueda imaginar".
Peco ha sacado su historia de la pel¨ªcula de Alan Parker El expreso de medianoche (1978), pero le sirve para ser respetado por sus colegas que le creen un l¨ªder que adem¨¢s sabe idiomas, aunque Peco chapurree s¨®lo unas cuantas palabras en ingl¨¦s. "No s¨®lo es para hacerse respetar, sino para vivir otra vida. A veces esas historias son tambi¨¦n producidas por problemas mentales, que en ocasiones pueden ser originados por el alcohol", explica Mar¨ªa Jes¨²s Utrilla en su despacho del centro de San Isidro.
El 41,5% de los encuestados por el INE confes¨® haber consumido drogas alguna vez y un 10% tiene un nivel alto o excesivo de consumo de alcohol. Pese a todo, un 52,7% dice tener buena o muy buena salud. Rosa, de 35 a?os, ocupa la cama H de la habitaci¨®n de 12 personas en la que duerme desde mayo de 2005.
Lleva metida en la droga desde los 12 a?os, aunque ahora est¨¢ con la metadona. "Me qued¨¦ en la calle cuando mi marido qued¨® preso por unos atracos. Lo pas¨¦ fatal porque me cogi¨® la ola de fr¨ªo y cuando la chapa del coche en el que viv¨ªa se helaba no hab¨ªa quien pudiera dormir", comenta esta madre de un ni?o de siete a?os que vive con la abuela. "Pero desde que duermo aqu¨ª estoy mejor, pronto empezar¨¦ a trabajar de jardinera y ahora quiero salir de todo lo malo que he vivido en el ¨²ltimo a?o", a?ade.
Rosa conf¨ªa en que con lo que gane podr¨¢ cuidar de su hijo, irse a un piso de protecci¨®n oficial y esperar a que su marido salga de la c¨¢rcel para rehacer su vida junto a ¨¦l. Esta mujer pertenece a la minor¨ªa de personas sin hogar que mantiene una relaci¨®n estable con una pareja, el 17,4%. El 82,6% restante es un extenso grupo de solteros, viudos o divorciados. "Si est¨¢s solo, est¨¢s jodido", dice Javier, un ex alcoh¨®lico que lleva cinco meses sin probar gota y que ahora vive en un piso de reinserci¨®n. "Todos los problemas que puedas tener son pocos si est¨¢s solo. ?se es el principal problema de la calle o de la gente que vive en los centros de acogida, la soledad", explica.
Javier no est¨¢ solo. Sus hijos han intentado varias veces que viviese con ellos pero, tras algunos intentos, ¨¦l prefiri¨® moverse al piso de reinserci¨®n. "Les he defraudado. Cuando pierdes la estima personal no haces nada, te abandonas y te dejas a tu suerte, mirando como pasa la vida pero sin sentirla. Puede que no est¨¦s solo realmente, puede que tengas toda la ayuda pero de nada sirve si t¨² no lo ves", explica.
Junto a Javier, Nelly, una mujer de 67 a?os que no recuerda su edad mira a la tele con el ¨²nico ojo que tiene con visi¨®n sin prestar atenci¨®n a la pel¨ªcula Gangs of New York que a esa hora ponen en el Centro Abierto. "No s¨¦ que edad tengo, 80 o 90 a?os, como Fraga. Ya estoy muy vieja. A los viejos se nos cae todo, hasta el apellido. Las piernas te las regalo si quieres, a m¨ª ya no me sirven". Nelly asegura que no le gusta tener casa y que prefiere andar por los centros de acogida. Reh¨²ye todas las comodidades y en lugar de dormir en la sala habilitada para ese uso prefiere apoyar la cabeza sobre una mesa y echarse un rato hasta que logre descansar un poco. Pese a que la t¨ªpica imagen del sin techo es la del anciano, lo cierto es que la edad media del colectivo es de 37,9 a?os y que s¨®lo un 2,8% supera los 65 a?os, seg¨²n el INE.
Las formas de acabar en la calle son muchas, pero de los testimonios se deduce que m¨¢s que un problema determinado es una acumulaci¨®n de acontecimientos lo que lleva a muchas personas a quedarse sin hogar. "Es lo que se suele llamar un suceso vital estresante", explica Mar¨ªa Jes¨²s Utrilla. "La muerte de una madre, un accidente de tr¨¢fico grave, la separaci¨®n, estar en paro durante mucho tiempo, quedarse en bancarrota, tener problemas con la polic¨ªa, alg¨²n juicio... Todo esto puede empezar a desestructurar la vida de una persona. La mayor¨ªa podemos sobrellevar uno o dos de estos problemas, pero en su caso se ve que muchas veces fue la suma de varios de estos sucesos lo que empez¨® a desestructurar sus vidas", afirma esta experta.
?sa es la opini¨®n m¨¢s extendida en la calle, que se repite como un lema de campa?a institucional: te puede pasar a ti. "Claro que le puede pasar a todo el mundo", afirma Lorenzo Arg¨¹elles Silva, un drogodependiente que intenta dejarlo con la metadona y que duerme desde hace tiempo en el Centro de Acogida de San Isidro. "Los que hemos pasado mucho tiempo en las calles sabemos que no somos especiales, aunque la gente nos vea raros y tenga miedo, pero todos podemos caer en algo as¨ª. Yo he visto a cantidad de gente con estudios, con familia, muy inteligente que, por una cosa o por otra, acab¨® tirada en la acera", asegura.
Lorenzo lleva mucho tiempo buscando a su familia. A los tres a?os se fue a Lisboa, pero lleva 20 en Madrid y desde hace alg¨²n tiempo perdi¨® el contacto con los suyos. "Mi madre se llama Belmira Mar¨ªa y mi hermano Fernando. Trato de buscarles porque ahora estoy mucho mejor y quiero recuperarles".
La falta de afecto es el principal escollo que encuentran muchos sin hogar para rehacer sus vidas. "Antes estaba el colch¨®n familiar", dice Mar¨ªa Jes¨²s Utrilla, "y ahora eso ya no existe". "Todos necesitamos afecto y eso es lo que muchos de ellos no tienen. El tiempo que se necesita para salir de esa actitud pasiva ante la vida, para reinsertarse, es casi siempre mayor que el que se necesita para entrar en el deterioro".
La falta de afecto es algo que los especialistas y los encargados de los centros no pueden resolver, pero s¨ª pueden proporcionar a los sin hogar las herramientas para dar autonom¨ªa a la persona y que ¨¦sta desee intentar su reinserci¨®n en la sociedad. La ayuda se concibe como un circuito en el que el afectado debe dejar la calle, pasar por varios centros de acogida, desde los menos exigentes a los que establecen m¨¢s reglas y horarios de entrada y salida para, en el final del proceso, conseguir una vivienda de protecci¨®n oficial, trabajar y empezar a llevar una vida m¨¢s ordenada.
?se ¨²ltimo paso es el que est¨¢ a punto de dar una mujer apodada La China. Un tercio de sus 38 a?os los ha pasado entre la calle y los centros, tratando de encontrar el equilibrio. "Soy esquizofr¨¦nica, pero hasta hace tres meses no empec¨¦ a seguir un tratamiento razonable. Me han concedido un piso aunque mantengo el contacto con San Isidro. Poquito a poco voy saliendo. Sigo mendigando, pero tengo una ayuda con la que cubro los gastos de mi piso y he aprendido cosas en talleres y actividades", relata.
La China no habla mucho de su vida, la cuenta con un poema. "Se llama Historia de una hoja", dice mientras va escribiendo sobre el papel los ¨²ltimos versos: "Me aferraba a la rama mientras sent¨ªa abandonarme las fuerzas / me dej¨¦ caer / y rod¨¦ y rod¨¦ / y esper¨¦ y so?¨¦ / y mor¨ª y renac¨ª". Para contar c¨®mo han sido sus ¨²ltimos a?os en los centros no necesita versos. Cuenta que ¨¦stos han cambiado para mejor, no s¨®lo por las instalaciones y los medios, sino por la gente que en ellos duerme. "Creo que hemos cambiado. Antes hab¨ªa gente m¨¢s dif¨ªcil y del mismo tipo. Ahora te ves a algunos que pasar¨ªan inadvertidos en la calle pero que vienen aqu¨ª todas las noches".
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