?Y la izquierda?
A menudo me asalta la duda hamletiana del ser o no ser de la izquierda. Me hice sindicalista al calor de una f¨¢brica en la que trabaj¨¦ desde los 14 a?os. Me afili¨¦ al Partido Socialista a principios de los setenta, cuando la lucha por la democracia resultaba imperiosa. Y, naturalmente, hijo de una familia numerosa y humilde, perdedores de la guerra y educados clandestinamente en valores de justicia y libertad, me hice de izquierdas.
Siempre lo fui, incluso ahora, con ese manto de realismo que inexorablemente nos da la vida y con la experiencia de la responsabilidad que he tenido la fortuna de ejercer. Incluso ahora y con todo ello, me sigo sintiendo movido por los mismos valores ante la injusticia, cualquiera que sea la forma en que se presente, ya sea en las vallas de Melilla o en las condiciones laborales de los j¨®venes. Pero el mundo se ha hecho muy complejo. Las alternativas tienen demasiadas contradicciones. Los problemas reclaman pol¨ªticas integradas e internacionales. Las fuerzas que impulsaron el progreso de la humanidad se han desequilibrado. No hay recetas, no hay banderas. Nada es f¨¢cil ni depende s¨®lo de nosotros. A la izquierda le han cambiado el tapete del juego y hasta la baraja, y no sabe, no puede, jugar la partida de sus ideales.
Durante d¨¦cadas fuimos protagonistas de la historia, motores del cambio social, desde las organizaciones obreras de finales del XIX hasta los partidos socialdem¨®cratas de hoy, configurando el Estado social y de derecho, la democracia de los ciudadanos y construyendo un modelo social de redistribuci¨®n y justicia. Pero la globalizaci¨®n, la ca¨ªda del muro, los profundos cambios que se est¨¢n produciendo en las sociedades del nuevo siglo, nos plantean nuevos problemas sin que la izquierda sea capaz de ofrecer nuevas banderas, nuevos objetivos colectivos a la mayor¨ªa -que sigue reclamando libertad y justicia- y, sobre todo, sin que seamos capaces de concretar nuevas soluciones o de aplicarlas coordinadamente all¨ª donde gobernamos.
Es un diagn¨®stico injusto para con los esfuerzos de adaptaci¨®n y modernizaci¨®n del modelo socialdem¨®crata que est¨¢n haciendo los socialistas n¨®rdicos o con las novedades que se intuyen en el socialismo ciudadano que propugna Zapatero, pero es intencionadamente provocador de algunas reflexiones ineludibles. Por ejemplo, las que surgen de nuestra absoluta ausencia en las protestas de la juventud actual, ya sea en los guetos urbanos de Par¨ªs, en las manifestaciones estudiantiles o en el altermundialismo. Las que se derivan del hecho incontestable de que la causa de la solidaridad en el mundo no milita en nuestros partidos, sino en miles de ONG y movimientos sociales o religiosos que practican el socialismo sin carnet. Lo que resulta incomprensible para m¨ª es que sean dos l¨ªderes del pop (Bono y Geldof) los que organicen las grandes movilizaciones contra la pobreza en las grandes ciudades del mundo, como ocurri¨® d¨ªas antes de la reuni¨®n del G-8 en Escocia. Lo que resulta evidente son las profundas contradicciones entre las pol¨ªticas socialistas de los pa¨ªses europeos y la inexistencia de un discurso y de un proyecto com¨²n de la izquierda en la catarsis europea de estos d¨ªas. Lo que resulta inexplicable es la desaparici¨®n de la Internacional Socialista del terreno de juego pol¨ªtico global, ahora que todo, desde la renovaci¨®n de Naciones Unidas hasta la ecolog¨ªa, pasando por el desarrollo del mundo pobre, reclama una organizaci¨®n pol¨ªtica internacional de la izquierda.
Esta crisis merece un tratado, pero perm¨ªtanme que la centre en dos aspectos cruciales: el debate socioecon¨®mico y el problema de las identidades. En el campo social y laboral es donde fuimos m¨¢s fuertes, pero la debilidad del movimiento sindical y los l¨ªmites de los poderes del Estado en la globalizaci¨®n est¨¢n siendo acompa?ados de una revaluaci¨®n creciente del poder de las empresas. El equilibrio de ese tr¨ªpode sobre el que se construy¨® la sociedad del bienestar se est¨¢ rompiendo d¨ªa a d¨ªa y las bases econ¨®micas de ese modelo social sobreviven con dificultad a las exigencias de la competencia globalizada.
Urge en mi opini¨®n reconstruir los instrumentos y los agentes de nuestra acci¨®n y renovar la agenda de nuestros objetivos. La nueva sociedad ni es de clases ni tiene vanguardias. Es de ciudadanos, individuales y globalizados, de Internet, de ONG y consumidores, de medios de comunicaci¨®n poderosos pero diversos, de pluralidades identitarias. La izquierda no puede olvidar que su proyecto transformador ha de cimentarse en su conexi¨®n con la sociedad y en la comprensi¨®n de sus m¨²ltiples aspiraciones. Como, significativamente, dice Eugenio del R¨ªo -un antiguo l¨ªder de la extrema izquierda espa?ola-, la sociedad es el punto de partida y el objetivo de la acci¨®n de la izquierda. Ello reclama una revisi¨®n profunda de los mecanismos de relaci¨®n con una ciudadan¨ªa integrada por personas individuales, cargadas de poder en su consumo, en sus inversiones, en su voto, personas que queremos, formadas, maduras, con criterio y autonom¨ªa de decisi¨®n, y capaces de discernir y decidir con su propio c¨®digo moral y sus intereses (como lo hicieron, por ejemplo, contra la guerra de Irak o enjuiciando el 11 y el 14 de marzo de 2004).
La izquierda tiene que salir del terreno defensivo en el que se mueven algunas de sus viejas reivindicaciones e introducir nuevas referencias de democracia social: la ciudadan¨ªa corporativa en la gesti¨®n del capital (?qui¨¦n representa los intereses econ¨®micos de 14 millones de espa?oles en las empresas cotizadas?), la expansi¨®n de la responsabilidad social de las empresas y de sus comportamientos sostenibles, reformular el campo de intervenci¨®n del Estado en el mercado y especialmente en los servicios esenciales para la comunidad, la participaci¨®n de los empleados en los beneficios y en la propiedad de las empresas, la conciliaci¨®n de la vida personal y familiar con el trabajo, y un largo etc¨¦tera del que hablamos poco y por el que hacemos menos.
Respecto al debate identitario y nacionalista, la izquierda nunca se ha sentido c¨®moda frente a esas ideolog¨ªas. Estos d¨ªas estamos asistiendo a reiteradas muestras de incomprensi¨®n del tema territorial, desde posiciones diversas del socialismo espa?ol. Muchos se quejan de que las tensiones nacionalistas absorben y diluyen el debate social. No les falta raz¨®n, pero me pregunto hasta qu¨¦ punto la intensidad de esas tensiones no es consecuencia precisamente de nuestra crisis. Es verdad que las tendencias uniformizadoras de la globalizaci¨®n provocan actitudes antiplurales, rechazos al diferente, exacerbaci¨®n de lo propio y regresos ilimitados a los ancestros y a la singularidad. Pero ese "desgarramiento"-como lo llama Alain Touraine- entre el universalismo arrogante y los particularismos agresivos es un problema de nuestro tiempo, tambi¨¦n y en parte porque no tenemos la fuerza aglutinadora del progreso que tuvimos el siglo pasado.
La izquierda internacionalista casi siempre ha despreciado a los nacionalismos desde una cierta superioridad moral. Movida por "su estrella polar" que es la igualdad -como dec¨ªa Norberto Bobbio-, ha sido deudora del Estado y ha marginado de sus propuestas los "sentimientos" identitarios. A su vez, las izquierdas nacionalistas han sido absorbidas y deglutidas por el nacionalismo, como es evidente, por ejemplo, con la llamada izquierda abertzale en Euskadi o, con otros matices, en la Esquerra Republicana catalana.
Y, sin embargo, basta una mirada a nuestro alrededor para comprobar que la mayor¨ªa de los conflictos pol¨ªticos en el mundo siguen girando en torno a la organizaci¨®n pol¨ªtica de la diversidad de sentimientos de pertenencia y a la convivencia pol¨ªtica entre diferentes, respetando los derechos de las minor¨ªas. A la izquierda le corresponde, pues y tambi¨¦n, encontrar respuestas viables a la multiculturalidad dentro de nuestras ciudades y a la polietnicidad dentro de nuestros Estados. Es decir, afrontar la integraci¨®n de la inmigraci¨®n desde el pluralismo democr¨¢tico y resolver con inteligencia la convivencia de comunidades identitarias diversas, lo que en nuestro caso significa hacer una Espa?a com¨²n en la que quepan tambi¨¦n sus nacionalismos perif¨¦ricos. Los acontecimientos de estos ¨²ltimos meses, fuera y dentro de Espa?a, aconsejan al conjunto de la izquierda renovar nuestras propuestas para estos dos grandes temas de nuestra agenda, entre otras cosas, porque ya estamos viendo la enorme carga de demagogia y de populismo que la derecha est¨¢ aplicando a los barrios marginales de Par¨ªs o al Estatuto catal¨¢n.
Ram¨®n J¨¢uregui es portavoz del PSOE en la Comisi¨®n Constitucional del Congreso de los Diputados.
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