Pol¨ªticas de final de ca?er¨ªa
Tenemos en marcha un conjunto de modificaciones en el papel de los Estados en las sociedades contempor¨¢neas que parecen explicar la deriva autoritaria y la obsesi¨®n por la seguridad que de manera creciente atraviesa toda Europa. Por un lado un notable retroceso en la capacidad de influir significativamente en la marcha de una econom¨ªa que cada vez responde m¨¢s a designios y din¨¢micas transnacionales. Por otro lado, y debido en parte a la dificultad de mantener los equilibrios conseguidos en la fase 1945-75 (fase que los franceses designan ya como los "treinta a?os gloriosos"), un progresivo repliegue en la esfera redistributiva que caracteriz¨® y domin¨® el consenso en la segunda posguerra con un amplio abanico de pol¨ªticas sociales. Y, fruto de esa doble combinaci¨®n, un aumento significativo de la vertiente penal y represiva del Estado, que si bien no es en absoluto una novedad, s¨ª que es cada vez m¨¢s evidente y expresiva de un cambio de rumbo en las din¨¢micas de intervenci¨®n de los poderes p¨²blicos.
La precarizaci¨®n laboral se extiende al mismo tiempo que la retracci¨®n del empleo. Se individualizan crecientemente los itinerarios personales, mientras se debilitan los espacios de socializaci¨®n tradicionales. Menos lazos y menos v¨ªnculos. M¨¢s autonom¨ªa individual, pero tambi¨¦n m¨¢s aislamiento y retraimiento. El asalariado precarizado y desocializado vive sus crecientes riesgos de manera mucho m¨¢s directa. Con pocos amortiguadores familiares y sociales. Por otro lado, hay cada vez m¨¢s gente que va entendiendo que ya nadie les necesita. Son prescindibles. Y las vulnerabilidades aumentan al mismo tiempo que la sensaci¨®n que nada cuenta ya demasiado excepto el seguir sobreviviendo y si es posible compitiendo por niveles de consumo que te mantengan en la carrera. Los inmigrantes se suman forzosamente a ese conjunto sistem¨¢ticamente precarizado y excluido, del que tambi¨¦n forman parte personas ancianas con insuficientes recursos o j¨®venes en busca de un empleo siempre m¨¢s escaso. En ese contexto, personas y colectivos van quedando fuera, van siendo expulsados hacia los arcenes sociales. Poco a poco se convierten simplemente en peligrosos para un conjunto social cada vez m¨¢s asustado. Son los componentes heterog¨¦neos de la racaille o escoria "sarkoziana".
Y, como ya hemos dicho, si las capacidades de los poderes p¨²blicos para modificar e influir en la marcha econ¨®mica son aparentemente escasas, y si cada vez m¨¢s parece contradictorio seguir gastando en pol¨ªtica social y aumentar o sostener altos niveles de competitividad, lo "l¨®gico" es que se extienda la idea que lo que conviene es mano dura frente a aquellos que por sus desesperaci¨®n, mala cabeza, o incapacidad para seguir el "ritmo que marcan los tiempos", no aceptan de buena gana su posici¨®n de exclusi¨®n. Pobreza, inmigraci¨®n y criminalidad se mezclan con facilidad creciente. Y frente a ese c¨®ctel inquietante, bienvenido sea quien ofrece seguridad y tolerancia cero frente al desorden civil. En ese contexto, la demanda de seguridad es m¨¢s insaciable que la de la sanidad. No tiene l¨ªmite, ya que se trata de una construcci¨®n social que en cada situaci¨®n y entorno decide que y qui¨¦nes son seguros. Y qu¨¦ categor¨ªas enteras de individuos o grupos son inseguros. Los factores estructurales desaparecen, s¨®lo quedan personas, individuos, delincuentes.
Las c¨¢rceles espa?olas est¨¢n m¨¢s llenas que nunca, pero no parece que ese sea un tema meramente coyuntural. Los Estados Unidos nos indican tendencias mucho m¨¢s profundas. Las cifras nos muestran que si en 1980 el n¨²mero de personas encarceladas era de 130 por cada 100.000 habitantes, en el 2004 casi alcanzaban los 500. Seg¨²n datos del servicio estad¨ªstico del Departamento de Justicia norteamericano, las personas que estaban bajo supervisi¨®n penal (encarcelados, en libertad vigilada o condicional) en 1980 eran poco m¨¢s de 1.800.000. En el 2004 rozaban los 7.000.000 de personas. Las mismas fuentes nos informan que en 1997 (¨²ltimo dato disponible) el 9% de total de la poblaci¨®n negra en el pa¨ªs estaba en alguna de las situaciones penales mencionadas. Y nos dicen que la posibilidad de que un negro est¨¦ en esa situaci¨®n es el doble que la de un hispano o cinco veces m¨¢s que la de un blanco. Evidentemente, el gasto en pol¨ªtica penitenciaria se ha sextuplicado en esos ¨²ltimos 20 a?os.
En el campo de la pol¨ªtica medioambiental se alude con frecuencia de manera cr¨ªtica a las llamadas end of the pipe policies o "pol¨ªticas de final de ca?er¨ªa" para referirse a aquellas medidas que, desatendiendo las causas de los procesos de poluci¨®n o contaminaci¨®n, s¨®lo se preocupan de los efectos y de c¨®mo tratarlos, almacenarlos o confinarlos. No creo que sea exagerado aplicar ese mismo concepto a las pol¨ªticas que se van extendiendo por Europa, aparentemente influenciadas por el "¨¦xito" estadounidense, y que buscan respuestas epid¨¦rmicas pero envueltas en el popular envoltorio de la firmeza, la celeridad y la eficacia a corto plazo. Son pol¨ªticas que, usando un discurso autoritario y de civismo ordenancista y bienpensante, simplifican la complejidad de los problemas que pretenden atajar, atacando s¨®lo las expresiones externas del profundo malestar social. Los problemas de fondo persisten, pero se amortiguan sus efectos, se aten¨²a el ruido, y se logra seguir un tiempo m¨¢s hasta el pr¨®ximo estallido. Mientras, las c¨¢rceles se llenan y se invierte m¨¢s y m¨¢s en seguridad, en separar a los "ciudadanos peligrosos" de los "ciudadanos honrados". Se confina el residuo humano, se aparta de nuestra vista. Pero, seguimos sin preguntarnos de d¨®nde viene todo ese malestar, ese ruido, esa creciente marea de vulnerabilidad. Y de este modo, la c¨¢rcel se convierte en lo que Lo?c Wacquant denomina el gran aspirador de la escoria social.
No deber¨ªamos seguir admitiendo que se separe "inseguridad delictiva" de "inseguridad social", y que muchas veces se usen los "ca?onazos" penitenciarios para matar las "moscas" de las ilegalidades menores. Hemos de reconectar el debate sobre la delincuencia con el debate sobre la gran cuesti¨®n social de la precariedad laboral, familiar, educativa, sanitaria y la creciente desocializaci¨®n. Nadie puede ni debe negar que existen problemas de criminalidad a los que hay que dar respuesta. Pero no aceptemos sin m¨¢s ese populismo punitivo, esa escalada penal que la derecha autoritaria auspicia. Discutamos de ilegalidades, pero de todas. De las inmobiliarias, burs¨¢tiles y de evasi¨®n fiscal tambi¨¦n. No se trata de buscar excusas o de ser s¨®lo capaz de tener buenas explicaciones. Ser¨¢ necesario contestar a la demanda de seguridad. Pero, al menos, escojamos de qu¨¦ seguridad queremos hablar. Protejamos a la gente de la degradaci¨®n ambiental, de la miseria de las pensiones, de la precariedad laboral convertida en norma, de la violencia terrorista indiscriminada, de la agresi¨®n a mujeres, a adolescentes, a personas mayores, de la amoralidad del mercado desatado. Pero, tratemos de abordar esa agenda sin cantos a la "tolerancia cero", y sobre todo no nos dejemos arrastrar por la nostalgia, o por la confusi¨®n tremendista.
Hablemos de seguridad, pero de todas, y pregunt¨¦monos (como hac¨ªa Ulrich Beck recientemente en estas mismas p¨¢ginas) qui¨¦n puede tener una vida razonable sin empleo ni pespectivas de encontrarlo. En el campo penal, busquemos respuestas plurales a la pluralidad y diversidad de delitos con los que nos enfrentamos. Y trabajemos m¨¢s con una perspectiva integral de respuesta desde los poderes p¨²blicos a problemas que requieren ese abordaje. De lo contrario, simplemente seguiremos trabajando al "final de la ca?er¨ªa".
Joan Subirats es catedratico de Ciencia Pol¨ªtica y director del Instituto de Gobierno y Pol¨ªticas P¨²blicas de la UAB.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.