A la busca del pa¨ªs perdido
La clase media, que fue de las m¨¢s pujantes de Am¨¦rica Latina, naufraga sumida en la desorientaci¨®n y el declive. Muchos j¨®venes no saben qu¨¦ hacer con sus vidas
La ¨²ltima noche de mi paso por Argentina, despu¨¦s de medio centenar de entrevistas, segu¨ªa yo sin tener una idea clara sobre lo que pasaba y lo que podr¨ªa pasar en el pa¨ªs. Tampoco ten¨ªa ya esperanzas de encontrar algo m¨¢s que r¨¢fagas de respuestas. Una sucesi¨®n de gobiernos corruptos, ineptos o desp¨®ticos hab¨ªa dejado heridas que tardar¨ªan generaciones en cicatrizar.
La clase media se ha quedado con s¨®lo las apariencias del pasado -me dir¨ªa el empresario Ricardo Esteves al d¨ªa siguiente, poco antes de mi partida-: con casas y costumbres que ya no puede sostener. Despu¨¦s de formarse y fortalecerse trabajando para grandes grupos nacionales -consultores, t¨¦cnicos especializados, abogados, ingenieros-, perdi¨® su tradicional fuente de empleo cuando la mayor¨ªa de esas empresas fue comprada por capitales extranjeros, porque los gerentes eligen a sus hombres de confianza all¨ª donde los tienen, es decir, en los pa¨ªses de origen. Ahora la clase media gira en el vac¨ªo, extingui¨¦ndose.
Pobres de solemnidad y heridos en peleas copan el hospital Posadas, ubicado en el Gran Buenos Aires
El empresariado apenas apuesta por la cultura, y la riqueza es utilitaria
Las pymes deben tener otro tratamiento impositivo
Argentina parece no haber encontrado su lugar en el mundo
En las clases m¨¢s bajas, la limosna de los Planes Trabajar est¨¢ haciendo pedazos la dignidad de la gente y condenando a muchos a una esclavitud sin salida. No se ve c¨®mo salir de ese laberinto de miseria sin hacer el pa¨ªs de nuevo.
A diferencia de otras veces, no advert¨ª ahora las colas desesperadas a la puerta de los consulados, pero tuve la impresi¨®n de que demasiados j¨®venes llegan a los treinta a?os sin saber qu¨¦ hacer de sus vidas.
Las madres adolescentes que encontr¨¦ el primer d¨ªa en Isla Maciel estaban tambi¨¦n en los campos de Tucum¨¢n, en Mor¨®n, en los alrededores de la plaza Constituci¨®n y en los suburbios de R¨ªo Gallegos. Norma Spano, una enfermera del hospital Posadas que me recibi¨® a la medianoche en su casa de Mataderos -el inmenso suburbio al sudoeste de la ciudad de Buenos Aires-, me dijo que eso pasaba cuando "los absorb¨ªa la calle y fallaba la educaci¨®n. A los varoncitos les queda al menos el escape del f¨²tbol. A las nenas, ni eso". Ella lo ha visto todo. Tiene seis hijos y casi no duerme.
Cuando visit¨¦ a Norma yo estaba pasando parte de la noche en la guardia del hospital Posadas junto al doctor Claudio Mart¨ªn, jefe del servicio, y a su segundo de a bordo, el cirujano Hugo Ruiz. Aunque Mart¨ªn acababa de restaurar -en una operaci¨®n de once horas- la cara de un chico cuya motocicleta embisti¨® contra un cami¨®n que frenaba de golpe, se lo ve¨ªa fresco y distendido, como si acabara de levantarse. Afuera, la madre y la novia del herido lloraban desconsoladas en el pasillo, aunque Mart¨ªn les repet¨ªa, con una certeza sin fisuras, que la cara quedar¨ªa como antes.
El hospital es una imponente mole de tres o cuatro edificios, a la entrada de Haedo Norte, en el Gran Buenos Aires. Fue construido a principios de los a?os 50 como una r¨¦plica exacta del Karolinska de Estocolmo, con muros revestidos de m¨¢rmol y corredores que se comunican sin estorbos. Al comienzo se dedic¨® al cuidado de los enfermos pulmonares. Es por eso que las habitaciones abierta hacia el este tienen, tal como se recomendaba hace medio siglo, balcones amplios sobre los que da de lleno el sol de la ma?ana.
Con el paso de los a?os, el Posadas termin¨® ocup¨¢ndose de todos los males. Uno de sus chalets traseros, inclusive, sirvi¨® como centro clandestino de detenci¨®n, seg¨²n lo confirman los documentos recogidos en Nunca m¨¢s, el informe sobre los cr¨ªmenes de la ¨²ltima dictadura. Los tuberculosos amenguaron y sus lugares fueron ocupados, en los pisos m¨¢s altos, por los enfermos de SIDA. Uno de ellos, esa ma?ana, se hab¨ªa arrojado al vac¨ªo, y por la noche segu¨ªa grav¨ªsimo. Cuando le cont¨¦ la historia a Norma, que se ocupa de lavarlos y cuidarlos, no pudo quedarse quieta. "?Cu¨¢l de ellos, qui¨¦n?", preguntaba. "Sufren menos con la enfermedad que con el abandono de las familias, con la soledad sin afectos."
El 80% ciento de los pacientes son pobres de solemnidad. Llegan desde la villa Carlos Gardel, que est¨¢ justo enfrente, o de Moreno, Merlo, General Rodr¨ªguez, a treinta kil¨®metros de distancia. Algunos, cuando los dan de alta despu¨¦s de una cirug¨ªa menor, tardan una semana o dos en regresar para quitarse los puntos de las suturas porque no tienen con qu¨¦ pagar el colectivo. Abundan los heridos de violencia: tajos de cuchillo, golpes, balas, sobre todo golpes.
Nadie paga un centavo por los servicios, y los jefes de la guardia est¨¢n orgullosos de que as¨ª sea. Ambos estudiaron en la universidad p¨²blica y sienten que es leg¨ªtimo devolver lo que recibieron. Ganan poco, es verdad -Mart¨ªn unos dos mil pesos mensuales y Ruiz la mitad, lo que equivale a 570 y 285 euros-, pero no se quejan. A veces s¨ª, de los robos idiotas, que s¨®lo perjudican a los propios pacientes. "Hay que entender por qu¨¦ roban", dice Ruiz. "Como no tienen nada, piensan que un espejo les puede cambiar la vida. Y es as¨ª a veces, ?verdad? A veces un espejo es todo."
Lo que m¨¢s me ha impresionado siempre en Ricardo Esteves es el buen ¨¢nimo con que sigue adelante aun en las peores tormentas. Todo lo que pasa a su alrededor le inspira inter¨¦s, solidaridad, pero de nada habla con tanta pasi¨®n como de los destinos de la Argentina. Hace poco m¨¢s de cinco a?os, durante una conversaci¨®n de circunstancias con Carlos Fuentes, se les ocurri¨® a los dos la idea de crear un grupo de pensamiento que reuniera a empresarios, pol¨ªticos e intelectuales de habla espa?ola y portuguesa. As¨ª naci¨® el Foro Iberoam¨¦rica, que se re¨²ne siempre en noviembre y en lugares cerrados, "discretos pero no secretos", como dice uno de sus miembros, el ex presidente Felipe Gonz¨¢lez.
Esteves se ha consagrado a las empresas culturales con una devoci¨®n cada vez m¨¢s infrecuente en los empresarios argentinos, y quiz¨¢s en los de otras latitudes. A comienzos del siglo pasado hab¨ªa muchos como ¨¦l. El periodista franc¨¦s Jules Huret cont¨® que, cuando visit¨® la estancia de Ezequiel Ramos Mej¨ªa, no lejos de Mar del Plata, le asombr¨® que la due?a de casa conociera de memoria los poemas de Mallarm¨¦ y que sus hijas ejecutaran a cuatro manos la Peque?a Suite de Debussy sin equivocar una nota. Con el tiempo, la riqueza se fue volviendo m¨¢s utilitaria, y muy poco de ella se invierte en artes que no sean la pintura, con la que se pueden hacer buenos negocios.
Se lo digo a Esteves mientras veo, en el luminoso living de su casa de Barrio Parque, uno de los m¨¢s conmovedores y bellos ¨®leos de Jorge de la Vega, el maestro de la neo-figuraci¨®n. Ahora que estamos repasando su vida descubro en ¨¦l una vocaci¨®n renacentista semejante a la de Carlos Fuentes. Conoce al detalle las especies de ¨¢rboles y de p¨¢jaros de la Argentina, ha descubierto piezas rar¨ªsimas de tango y de folklore y, sobre todo, ha hecho de su vida exactamente lo que quiere. Fue miembro del directorio de Bunge y Born, del Banco Franc¨¦s y, en la d¨¦cada de los 90, del Grupo Velox, donde cre¨® una formidable biblioteca de arte antes de que esa compa?¨ªa quebrara y desapareciera.
Ya lo dijo y ahora lo repite: los argentinos parecieran haber ca¨ªdo en una pendiente que los condena a ser empleados y servidores de empresas extranjeras. Cree que el pa¨ªs est¨¢ perdiendo la oportunidad hist¨®rica de modernizar el Estado. "Se han dado", dice, "condiciones de precios externos para nuestros productos como no conoc¨ªamos desde hace cincuenta a?os. Los gastos p¨²blicos, que hasta hace poco eran un dolor de cabeza, se han convertido, con la pesificaci¨®n, en un problema menor."
Tal como el contador Cardozo lo afirmaba en Tucum¨¢n, Esteves cree que "debemos hacerle la vida m¨¢s f¨¢cil a las industrias peque?as y medianas, las pymes. Son fundamentales", enfatiza, "para reconstruir el cuerpo social en las clases menos favorecidas, porque estimulan el instinto creador que es natural en los argentinos, demandan mano de obra no calificada e impulsan el comercio. Habr¨ªa que darles, por ejemplo, condiciones impositivas especiales. Cada empresa argentina que est¨¢ siendo comprada por otra de afuera es otra lanza que se clava en el coraz¨®n de nuestro crecimiento".
Como Eduardo Costa en R¨ªo Gallegos, como los industriales del az¨²car y del lim¨®n con los que habl¨¦ en Tucum¨¢n, Esteves exhibe un optimismo bien fundado para el corto y el mediano plazo. "Con la irrupci¨®n de China y de la India en los mercados, los precios de los productos argentinos pueden sostenerse y mejorar": de eso est¨¢ seguro. "El gobierno tiene una funci¨®n docente, y despu¨¦s de todos estos a?os de sufrimiento, deber¨ªa admitir que todos somos partes del mismo fracaso, que todos tuvimos, en alg¨²n momento, una concepci¨®n errada de nuestro destino. El que acert¨® en los 80 pudo haberse equivocado en los 70 o en los 90, y as¨ª. Lo m¨¢s nocivo que podr¨ªamos hacer ahora es compadecernos de nosotros mismos. Hay una cultura nueva que abrazar: la cultura del esfuerzo, de la perseverancia. Y la del sacrificio, por supuesto. No para un sector tan s¨®lo. El sacrificio es para todos".
Ya es casi de noche y mi vuelo sale dentro de pocas horas. Cada vez que dejo Buenos Aires siento una melancol¨ªa que tarda semanas en curarse. He o¨ªdo infinitas palabras en estas dos semanas, pero ni aun con las palabras de diez semanas, o de un a?o entero, podr¨ªa abarcar la complejidad de un pa¨ªs que se ha vuelto m¨¢s y m¨¢s inasible. Elijo, entonces, las dos que m¨¢s se han repetido: pobreza y trabajo. As¨ª, juntas, son una paradoja, un espejo sin imagen. Jam¨¢s podr¨ªan estar juntas.
Y, como otras veces, vuelvo a sentir que el pa¨ªs todav¨ªa no ha encontrado su lugar: ni en el continente al que pertenece por razones de geograf¨ªa y de cultura, ni tampoco en la Europa a la que cre¨ªa pertenecer por razones de destino. Nada es tan dif¨ªcil como contar historias de una realidad que ni siquiera sabe d¨®nde est¨¢.
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