La muerte, probablemente

A veces, los papeles promocionales nos sorprenden con impensables aciertos, como el que figura en la sinopsis de esta El tiempo que queda: "Romain, un joven fot¨®grafo de 30 a?os, de repente se entera de que s¨®lo le quedan unos pocos meses de vida". As¨ª, sin una palabra m¨¢s. Y es que eso es El tiempo que queda: esos meses que median entre la transmisi¨®n de una noticia siniestra ("tiene usted una met¨¢stasis avanzada") y la pl¨¢cida, solitaria muerte, uno de los momentos m¨¢s reposadamente bellos del cine del prol¨ªfico Fran?ois Ozon.

Por tanto, el director juega siempre sin tapujos: nada oculta al respetable, y el espectador asiste, con el alma encogida a esos momentos finales de Romain (el notable Melvin Poupaud). Nada nos ahorra Ozon, ni los malos humores de su protagonista (en ocasiones, el filme resulta ¨¢rido respecto a su principal criatura, a la que no obstante el narrador respeta y casi admira), ni sus renuncias ni, en una pirueta ins¨®lita, su peculiar herencia.

Ozon, uno de los cineastas que m¨¢s se han ocupado, en el cine franc¨¦s contempor¨¢neo, de explicar el deseo se aplica a contar con contenci¨®n una historia hecha de silencios y de peque?as heroicidades. Es un filme que destaca por su inteligencia, por la sensibilidad con que muestra lo directamente no mostrable por el cine, la verdad inapelable de la muerte; y con la sana intenci¨®n de no provocar la l¨¢grima f¨¢cil ni la adhesi¨®n sin tapujos. Es tierna cuanto le toca, pero tambi¨¦n duele, y no poco; es un filme extra?amente humilde viniendo de quien viene.