Voltaire era punk, quedan avisados
La lectura de este libro me ha mostrado que la nostalgia a¨²n confiesa y la queja aprende. El tono del discurso evoca, a quien tuviese el privilegio de o¨ªrla, la ch¨¢chara amable y bifronte de los j¨®venes padres escolapios all¨¢ por los setenta. ?Cu¨¢l era el fundamento de esa m¨²sica de ascensor doctrinal que se deseaba gu¨ªa del inconformismo p¨²ber? El s¨ªmil atrevido y puesto al d¨ªa, aunque algo ruborizado y envuelto en los remilgos de aquella correcci¨®n pol¨ªtica. "Jes¨²s era hippy", ni m¨¢s ni menos. Sin ¨¢nimo de establecer una jerarqu¨ªa, fat¨ªdica actividad contra-contracultural, no puedo evitar imaginarme a Timothy Leary como padre rector, al nefasto prologuista Dan "eso no se le hace a un amigo" Joy como jefe de estudios y a Ken Goffmann en el papel estelar de uno de aquellos profesores de religi¨®n empa?ados, m¨¢s que empapados, de teolog¨ªa de la liberaci¨®n, y ah¨ªtos en una m¨ªstica excursionista que confund¨ªa progres¨ªa internacional (y el ep¨ªteto funciona aqu¨ª como en "cocina internacional") y nacionalismo.
LA CONTRACULTURA A TRAV?S DE LOS TIEMPOS (DE ABRAHAM AL ACID-HOUSE)
Ken Goffman
Traducci¨®n de Fernando Gonz¨¢lez Corugedo
Anagrama. Barcelona, 2005
521 p¨¢ginas. 25 euros
Los padres escolapios, qu¨¦ buenos eran, nos hac¨ªan cantar La respuesta est¨¢ en el viento. Y en el viento debe seguir la respuesta, porque veintimuchos a?os despu¨¦s, siguiendo un razonamiento nada contracultural, Goffmann nos viene a decir que la evoluci¨®n del esp¨ªritu humano es un fin para, entre cosas muy contraculturales, "iluminar a la persona m¨¢s inexplicable que haya honrado la tierra": Bob Dylan. Esa gigantesca burbuja que todo lo arrolla desde el origen de los tiempos, el Esp¨ªritu Humano, no ha estado pensando en nada m¨¢s. ?Exagero? Desde luego, pero, como buen contracultural, m¨¦rito que se consigue leyendo este volumen, y seg¨²n ese punto de vista algo bizco, tambi¨¦n tengo derecho a ser arbitrario.
Lo que este libro pretende
es, a su modo, lo que el t¨ªtulo indica. La primera parte del libro, 'El nacimiento de las contraculturas', nos cuenta que Abraham fue el primer contracultural, que el pueblo jud¨ªo ha sido siempre contracultural (aunque a m¨ª me hab¨ªan explicado que tambi¨¦n era muy cultural, pero ya han visto m¨¢s arriba cu¨¢l ha sido mi educaci¨®n) y que contracultura es, ni m¨¢s ni menos, lo que el autor pretende que sea en cada momento, seg¨²n su conveniencia. Y nos lo demuestra en la segunda parte: 'Un arco de tiempos y lugares'. El arco es muy grande, la flecha peque?a, no hay diana, lo malo se pega. S¨®crates, tao¨ªsmo, zen, sufismo, 'el esp¨ªritu her¨¦tico de Provenza', la Ilustraci¨®n, el trascendentalismo americano y la bohemia parisiense de preguerra. Todo eso contado a los ni?os en doscientas p¨¢ginas llenas de lugares comunes. Nadie niega la buena intenci¨®n, ni la profusi¨®n de nombres abandonados ah¨ª con la misma alegr¨ªa que muchas conclusiones. Al fin y al cabo, peores lecturas nos han orientado a otras mejores, y ¨¦sa puede ser la utilidad de esta parte. Que Voltaire es "el fil¨®sofo-punk del Siglo de las Luces" lo dejamos para otro d¨ªa.
Despu¨¦s de esa historia de la
contracultura llega la tercera parte: "Despu¨¦s de Hiroshima, la contracultura" (cursiva del autor). Lo anterior s¨®lo era un precalentamiento. A¨²n nos esperan otras doscientas p¨¢ginas de lo que nunca hab¨ªan imaginado: guerra fr¨ªa, movimiento beat, hippismo, fuerzas ocultas del poder, hedonismo-nihilismo de los setenta (los punkis, que en buena l¨®gica deber¨ªan ser los volterianos de finales del siglo XX, al parecer no lo son), la globalizaci¨®n contracultural y las ilusiones ciberespaciales. En realidad, no s¨®lo es ese el asunto de Goffmann, sino que es el asunto del libro. Entonces ?por qu¨¦ lo anterior? Bien sabe Dylan (l¨¦ase Dios) que no le hago ascos a las muchas p¨¢ginas, pero est¨¢ la calidad, la oportunidad, la originalidad, de esas p¨¢ginas. Y una p¨¢gina del voluminoso Rastros de carm¨ªn, de Greil Marcus, vale lo que todo este libro. Por el af¨¢n de sencillez y colegueo, un autor, de la corriente principal o contracultural, no puede dejarse llevar por facilidades as¨ª: "Y mientras que cualquier hipster digno de tal nombre continuaba apreciando los opi¨¢ceos paisajes on¨ªricos de m¨²sicos de jazz como Charlie Parker o Miles Davis, el nuevo sonido del barrio hac¨ªa que te pusieses de pie a bailar y sonre¨ªr: era el rock & roll". ?Guau!
La condescendencia con el error hiede tanto como el error. Y quisiera pedir disculpas. Pero veo algo que no me gusta en Ken Goffman, o R. U. Sirius, como tambi¨¦n se le conoce. Mientras lee, uno va descubriendo que el autor carga con los mismos prejuicios que supone detestar. Habla de Jack Kerouac, por ejemplo, y acaba con ¨¦l del siguiente modo: "De ser la voz beat de la compasi¨®n zen se transform¨® en un g¨¢rrulo paranoico y antisemita que viv¨ªa con su madre. Muri¨® en 1969, a los 47 a?os, de una cirrosis hep¨¢tica debida al abuso del alcohol". El Kerouac que interesa a Goffman, pues, es el amable y manejable icono beat, no el hombre que se desmorona en casa de su madre. Pero el Kerouac beat ata?e a lo espectacular y el Kerouac repugnante ata?e a la condici¨®n humana. Y lo espectacular, a su vez, ata?e a la tiran¨ªa, mientras el inter¨¦s por la condici¨®n humana ata?e a la libertad. Goffman, que tambi¨¦n divide el mundo en buenos y malos, es de los malos.
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