D¨ªa a d¨ªa del cambio clim¨¢tico
Convenio de Kioto, deshielo de casquetes polares, huracanes tropicales. A veces, los efectos del calentamiento del planeta suenan lejanos. Pero los trastornos est¨¢n a nuestro lado. La naturaleza que nos rodea cambia. Aves, plantas e insectos se comportan de modo distinto. ?ste es el cambio clim¨¢tico cotidiano, en el patio de nuestra casa.
Este mismo mes de enero, el lector que lea estas p¨¢ginas podr¨¢ hacer la prueba de acercarse al campanario m¨¢s cercano; con alta probabilidad avistar¨¢ a las cig¨¹e?as en sus nidos. Contradiciendo al "por San Blas, la cig¨¹e?a ver¨¢s" del refranero, las zancudas vienen retornando de Nigeria con mucha antelaci¨®n al d¨ªa del santo, el 3 de febrero. Es m¨¢s, en Do?ana y en el interior de Andaluc¨ªa se las oye crotorar todo el a?o. No se trata de la ¨²nica ave en portarse de modo anormal; abandonando la pauta seguida desde tiempo inmemorial, la abubilla y la codorniz dejan de migrar y se vuelven sedentarias.
Algo raro les sucede a estos p¨¢jaros de puntualidad legendaria. ?C¨®mo interpretar su conducta? Descifrar el vuelo de las aves ha desvelado a los humanos desde muy antiguo. Movidos por ese af¨¢n, los griegos perge?aron un saber adivinatorio, la ornitomancia, conforme al cual la aparici¨®n de un ¨¢guila por la derecha o por la izquierda anticipaba el resultado de una batalla. Hoy contamos con un instrumento interpretativo a la altura de nuestra civilizaci¨®n cient¨ªfica-t¨¦cnica: la fenolog¨ªa, la disciplina abocada al estudio de los ciclos vitales de animales y plantas en relaci¨®n con el tiempo y el clima. En los movimientos de los p¨¢jaros sus practicantes leen un mensaje preocupante: el cambio clim¨¢tico est¨¢ afectando a los seres vivos.
Si llamamos invierno al periodo con ¨¢rboles desnudos, en 2000 dur¨® un mes menos que en 1952
Durante 50 a?os, Pere Comas apunt¨® cu¨¢ndo se ca¨ªan las hojas, llegaban las golondrinas, maduraban los frutos y cantaban los ruise?ores
Con este deshielo acelerado, es posible que los glaciares de los Pirineos desaparezcan en 20 a?os
El 75% de los art¨ªculos cient¨ªficos entre 1993 y 2003 avalaba la tesis de la influencia humana
Que Espa?a, estaci¨®n de paso de muchas especies, se haya tornado una parada permanente, tiene para los fen¨®logos una explicaci¨®n: el aumento sostenido de las temperaturas. Es verdad que en ello influye la proliferaci¨®n de vertederos, una fuente de alimentos a lo largo del a?o; pero son los inviernos benignos los que propician que se queden entre nosotros. Otras aves, por el contrario, han retrasado su llegada: el ruise?or, la golondrina y el cuco vienen dos semanas m¨¢s tarde respecto a 1970, seg¨²n se?ala Josep Pe?uelas, director de la unidad de Ecofisiolog¨ªa CREAF del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC). Sus retrasos, precisa el bi¨®logo, guardan probablemente relaci¨®n con la sequ¨ªa que asola sus cuarteles de invierno africanos, por la cual el acopio de energ¨ªas para el viaje intercontinental les demanda m¨¢s tiempo.
Las aves son "importantes indicadores" del aumento de la temperatura media en superficie, asegura Juan Jos¨¦ Sanz, experto en ecolog¨ªa animal del Museo Natural de Ciencias Naturales-CSIC. Cualquier madrile?o puede comprobarlo en los bosques de la Casa de Campo si repara en los gigantescos nidos armados por las cotorras suramericanas. Su presencia s¨®lo se explica por un ambiente m¨¢s c¨¢lido. Introducidas en cautividad, "no habr¨ªan sobrevivido en condiciones distintas a las de su h¨¢bitat natural", apunta Sanz. Que se hayan aclimatado tiene un significado: Espa?a se recalienta.
En efecto, entre 1864 y 1999 la temperatura en nuestro pa¨ªs aument¨® 1,5 grados cent¨ªgrados, muy por encima del 0,6? registrado a nivel mundial; as¨ª lo ha establecido el Estudio de los Efectos del Cambio Clim¨¢tico en Espa?a encargado por el Ministerio de Medio Ambiente y el Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Castilla-La Mancha, y realizado en colaboraci¨®n con 400 expertos.
El calentamiento se ha hecho m¨¢s acentuado en los inviernos. Que son cada vez m¨¢s suaves "se nota al mirar las fotos de nuestros abuelos, sepultados bajo monta?as de ropa de abrigo durante la estaci¨®n invernal", apunta Antonio Ruiz de Elvira, ec¨®logo de la Universidad de Alcal¨¢ de Henares. El calor aprieta, sobre todo en las ciudades: Madrid es la capital europea con el mayor aumento de temperatura media de los ¨²ltimos 30 a?os: 2,2?, seg¨²n indica un estudio de WWF/Adena. Con tan t¨®rrido clima no sorprende que las mascotas ex¨®ticas huidas campen a sus anchas en los espacios verdes urbanos.
01 El microcosmos del maestro
Con toda su aplastante objetividad, las cifras del term¨®metro nada dicen del impacto del calentamiento en la fauna y flora espa?ola. Nuestro conocimiento en ese aspecto tiene un origen muy distinto, y se remonta a 1952, cuando Pere Comas, un maestro del pueblecito catal¨¢n de Cardedeu, comenz¨® a llevar un cuidadoso registro de las fechas de aparici¨®n y ca¨ªda de las hojas, salida de las flores y de la maduraci¨®n de los frutos de m¨¢s de cien especies de plantas cultivadas y silvestres. Durante m¨¢s de la mitad de su vida, Comas, un apasionado de la cultura, la arquitectura y la meteorolog¨ªa local, aprovech¨® sus paseos diarios para auscultar los biorritmos del Vall¨¦s Oriental a trav¨¦s del comportamiento de almendros, membrillos y fresnos; de la llegada de golondrinas, vencejos y mariposas; del canto de los primeros ruise?ores, cucos y codornices; de las primeras lluvias y de las ¨²ltimas nevadas. As¨ª fue llenando cuadernos y cuadernos con "una de las mejores series disponibles en el mundo, en cantidad y calidad", recuerdan el escritor Miguel Delibes y su hijo bi¨®logo en el libro La Tierra herida.
La labor de Comas era excepcional en un pa¨ªs sin tradici¨®n en tales registros. Pe?uelas y sus colegas supieron de ¨¦l por boca de los naturalistas de la regi¨®n del Montseny. Ellos necesitaban datos de las alteraciones biol¨®gicas producidas en las ¨²ltimas d¨¦cadas, a fin de relacionarlos con las variaciones t¨¦rmicas. Ya octogenario, el maestro de Cardedeu les pas¨® sus series sin vacilar. Al cotejarlos con los guarismos de los sat¨¦lites meteorol¨®gicos, vieron que los indicios de aquel microcosmos casaban con los indicadores globales. Para la fenolog¨ªa espa?ola esos cuadernos fueron el equivalente a la Piedra Rosetta para el descifrado de los jerogl¨ªficos egipcios, pues con ellos se pudo entender los mensajes que emit¨ªan plantas y animales, sin ser o¨ªdos hasta ese momento.
El primer mensaje descifrado no pod¨ªa sonar m¨¢s sensacional: la primavera biol¨®gica se est¨¢ adelantando. Los datos de Comas permitieron establecer que las hojas de olmos e higueras brotan un mes antes y caen 13 d¨ªas despu¨¦s de lo acostumbrado medio siglo atr¨¢s. Tambi¨¦n demostraron que las flores se han sumado al despertar prematuro del follaje: la zarza florece 42 d¨ªas antes, y el guisante, 23; y otro tanto ocurre con los frutos: el membrillo aparece 23 d¨ªas antes, y el albaricoque, 24. "Si llamamos invierno al periodo del a?o en el que los ¨¢rboles est¨¢n desnudos, en 2000 esa estaci¨®n habr¨ªa sido un mes m¨¢s corta que en 1952", comenta Pe?uelas.
La naturaleza ha adelantado sus relojes. El lector aficionado a la jardiner¨ªa se dar¨¢ cuenta de ello al ver las yemas del granado y los primeros capullos del rosal despuntar en febrero. Quien no se entere del cambio de hora llegar¨¢ tarde al espect¨¢culo de los almendros en flor de la madrile?a Quinta de los Molinos, que cada a?o se despliega m¨¢s temprano. El cambio clim¨¢tico, un trastorno al que cre¨ªamos confinado al ?rtico o a las islas del Pac¨ªfico, se ha introducido con sigilo en nuestros jardines. Las narices de los al¨¦rgicos tampoco han necesitado anuncios oficiales para percatarse del despertar floral. "El adelanto en la floraci¨®n supone una presencia pol¨ªnica en el aire m¨¢s prolongada, con previsibles repercusiones en un aumento del n¨²mero de pacientes de alergia", sostiene Carmen Gal¨¢n, coordinadora de la Red Espa?ola de Aerobiolog¨ªa. Por otra parte, las emisiones de polen a destiempo amenazan con provocar desencuentros entre las plantas y sus animales polinizadores. Como explica Pe?uelas, "si las flores adelantan su ciclo y los insectos que las polinizan no lo hacen, no coincidir¨¢n en el tiempo", con riesgo de que la fructificaci¨®n se vaya al garete, y con ella no s¨®lo la producci¨®n de miel y frutas, sino el conjunto de la flora.
Por lo pronto, las plantas se han puesto a crecer a toda prisa. Al acortarse su letargo, su crecimiento anual se ha alargado unos 18 d¨ªas. A ello contribuye la acci¨®n fertilizadora del CO2, pues, a medida que su disponibilidad aumenta, los vegetales lo absorben a raudales y crecen m¨¢s r¨¢pido. Pero esa reacci¨®n exuberante es enga?osa: "Las plantas de hojas caducas sufren peor la falta de agua y un ciclo vital m¨¢s largo las har¨¢ m¨¢s vulnerables a la sequ¨ªa"; al cabo de un tiempo, la productividad se desplomar¨¢, prev¨¦ Pe?uelas. A trav¨¦s de las plantas, la Tierra est¨¢ respirando con m¨¢s fuerza, no de manera saludable sino como alguien sometido a un estr¨¦s f¨ªsico permanente.
Otras plantas, agobiadas por la presi¨®n t¨¦rmica, protegen sus hojas emitiendo gases refrigerantes llamados monoterpenos. En ocasiones, ese recurso no basta y los vegetales deben refugiarse en las monta?as -un ascenso de 500 metros les ayuda a contrarrestar un aumento de 3? C de temperatura-. El excursionista que suba a Pe?alara, el pico m¨¢s alto de la sierra madrile?a, ver¨¢ la cumbre invadida por especies de zonas c¨¢lidas como arbustos, enebro rastrero, piorno serrano. "Su avance se debe al cambio clim¨¢tico", afirma Eduardo Sobrino, investigador de la Universidad Polit¨¦cnica de Madrid que estudi¨® el fen¨®meno. Algo similar se aprecia en el macizo del Montseny; en sus laderas, los encinares, ¨¢rboles de clima mediterr¨¢neo, ganan terreno a los hayedos y robledales, los cuales se repliegan a las cimas y desalojan su vegetaci¨®n alpina.
02 El s¨ªntoma mariposa
Comas persever¨® en sus observaciones hasta su muerte, y tuvo la satisfacci¨®n de ver su nombre en prestigiosas revistas internacionales: el suyo fue el triunfo de un cient¨ªfico aficionado. Su gesta est¨¢ siendo continuada por un grupo de investigadores. Gracias a ellos sabemos que ciertas mariposas han adelantado su metamorfosis 11 d¨ªas. ?Qu¨¦ importancia tiene este detalle? Mucha; los lepid¨®pteros son un fiel indicador de la salud del bosque. ?Y qu¨¦ indican ahora? De entrada, que las altas temperaturas fuerzan a los insectos a madurar antes de tiempo. Ello entra?a un desbarajuste ecol¨®gico, pues los ritmos naturales est¨¢n regulados por una red de relojes biol¨®gicos bien sincronizados, y la alteraci¨®n de uno repercute en los dem¨¢s, trastornando las cadenas reproductivas y alimentarias. Ya lo sufren en carne propia las aves migratorias, que, "al llegar con la primavera avanzada, tienen menos tiempo para poner huevos, y su ¨¦xito reproductor se resiente", refiere Sanz. Y tambi¨¦n los papamoscas cerrojillos de Holanda, cuyos pollitos nac¨ªan "en 1980 a primeros de junio, cuando hab¨ªa m¨¢s orugas", dice Pe?uelas; "en el a?o 2000 segu¨ªan naciendo m¨¢s o menos por la misma fecha, pero, debido al adelantamiento del ciclo vegetal, las orugas abundan a mediados de mayo y los p¨¢jaros se las pierden". Tales desajustes ponen a ciertas aves en peligro de extinci¨®n; aparte de promover la proliferaci¨®n de insectos da?inos, libres del control ejercido por aqu¨¦llas.
Los seguidores de Comas han advertido adem¨¢s que los animales acosados por los calores imitan a las plantas y huyen hacia arriba. En la laguna Grande de Gredos (Madrid), y en los lagos de altura de Somiedo (Asturias), han aparecido ranas comunes y ranitas de San Ant¨®n, respectivamente. En la sierra de Guadarrama, los senderistas marchan entre mariposas que revolotean muy por encima de sus niveles habituales. Y en la sierra de Baeza, la oruga procesionaria ha subido a cotas in¨¦ditas, lo cual supone una mala noticia para los pinos silvestres, hasta el momento a salvo de su voracidad.
Otras criaturas escapan a climas m¨¢s templados: mariposas y lib¨¦lulas oriundas de Murcia y Andaluc¨ªa se dejan ver en Catalu?a, en tanto las mariposas de esta regi¨®n caen en las redes de los coleccionistas del sur de Francia. Los testimonios de los cazadores hablan de movimientos parecidos que han puesto patas arriba el mapa cineg¨¦tico peninsular: ahora las t¨®rtolas abundan en el noroeste, y las codornices y perdices escasean en tierras bajas de las dos Castillas; mientras aves de climas c¨¢lidos, como la garcilla bueyera, el abejaruco y el flamenco, se expanden hacia el norte.
No todas las especies reaccionan al calentamiento -el vencejo, por ejemplo, no ha variado un ¨¢pice sus peregrinaciones-; pero la falta de un inventario exhaustivo impide saber cu¨¢ntas son. Podemos hacernos una idea con el estudio de Terry Root, de la Universidad de Stanford (EE UU), referente a 1.473 especies animales y vegetales de todo el mundo: el 81% sufre transformaciones biol¨®gicas relacionadas con esa causa, y apenas una minor¨ªa soporta sin inmutarse el aumento medio de 0,6? en la temperatura. ?Qu¨¦ ocurrir¨¢ con las plantas y animales de los que dependemos para comer, vestir y curarnos de cumplirse las previsiones de una subida de entre 1? y 5? este siglo? ?Y al conjunto de los seres vivos? Nadie se atreve a pronosticarlo.
03 Glaciares en fuga
El mismo a?o en que el maestro de Cardedeu iniciaba sus observaciones, un amante de los Pirineos comenz¨® a notar cambios semejantes en ese entorno. Desde 1952, Eduardo Mart¨ªnez de Pis¨®n, ge¨®grafo y monta?ero, viene siendo testigo de c¨®mo los glaciares, arrinconados por el calor, se retiran a las cumbres. "Donde antes pisabas mucho hielo, ahora pisas mucha piedra", recuerda este catedr¨¢tico de Geograf¨ªa F¨ªsica de la Universidad Aut¨®noma de Madrid (UAM). Si para alcanzar el glaciar del macizo Maladeta-Aneto, en 1990 deb¨ªa subir 2.800 metros, el pasado verano tuvo que ascender hasta los 3.000 metros. Su encogimiento es dram¨¢tico: de 700 hect¨¢reas a mediados del siglo XIX, pas¨® a 180 en los a?os noventa y a 90 hect¨¢reas este a?o. El glaciar del Monte Perdido, que ocupaba 1.779 hect¨¢reas, se contrajo a 65 este verano, seg¨²n informa la organizaci¨®n ecologista Greenpeace. Con este deshielo acelerado, es posible que el glaciar del Aneto y los otros 19 glaciares del Pirineo espa?ol desaparezcan en 20 a?os. "Los hombres llegan y los glaciares se van", reflexiona con melancol¨ªa Mart¨ªnez Pis¨®n.
En vez de un aviso susurrado, el retroceso de las imponentes monta?as de hielo est¨¢ dando la alarma por megafon¨ªa. "Un glaciar es un altavoz de las modificaciones en los ecosistemas monta?osos", dice el ge¨®grafo, dolido por "la p¨¦rdida paisaj¨ªstica que entra?a su desaparici¨®n". Su retroceso corre en paralelo con la disminuci¨®n de las nevadas. "D¨¦cadas atr¨¢s, era normal que nevara una vez al a?o al menos en el norte e interior de Espa?a; eso ya no sucede", advierte Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Ortega, de Greenpeace. Hasta el roc¨ªo va desapareciendo de los campos; de ¨¦l pronto s¨®lo quedar¨¢ constancia en la poes¨ªa. Si bien en Espa?a no puede hablarse de una relaci¨®n directa entre la sequ¨ªa actual y el cambio global, el r¨¦gimen de precipitaciones ha variado notablemente. "Aunque llueva la misma cantidad que antes, a los seres vivos no les da igual que lo haga en invierno que en verano, ni que el agua caiga en forma de lluvia y no de nieve", explica Luis Balair¨®n, investigador del Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa. "Por lo que s¨ª puede decirse que el calentamiento intensifica los efectos negativos de la sequ¨ªa".
04 Mediterr¨¢neo tropical
Si de la monta?a bajamos al mar, veremos multiplicarse las se?ales del calentamiento. De darnos un chapuz¨®n en el Mediterr¨¢neo lo sentiremos m¨¢s tibio en comparaci¨®n con nuestros ba?os de la infancia. La memoria no nos enga?a: en los a?os ochenta, sus aguas se calentaron 0,3?; en la d¨¦cada siguiente, 0,75?, y en 2003 registraron los valores m¨¢s altos de los ¨²ltimos 45 veranos, con 32? en algunos puntos, seg¨²n informa el Centro Meteorol¨®gico de Baleares. Lo mismo ocurre en el Atl¨¢ntico, de forma atenuada. En conjunto, la temperatura de las aguas superficiales que rodean la Pen¨ªnsula viene aumentando "en torno a 0,4-0,5? por d¨¦cada", se dice en el Estudio de los Efectos del Cambio Clim¨¢tico en Espa?a.
Si adem¨¢s practicamos submarinismo tendremos otro signo en el avance imparable de las macroalgas de afinidad tropical y algas rojas diversas. Como un monstruo de ciencia-ficci¨®n que todo lo devora a su paso, las invasoras arrasan las comunidades de algas aut¨®ctonas e incluso llegan a afectar a las ondulantes praderas de Posidonia, las hierbas que tapizan los fondos marinos y constituyen aut¨¦nticos oasis de biodiversidad donde habitan insectos, moluscos, gusanos, caracoles, esponjas? Por no hablar del peligro planteado por la llegada de algas y fitoplancton t¨®xicos, como las que originaron las temibles mareas rojas. Aunque su aparici¨®n no responde al cambio clim¨¢tico, "su prevalencia puede asociarse al calentamiento del agua, lo que favorecer¨ªa su aparici¨®n cada vez m¨¢s frecuente", se asegura en el mencionado estudio. A la misma causa cabe atribuir las floraciones de algas que, al te?ir las aguas de una coloraci¨®n verde-parduzca, dan un aspecto sucio a las playas del Mediterr¨¢neo y del Atl¨¢ntico.
Otra se?al de alerta proviene de mar adentro, y la dan los peces con su huida al norte. Los pescadores baleares lo han notado en sus menores capturas de sardinas, boquerones y alachas, cuyos card¨²menes siguen al plancton en su busca de aguas fr¨ªas, y en la presencia en el Mediterr¨¢neo septentrional de peces de la costa norafricana. La alacha, por ejemplo, necesita 24? de temperatura en verano para procrear, condiciones que ya se dan en la Costa Brava. Peces de ambiente fr¨ªo como el espad¨ªn comienzan a escasear, mientras el recalentado Mare Nostrum se vuelve un hogar cada vez m¨¢s confortable para los meros tropicales, salmonetes arco iris y otras criaturas procedentes del mar Rojo. "Asistimos a la tropicalizaci¨®n del Mediterr¨¢neo", sostiene Enric Ballesteros, experto en ecolog¨ªa acu¨¢tica del Centro de Estudios Avanzados de Blanes-CSIC. El c¨²mulo de alteraciones ha llevado al director del Centro de Estudios Ambientales del Mediterr¨¢neo, Mill¨¢n Mill¨¢n, a afirmar que las previsiones clim¨¢ticas para dentro de 50 a?os "son ya una realidad en el Mediterr¨¢neo".
Un trasiego similar tiene lugar en el litoral atl¨¢ntico. El aumento de la temperatura en el golfo de Vizcaya empuja a las anchoas y sardinas a desovar m¨¢s al norte. En las costas asturianas aparecen especies de aguas c¨¢lidas como el pez vela o la carabela portuguesa (un tipo de medusa), en tanto peces, plancton e ictoplancton del Algarve extienden su h¨¢bitat hasta la zona de Brest (Francia), seg¨²n se?alan fuentes del Instituto Oceanogr¨¢fico de Gij¨®n. Y en costas canarias, el marl¨ªn, un pez originario del oc¨¦ano ?ndico, ha adquirido carta de ciudadan¨ªa hasta el punto de convertirse en pieza de pesca deportiva.
Las se?ales emitidas por el coro de aves, insectos, peces e insectos de nuestro pa¨ªs coinciden con los datos de otras partes de nuestro hemisferio: por donde quiera que se mire, las avanzadillas de la fauna y la flora huyen al norte o a las alturas monta?osas.
05 La era del 'antropoceno'
?Hasta qu¨¦ punto la culpa de la redistribuci¨®n de aves y peces la tiene el clima, y no la sobrepesca, la caza o la urbanizaci¨®n? A veces cuesta dar una respuesta concluyente, puesto que en ecolog¨ªa los hilos de las causalidades se cruzan y forman una madeja enmara?ada. La escasez de salm¨®n en los r¨ªos de la Cornisa Cant¨¢brica puede deberse a la temperatura, a la pesca o a la contaminaci¨®n. "Ciertas modificaciones en los ecosistemas de alta monta?a responden al abandono de la agricultura y la ganader¨ªa", admite Mart¨ªnez de Pis¨®n. La profusi¨®n de medusas en la costa levantina no puede disociarse de la pesca que diezm¨® a los peces que las ten¨ªan a raya. Ni la reforestaci¨®n del Montseny es ajena a la prohibici¨®n de quemar pastos, una pr¨¢ctica que no dejaba crecer a los reto?os arb¨®reos. Pero esos factores no alcanzan a explicar los ciclos vitales alterados; "s¨®lo se entienden por el calentamiento global", concluye Pe?uelas.
"Determinados comportamientos de la Naturaleza son mejores indicadores de la realidad que algunas variables geof¨ªsicas", explica Balair¨®n. "Los seres vivientes y los glaciares expresan la complejidad clim¨¢tica en t¨¦rminos f¨¢ciles de observar. El sistema atmosf¨¦rico se caracteriza por oscilaciones extremas y transitorias; las reacciones de las especies, en contraste, reflejan las variaciones permanentes de modo m¨¢s fehaciente". Con todo, advierte el meteor¨®logo, las respuestas biol¨®gicas s¨®lo dan prueba del calentamiento veloz; no dicen nada de la responsabilidad humana. Dilucidar ese punto s¨®lo resulta posible en el marco de los grandes modelos climatol¨®gicos.
?Por qu¨¦ se calienta la Tierra? Para entenderlo hay que partir del dispositivo de climatizaci¨®n natural por el cual ciertos gases atmosf¨¦ricos -vapor de agua y di¨®xido de carbono (CO2), entre otros- dejan pasar los rayos solares y atrapan la radiaci¨®n infrarroja que el planeta devuelve al espacio, y al hacerlo ayudan a calentar el globo. A esto se le llama efecto invernadero, por su similitud con las estructuras acristaladas en donde la energ¨ªa solar entra pero la infrarroja no puede salir, con el resultado de que en su interior hace m¨¢s calor que fuera. Sin dicho efecto, la superficie planetaria se helar¨ªa; pero, de intensificarse, se producir¨ªa un calentamiento adicional. Es lo que sucede a ra¨ªz de la inyecci¨®n de CO2 liberado por la combusti¨®n de cantidades monstruosas de carb¨®n y petr¨®leo. Las cifras no mienten: desde que en 1781 James Watt invent¨® la m¨¢quina de vapor y sent¨® las bases del consumo masivo de combustibles f¨®siles, la concentraci¨®n atmosf¨¦rica de CO2 ha ido al alza: de 280 partes por mill¨®n en el siglo XVIII pas¨® a 330 en 1970, y a 375 hoy d¨ªa; en paralelo, la temperatura media global subi¨® de los 14,8? de la era preindustrial a los 15,4? actuales. Algunos expertos dicen que vivimos en el Antropoceno, la era del clima modelado por la acci¨®n humana.
Cuesta encontrar un cient¨ªfico espa?ol que no crea en el cambio clim¨¢tico o en su v¨ªnculo con la actividad humana, el factor antropog¨¦nico. "Ning¨²n investigador serio niega ese factor", afirma Ballesteros. Los esc¨¦pticos se hallan entre los economistas y periodistas conservadores que han colgado a los an¨¢lisis climatol¨®gicos el sambenito de "ecoalarmismo". Para los portavoces del pensamiento "ecol¨®gicamente incorrecto", el calentamiento del planeta no es sino la coartada esgrimida por los enemigos del neoliberalismo y la globalizaci¨®n, para trabar la expansi¨®n del mercado. Lo que no aciertan a explicar es por qu¨¦ extra?o motivo el estamento cient¨ªfico se presta a dar pretextos a los radicales. Sucede que en este punto el consenso es abrumador: de 928 art¨ªculos sobre cambio clim¨¢tico difundidos entre 1993 y 2003, el 75% avalaba la tesis del factor antropog¨¦nico, y el 25% restante se centraba en cuestiones de m¨¦todo, de acuerdo con el estudio publicado por Naomi Oreskes en Science. ?Ni uno solo en contra!
Pese a todo, subsisten algunos disidentes. Sin negar la subida de la temperatura, estos expertos dudan de la influencia humana en su gestaci¨®n y relativizan su impacto. Arguyen que se trata de algo natural, como el enfriamiento causante de la Edad de Hielo, contra el cual poco podemos hacer, salvo adaptarnos. Los ciclos solares y los gases de los volcanes, a?aden, tendr¨ªan mucho que ver con el cambio clim¨¢tico; a este argumento replican sus adversarios que, aun otorgando a ambos factores cierta influencia en el siglo XIX, ¨¦sta no explicar¨ªa las temperaturas de los ¨²ltimos 30 a?os, un lapso sin mayor actividad solar ni volc¨¢nica.
06 La peque?a Edad de Hielo
La modificaci¨®n clim¨¢tica m¨¢s dr¨¢stica anterior a la que estamos viviendo culmin¨® hace apenas 150 a?os, y se la conoce como Peque?a Edad de Hielo. Este periodo fr¨ªo, abierto a mediados del siglo XVI y concluido a mediados del XIX, afect¨® a todo el globo. De causas inciertas, se le relaciona con una actividad solar disminuida y una mayor erupci¨®n volc¨¢nica. Su magnitud inspir¨® a la pintura europea un tema: los paisajes invernales con gente patinando en canales helados. En Espa?a, los glaciares volvieron a expandirse, incluso en Sierra Nevada; los r¨ªos Ebro, Turia y Tajo se congelaron repetidas veces; numerosos puertos monta?osos se abrieron s¨®lo en agosto, y disminuyeron los pastos de alta monta?a. Las bajas temperaturas, apunta Mart¨ªnez de Pis¨®n, favorecieron el surgimiento de una industria basada en el almacenamiento y distribuci¨®n de hielo (la ciudad tinerfe?a de La Orotava, de clima tropical, prosper¨® con la venta de hielo del Teide). Finalmente, "en 1864, un ingeniero not¨® que los glaciares pirenaicos comenzaban a retroceder, marcando el cierre del intervalo g¨¦lido", a?ade el catedr¨¢tico de la UAM. Hoy se aprecia que Espa?a atraves¨® aquellos rigores clim¨¢ticos sin penalidades extraordinarias; en contraste, parece dudoso que, vistas las alteraciones biol¨®gicas en curso, vaya a superar indemne los calores que se nos echan encima.
Como ¨²ltima l¨ªnea defensiva, los incr¨¦dulos se atrincheran en las inc¨®gnitas relativas a procesos naturales susceptibles de mitigar el efecto invernadero. Tal es la postura de Richard Lindzen, un meteor¨®logo del Massachussets Institute of Technology (EE UU) que se apoya en la sequedad de las capas altas de la atm¨®sfera inducida por el calentamiento, para predecir una mengua en el volumen de vapor atmosf¨¦rico y, en consecuencia, un descenso de 1? en la temperatura media.
?Podemos cruzarnos de brazos a la espera del cumplimiento de tan tranquilizadora previsi¨®n? ?O debemos creer los vaticinios inquietantes y actuar en consecuencia? Las alteraciones citadas certifican que lo que una d¨¦cada atr¨¢s era una conjetura, ya se despliega a nuestra vista. Los sutiles indicios replican a peque?a escala los colosales s¨ªntomas referidos en grandes titulares. El calentamiento global, que primero se hizo sentir en el casquete polar ¨¢rtico y en los tifones, ha alcanzado a los seres vivos. "Los medidores biol¨®gicos indican que, al mudar el clima, los organismos vivientes reaccionan con una carrera adaptativa en la que puede haber m¨¢s perdedores que ganadores", manifiesta Balair¨®n. Por eso, y pese a las inc¨®gnitas por despejar, "no hay m¨¢s remedio que tomar decisiones en medio de incertidumbres", prosigue. "Nos urge actuar para que no se concreten los peores escenarios manejados por los modelos clim¨¢ticos, y el Tratado de Kioto es una de las v¨ªas de acci¨®n posibles, a medio camino de la transformaci¨®n radical de la sociedad industrial reclamada por ecologistas y de la pasividad confiada de los esc¨¦pticos", concluye el meteor¨®logo. Entretanto, el cambio clim¨¢tico contin¨²a estrechando el cerco a la Humanidad. Quien haya tomado nota del aviso de las cig¨¹e?as, no podr¨¢ decir que no fue advertido a tiempo.
El enigma de las tormentas violentas
La proliferaci¨®n de peque?os indicios sobre el calentamiento global no llega a modificar la percepci¨®n dominante: para la mayor¨ªa de los espa?oles, el cambio clim¨¢tico consiste en trastornos de gran magnitud y, en concreto, en las alteraciones m¨¢s visibles de los reg¨ªmenes de lluvias y tormentas. Ejemplo de lo ¨²ltimo es la que devast¨® parte de las islas Canarias el pasado mes de noviembre: mientras en la opini¨®n p¨²blica se alza una multitud de dedos acusando al cambio clim¨¢tico de la llamada tormenta Delta, los expertos no se ponen de acuerdo: mientras que algunos meteor¨®logos norteamericanos descartan cualquier relaci¨®n entre Delta y el calentamiento del planeta, especialistas de la Organizaci¨®n Meteorol¨®gica Mundial no rechazan alg¨²n tipo de conexi¨®n. Equidistante de ambas posiciones se sit¨²a Luis Balair¨®n, investigador del Instituto Nacional de Meteorolog¨ªa, que juzga tan poco cient¨ªfico afirmar una relaci¨®n de causa/efecto como negar de plano esa posibilidad. "Resulta muy extra?o que esa tormenta nacida en ?frica occidental se desviara en su camino inicial y enfilase a las Canarias. Es un fen¨®meno singular, como el hurac¨¢n Vince de octubre pasado; pero como estos trastornos violentos e inesperados se est¨¢n volviendo m¨¢s frecuentes, merecen ser estudiados con rigor para saber si se trata de nuevos s¨ªntomas del cambio global o de eventos aislados dictados por el azar climatol¨®gico".
Una red de 'testigos del clima'
La preocupaci¨®n por cartografiar los desajustes del calendario natural ha llevado a las redes fenol¨®gicas europeas a reclutar voluntarios. La United Kingdom Phenology Network cuenta con 21.000 fen¨®logos aficionados que, armados de c¨¢maras y libreta de notas, merodean por jardines y campos para detectar pruebas del desquicio biol¨®gico y fotografiarlas. Por ellos se sabe que la primavera se ha anticipado en Inglaterra: la pr¨ªmula ha perdido el t¨ªtulo de primera flor del a?o, pues desde finales de octubre sus p¨¦talos alegran los parques, en lugar de hacerlo en febrero, y los sapos, en vez de desovar entre enero y marzo, lo hicieron en noviembre. Algo parecido les pasa a los animales dom¨¦sticos: "Tengo dos tortugas que siempre hibernan a principios de noviembre", informa una vecina de Kent, "pero este a?o se las ve muy despiertas, haciendo lo que las parejas de tortugas suelen hacer en primavera". Este verano hubo otro hecho sorprendente: la maduraci¨®n de las moras, que anunciaba la llegada del oto?o, se adelant¨® a julio. De Europa del norte llegan noticias similares: las palmeras de c¨¢?amo importadas de China se aclimatan en Alemania; la mariposa b¨®mbice, jam¨¢s vista en esos pagos, asola los robles de ese pa¨ªs; los estorninos adelantan su retorno; la garzota y el abejaruco del Mediterr¨¢neo se encuentran a gusto en los pa¨ªses n¨®rdicos, y el reyezuelo y la alondra dejan de viajar, de acuerdo con el Instituto Max Planck. En el medio acu¨¢tico ocurre otro tanto: sardinas, anchoas y ostras del Pac¨ªfico abundan en el mar del Norte; algas tropicales invaden los r¨ªos alemanes, y en el Atl¨¢ntico, diversas variedades de zooplancton se desplazan diez grados de latitud al Norte, en perjuicio de peces como el salm¨®n, que se internan en el mar en pos de una comida que se ha ido.
De estos desarreglos quieren alertar los Testigos del Clima a las autoridades comunitarias. Con el respaldo de la organizaci¨®n WWF/Adena, cinco habitantes de la Uni¨®n Europea viajaron en noviembre a Bruselas a dar su testimonio personal de c¨®mo les afecta el cambio clim¨¢tico: el espa?ol Jos¨¦ Luis Oliveros, un agricultor que ha perdido su cosecha de legumbres a causa de la sequ¨ªa veraniega; el alem¨¢n Georg Sperber, un guarda forestal que ha visto c¨®mo, por el aumento de la temperatura, las plagas de escarabajos se ceban con los abetos de Baviera; Cassian Garbett, un residente de la costa inglesa testigo de la subida del nivel del mar; el escoc¨¦s Alan Stewart, due?o de un centro para perros de trineo amenazado por la desaparici¨®n de la nieve, y el italiano Giuseppe Miranti, un apicultor cuya producci¨®n ha ca¨ªdo debido a la menor actividad de las abejas, por el adelanto de la floraci¨®n. "Para tener credibilidad internacional, la UE deber¨ªa cumplir sus compromisos con el Protocolo de Kioto y reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero un 8% para 2012", comenta Stephan Singer, responsable de Cambio Clim¨¢tico y Energ¨ªa de WWF/Adena. "Los ciudadanos esperan ver iniciativas aut¨¦nticas por parte de la UE, puesto que el cambio clim¨¢tico constituye ya una realidad de su vida cotidiana".
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