La guerra fr¨ªa y la guerra contra el terrorismo
Cuando Henry Kissinger dirig¨ªa la pol¨ªtica norteamericana en Vietnam, aseguraba que su prioridad era conservar la "credibilidad" de Estados Unidos. Estados Unidos no estaba dispuesto a conceder nada a sus enemigos, sino que pretend¨ªa infligirles un castigo destructor, casi aniquilador, por haberse opuesto a nuestra voluntad imperial. Sin embargo, hab¨ªa un inconveniente. Sab¨ªa que en Vietnam est¨¢bamos derrotados, y su diplomacia permiti¨® que transcurriera un intervalo decente antes de abandonar a nuestros aliados vietnamitas a su suerte. Una generaci¨®n despu¨¦s, Kissinger ha explicado al pa¨ªs que nuestra credibilidad vuelve a estar en duda. No podemos abandonar a Irak a su suerte (o, al menos, todav¨ªa no) sin sufrir una total p¨¦rdida de prestigio. Como erudito y diplom¨¢tico, sugiere que los vecinos de Irak deben estar involucrados en cualquier soluci¨®n, pero, como gran realista, evita mencionar a Ir¨¢n. En cuanto a lo m¨¢s evidente, el hecho de que la invasi¨®n de Irak ya ha destruido nuestra credibilidad con su brutalidad homicida, su incompetencia manifiesta y su hipocres¨ªa generalizada, el doctor Kissinger prefiere la discreci¨®n.
No obstante, su aparici¨®n, como la del espectro de Hamlet, nos trae recuerdos del pasado. La guerra contra el terrorismo es la heredera bastarda de la guerra fr¨ªa. Como ocurri¨® con la guerra fr¨ªa, sus protagonistas estadounidenses la han convertido en elemento central de la pol¨ªtica nacional e intentan imponer sus obsesiones al resto del mundo. Como la guerra fr¨ªa, la guerra contra el terrorismo es un gigantesco programa de obras p¨²blicas que ofrece trabajo a expertos, ide¨®logos y charlatanes y constituye la justificaci¨®n para un gasto civil y militar sin fin, en una b¨²squeda quim¨¦rica de la "seguridad".
La movilizaci¨®n del pa¨ªs para la guerra otorga al Gobierno estadounidense un tinte cada vez m¨¢s autoritario. La adhesi¨®n de otros pa¨ªses nos da, al menos, una soberan¨ªa parcial sobre ellos. Y muchos de nuestros periodistas, que carecen de conocimientos o de un distanciamiento cr¨ªtico del poder, obtienen as¨ª los medios para interpretar una realidad que no saben dominar de otra manera.
En 1889, Jacob Burckhardt censuraba a "les terribles simplificateurs". ?Qu¨¦ dir¨ªa ahora de nuestro mundo? En la lucha contra el comunismo, gran parte del pensamiento pol¨ªtico occidental perdi¨® su capacidad de diferenciaci¨®n, incluso su sentido de la realidad. ?El enemigo era el expansionismo ruso o la tiran¨ªa estalinista? La lucha geopol¨ªtica entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica se intensific¨® tras la desestalinizaci¨®n y el comienzo del conflicto chino-sovi¨¦tico. Las ofertas sovi¨¦ticas de distensi¨®n militar y pol¨ªtica se encontraron con el rechazo. La Uni¨®n Sovi¨¦tica apoyaba a reg¨ªmenes represivos y rebeliones en el Tercer Mundo con arreglo a lo que le conven¨ªa, pero Estados Unidos respaldaba a Gobiernos dictatoriales y explotadores. La imagen de un enemigo de agresividad despiadada e ideolog¨ªa absolutista persisti¨® hasta que, con Gorbachov, se derrumb¨® el edificio. En grandes zonas de Europa occidental ya estaba deteriorado, por un justificable escepticismo de la opini¨®n p¨²blica.
Hace unas semanas, un funcionario estadounidense declar¨® que Bin Laden hab¨ªa perdido la capacidad de coordinar y dirigir sus fuerzas en todo el mundo. De ser as¨ª, ya no tiene fuerzas repartidas por el planeta, si bien es cierto que existen numerosos grupos afines, isl¨¢micos y de otro tipo, que consideran enemigo a Estados Unidos. Del mismo modo que los anticomunistas de hace unas d¨¦cadas ignoraban las tensiones internas de los Estados comunistas (y la falta de celo revolucionario de muchos sectores del movimiento), los que tanto ruido hacen sobre la existencia de una amenaza islamista ignoran los problemas y las divisiones del mundo isl¨¢mico. La idea de que hay una campa?a para crear un nuevo califato que vaya desde Indonesia hasta Marruecos es absurda. En medio de la ignorancia y la mentira inspiradas por Estados Unidos, resulta sorprendente hasta qu¨¦ punto han perdido algunos europeos su sentido cr¨ªtico y de la historia.
La ideolog¨ªa de la guerra contra el terrorismo tiene su utilidad. Desde luego, desv¨ªa la atenci¨®n del comportamiento moral y pol¨ªtico poco sublime de nuestros nuevos maniqueos. En la guerra fr¨ªa, Estados Unidos trataba de no lanzar acusaciones demasiado fuertes sobre violaciones de los derechos humanos contra la URSS, por miedo a la actitud de la ONU ante la segregaci¨®n racial que sigui¨® siendo legal en el pa¨ªs hasta hace 40 a?os. Hoy, la campa?a a favor de la democracia tiene sus limitaciones: los votos de Ham¨¢s -coincide Estados Unidos con Israel- no deben contar. Nuestro propio sistema de recuento tiene fallos estructurales. La lucha constante de muchos ciudadanos estadounidenses para proteger nuestras libertades constitucionales de la rapi?a de nuestro Gobierno ocupa un lugar cada vez m¨¢s importante en nuestra pol¨ªtica.
La guerra fr¨ªa la dirigieron grupos de intereses ideol¨®gicos y materiales, fabricantes de armas, un aparato pol¨ªtico-militar que monopolizaba inmensos recursos, y, en Europa, quienes hab¨ªan sido anticomunistas -en Italia, entre 1923 y 1945; en Alemania, entre 1933 y 1945; en Espa?a, entre 1936 y 1975- y buscaban una legitimidad de efectos retroactivos.
Hace unos a?os, la opini¨®n general sobre la actuaci¨®n del presidente Bush era bastante mala, hasta que el 11 de septiembre le dio la oportunidad de ofrecer una imagen de l¨ªder nacional, una imagen que ahora est¨¢ desintegr¨¢ndose. Mientras tanto, Israel, con su poderoso lobby en Estados Unidos, est¨¢ claramente interesado en subrayar la amenaza isl¨¢mica. Tiene experiencia en deformar la pol¨ªtica estadounidense, puesto que ya utiliz¨® el asunto de la emigraci¨®n jud¨ªa procedente de la URSS para minar los intentos de distensi¨®n de Nixon, Ford y Kissinger. En Europa, la guerra contra el terrorismo ha logrado la adhesi¨®n de quienes ven a Estados Unidos como un ben¨¦volo hermano mayor o un pagador fiable. En el resto del mundo, unos cuantos clientes conocidos de Estados Unidos -tiranos ¨¢rabes, generales indonesios y paquistan¨ªes, matones latinoamericanos- han hecho una transici¨®n perfecta del anticomunismo a la hostilidad contra el terrorismo. El hechode que sigan disfrutando del dinero y la protecci¨®n norteamericanos da una idea de lo serio que es el compromiso de Estados Unidos con la democracia.
La guerra contra el terror ha adquirido unas dimensiones teol¨®gicas. Los cristianos estadounidenses creen que est¨¢n llevando a cabo una reconquista mundial contra el islam. Su visi¨®n de la historia es siempre apocal¨ªptica, y el atentado contra las Torres Gemelas fue un regalo en ese sentido. Las locuras nacionalistas subsiguientes son reminiscentes de la guerra fr¨ªa. Un pa¨ªs que libra un conflicto cultural y econ¨®mico se une, aunque sea en una comunidad que no es genuina. La definici¨®n de terrorismo (como la acusaci¨®n de falta de vigor frente a ¨¦l), muchas veces, es tan vaga como las acusaciones de comunismo, colaboraci¨®n con ¨¦l o debilidad frente a ¨¦l que se emplearon contra Arbenz, Mossadegh y Nasser, Quadros y Allende, o grandes figuras como Nehru, Brandt y Mandela. En Estados Unidos se escuchan a diario, en los enfrentamientos pol¨ªticos internos, acusaciones de complicidad con el enemigo; el otro d¨ªa, el presidente volvi¨® a utilizarlas para difamar a quienes han calificado de abuso de poder las escuchas clandestinas.
Es indudable que Estados Unidos ha sufrido ataques, en casa y en el extranjero, y que las bombas de Bali, Londres, Madrid y, previamente, Par¨ªs demuestran la magnitud de un problema que tambi¨¦n abarca los conflictos de Tierra Santa y Cachemira, Chechenia y Sinkiang, as¨ª como los graves problemas internos de Afganist¨¢n, Argelia, Egipto, Marruecos, Arabia Saud¨ª, Siria y T¨²nez. La lista, por s¨ª sola, pese a estar incompleta (podr¨ªan figurar tambi¨¦n Ir¨¢n y Turqu¨ªa), es una prueba prima facie de que una expresi¨®n tan indistinta como terrorismo no nos dice nada. Del mismo modo que, ahora que vemos luchar a China y Rusia con sus problemas, las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas, Cuba y Vietnam, los antiguos Estados de la Federaci¨®n Yugoslava, podemos comprender lo insustancial que era el t¨¦rmino "comunista" para describirlos hace s¨®lo dos d¨¦cadas.
No hay nada que pueda sustituir al conocimiento hist¨®rico, la reflexi¨®n y la sensatez pol¨ªtica, y la trayectoria que sigue la ¨¦lite de nuestra pol¨ªtica exterior para llegar a la cumbre no siempre premia esas caracter¨ªsticas. La pol¨ªtica estadounidense no siempre fomenta la integridad: no hay m¨¢s que ver la c¨ªnica actuaci¨®n de la senadora Hillary Clinton en relaci¨®n con Oriente Pr¨®ximo. Habla en favor de los norteamericanos el hecho de que, tanto en el Congreso como en el aparato de pol¨ªtica exterior, se percibe cierta rebeli¨®n por parte de algunos que no son totalmente ignorantes ni se han perdido el respeto a s¨ª mismos. Cuanto antes rechace el resto del mundo la idea de una Guerra contra el Terrorismo, m¨¢s posibilidades tendr¨¢ Estados Unidos de recobrar el sentido com¨²n.
Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia.
Norman Birnbaum es profesor em¨¦rito en la Facultad de Derecho de Georgetown. Autor, entre otros libros, de Despu¨¦s del progreso: reformismo social estadounidense y socialismo europeo en el siglo XX.
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