Espad¨®n
Militar que interviene en pol¨ªtica apoy¨¢ndose en la fuerza de las armas: tal es la cuarta acepci¨®n que mi omnisciente Larousse ofrece al lego de la voz espad¨®n. A continuaci¨®n cita una larga lista de se?ores que en nuestros siglos previos merecieron el castizo apodo: Riego, que levant¨® al Ej¨¦rcito en 1820 para reivindicar la Constituci¨®n de C¨¢diz; Narv¨¢ez gobern¨® como dictador para Isabel II una buena d¨¦cada; Topete se pronunci¨® en 1868 para exigir el regreso de la monarqu¨ªa, en medio de esa confusa pelea de gatos que fue la Primera Rep¨²blica, donde tambi¨¦n desenvain¨® el sable el general Pav¨ªa, "en nombre de la salvaci¨®n del Ej¨¦rcito, de la libertad y de la patria"; en 1886 se suma a la lista Villacampa, que a?oraba la Rep¨²blica, y en 1932 Sanjurjo, que la odiaba; el cuartelazo de 1936 ya sabemos todos d¨®nde acab¨®, como el de 1981. Son los datos que resultan de un breve vistazo a los libros de Historia, sin voluntad de resultar exhaustivo. Uno comprende, despu¨¦s de semejante censo, que el espad¨®n constituye una tradici¨®n patria tan ubicua y digna de figurar en las postales como el traje de faralaes y la botella de jerez. As¨ª que el general Mena, ese hombre tan preocupado por que Espa?a no se descosa como los malos manteles, no hac¨ªa m¨¢s que reiterar el noble ejemplo de sus ancestros cuando calent¨® los cascos (nunca mejor dicho) con sus declaraciones de Pascua en Sevilla. No s¨¦ qu¨¦ tiene esta bendita ciudad que acrecienta el porcentaje de marcialidad y arrojo en la sangre castrense: desde aqu¨ª voce¨® Sanjurjo su desobediencia a la Rep¨²blica y desde aqu¨ª sali¨® Queipo a apoderarse de Andaluc¨ªa con unas pocas docenas de soldados desma?ados. No le hac¨ªa falta m¨¢s: el exceso de patriotismo compensaba la escasez de fusiles.
Quiz¨¢ otros vean las cosas de modo distinto, pero este exabrupto del general Mena me ha tomado un poco de sopet¨®n y me ha sorprendido bastante. Uno abrigaba la idea ingenua de que el ej¨¦rcito es otra cosa desde que se invent¨® la televisi¨®n en color, y de que la incorporaci¨®n de la mujer, la profesionalizaci¨®n de los soldados y la juventud de los mandos habr¨ªan contribuido de alguna manera a rehabilitar una de las instituciones con peor prensa en la historia reciente de este pa¨ªs. No hace demasiado le¨ª los resultados de una encuesta en que se afirmaba que la mayor¨ªa de oficiales de las tres armas consideraba que una democracia es mejor que una dictadura, y que en la actualidad, a pesar del pugilato de los pol¨ªticos y la programaci¨®n televisiva de madrugada, se vive con mayor comodidad y desahogo que en los tiempos en que se unc¨ªan las ideas con yugos y se disparaban flechas. Me olvidaba de la tradici¨®n, esa enfermedad incurable del car¨¢cter espa?ol, de la tendencia de ciertos cerebros a volverse de bronce para aspirar a un pedestal en el parque. La patria, el honor, la integridad, la Constituci¨®n, siempre se puede alegar alguien a quien defender, al que usar como pretexto para pegar el guantazo. La psicolog¨ªa deber¨ªa admitir entre sus patolog¨ªas esta especie de s¨ªndrome del preceptor, que considera que todas las personas que rodean al afectado son menores de edad que no saben valerse por s¨ª mismos y a quienes tiene que aleccionar de vez en cuando con una salv¨ªfica bofetada. Es natural que el Ej¨¦rcito sufra de inmovilismo: demasiado tiempo en posici¨®n de firmes.
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