El iluminador Rembrandt
Su dominio de la luz le convirti¨® en maestro de la pintura. Rembrandt cre¨® un estilo inconfundible que inspir¨® a Goya y Picasso. Veinte exposiciones conmemoran en Holanda los 400 a?os del nacimiento de un pintor al que fot¨®grafos y cineastas tambi¨¦n tienen mucho que agradecer.
Fue famoso en vida, desde joven. Alcanz¨® ¨¦xito, posici¨®n social, dinero, prestigio internacional, numerosos disc¨ªpulos? Gracias a ¨¦stos, su nombre no se apag¨® con ¨¦l. Cre¨® escuela, y m¨¢s tarde le reconocieron como maestro algunos de los mejores, de Goya a Picasso. Pero no s¨®lo los pintores: su uso de la luz ha inspirado a fot¨®grafos y cineastas, originando un tecnicismo todav¨ªa vigente, la "iluminaci¨®n a lo Rembrandt".
Aun corrigiendo los excesos rom¨¢nticos, proclives al genio solitario e incomprendido, sigue ampar¨¢ndole el perfil de un hombre libre y poco sujeto a convenciones. Alguien que, tras la muerte de su amada esposa Saskia, mantiene relaciones con sus criadas, afrontando el ostracismo social que ello le supondr¨¢. Un profesional extraordinariamente dotado, exigente hasta rehusar otros compromisos distintos a los contra¨ªdos con la pintura. Capaz de gozar del lujo y la buena vida sin plegarse a las modas ni soslayar lo m¨¢s sombr¨ªo, tanto en los a?os de pujanza como en los de penuria y vejez, que no doblegan su arte, sino que lo depuran hasta logros de rara intensidad.
Pint¨® a 400 personajes, y ¨¦l mismo se represent¨® en 100 obras, dos autorretratos al a?o
Cuando afianza su dominio en el ¨®leo se inicia en el grabado, donde nadie le supera
De ¨¦l dijo Van Gogh: "Hay que haber estado muerto varias veces para pintar as¨ª"
En ese itinerario hay algo que permanece, abri¨¦ndose paso como un escalpelo: esa mirada insobornable que preside sus numerosos autorretratos, y de la que brota literalmente todo. A medida que transcurren los cuadros y los a?os, en torno a esos ojos ceden los p¨¢rpados, cunden las arrugas, la piel se apergamina, se entumecen los p¨®mulos, el rostro se va haciendo m¨¢s ancho, se agrisa el cabello alborotado y rebelde, crece la papada y se desploman los rasgos. Pero no las convicciones.
Hubieron de ser muchas las horas que Rembrandt pas¨® ante el espejo, auscultando el deterioro y maltrato del tiempo. La asiduidad con que se pint¨® a s¨ª mismo carece de equivalentes en el siglo XVII, y en casi toda la historia del arte. El n¨²mero de sus autorretratos resulta abrumador incluso en un contexto tan excepcional como la Holanda del siglo XVII, fruto del respeto a la privacidad y el libre examen individual. Ning¨²n otro pa¨ªs despleg¨® semejante celo para arrebatar al olvido tantos rostros de sus ciudadanos. Se ha calculado que de los tres millones de holandeses que a lo largo de tres generaciones poblaron aquel territorio, unos 50.000 fueron captados por los pinceles de sus contempor¨¢neos. Rembrandt no s¨®lo dej¨® una impresionante galer¨ªa de retratos ajenos (m¨¢s de 400), sino que entre ¨®leos, grabados y dibujos se represent¨® a s¨ª mismo en un centenar de ocasiones. Apenas hubo a?o que no lo hiciera, lo que arroja una media de dos autorretratos por a?o, elevada a tres en el de su muerte, 1669.
Recientemente, la National Gallery de Londres pudo reunir en una exposici¨®n 86 de esos autorretratos, tratando de desmontar el mito del artista torturado que se busca a s¨ª mismo en un sinuoso proceso de introspecci¨®n; pero, tras esas oportunas precisiones historiogr¨¢ficas, el misterio se mantiene intacto. Rembrandt fue su mejor bi¨®grafo, y no hay perfil que pueda competir con la cr¨®nica de excepci¨®n que ¨¦l mismo va trazando mientras su rostro es ro¨ªdo por la edad.
La suya es una historia muy propia de la meritocracia que estaba implantando en Holanda la cultura protestante. Su madre es hija de un panadero, y su padre, propietario de un molino en Leiden, a orillas del Rin. Cuando nace Rembrandt, el 15 de julio de 1606, es el octavo de los nueve hijos que tendr¨¢ esta familia de origen cat¨®lico convertida al calvinismo. Ambos progenitores son ya mayores, y a menudo le servir¨¢n como modelos para sus cuadros, pues desde su adolescencia el pintor demuestra un gran inter¨¦s por los ancianos.
Leiden tiene 40.000 habitantes, y es un relevante foco human¨ªstico, con una prestigiosa universidad. All¨ª cursa estudios que le familiarizan con el clasicismo y los libros, tan presentes en sus lienzos, asociados a personajes cuya vida interior visualizan. En la ciudad tambi¨¦n se desarrollan importantes avances en la ¨®ptica. Y su escuela de pintura ha sido una de las m¨¢s celebradas de Holanda, con figuras como Lucas de Leiden, admirado por Durero. Crece, pues, en un ambiente que est¨¢ explorando otro modo de ver, frente a tendencias pict¨®ricas como las italianas, m¨¢s dadas a intermediar la mirada con todo un pi¨¦lago literario de mitos y alegor¨ªas.
Porque nunca viajar¨¢ a Italia ni sal-dr¨¢ de su pa¨ªs natal. Ser¨¢n las otras culturas las que vengan a ¨¦l, al emerger Holanda como potencia mundial. Sin aristocracia ni onerosos privilegios eclesi¨¢sticos, toda una laboriosa sociedad se est¨¢ asentando sobre su bien irrigado tejido corporativo, un razonable reparto de la riqueza y gran disponibilidad tanto para el lado disciplinario de la vida comunal como para el desparrame festivo. Lo que se traduce en una pintura bien diferenciada del resto de Europa, Flandes incluido.
Cuando Rembrandt empieza, los modelos vigentes remiten a Caravaggio y a la vecina escuela de Amberes, dominada por el monumentalismo de Rubens, lleno de color y dinamismo. No ignora esas nuevas v¨ªas. Le llegan a trav¨¦s de su maestro Pieter Lastman, con quien estudia en Amsterdam. Pero sus opciones ser¨¢n otras. Cuando regresa a Leiden en 1625, con 19 a?os, abre estudio junto con Jan Lievens, un a?o menor que ¨¦l, y los dos j¨®venes no tardan en llamar la atenci¨®n. De esta etapa inicial data el Autorretrato con pelo enmara?ado. En su gran libertad formal ya se percibe una voz propia, frente a sus m¨¢s relamidas obras de aprendizaje.
El mismo a?o en que lo ejecuta, 1628, acaba de admitir a su primer alumno, Gerrit Dou, por entonces un quincea?ero, pero pronto uno de los pintores neerlandeses de mayor renombre. Y en 1632, Rembrandt y Lievens reciben en su taller al personaje m¨¢s culto, cosmopolita e influyente de Holanda, el escritor y diplom¨¢tico Constantijn Huygens, secretario del pr¨ªncipe de Orange. El visitante se queda admirado ante el oficio de aquellos dos desconocidos. Y apuesta por ellos. Tras encomendarles su propio retrato y el de su hermano, lograr¨¢ que Lievens se abra camino en Inglaterra y conseguir¨¢ para Rembrandt encargos de gran relieve social. Es ¨¦l quien le aconseja trasladarse a la vecina Amsterdam, lo que lleva a cabo en 1632, tras la muerte de su padre.
La ciudad est¨¢ en plena ebullici¨®n. Es la capital econ¨®mica de un vasto imperio colonial que seis a?os antes ha fundado en la otra orilla del Atl¨¢ntico una delegaci¨®n americana suya con el nombre de Nueva Amsterdam, que los ingleses cambiar¨¢n m¨¢s tarde por el de Nueva York. Sus opulentas compa?¨ªas comerciales han tendido por todo el mundo una red que les procura los m¨¢s ex¨®ticos productos de los cinco continentes. Una abundancia que se desborda por doquier, compaginando el tumulto de sus imprevisibles tabernas con un proverbial respeto a la ley y el orden.
Ese ambiente de culta tolerancia atraer¨¢ a algunos de los mejores cerebros del momento, como el fil¨®sofo Ren¨¦ Descartes, mientras un urbanismo en plena expansi¨®n remodela sus canales y edificios p¨²blicos. Se cultiva con asiduidad el teatro, al que Rembrandt es gran aficionado, hasta el punto de contar en su taller con atrezzo y vestimentas que le permiten disfrazar a sus modelos seg¨²n el motivo b¨ªblico o mitol¨®gico que representan. El mercado art¨ªstico no es menos exigente. Llegan muestras de todos los rincones, lo que le permite afinar sus modelos, desde los europeos hasta los del Oriente m¨¢s remoto.
La obra que asienta su fama, el mismo a?o de su llegada, es La lecci¨®n de anatom¨ªa del doctor Tulp. Representa un g¨¦nero muy especial, el retrato corporativo que se expone en las sedes de las asociaciones. Una peculiaridad holandesa, que de este modo glorifica el esp¨ªritu c¨ªvico de su burgues¨ªa. En t¨¦rminos pict¨®ricos supone un desaf¨ªo del que -Frans Hals aparte- pocos logran salir airosos. Hay que retratar a los componentes respetando su individualidad, sin que ninguno quede postergado, pero ensamblados en un conjunto no demasiado r¨ªgido ni mon¨®tono. Rembrandt marcar¨¢ nuevas pautas: primero, con esta Lecci¨®n de anatom¨ªa; diez a?os despu¨¦s, con La ronda nocturna, y en 1662, con Los s¨ªndicos de los pa?eros.
El doctor Tulp es el m¨¢s relevante de este grupo de notables que atiende a sus explicaciones sobre el cad¨¢ver de un ajusticiado. Dos veces burgomaestre de Amsterdam, autor de un manual de primeros auxilios y medicina familiar, es conocido como "el Vesalio de Amsterdam", por alusi¨®n al famoso cirujano italiano que a?adi¨® al descubrimiento de nuevos continentes otra terra inc¨®gnita no menos fabulosa: el interior del cuerpo humano. ?se es el espect¨¢culo que presenta Tulp a sus invitados tras diseccionar el brazo para mostrar la trabaz¨®n de tendones y m¨²sculos, cuyo funcionamiento y contracciones imita con el gesto de su propia mano izquierda.
Rembrandt es muy consciente de las cualidades de este trabajo suyo. En lugar de las iniciales del nombre, apellido y procedencia utilizadas en sus comienzos, "RHL" (Rembrandt Hamenszoom de Leiden), lo firma con un escueto "Rembrandt f. 1632"; es decir, su nombre de pila, al modo de los grandes maestros italianos -Miguel ?ngel, Leonardo, Rafael?-, seguido de la contracci¨®n del fecit latino y la fecha. Un "Rembrandt lo hizo" que pronto se convertir¨¢ en legendario. Ese mismo a?o, un alguacil le visita para certificar su existencia. Ante su asombro, le explica que su nombre ha sido citado por un par de juerguistas tras cruzar una apuesta que les obligaba a enumerar 100 celebridades vivas. Y ¨¦l aparec¨ªa en esa n¨®mina.
Es entonces cuando entra en su vida una muchacha de 20 a?os llamada Saskia van Uylenburch, hu¨¦rfana de padre, perteneciente a una adinerada y muy respetable familia frisona. Su boda en 1634 abre al pintor de par en par las puertas de la mejor sociedad. Y le introduce de lleno en la etapa m¨¢s feliz y luminosa de su existencia, a juzgar por los retratos de ambos, separados o juntos, como el que los muestra nimbados de radiante alegr¨ªa encarnando atrevidamente el pasaje b¨ªblico del hijo pr¨®digo en el burdel.
En 1639 compran un espacioso palacete en uno de los barrios de moda. All¨ª vivir¨¢ el pintor durante los pr¨®ximos 20 a?os, en el mismo lugar donde en la actualidad se ubica el museo dedicado a su obra gr¨¢fica, y que todav¨ªa impresiona por su amplitud. Tambi¨¦n alquila un holgado almac¨¦n, que convierte en taller, para dar cabida a los numerosos disc¨ªpulos que quieren aprender junto a ¨¦l pagando sumas considerables. En justa correspondencia, Rembrandt siempre prestar¨¢ gran atenci¨®n a sus alumnos. A diferencia de otros pintores, que los utilizan para aumentar su productividad, ¨¦l les dispensa una atenci¨®n m¨¢s personalizada sin imponerles unas directrices estrictas. Pero eso no evitar¨¢ que cree escuela, hasta el punto de provocar numerosas atribuciones err¨®neas. En su taller se forman algunos de los puntales de la pintura holandesa. Entre ellos, Carel Fabritius, quien se trasladar¨¢ a la ciudad de Delft para ense?ar, a su vez, a Jan Vermeer.
Tanto prospera Rembrandt que se convierte en un coleccionista compulsivo. Poco despu¨¦s de mudarse a la nueva mansi¨®n pretende comprar un famoso retrato de Rafael, el de Castiglione, que se subasta y alcanza la astron¨®mica suma de 3.800 florines. En la puja le gana por la mano un mercader de arte y diamantes llamado Alfonso L¨®pez, cuyo nombre manifiesta tan a las claras su origen sefard¨ª. El pintor ha quedado prendado del cuadro, y le pide permiso para estudiarlo. Junto al Retrato de un hombre, de Tiziano -que en la actualidad se custodia en la National Gallery londinense, pero que en ese momento estaba en Amsterdam-, ser¨¢ el modelo de su Autorretrato con camisa recamada. En ¨¦l destaca la textura de su ropaje y tocado, pero m¨¢s a¨²n su mirada alerta y un punto desafiante.
A la vez que asegura su dominio de la pintura al ¨®leo, se interna en el grabado, con tal maestr¨ªa que al cabo de poco tiempo no tiene rival en este campo. El enriquecimiento de su universo visual no es s¨®lo cuesti¨®n de t¨¦cnica; tambi¨¦n crece hacia dentro, pues est¨¢ lejos de ser un militante en esta o aquella profesi¨®n de fe. Ha de atender encargos de todos los frentes: calvinistas, cat¨®licos, jud¨ªos o de otras confesiones. Como, por ejemplo, su retrato de Cornelis Claeszoon Anslo, flanqueado por su esposa. Este predicador menonita es uno de los m¨¢s famosos del pa¨ªs, y su imagen debe transmitir el ascendiente alcanzado a trav¨¦s de la palabra. Para ello le sit¨²a como intermediario entre la Biblia, de la que emana la luz, y su mujer, que le escucha. Un retrato parlante sin el cual -o sin su Resurrecci¨®n de L¨¢zaro- resulta inconcebible esa cima de la espiritualidad contempor¨¢nea que es Ordet, la pel¨ªcula de Dreyer.
El punto de vista bajo y el modo en que se establece su restricci¨®n lum¨ªnica convierten el retrato de Anslo en un importante eslab¨®n entre La lecci¨®n de anatom¨ªa y la llamada Ronda nocturna. Un t¨ªtulo que no se corresponde con lo representado, sino que se debi¨® al oscurecimiento de los barnices. Fue al limpiarla, tras su rescate del escondrijo donde permaneci¨® a salvo durante la II Guerra Mundial, cuando pudo establecerse que se trataba de una escena diurna. Un encargo de gran empe?o y prestigio, pagado a escote por una especie de somat¨¦n, la compa?¨ªa de arcabuceros del capit¨¢n Frans Banning Cocq y el teniente Willem van Ruytenburch.
Originalmente, el lienzo med¨ªa cerca de cuatro por cinco metros, pero fue recortado en 1715 para encajarlo en una nueva estancia. Rembrandt resolvi¨® tan dif¨ªcil asunto, de enorme complejidad compositiva, representando a todos los personajes en acci¨®n, en un momento muy preciso: el de la llamada a las armas, mediante el redoble del tambor. Una instant¨¢nea subrayada por la secuencia de los diversos movimientos que deben conducir a la alineaci¨®n, lo que le permite organizar el grupo gracias a la calculada tensi¨®n de las diagonales trazadas por lanzas, arcabuces, espadas y estandartes; el flujo de las gorgueras y cabezas ba?adas por la luz, que serpentean de izquierda a derecha; los distintos planos de la escalinata del fondo, sobre la que alza su pend¨®n el abanderado; el perro que ladra al tamborilero; la profundidad lograda por esos dos fogonazos de luminosidad del teniente y la ni?a que cruza con su gallina colgada a la cintura, misteriosa como un ectoplasma, y en la que algunos han querido ver una evocaci¨®n de Saskia?
Porque su esposa fallece mientras
pinta el lienzo, marcando el inicio del declive social de Rembrandt, aunque en absoluto el de su pintura. Los pr¨®speros a?os que han mediado entre 1632 y 1642 dan paso a una etapa muy dura en lo personal, preanunciada con la muerte de sus padres y de sus tres primeros hijos, ninguno de los cuales super¨® los dos meses de vida. Ahora es la propia Saskia quien no logra reponerse del parto de su cuarto hijo, Tito, complicado con una tuberculosis, y, tras meses de sufrimiento, su esposa muere en junio de 1642, a los 30 a?os.
Rembrandt todav¨ªa alcanza a pintarla en un ¨²ltimo retrato, donde se la ve consumida por la enfermedad, con una mano en el pecho y en la otra una florecilla roja que ofrece con un delicado gesto, m¨¢s conmovedor que cualquier adi¨®s porque en ¨¦l se adivina la despedida de casi una d¨¦cada de felicidad.
Su pintura se vuelve m¨¢s clasicista y volcada hacia el claroscuro, abandonando los anteriores resabios barrocos. Y ello en fuerte contraste con las modas de Amsterdam, que a partir de 1640 conocen el auge de un estilo m¨¢s colorista y superficial, el de Van Dyck, hacia el que desertan algunos disc¨ªpulos en busca del dinero f¨¢cil. No as¨ª Rembrandt, quien m¨¢s bien parece empe?ado en un camino por el que pocos pueden seguirle.
Tras la muerte de Saskia, el pintor contrata a la viuda Geertje Dircks como ni?era de Tito y ama de llaves. Es muy distinta de su difunta esposa; una robusta campesina de Zelanda, analfabeta y pragm¨¢tica, que se convierte en su amante, con el consiguiente esc¨¢ndalo entre la buena sociedad. Sobre todo cuando ¨¦l inicia otra relaci¨®n sentimental y Geertje lo lleva ante los tribunales acus¨¢ndole de no cumplir una promesa de matrimonio.
Esa relaci¨®n hace referencia a Hendrickje Stoffels, con la que Rembrandt terminar¨¢ viviendo y teniendo una hija. Pero nunca se casar¨¢n porque ello conllevar¨ªa la p¨¦rdida de buena parte de las rentas otorgadas por Saskia en su testamento, condicionadas a que no se desposara de nuevo. Hendrickje es llamada al orden y excomulgada por el consejo de la Iglesia reformada.
Los problemas econ¨®micos se agu-
dizan en la d¨¦cada de 1650, con el trasfondo de la recesi¨®n provocada por las guerras con Inglaterra. Tras la paz de Westfalia que en 1648 pone fin a la guerra de los Treinta A?os, la propia Holanda ha de reconsiderar su posici¨®n colonial. El gusto de los coleccionistas neerlandeses tambi¨¦n cambia, se hace m¨¢s ostentoso. Frente a los suntuosos bodegones vigentes, Rembrandt acomete su extraordinario Buey desollado. Muy criticado en ese momento, la posterioridad le har¨¢ justicia gracias a su exhibici¨®n en un escenario tan privilegiado como el Museo del Louvre, y su modernidad no pasar¨¢ inadvertida a Delacroix, Daumier, Soutin o Bacon.
Las dificultades de Rembrandt en el mercado interno se ven compensadas por su alta cotizaci¨®n en otros pa¨ªses. Sin embargo, no logra atajar las dificultades monetarias, y ha de subastar sus bienes. En 1656 se realiza un inventario. Resultan 363 lotes, y hay uno cuya suerte parece inquietarle de modo especial: el gran espejo que prefiere para sus autorretratos, el que contiene m¨¢s retazos de s¨ª mismo. Un objeto suntuario debido a su amplitud, pues a¨²n no existen las t¨¦cnicas de colada para la elaboraci¨®n del vidrio, que lo abaratar¨¢n. De modo que comisiona a su hijo para que lo rescate y transporte hasta casa. Pero el espejo se rompe por el camino.
Para no ver embargado el fruto de su trabajo se convierte en empleado de una sociedad de marchantes de arte, formada por su compa?era Hendrickje y su hijo Tito, a quienes cede toda su obra a cambio de la manutenci¨®n. Porque sigue recibiendo encargos nada desde?ables, como Los s¨ªndicos de los pa?eros o el espl¨¦ndido La novia jud¨ªa. Quiz¨¢ la gran inc¨®gnita de este periodo sea lo que habr¨ªa supuesto para la pintura ¨¦pica y monumental europea una obra del calado de La conjura de Julius Civilis, realizada en 1661 para el nuevo Ayuntamiento de Amsterdam. Sin embargo, el encargo no prospera ni el cuadro sobrevivir¨¢ en su formato original, y hoy se conserva en estado fragmentario.
En la ¨²ltima d¨¦cada de su vida, Rembrandt aborda los temas b¨ªblicos en una atm¨®sfera de intenso patetismo: Mois¨¦s rompiendo las tablas de la ley, David ta?endo el arpa ante Sa¨²l o La negaci¨®n de Pedro nos hablan de momentos dram¨¢ticos, de personajes enfrentados a graves conflictos de conciencia, a menudo traducidos mediante el contrastado uso de la luz. Prosigue as¨ª las varias versiones del Sacrificio de Isaac, cuyo eco a¨²n se percibir¨¢ en los m¨¢s estremecedores pasajes de Temor y temblor, de Kierkegaard, o Dar la muerte, de Derrida. Es el rebrotar de esos ancianos vueltos hacia dentro, enfrentados a solas con el Libro, correlato pict¨®rico de aquel asombro primigenio que sintiera san Agust¨ªn al ver a su maestro san Ambrosio leer para s¨ª mismo, sin mover los labios, como pura experiencia interior.
Vienen a ser un trasunto de lo que
sucede en su propia vida. Ha de mudarse a una modesta casa del Rozengracht, uno de los barrios m¨¢s pobres de Amsterdam. Su situaci¨®n econ¨®mica es tan apurada que se ve obligado a vender la tumba de Saskia. Est¨¢ en la ruina, con todas sus obras embargadas y la sola posesi¨®n de sus ¨²tiles de pintor y viejas ropas. En 1663 fallece su compa?era Hendrickje Stoffels, que tanto hab¨ªa contribuido a crear un islote de sosiego en medio de la tribulaci¨®n.
Su hijo se casa en febrero de 1668 con una sobrina de la hermana de Saskia y le anuncia que pronto tendr¨¢ un heredero que le har¨¢ abuelo. Pero Tito agoniza en septiembre, a los 27 a?os. La nieta nace en marzo de 1669, y su nuera expirar¨¢ no mucho despu¨¦s, dejando al pintor a cargo de la reci¨¦n nacida. Por poco tiempo, porque Rembrandt muere el 4 de octubre de 1669, a los 63 a?os.
Con bastante probabilidad, su ¨²ltimo lienzo es el autorretrato de ese a?o custodiado hoy en el Mauritshuis de La Haya, que algunos han considerado inconcluso. Un rostro de mirada pensativa, tal vez resignada y retrospectiva, dejando entrever aquel "hospital henchido de murmullos" del que habl¨® Baudelaire a prop¨®sito de sus telas. Un compatriota, Vincent van Gogh, a¨²n fue m¨¢s rotundo al afirmar: "Hay que haber estado muerto varias veces para pintar as¨ª".
Holanda celebra el 400? aniversario de Rembrandt. En el Rijksmuseum de Amsterdam puede verse toda su obra y la muestra estrella 'Rembrandt-Caravaggio', a partir del 24 de febrero. M¨¢s informaci¨®n en: www.rembrandt400.com.
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