Catalu?a vista desde Espa?a
Se extra?an algunos intelectuales y pol¨ªticos catalanes de la falta de apoyo que ha encontrado entre la opini¨®n liberal o progresista el reciente proyecto de Estatuto. Intentar¨¦ dar una explicaci¨®n para esta frialdad, apoy¨¢ndome no tanto en las demandas espec¨ªficas que el texto contiene como en su lenguaje, en la visi¨®n del mundo que revela, que creo inserta en los esquemas mentales del nacionalismo m¨¢s cl¨¢sico.
Limit¨¢ndome a su pre¨¢mbulo y sus art¨ªculos iniciales, en definitiva los de mayor importancia simb¨®lica, en el proyecto se halla constantemente presente una Catalu?a esencial, id¨¦ntica a s¨ª misma, cargada de "derechos hist¨®ricos", agraviada siempre por "Espa?a" y a la vez impermeable a toda influencia espa?ola. Los autores del texto ni siquiera parecen ser los diputados que lo redactaron y aprobaron, sino "Catalu?a", ente espiritual que ha "definido una lengua y una cultura" o "modelado un paisaje" en esa parte del globo. Recuerda el lenguaje de los obispos cuando presentan sus demandas en nombre de "Dios". Las iglesias tienen, al menos, textos revelados que utilizan como poder para hablar en nombre de los seres celestiales. Los nacionalismos no, pero se anclan en el mundo de lo intemporal con la misma soltura.
Un nacionalista es leal a una identidad ¨²nica o de importancia muy superior a cualquier otra
Catalu?a se ve tambi¨¦n dibujada como un organismo vivo, dotado de voluntad y capacidad de raciocinio: "Catalu?a considera..., quiere..., expresa su voluntad de". Es un retorno al Volksgeist, a las almas colectivas, a los caracteres nacionales, a la visi¨®n org¨¢nica de las sociedades, propia del romanticismo de mediados del siglo XIX. Es asombroso que, a comienzos del XXI, un 89% del Parlamento catal¨¢n suscriba esta manera de entender el mundo.
Sorprenden tambi¨¦n las referencias a la historia como legitimadora de este proyecto pol¨ªtico. Es una historia sesgada, s¨®lo interesada en avalar la existencia de una identidad nacional permanente. M¨¢s cierto ser¨ªa decir que las instituciones del Antiguo R¨¦gimen defend¨ªan privilegios corporativos y no ten¨ªan el menor contenido "nacional" (?qui¨¦n pensaba entonces en "pueblos soberanos"?). Aparte de falsear la historia, este planteamiento es radicalmente antidemocr¨¢tico, porque obliga a los actuales o futuros ciudadanos de Catalu?a a ser "fieles al pasado", a ese pasado idealizado y p¨¦treo de los nacionalistas. Y peor a¨²n es recurrir a la historia en nombre del progresismo, porque tanto los ilustrados como los revolucionarios anti-absolutistas eran enemigos de las legitimidades derivadas de la historia; lo que quer¨ªan era precisamente rectificar la historia en nombre de la raz¨®n, eliminar los errores y prejuicios heredados de los "siglos oscuros".
El texto respira, por otra parte, una mal disimulada animadversi¨®n contra Espa?a. La palabra misma, "Espa?a", apenas aparece mencionada, salvo para definirla como un "Estado plurinacional" o para referirse a "los pueblos de Espa?a"; osad¨ªa notable ¨¦sta de aprovechar un texto sobre uno mismo para definir al otro. Su t¨¦rmino preferido, cuando la alusi¨®n es inevitable, es "el Estado", incluso sin el adjetivo "espa?ol". Y se dice que el "espacio pol¨ªtico y geogr¨¢fico de referencia" de Catalu?a es la Uni¨®n Europea, sin mencionar a Espa?a ni como escal¨®n intermedio. Todo lo cual destila voluntad de ignorar a Espa?a, si no abierta aversi¨®n. ?Qui¨¦n puede extra?arse de que quienes tienen un lazo sentimental profundo con Espa?a se sientan agredidos?
Muy distintas ser¨ªan las cosas si el discurso preliminar fuera el que otras veces hemos o¨ªdo a Maragall, o el que utilizaron algunos de los defensores de este proyecto ante el Congreso de los Diputados, con declaraciones de simpat¨ªa o hermandad con Espa?a e intenci¨®n de contribuir a un futuro democr¨¢tico com¨²n. Nada de eso figura en el texto.
Es dif¨ªcil, por ¨²ltimo, evitar la sensaci¨®n de que en demandas como las de este texto hay una cierta doblez. Dicen algunos de sus defensores que s¨®lo se trata de buscar una f¨®rmula de convivencia para que los catalanes se encuentren "c¨®modos" en Espa?a, para integrarlos mejor en el conjunto. Pero otros van m¨¢s lejos y declaran que es s¨®lo un primer paso hacia la soberan¨ªa. Los nacionalistas ligan naci¨®n con soberan¨ªa, aunque el texto no lo haga. Y considero leg¨ªtimas estas intenciones confederal-independentistas; pero no se puede firmar un texto que encierra, de manera nada solapada, dos proyectos diferentes.
Estas son algunas de las razones que explican la frialdad con que el proyecto ha sido recibido en ambientes que en el pasado pudieron simpatizar con las demandas catalanas. Las reivindicaciones nacionalistas tienen cansada y aburrida a la opini¨®n p¨²blica espa?ola, que detecta adem¨¢s en ellas una cierta artificialidad. Porque la ciudadan¨ªa catalana, seg¨²n los sondeos, tiene un grado de militancia nacionalista muy inferior al de sus representantes pol¨ªticos; lo cual parece indicar que, m¨¢s que un genuino conflicto social o cultural, esta afirmaci¨®n incesante y creciente de la identidad encierra un inter¨¦s por crear el conflicto, para marcar, reservar y ampliar espacios de poder propios.
La b¨²squeda realista y honesta de una f¨®rmula de convivencia para Espa?a no debe partir del reconocimiento de "las naciones que componen este Estado", sino de la complejidad de las sociedades contempor¨¢neas. Lo cual significa que los ciudadanos tienen hoy una identidad m¨²ltiple (local, regional, nacional, europea...) y que la pluralidad cultural afecta a todos (no s¨®lo al Estado central). Significa, en resumen, abandonar el nacionalismo, porque un nacionalista es leal a una identidad ¨²nica o de importancia incomparablemente superior a cualquier otra; y su sue?o son sociedades culturalmente homog¨¦neas y pol¨ªticamente soberanas. En el pa¨ªs y momento en que estamos, esta f¨®rmula de convivencia pasa por la consolidaci¨®n de la organizaci¨®n auton¨®mica existente, avanzando quiz¨¢s hacia un modelo federal pleno; y dejar que pase el tiempo, que los ciudadanos se habit¨²en a unas instancias de poder complejas, entre las que el Estado ser¨¢ una m¨¢s, progresivamente diluido en un contexto que tiende hacia lo supraestatal.
Quienes tanto hemos admirado la cultura cosmopolita y moderna de los catalanes esper¨¢bamos de ellos una propuesta m¨¢s sofisticada, un proyecto compatible con identidades plurales, con referencia a leyes, garant¨ªas y libertades, contexto internacional, y no a derechos hist¨®ricos, comunidades org¨¢nicas y entes metaf¨ªsicos. Por eso nos decepciona el texto que tenemos sobre la mesa.
Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia en la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad Complutense. Actualmente dirige el Centro de Estudios Pol¨ªticos y Constitucionales.
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