Estatut y realidad social
Para la abrumadora mayor¨ªa de espa?oles, en torno al 70% seg¨²n algunas encuestas publicadas, Catalu?a no es una naci¨®n, mientras que para el 23% lo es. Los porcentajes son significativamente distintos entre los ciudadanos de la Comunidad Aut¨®noma (CA) de Catalu?a: cerca del 40% coinciden con la opini¨®n mayoritaria en Espa?a, en tanto que el 50% considera Catalu?a una naci¨®n. Estas cifras implican que al menos el 40% de los catalanes se sienten espa?oles y aceptan de buen grado el actual reparto de competencias. Por otro lado, hay una parte sustancial de los catalanes nacionalistas, posiblemente m¨¢s de la mitad, para los que el ser una naci¨®n es incompatible con la existencia de la CA de Catalu?a integrada en el Reino de Espa?a y aspiran a proclamar una Rep¨²blica independiente como ya ocurriera en 1931.
La marcada divisi¨®n de opiniones que observamos en la sociedad catalana acerca de la "naturaleza" de Catalu?a no es cosa de hoy. En buena parte, es el fruto maduro de seculares agravios y enfrentamientos -reales unas veces, imaginarios otras- entre las ¨¦lites que han detentado el poder en Espa?a desde el siglo XVIII y las que han aspirado a formar un Estado independiente en Catalu?a. Por otra parte, la situaci¨®n actual no se explica sin la presencia de millones de espa?oles que, atra¨ªdos por las oportunidades de empleo y mayor nivel de vida, emigraron a Catalu?a y han mantenido viva su lengua, el espa?ol, y su sentido de pertenencia a Espa?a. En m¨¢s de una ocasi¨®n hemos escuchado lamentarse a honorables nacionalistas, con el gran tacto que les caracteriza, de la amenaza que representan los espa?oles para la supervivencia de la identidad catalana. Y es verdad que sin la presencia de emigrantes en Catalu?a, la fracci¨®n de la poblaci¨®n nacionalista ser¨ªa hoy mucho m¨¢s elevada que la que proporcionan las encuestas.
La Constituci¨®n de 1978 abri¨® el camino para lograr la inserci¨®n estable de Catalu?a en el seno de una Espa?a democr¨¢tica. En 1979 se aprob¨® el Estatuto ahora vigente que reconoc¨ªa las peculiaridades m¨¢s sobresalientes y dotaba a la naciente CA de competencias pol¨ªticas y administrativas impensables s¨®lo unos a?os antes. Ante esta nueva realidad hist¨®rica, los nacionalistas catalanes pudieron dar por zanjado el conflictivo pasado y apostar con entusiasmo por la inserci¨®n de Catalu?a en la nueva Espa?a descentralizada y democr¨¢tica. En lugar de ello, optaron por volver a atizar con su discurso sectario los hechos diferenciales, reavivando agravios que la emigraci¨®n y la convivencia pac¨ªfica hab¨ªan desactivado; por desempolvar la marioneta de Madrid para simbolizar la opresi¨®n centralista, culpable de casi todos los males que aquejan a Catalu?a; y, en fin, convirtieron sus aspiraciones secesionistas en el objetivo ¨²ltimo de su estrategia pol¨ªtica. Tampoco es del todo sorprendente lo ocurrido, porque el rasgo que caracteriza a un buen nacionalista catal¨¢n es su fe en un principio incontestable del que se sigue un "derecho" indiscutible: Catalu?a es una naci¨®n y, como tal, ha de constituirse en Estado independiente.
Por ello, soy esc¨¦ptico de que sea posible no ya convencer, sino explicar siquiera, a los nacionalistas catalanes la pertinencia y dignidad de la posici¨®n de los ciudadanos que viven en Catalu?a, quieren seguir siendo espa?oles y, en muchos casos, cifran sus aspiraciones en lograr una Uni¨®n Europea cada vez m¨¢s permeable y multicultural. A los nacionalistas catalanes no les interesan nuestras opiniones y, lo que es peor, las silencian en la medida posible. Hace ya mucho tiempo que reconocerse espa?ol o manifestarse en espa?ol (castellano), la lengua materna del 50% de los catalanes, est¨¢ mal visto en todos los ¨¢mbitos oficiales de Catalu?a y en todas las esferas de la sociedad civil controladas por la larga mano del Gobierno auton¨®mico, las Diputaciones y los Ayuntamientos. Un espectador del espacio dedicado a informar sobre el tiempo en la televisi¨®n p¨²blica catalana se enterar¨¢ de la temperatura que har¨¢ ma?ana en Varsovia, pero no de la que har¨¢ en Murcia o Zaragoza; peor para usted, deben pensar los responsables del ente, si su destino o su tierra natal son Murcia o Zaragoza y no Varsovia. La completa ausencia de s¨ªmbolos meteorol¨®gicos y palabras fuera del tri¨¢ngulo geogr¨¢fico que delimita el territorio asumido como propio por los nacionalistas -las CC AA de Catalu?a, Valencia y las Islas Baleares- es una espl¨¦ndida met¨¢fora del desinter¨¦s y desd¨¦n de la televisi¨®n p¨²blica catalana y del Gobierno de Catalu?a por los espa?oles que viven en Catalu?a y en el resto de Espa?a.
El Estatuto recientemente aprobado por el Parlamento de Catalu?a puede calificarse con toda rotundidad de Estatuto nacionalista, porque recoge las exigencias impuestas por los nacionalistas en la oposici¨®n (Convergencia i Uni¨®) -cuya amenaza de veto se mantuvo en pie hasta el ¨²ltimo momento- y por los nacionalistas de Esquerra Republicana integrados en el Gobierno tripartito de la Generalitat de Catalu?a. En los ¨¢mbitos ling¨¹¨ªstico, legislativo, judicial, fiscal, relaciones exteriores, etc¨¦tera, el Estatuto propone un modelo m¨¢s propio de un Estado independiente que mantuviera relaciones con Espa?a, que de una CA multicultural integrada en el Estado espa?ol. Una dicotom¨ªa, por lo dem¨¢s, muy acorde con la concepci¨®n nacionalista de Catalu?a y Espa?a que las considera dos entidades territorial, cultural y pol¨ªticamente disjuntas, no solapadas.
Algunos bienintencionados espa?oles, residentes con toda probabilidad fuera de la CA de Catalu?a, pensar¨¢n que el asunto no es tan grave. Al fin y al cabo, se trata de un mero proyecto y las Cortes espa?olas acabar¨¢n poniendo las cosas en su sitio durante la tramitaci¨®n del proyecto. No dudo que as¨ª se har¨¢, si el vigente Estatuto lo permite. Primero, porque la mayor¨ªa de los actuales dirigentes del PSOE ha criticado abiertamente numerosos aspectos del contenido del proyecto de Estatuto y expresado su decepci¨®n por exigencias y blindajes inteligibles s¨®lo desde una ¨®ptica nacionalista. Segundo, porque, aunque estuvieran de acuerdo, no podr¨ªan avalarlo, ya que hacerlo significar¨ªa alinearse con los nacionalistas catalanes frente a la voluntad, no ya del 40% de los catalanes, sino la del 70% de los espa?oles, el gran caladero de votos del PSOE.
Otra cuesti¨®n distinta es c¨®mo va a salir el PSOE del atolladero en que le ha sumido la impericia y la irresponsabilidad pol¨ªtica de los Gobiernos de Catalu?a y Espa?a. Porque esos calificativos merece alumbrar un proyecto de Estatuto que ha de ser enmendado con la aquiescencia de quienes acaban de aprobarlo y conjurarse para defenderlo en todos sus puntos. Por si esto fuera poco, Tom¨¢s de la Quadra-Salcedo (EL PA?S, 21 de octubre de 2005), en un excepcional art¨ªculo apenas comentado en los medios e ignorado por los portavoces pol¨ªticos que votaron a favor de su tramitaci¨®n en las Cortes, nos ha alertado de las dificultades, de hecho imposibilidad, de enmendar el proyecto remitido, si no se reforma previamente el art¨ªculo 56 del vigente Estatuto.
En cualquier Estado en el que las partes -ll¨¢mense Comunidades Aut¨®nomas o Estados- se sienten a gusto en el todo -ll¨¢mese Estado Central o Federal- la reforma se habr¨ªa planteado desde un principio como un gran pacto entre los representantes pol¨ªticos responsables de aprobarlo en la parte (Catalu?a) y en el todo (Espa?a), incluyendo en dicho pacto las reformas constitucionales pertinentes. Se habr¨ªa evitado as¨ª la absurda encrucijada pol¨ªtica en que nos encontramos. Pero, ?puede acaso un buen nacionalista pactar el contenido del Estatut de Catalunya con los representantes pol¨ªticos de los espa?oles en las Cortes? ?Qui¨¦nes son los espa?oles para opinar sobre c¨®mo se organizan pol¨ªticamente los catalanes? Estas y otras extravagancias similares las han repetido hasta la saciedad los l¨ªderes nacionalistas catalanes en los dos ¨²ltimos a?os, mientras urd¨ªan el Estatut, sabedores del alborozo y belicosidad que tales declaraciones levantan entre sus votantes y de la animosidad y rechazo que provocan en la mayor¨ªa de los espa?oles. No se olvide que estas manifestaciones del talante nacionalista son profundamente sentidas y coherentes con su visi¨®n estereotipada y genuinamente sectaria de las sociedades catalana y espa?ola: los catalanes no son espa?oles y los espa?oles no son catalanes.
En ¨²ltima instancia, la explicaci¨®n de que los representantes pol¨ªticos de Catalu?a y Espa?a no hayan siquiera intentado hilvanar con un gran pacto pol¨ªtico las l¨ªneas maestras del proyecto de Estatuto, antes de su aprobaci¨®n en el Parlamento de Catalu?a, es bastante obvia: el Estatuto nacionalista no aspira a zanjar ning¨²n contencioso existente entre Catalu?a y el Estado Central, ni a limar las aristas que impiden cerrar definitivamente la inserci¨®n de Catalu?a en Espa?a. Su principal prop¨®sito es otro: fortalecer y blindar las posiciones nacionalistas para afrontar, con mayor probabilidad de ¨¦xito, las futuras disputas y negociaciones que jalonar¨¢n el camino inexorable hacia la consecuci¨®n de un Estado catal¨¢n independiente. Por razones de principio, los nacionalistas no pod¨ªan pactar con los representantes pol¨ªticos espa?oles antes de la aprobaci¨®n del Estatut en el Parlament. Pero por razones t¨¢cticas, sus representantes ya han anunciado su disposici¨®n a pactar en la sesi¨®n parlamentaria dedicada a debatir la admisi¨®n a tr¨¢mite del proyecto en las Cortes, esto es, a negociar a la baja, siempre que el resultado final de la negociaci¨®n suponga mayores competencias y m¨¢s recursos para Catalu?a.
Hay finalmente una cuesti¨®n que para los espa?oles que trabajamos, vivimos y pagamos impuestos en Catalu?a es incluso m¨¢s inquietante que el propio contenido nacionalista del proyecto de Estatuto. Siendo la que es la realidad sociol¨®gica de la CA de Catalu?a, ?c¨®mo es posible que el 90% de los representantes pol¨ªticos en el Parlamento hayan aprobado un Estatuto nacionalista? ?D¨®nde est¨¢n los representantes pol¨ªticos del 40% de los catalanes que quieren seguir siendo ciudadanos de Espa?a, no de la Espa?a del rey Pelayo y el Cid, ni de la de Austrias y Borbones, y mucho menos de la franquista, sino de la Espa?a nacida de la Constituci¨®n de 1978 que unos a?os despu¨¦s se adher¨ªa a la Europa democr¨¢tica e integradora?
Un 10% son, sin duda, los representantes pol¨ªticos del PP que han votado no al Estatuto en el Parlamento de Catalu?a. Y, ?el resto? ?D¨®nde est¨¢n los representantes de los catalanes que se sienten espa?oles pero que, por una u otra raz¨®n, no se identifican con las posiciones pol¨ªticas del PP? La respuesta, aunque decepcionante, es tambi¨¦n bastante evidente: la gran mayor¨ªa de los catalanes que se sienten espa?oles carecen de representaci¨®n parlamentaria en la CA de Catalu?a. No es ninguna casualidad que hace unos meses un grupo de ciudadanos catalanes hiciera p¨²blico un manifiesto titulado precisamente "Por un nuevo partido pol¨ªtico en Catalu?a", en el que denunciaban la asfixia de la sociedad civil catalana tras veinte a?os de Gobiernos nacionalistas y dos a?os de un Gobierno tripartito que ha dejado en manos de nacionalistas independentistas dos consellerias, Educaci¨®n y Universidades, vitales para promover la concordia civil en la sociedad y que ha dedicado casi todos sus esfuerzos a sacar adelante un Estatuto nacionalista. El respaldo masivo de los representantes en el Parlament al Estatut no ha hecho sino confirmar, por si hab¨ªa alguna duda, la urgente necesidad de que alg¨²n partido pol¨ªtico represente los leg¨ªtimos intereses y aspiraciones de los espa?oles en la CA de Catalu?a.
Clemente Polo Andr¨¦s es catedr¨¢tico de Fundamentos del An¨¢lisis Econ¨®mico de la UAB.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.