Que tenga un d¨ªa seguro
En el metro que me lleva a la Zona Cero, una voz anuncia las paradas de las estaciones y nos desea que disfrutemos de un d¨ªa seguro en Nueva York. "Have a safe day", dice la voz cuando se abren las puertas del convoy.
Antes del 11 de septiembre a nadie se le pasaba por la cabeza desearte un d¨ªa seguro. Unos a otros se deseaban un d¨ªa feliz. Y eso era bastante. Pero ahora la felicidad s¨®lo se entiende como ausencia de peligro. Felicidad y seguridad ya son una misma cosa.
En la Zona Cero hay avisos pegados a las vallas que circundan el enorme cr¨¢ter advirtiendo de que no compres recuerdos, ni des limosna a los vagabundos en un lugar que "nos pertenece a todos y cuya memoria debemos preservar dignamente".
En la Zona Cero hay avisos advirtiendo que no compres recuerdos, ni des limosna a los vagabundos
A las puertas del templo se forma una larga cola para los blancos, porque primero entran los negros
No veo mendigos. Tampoco hay nadie vendiendo nada fuera de los grandes y atestados almacenes Century 21, que est¨¢n enfrente, donde el furor del consumo (todo a mitad de precio) no ha cesado ni cesar¨¢ nunca.
Cuando un avi¨®n sobrevuela la Zona Cero, el rugido de sus motores produce un estremecimiento general. Es algo reflejo. Los turistas miran al cielo hasta que ese avi¨®n desaparece, y entonces vuelven a sus v¨ªdeos como por obligaci¨®n, y vuelven a tomar im¨¢genes de lo que no existe. Fotograf¨ªan vallas, gr¨²as, el vac¨ªo, la nada.
Cerca hay una peque?a iglesia g¨®tica, la Trinity Church, sepultada entre los rascacielos de Wall Street. Es aqu¨ª donde encuentro los cestos repletos de pastillas de jab¨®n y otros art¨ªculos de limpieza destinados a los sin techo. Un pordiosero entra en la iglesia y se apropia de un frasco de champ¨². Se da la media vuelta y regresa a las calles que aqu¨ª nadie osar¨ªa limpiar de mendigos a golpes de manguerazos de agua a presi¨®n. Porque aqu¨ª se tolera que duerman y se adecenten sobre el c¨¦sped, junto a las tumbas del cementerio de esta iglesia, entre las que reposa Robert Fulton, inventor del barco a vapor.
A excepci¨®n de los jubilados, de los turistas y de los vagabundos, los peatones lucen una credencial colgada al cuello que los identifica como empleados de los distintos centros financieros. Van y vuelven de las calles sin quitarse el escapulario en ning¨²n momento. Desde los atentados, la identificaci¨®n proporciona seguridad. ?Se exigir¨¢ alg¨²n d¨ªa a los jubilados, a los turistas y a los vagabundos que tambi¨¦n exhiban por las calles sus propios distintivos?
En la calle 47 ser¨ªa una redundancia que a los jud¨ªos (con sus inconfundibles barbas, tirabuzones, sombreros altos y levitas negras) los vi¨¦ramos luciendo la estrella de David en un brazalete. Esto parece impensable. Entre otras razones hist¨®ricas porque la estrella de David tiene precisamente en esta calle la talla y el fulgor de los diamantes: cientos de negocios regentados por jud¨ªos se dedican a lo largo de un kil¨®metro a la compraventa de piedras preciosas.
Los sonoros bocinazos de los bomberos se abren paso en el tumulto de las calles y provocan una par¨¢lisis colectiva que apenas se prolonga unos segundos, el tiempo necesario para dar paso a los h¨¦roes de la ciudad que llevan ondeando la bandera americana en lo alto de sus escaleras. Orgullosos, saludan desde el interior de sus camiones relucientes.
Cada vez que vuelva a Nueva York, repetir¨¦ la visita al mercado de Chelsea. En un viejo edificio remozado se mantiene un mercado tradicional de alimentos pero con ese toque siempre imaginativo de esta ciudad: la carnicer¨ªa, por ejemplo, desemboca en un restaurante especializado en carnes; el mejor horno de la ciudad, que abastece a muchas panader¨ªas, ofrece suculentos bocadillos con mil variedades de pan. Y una cafeter¨ªa de dise?o es, al mismo tiempo, una tienda exclusiva de ropa donde no sabes si tomar caf¨¦ sentado a la mesa de madera larga y hablar con las personas reunidas all¨ª, o ir prob¨¢ndote abrigos, chaqueta y pantalones a la vista de todo el mundo. Porque todo el mundo participa y opina: "Te sienta mejor ese que el otro; me lo pondr¨¦ yo y as¨ª te haces una idea".
En Columbus Circus, Time Warner levant¨® un complejo comercial ultramoderno, ultralujoso y yo dir¨ªa que ultrajante. M¨¢s lujo en menos metros es imposible. Desde los a?os 30, cuando Rockefeller cre¨® en el centro de Manhattan sus c¨¦lebres edificios, no se hab¨ªa construido nada comparable en la ciudad. Cristal, acero y electr¨®nica se funden en un todo sorprendente. La CNN, que tiene aqu¨ª una emisora, proyecta con rayos l¨¢ser las noticias sobre un indefenso Crist¨®bal Col¨®n que nos recuerda demasiado a Sim¨®n el Estilita, de Bu?uel. Las noticias casi siempre perturban la fr¨¢gil paz neoyorquina. Si el juez que preside el tribunal de Sadam dimite por miedo a que lo maten, ya nombrar¨¢n a otro.
Nieva. Ayer luc¨ªa el sol. Ma?ana llover¨¢. Hoy es el d¨ªa de Martin Luther King y los turistas madrugaron para ir a Harlem. En Harlem (un barrio m¨¢s seguro ahora) hay una famosa iglesia baptista que oficia un servicio religioso y musical memorable. A las puertas del templo se forma una larga cola para los blancos, porque primero entran los negros. Con mucha ceremonia, asistidos por empleados de etiqueta y guante blanco, toman asiento en la nave central. Ellas llevan sombreros como de los a?os 50. Y ellos van todos de oscuro y con corbata. Luego permitir¨¢n la entrada a los blancos que se acomodar¨¢n en la planta superior. Un coro de un centenar de voces canta fragmentos de las mejores alocuciones de King en medio de un silencio estremecedor. Son frases prof¨¦ticas que al escucharlas provocan el llanto de algunos fieles, mientras la iglesia entera, todos cogidos de las manos, murmura las mismas palabras que reclaman justicia.
Cuando se vac¨ªa el templo, blancos y negros se abrazan en la calle. Es una escena inesperada y conmovedora que me hace pensar en lo mucho que podr¨ªamos aprender de los neoyorquinos en nuestros viejos pa¨ªses europeos tan asustados por un problema de razas, de creencias, de pueblos, de convivencia pac¨ªfica. Por fin, aqu¨ª las religiones, los velos, las iglesias, todas las creencias se respetan y su diversidad garantiza la estabilidad de este mosaico social y humano. S¨®lo desentona un gobierno extremista y beligerante, como es el de George W. Bush. Pero cualquier gobierno es algo pasajero. Lo que en definitiva importa es el pueblo.
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