Los ni?os son m¨¢s listos que nunca
Todos los padres lo saben: los ni?os de ahora son m¨¢s listos que los de antes. La propia ciencia lo avala: hace veinte a?os los diferentes tests de inteligencia registraban para el alumno com¨²n un resultado en torno a los 100 puntos pero actualmente son casi 120. En menos de dos d¨¦cadas se ha ganado una quinta parte de inteligencia. ?Continuaremos pues afirmando que la especie se degrada, que la sociedad se empobrece, y que el saber va de mal en peor? Los ni?os resultan ser m¨¢s inteligentes porque crecen en un entorno m¨¢s diverso y repleto que les enriquece tanto como les exige hacerse m¨¢s sabios. Las intrigas de los telefilmes o los videojuegos Actual multiplican al menos por tres el grado de complejidad que ve¨ªamos, hace treinta a?os, en las series de TVE.
Frente al repetido diagn¨®stico de los adultos empe?ados en descalificar a los adolescentes porque no leen, se opone la evidencia de que el conocimiento no se obtiene ya en las profundidades de la cultura escrita sino en las superficies del plano audiovisual. Este medio, expresado en pantallas, impactos y golpes de vista, posee una condici¨®n sustantivamente distinta. Ante el libro es indispensable aplicarse: saber esforzarse porque este saber y el esfuerzo de saber forman una hip¨®stasis pr¨¢ctica y moral erigida en virtud esencial.
Sartre hac¨ªa ver en Qu¨¦ es la literatura la materia inerte que constituyen de hecho los negros renglones de un libro. La p¨¢gina se abre y s¨®lo vemos un enjambre de garabatos en fila. Este objeto venerado por la cultura culta carece de colores, sonidos o sugestiones simb¨®licas, prescinde de evocaciones gr¨¢ficas y de m¨²sica ambiental. Es la escritura por s¨ª misma: el conocimiento oculto bajo el grabado abstruso. Para dar vida a ese ornamento de tinta seca es necesario inyectarle nuestra atenci¨®n mental y emocional, vivificarlo con nuestra vida. Los celos, los odios, el amor de una novela son nuestras propias emociones trasfundidas sobre la letra muerta. "La letra con sangre entra". Y, al rev¨¦s: la sangre en la letra entra.
Este sistema de conocimiento, unido a la atenci¨®n intensiva, ha sido desplazado gradualmente por el conocimiento y la experiencia extensivas. Se aprende ahora no tanto por la profundidad de la lectura como de la superficialidad de la vista, el olfato y el o¨ªdo. Se aprende panor¨¢micamente, abigarradamente, y no polarizadamente. As¨ª, al igual que el mundo, en general, tiende al trabajo en red, el saber se hace un tapiz tramado en las pantallas, los viajes, los nexos m¨²ltiples.
Lo superficial fue indisolublemente asociado a lo trivial y lo profundo a lo importante. Lo relevante, sin embargo, ahora es el saber extensivo, m¨²ltiple, en superficie y los posibles planes de estudio deber¨ªan tenerlo en cuenta. Hasta hace poco, pod¨ªamos decir que todo el saber se hallaba encerrado en los libros. Ahora, todo el saber que de verdad importa se encuentra en las pantallas y sus met¨¢foras. Los adultos formados en los libros no podemos llegar a saberlo bien. No podemos llegar bien a ese saber. De hecho, cada vez mayor n¨²mero de empresas de nueva planta se basan en encuestas dirigidas a adolescentes para orientar sus producciones.
Desde luego, las firmas de videojuegos emplean ni?os como beta-testers o probadores, a pesar de que la media de edad de sus usuarios se encuentra en los 32 a?os y no cesa de crecer. Pero, como se?ala Infonom¨ªa, "?qui¨¦n mejor que ellos para mejorar un juego visual, teniendo en cuenta c¨®mo han desarrollado la parte del cerebro que procesa las im¨¢genes? Incluso otro tipo de empresas, como la suiza Brainstore, usa a ni?os y adolescentes para responder a los retos de grandes multinacionales consider¨¢ndolos a ellos los ¨²nicos capaces de revelar ideas radicalmente nuevas. ?Se podr¨¢, en consecuencia, seguir sorteando la realidad de una mutaci¨®n en la cultura? ?Podr¨¢ detenerse la insistencia en los contenidos y virtudes de la educaci¨®n tradicional? ?Ser¨¢ esperable, en fin, no agravar m¨¢s el descr¨¦dito de la escuela y, de paso, la indolencia del alumno y la pand¨¦mica depresi¨®n del profesorado?
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