Debajo de la mesa
Modelo en muchas ocasiones de sensatez y buen juicio, a don Quijote se le iba un tanto la pinza cuando sal¨ªan a relucir princesas y hechiceros. A partir de ese momento, dice Cervantes, el hidalgo "izquierdeaba" (2? parte, cap. XXVI). Aclara en oportuna nota el profesor Francisco Rico: "Comenzaba a disparatar". A numerosos progresistas de nuestro pa¨ªs les pasa algo parecido: mantienen opiniones pol¨ªticas y sociales razonables por lo general, pero "izquierdean" en el sentido cervantino del t¨¦rmino cuando se trata de reivindicaciones nacionalistas y de la unidad del Estado de Derecho espa?ol (tambi¨¦n suele pasarles al hablar de Am¨¦rica Latina, pero eso lo dejaremos para otra ocasi¨®n). La raz¨®n de este chocante desvar¨ªo es el miedo a contagiarse de opiniones derechistas, reaccionarias, qu¨¦ digo reaccionarias: neofranquistas y ¨²ltimamente hasta golpistas. ?Que no nos tomen el n¨²mero cambiado! He hablado por ejemplo con intelectuales que no pierden ocasi¨®n para maldecir en los medios de comunicaci¨®n la crispaci¨®n instrumentada por el PP en lo tocante a la tramitaci¨®n del Estatuto catal¨¢n: en privado consideran ese proyecto megal¨®mano, abusivo, retr¨®grado y qu¨¦ s¨¦ yo. Cuando entonces les sugiero que dejen o¨ªr tambi¨¦n esas graves objeciones, responden: "No hay que darle armas a la derecha". ?Vaya! Las armas de la derecha (que no hay que dar) se parecen mucho a las armas de destrucci¨®n masiva de Sadam (que nunca existieron): son el invento de una fe sectaria cuyo empecinamiento legitima mentiras, manipulaciones y atropellos. Y a fin de cuentas, como comprobamos en Irak y constatamos aqu¨ª, atraen sobre nuestras cabezas las peores amenazas que pretend¨ªan repeler.
En el Pa¨ªs Vasco lo estamos viendo con dolorosa claridad. Sin duda, hay una cierta sobreactuaci¨®n en medios conservadores para denunciar la "traici¨®n" gubernamental y su contubernio con la izquierda abertzale y hasta con ETA: la indignaci¨®n anticipada es tanta que no sabe uno qu¨¦ les quedar¨ªa por decir si -horresco referens- se confirmaran fehacientemente las peores expectativas. Por tanto, habr¨ªa que rogar a los m¨¢s vociferantes que, incluso si no quieren confiar en la buena voluntad de los pol¨ªticos, lo hagan por lo menos en las instituciones del Estado de derecho, las cuales siguen funcionando m¨¢s all¨¢ de componendas oportunistas como ha demostrado el excelente auto del juez Grande-Marlaska. En nuestro pa¨ªs, adem¨¢s de prebostes (ilustrados unos, iluminados otros y hasta achispados algunos m¨¢s), existen y operan las leyes constitucionales. De modo que, por favor, b¨¢jense de la parra. Dicho lo cual, hay que reconocer que es sumamente irritante o¨ªr decir a personas de las que cabr¨ªa esperar mejor criterio que quienes seguimos creyendo en la eficacia (y quisi¨¦ramos tambi¨¦n creer en la vigencia) del Pacto Antiterrorista y, por supuesto, de la Ley de Partidos (en lo tocante a la ilegalizaci¨®n efectiva de Batasuna) somos todos ultras, franquistas o conspiradores deseosos de dar la vuelta a la tortilla gubernamental. A algunos no nos subleva ya que nos tomen por reaccionarios, pero no aguantamos que nos tomen por imb¨¦ciles. Sabemos que la Ley de Partidos no priva a nadie del derecho de asociaci¨®n, aunque proh¨ªba a todos -a Otegi, a m¨ª y a usted- constituir partidos que en nombre de la pol¨ªtica amparen y legitimen la guerra civil terrorista. Y estamos convencidos de que todo el mundo tiene derecho a expresar sus ideas (siempre que ¨¦stas no impliquen el exterminio del adversario al que no se logra doblegar), pero tambi¨¦n de que no se puede a la vez y seg¨²n convenga jugar en el plano de la palabra as¨ª como en el de la bomba.
?Claro que queremos la paz! Pero no puede llamarse paz a cualquier cosa, como bien sabemos precisamente los que vivimos toda nuestra juventud en la paz franquista. No es desde luego paz una fementida "tregua" de ETA. La organizaci¨®n terrorista no est¨¢ hoy en tregua, ni m¨¢s corta ni m¨¢s larga, sino en paro. La tregua es voluntaria, pero al paro le echan a uno..., aunque acepte de vez en cuando trabajos eventuales de mantenimiento. Quien ha enviado al paro a ETA no es sin duda Batasuna, ni ning¨²n partido nacionalista vasco, sino precisamente los movimientos c¨ªvicos, el Pacto Antiterrorista, la Ley de Partidos, las medidas policiales y judiciales, as¨ª como la aparici¨®n de Al Qaeda. Es l¨®gico que ETA intente cobrar el subsidio de paro en forma de premio pol¨ªtico por una "tregua" m¨¢s o menos imaginaria, pero el Estado democr¨¢tico ni puede ni debe ceder ante esta exigencia de los terroristas desempleados: no les queda otro camino, antes o despu¨¦s, que deponer definitivamente las armas y confiar en la generosidad penal de quienes demasiado tiempo les han sufrido. Aunque a¨²n est¨¦ en su mano darnos alg¨²n sobresalto a t¨ªtulo p¨®stumo, su ciclo criminal ha concluido..., si no se les reanima con alguna torpeza.
Tampoco es paz ceder el espacio social y pol¨ªtico a quienes han adquirido una excesiva preponderancia social precisamente gracias a la amenaza de la violencia terrorista; es decir, a ¨¦sos que "van ganando" seg¨²n proclama Otegi. ?Van ganando? Dec¨ªa Bernard Shaw que Napole¨®n ganaba las guerras perdiendo todas las batallas, pero ocupando el terreno cuando los ej¨¦rcitos enemigos se iban a casa a celebrar la victoria. Batasuna y el resto de servicios auxiliares etarras han perdido las batallas ilegales o legales, pero tienen una notable habilidad y constancia para ocupar tras la derrota el terreno social que quienes les vencieron no saben gestionar. F¨ªjense, por ejemplo, como cada a?o, en el espect¨¢culo hace pocos d¨ªas de la izada de bandera que marca el comienzo de las fiestas de San Sebasti¨¢n. La plaza de la Constituci¨®n donostiarra estaba llena de lemas y pancartas abertzales, cuando no francamente pro-etarras, entre otros, un monumental cartel "Alde hemendik" (largaos de aqu¨ª) que no era precisamente acogedor para quienes no compart¨ªan esa ideolog¨ªa. El debate de la jornada era la incorporaci¨®n de algunas mujeres a la tamborrada inaugural de la fiesta, por expresa y justificada decisi¨®n del Ayuntamiento. Por supuesto, me parece estupendo que las mujeres tengan derecho tambi¨¦n a tocar el bombo en p¨²blico, como cualquier otra criatura de Dios. Pero ?por qu¨¦ nuestro municipio no lucha con el mismo ah¨ªnco por el derecho de muchos donostiarras de asistir al jolgorio sin verse presionados y amenazados por la parafernalia radical? Pues bien, para el alcalde Od¨®n Elorza la fiesta transcurri¨® "en paz" y lo ¨²nico que deplor¨® es la actuaci¨®n de "un juez que no se ha ganado precisamente el Tambor de Oro". O sea, mucho hacer reuniones sobre derechos humanos y apoyo a las v¨ªctimas, pero nada de tomar medidas efectivas contra el exhibicionismo prepo
-tente de quienes se burlan de unos y de otras.
Porque tampoco contribuye en ning¨²n sentido a la paz conceder a Batasuna v¨ªa libre para reunirse y predicar, con la esperanza de que en una de ¨¦stas denuncie la violencia de ETA (de cuyo temible prestigio siempre ha vivido). Nos lo dec¨ªan los m¨¢s candorosos y los m¨¢s c¨ªnicos, como Joseba Azk¨¢rraga (inolvidable su apolog¨ªa radiof¨®nica de la prevaricaci¨®n antes del auto del juez Grande-Marlaska): si les pedimos que opten por las v¨ªas pol¨ªticas, no se les puede prohibir que se re¨²nan y debatan. ?Como si para desengancharse del terrorismo no tuvieran otra ocasi¨®n que celebrar un aquelarre propagand¨ªstico bajo los mismos s¨ªmbolos y denominaci¨®n que siempre les sirvi¨® para apoyarlo! La izquierda abertzale sabe perfectamente cu¨¢l es el camino a seguir para su deseable incorporaci¨®n al juego pol¨ªtico: condenar la lucha armada de manera inequ¨ªvoca ante los testigos de la opini¨®n p¨²blica y despu¨¦s, con uno u otro nombre (son especialistas en variarlos), presentarse a las elecciones cuando toque y aceptar la legalidad parlamentaria sin condiciones. Pero como no quieren o pueden romper del todo con ETA (aceptan en parte renunciar a sus obras, pero no a sus pompas), han inventado la cuadratura del c¨ªrculo: la mesa de partidos, sobre la cual se har¨¢ pol¨ªtica, pero fuera de las instituciones y bajo la cual estar¨¢ agazapada ETA, o al menos lo que quede de su influencia. Con violencia o sin ella, la mesa de partidos representa el m¨¢s alto precio pol¨ªtico que la democracia puede pagar al terrorismo. Para saber lo que implica este engendro no hay m¨¢s que leer el libro-entrevista con Arnaldo Otegi (Ma?ana, Euskal Herria, ed. Gara), en que da por supuesto que reconocer la capacidad de decisi¨®n, identidad nacional y territorialidad son acuerdos previos a los que en tal mesa hay que dar forma aceptable para el Estado.
Durante demasiados a?os, la pugna ha sido entre el terrorismo de ETA que pretend¨ªa cambiar las instituciones democr¨¢ticas y quienes defend¨ªan frente a ¨¦l su mantenimiento. No habr¨¢ paz aceptable democr¨¢ticamente fuera del triunfo de la legalidad vigente sobre quienes pretenden "otra cosa" a su gusto y beneficio. La legalidad est¨¢ dispuesta a acoger a quienes han querido vulnerarla, desde luego, aunque sin alterarse para recompensarles por la suspensi¨®n de sus cr¨ªmenes. Una mesa de partidos extraparlamentaria pero con rango pol¨ªtico supondr¨ªa esa recompensa: aun aceptando el despiste oportunista como animal de compa?¨ªa del socialismo actual vasco, me niego a creer que no comprendan la magnitud de lo que est¨¢ en juego. A no ser que quieran ponerse a "izquierdear" en el sentido cervantino del t¨¦rmino...
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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