"?Ya me entienden la letra!"
Una mujer aprende a leer y escribir con m¨¢s de 80 a?os en la Universidad Popular de Legan¨¦s
Con 80 a?os cumplidos y todos los achaques propios de la edad, Rogelia Mor¨¢n decidi¨® ir a la escuela para aprender a leer y a escribir. Sus cartas ya las entienden los sobrinos de Montevideo. "?Ay, coraz¨®n, content¨ªsima estoy, ya me entienden las letras! Ahora estoy aprendiendo las cuentas, pero se me dan peor, s¨¦ sumar y restar y no me quiebro m¨¢s la cabeza, para qu¨¦, si ya me entienden". Pero, con 88 a?os ya, seguir¨¢ yendo a la Universidad Popular de Legan¨¦s (Madrid), donde vive. "Los monitores son maravillosos, como de la casa: Marisa, que acaba de dar a luz, Patricia, ?lvaro. Yo voy dos d¨ªas a la semana, despu¨¦s de misa, y me viene bien porque el m¨¦dico me dijo que ten¨ªa que andar. Por eso me apunt¨¦".
Muchos ayuntamientos cuentan con universidades populares; son centros educativos donde se forma a gente que quiere encontrar un trabajo y necesita saber inform¨¢tica, por ejemplo; o simplemente a hombres y mujeres a los que la vida les oblig¨® a formar parte del mill¨®n y pico de analfabetos que hay en Espa?a, mujeres en su mayor¨ªa.
"Ay, coraz¨®n, si yo a los ocho a?os estaba con mi hermano pastoreando las ovejas". La memoria de Rogelia viaja ochenta a?os atr¨¢s hasta un pueblino m¨ªsere de Le¨®n, Prada de la Sierra, donde naci¨®, se cas¨® y cri¨® a sus hijos, arando detr¨¢s de una yunta de vacas. Un pueblo del que se fueron todos, a Buenos Aires, a Montevideo, a Brasil. Rogelia acab¨® en Madrid con su marido, en busca de los hijos, que ya se hab¨ªan colocado en la capital.
Para ella Madrid era como China. No entend¨ªa los carteles de la carretera, ni los de las tiendas, ni el nombre de las calles, ni los indicativos del metro. "Yo me iba al mercado a ver c¨®mo compraban las mujeres, porque yo no sab¨ªa de letras, ni de n¨²meros".
Un d¨ªa sali¨® a la calle y se perdi¨®; no lleg¨® hasta la noche. Buscaba la tienda de su yerno, pero todos los carteles eran iguales, ninguno le dec¨ªa nada. Lloraba y rezaba a san Antonio. "?Qu¨¦ disgusto! Todav¨ªa nos acordamos". La muerte de su marido deterior¨® su salud y la dej¨® a oscuras por completo. ?Qui¨¦n le¨ªa ahora las facturas, qui¨¦n marcaba el tel¨¦fono, qui¨¦n escrib¨ªa a la familia de Am¨¦rica? "Cuando anunciaron que iban a ense?ar a los mayores me dije: gracias a Dios, todav¨ªa estoy a tiempo. Ahora se asombran de lo que he aprendido a mi edad. Han sido las ganas que ten¨ªa. Cuando voy en el coche digo: ya estamos en tal sitio, porque leo los carteles. Y ya no puedo coger el metro, pero hoy creo que me atrever¨ªa".
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