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Entrevista: DIEGO GRACIA

El maestro deliberador

Tuvo una relaci¨®n especial con Zubiri, La¨ªn Entralgo y Ellacur¨ªa, y es una autoridad en bio¨¦tica. Su principal inter¨¦s: alcanzar una sociedad deliberativa, donde se acepte el punto de vista del otro. Desde esa perspectiva m¨²ltiple nos habla de eutanasia, integrismos y 'teolog¨ªa de la liberaci¨®n'.

Milagros P¨¦rez Oliva

Tuvo una relaci¨®n especial con Zubiri, La¨ªn Entralgo y Ellacur¨ªa, y es una autoridad en bio¨¦tica. Su principal inter¨¦s: alcanzar una sociedad deliberativa, donde se acepte el punto de vista del otro. Desde esa perspectiva m¨²ltiple nos habla de eutanasia, integrismos y 'teolog¨ªa de la liberaci¨®n'.

Diego Gracia es una referencia de la bio¨¦tica, no s¨®lo en Espa?a, sino tambi¨¦n en Latinoam¨¦rica, a la que viaja por lo menos dos o tres veces al a?o para impartir cursos y donde es doctor honoris causa por varias universidades. Organiz¨® el primer m¨¢ster de bio¨¦tica en Espa?a y por sus cursos han pasado cientos de cl¨ªnicos que se han encargado de trasladar las ense?anzas de este pionero de la bio¨¦tica hasta la cabecera del enfermo. Sus dict¨¢menes y reflexiones han nutrido a un buen n¨²mero de comit¨¦s de ¨¦tica y de expertos en una materia, la biomedicina, donde encaja muy bien su sentido de la prudencia. Disc¨ªpulo de La¨ªn Entralgo, asumi¨® la c¨¢tedra de Historia de la Medicina de la Universidad Complutense cuando ¨¦ste se jubil¨®, en 1979. Pero Diego Gracia Guill¨¦n tiene una faceta menos conocida fuera de los medios acad¨¦micos: la difusi¨®n de la obra del fil¨®sofo Xavier Zubiri (1898-1983), del que fue amigo y disc¨ªpulo. Es en la casa que el fil¨®sofo vasco habit¨® en Madrid desde 1943 hasta su muerte, ahora sede de la Fundaci¨®n Zubiri, que dirige Diego Gracia, donde se realiza esta entrevista. Es una casa se?orial de la calle de N¨²?ez de Balboa, de luces tenues y ambiente sosegado, donde es f¨¢cil evocar el escenario vital de un pensador que trenz¨®, a golpe de discusi¨®n con sus disc¨ªpulos, una obra filos¨®fica extensa y fecunda.

"No se puede colocar a las personas en situaciones peores que la muerte y luego ofrecerles la eutanasia"

Nacido en Madrid en 1941, Diego Gracia tuvo en su familia un excelente caldo de cultivo intelectual. Empezando por el ejemplo de su padre, que qued¨® hu¨¦rfano siendo muy ni?o y sin dejar de trabajar, curs¨® magisterio y derecho y a los 32 a?os consigui¨® ser notario. Tambi¨¦n su madre, n¨²mero uno de su promoci¨®n de magisterio, era una mujer de una gran curiosidad intelectual. Eso explica que Diego Gracia leyera a autores como Balmes, Ortega, Mara?¨®n, Zubiri o La¨ªn Entralgo cuando era apenas un adolescente. Con la c¨¢tedra que ejerce en la Complutense como punto de anclaje, ha publicado numerosas obras, entre las que destacan Voluntad de verdad: para leer a Zubiri (1986), Fundamentos de bio¨¦tica (1989), Procedimientos de decisi¨®n en ¨¦tica cl¨ªnica (1991) y Como arqueros al blanco (2004).

"La cercan¨ªa, a veces excesiva, de la sociolog¨ªa marxista a la 'teolog¨ªa de la liberaci¨®n' le ha hecho mucho da?o"
"En aquellas cuestiones en que la sociedad est¨¢ dividida, se deber¨ªa legislar mucho menos; es inmoral"

Por el trato que le dispensan quienes le rodean y por las maneras exquisitas con que se muestra, est¨¢ claro que Diego Gracia no s¨®lo se ha imbuido del pensamiento de sus eminentes profesores, sino tambi¨¦n de un comportamiento y una exigencia que a veces adoptan la forma de un cierto distanciamiento. Dice que se siente inc¨®modo cuando las cosas no salen como ¨¦l desear¨ªa y hay alg¨²n momento durante la entrevista en que parece que eso vaya a ocurrir. Es cuando hablamos de la eutanasia o cuando las preguntas se acercan demasiado a su vida personal. Diego Gracia es un hombre extremadamente reservado que protege con una herm¨¦tica coraza todo lo relativo a su privacidad; pero, una vez que esto ha quedado claro, se convierte en una persona generosa, amable y distendida.

Usted quer¨ªa ser fil¨®sofo, pero al terminar la carrera se pas¨® a medicina. ?Por qu¨¦?

Ocurri¨® que mientras estudiaba filosof¨ªa, Xavier Zubiri public¨® en diciembre de 1962 Sobre la esencia. Lo estuve estudiando durante varios meses y me produjo tal impresi¨®n que me convenc¨ª de que yo nunca ser¨ªa un fil¨®sofo. Era un libro muy maduro, de un saber filos¨®fico y un nivel de reflexi¨®n que yo no alcanzar¨ªa en toda mi vida. Me pareci¨® que el camino de la filosof¨ªa no era el m¨ªo, que pod¨ªa ser erudito en filosof¨ªa, pero hacer filosof¨ªa era otra cosa, y pens¨¦ que tal vez fuera conveniente acercarme a ella desde un conocimiento m¨¢s concreto. Yo hab¨ªa le¨ªdo la obra de La¨ªn Entralgo, que desde la medicina intentaba hacer teor¨ªa y en cierto modo filosof¨ªa, de modo que pens¨¦ que ¨¦sa era una v¨ªa en la que pod¨ªan converger mi inter¨¦s por la filosof¨ªa y mi inter¨¦s por la ciencia. La consecuencia es que hice medicina en Salamanca. Al terminar la carrera tuve la oportunidad de quedarme porque Luis S¨¢nchez Granjel me ofreci¨® un puesto de profesor en su c¨¢tedra de Historia de la Medicina. La verdad es que no supe apreciar aquello; ¨¦l me estaba ofreciendo algo muy valioso, pero yo le dije: "El puesto no me interesa, pero si usted me diera una carta de presentaci¨®n para quien tiene esta misma c¨¢tedra en Madrid", que era La¨ªn Entralgo, "le quedar¨ªa muy agradecido".

Es obvio que sab¨ªa usted lo que quer¨ªa, y tambi¨¦n que era bastante osado.

?l se qued¨® muy parado, s¨ª, pero no dijo nada. Estuvo pensando un rato y al final me dijo, bueno, pues vuelva usted ma?ana. Y me dio la carta.

?C¨®mo le acogi¨® La¨ªn?

Con mucho cari?o. La¨ªn y S¨¢nchez Granjel se quer¨ªan mucho. Empec¨¦ a hacer la tesis doctoral sobre historia de la medicina, pero, como ten¨ªa que vivir, me matricul¨¦ tambi¨¦n en la escuela de Psiquiatr¨ªa de L¨®pez Ibor y trabaj¨¦ durante dos a?os como m¨¦dico de guardia de noche en una cl¨ªnica psiqui¨¢trica de Madrid, hasta que La¨ªn me ofreci¨® un puesto de profesor. Esos a?os de medicina pr¨¢ctica me vinieron muy bien, porque la cl¨ªnica ense?a mucho y yo creo que hay que unir la reflexi¨®n con la pr¨¢ctica.

Lleg¨® a tener una relaci¨®n muy privilegiada con La¨ªn Entralgo. ?C¨®mo le recuerda?

Era una persona absolutamente entra?able. Un hombre que intentaba llevar a la vida lo que escrib¨ªa. Hab¨ªa una enorme coherencia entre lo que pensaba y lo que hac¨ªa. Por ejemplo, en 1959 public¨® un libro titulado Ejercicios de comprensi¨®n; pues bien, la comprensi¨®n como m¨¦todo, el intento de integrar todas las perspectivas, era en La¨ªn casi una asc¨¦tica, un objetivo vital. Hac¨ªa un gran esfuerzo de integraci¨®n, y lo hac¨ªa con amor. Ese talante, que yo he aprendido de ¨¦l, me parece fundamental. Y es posible que ¨¦l lo aprendiera tambi¨¦n de sus maestros. Ortega, en la introducci¨®n a Meditaciones del Quijote, habla ya mucho de esto. Es la idea de que no se entienden de verdad las cosas que no se aman, y que hay que ir con amor a la realidad porque entonces es cuando nos muestran todos sus valores.

Eso enlaza con Zubiri y sus reflexiones sobre la realidad. ?C¨®mo conoci¨® al fil¨®sofo vasco?

Fue en 1970, creo. Yo hab¨ªa le¨ªdo ya Naturaleza, historia, Dios siendo un adolescente, y Sobre la esencia, en cuanto se public¨®. Ten¨ªa muchas ganas de conocerle. Un d¨ªa, La¨ªn me dijo que iba a ir a una conferencia de Zubiri y le ped¨ª si pod¨ªa acompa?arle y si me lo pod¨ªa presentar. En cuanto me lo present¨® le ped¨ª una entrevista para exponerle lo que en ese momento consideraba que eran "inobjetables objeciones" a su teor¨ªa. Y para mi sorpresa, acept¨® discutirlas conmigo, y el d¨ªa que lo hicimos qued¨¦ absolutamente fascinado. Creo que tener buenos maestros es muy importante, desde luego, pero conocer a un fil¨®sofo de verdad, eso s¨ª que es un privilegio. Conocer a Zubiri fue una experiencia imborrable en mi vida.

Me ha llamado la atenci¨®n la forma en que Zubiri cre¨® su obra. Abandon¨® la Universidad al dejar la c¨¢tedra que ten¨ªa en Barcelona para irse a Madrid.

Cuando lleg¨® estuvo viviendo un tiempo en casa de La¨ªn. Y a la vista de la situaci¨®n precaria en que estaba, Jim¨¦nez D¨ªaz y La¨ªn Entralgo decidieron organizar unos cursos de filosof¨ªa que Zubiri impart¨ªa. Pero uno de sus amigos de la adolescencia en San Sebasti¨¢n, Juan Llad¨®, entonces presidente del Banco Urquijo, consider¨® que deb¨ªan organizarse de otra manera y cre¨® la Sociedad de Estudios y Publicaciones, donde Zubiri imparti¨® la mayor parte de sus cursos, y donde se fund¨®, a comienzos de los a?os setenta, el Seminario de Filosof¨ªa, que dirig¨ªamos Ignacio Ellacur¨ªa y yo y al que Zubiri asisti¨® hasta el final de su vida. La sociedad se convirti¨® en un lugar de encuentro intelectual fecund¨ªsimo. Los Llad¨® siempre han tenido un gran inter¨¦s por la cultura. De hecho, Juan Llad¨® fue mecenas de Zubiri y de otra mucha gente exiliada, represaliada o marginada durante el franquismo, y su hijo, Jos¨¦ Llad¨®, preside ahora la Fundaci¨®n Zubiri.

Poner en constante revisi¨®n su pensamiento con sus disc¨ªpulos fue un m¨¦todo muy fruct¨ªfero. Eso permiti¨® elaborar una obra muy extensa. ?Por qu¨¦ no la public¨® ¨¦l en vida?

Porque quer¨ªa seguir trabajando en ella. Los cursos de Zubiri eran muy largos, de treinta o cuarenta lecciones, y abarcaban los principales temas filos¨®ficos. Su esposa, Carmen Castro, los transcrib¨ªa y ¨¦l los correg¨ªa. Hablaba muy deprisa, pero se expresaba con una gran precisi¨®n, de modo que era f¨¢cil convertir las exposiciones orales en textos escritos. En vida public¨® muy poco, pero nos dej¨® dicho qu¨¦ cursos quer¨ªa que se publicaran. Y ya casi estamos acabando: la colecci¨®n de obras de Zubiri en Alianza tiene ya 18 vol¨²menes.

Usted e Ignacio Ellacur¨ªa compartieron la direcci¨®n del Seminario de Filosof¨ªa hasta que Ellacur¨ªa fue asesinado en El Salvador. ?Hay un nexo entre el pensamiento de Zubiri y la 'teolog¨ªa de la liberaci¨®n'?

Zubiri respetaba mucho intelectualmente a Ellacur¨ªa, pero eso no quiere decir que compartiera todas sus tesis. En mis maestros, yo siempre he visto un enorme respeto hacia quienes piensan de modo distinto, y concretamente Zubiri organiz¨® un ciclo sobre la teolog¨ªa de la liberaci¨®n a pesar de que ¨¦l no las ten¨ªa todas consigo. Zubiri era doctor en teolog¨ªa, sab¨ªa much¨ªsima teolog¨ªa, pero no ve¨ªa nada claro que el cristianismo se convirtiera en una especie de protesta social o programa semipol¨ªtico. Hay que tener en cuenta que las personas m¨¢s ilustradas del siglo XX han tenido much¨ªsimos reparos ante el constantinismo, es decir, ante cualquier alianza entre el poder pol¨ªtico y el religioso, entre la mitra y la espada.

Sin embargo, lo que hace la 'teolog¨ªa de la liberaci¨®n' es separarse de la mitra, o al menos de su jerarqu¨ªa, y contestar al poder pol¨ªtico que oprime.

Es cierto, pero sigue cayendo en una especie, si no de confusi¨®n, s¨ª de fusi¨®n entre el reino de Dios con el reino de la tierra. De alguna manera se sigue buscando el reino de Dios por v¨ªas pol¨ªticas. Eso Zubiri no lo ten¨ªa nada claro.

?Y usted?

?Yo? Hombre, pues no lo s¨¦. Yo no soy un te¨®logo. Fui amigo de Ignacio Ellacur¨ªa y lo soy tambi¨¦n de Jon Sobrino. La teolog¨ªa de la liberaci¨®n tiene cosas que me parecen espl¨¦ndidas. Por ejemplo, Ellacur¨ªa tom¨® una idea de Zubiri, la de "hacerse cargo de la realidad", para avanzar unos pasos m¨¢s y hablar de "encargarse de la realidad" y de "cargar con la realidad", de lo que se deriva su compromiso con las realidades sociales y pol¨ªticas. Qu¨¦ duda cabe de que eso es necesario, pero la cercan¨ªa, a veces excesiva, de la sociolog¨ªa marxista a la teolog¨ªa de la liberaci¨®n le ha hecho mucho da?o, y por eso le ha afectado tanto la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn.

Usted estuvo en la orden franciscana de los capuchinos y luego lo dej¨®. ?C¨®mo se define ahora desde el punto de vista religioso?

Me considero un hombre muy religioso. He escrito un trabajo sobre religi¨®n y ¨¦tica en el que intento explicarlo. La religi¨®n parte siempre de la experiencia de lo que los seres humanos tenemos sin haberlo merecido: la experiencia de lo gratuito, del don, la gracia, empezando por la vida, que es algo que se nos da sin haberlo merecido. La ¨¦tica, en cambio, es la experiencia del m¨¦rito, de lo que obtenemos por relaciones de justicia. En este sentido, yo no s¨®lo tengo, sino que cultivo la experiencia de la gratuidad, una especie de religiosidad primaria que no supone necesariamente la adscripci¨®n a un credo o a una confesi¨®n concreta, aunque tampoco la excluye.

Para elaborar pensamiento filos¨®fico, ?es necesario distanciarse de la vivencia religiosa?

El m¨¦todo no es distanciarse de las emociones, los sentimientos o las creencias, porque, entre otras cosas, es imposible. Si en algo he trabajado mucho es en bio¨¦tica, y ah¨ª de lo que se trata es de intentar tomar decisiones y razonar con inteligencia. El m¨¦todo ya lo dio Arist¨®teles, y yo lo he aplicado a la bio¨¦tica. Es el m¨¦todo de la deliberaci¨®n. No se trata de dejar fuera las creencias, los valores y las emociones, porque los seres humanos los incluimos siempre en nuestra toma de decisiones, pero s¨ª de someterlos a un proceso racional de an¨¢lisis. Todos esos elementos han de articularse razonablemente, de lo contrario caemos en el fundamentalismo. Creencias las tiene todo el mundo. No se puede vivir sin creencias.

Sus ¨²ltimos trabajos trascienden la bio¨¦tica para adentrarse en el tema de la deliberaci¨®n democr¨¢tica, uno de los debates filos¨®ficos m¨¢s candentes. ?Vuelve, pues, a la filosof¨ªa?

Es una de las aportaciones que creo que ahora puedo hacer. Mi campo de experimentaci¨®n ha sido la bio¨¦tica, pero el m¨¦todo sirve para todo tipo de razonamiento pr¨¢ctico. Estoy preparando un libro que se titular¨¢ La deliberaci¨®n moral y que espero que salga pronto. Pero es un tema tan poco y tan mal trabajado que me est¨¢ costando mucho.

Luego va a desmentirse a usted mismo cuando, siendo estudiante de filosof¨ªa, dijo que nunca podr¨ªa hacer un libro como 'Sobre la esencia'.

Eso es lo que pens¨¦ en aquel momento. Pero la vida le hace desdecirse a uno muchas veces.

Deduzco que est¨¢ usted satisfecho de su trayectoria.

Hombre, supongo que, como a todo el mundo, me hubiera gustado hacer m¨¢s. Pero s¨ª, estoy satisfecho.

Para que el m¨¦todo deliberativo d¨¦ frutos hace falta que la gente quiera dialogar, y no parece que eso sea f¨¢cil. Vea, si no, c¨®mo est¨¢ la pol¨ªtica espa?ola.

Claro, porque la deliberaci¨®n requiere ciertos supuestos que se dan muy dif¨ªcilmente en el ¨¢mbito pol¨ªtico, aunque es en la filosof¨ªa pol¨ªtica donde m¨¢s se ha trabajado este concepto. Habermas en Europa y Amy Gutmann en Estados Unidos plantean perfeccionar las democracias tan imperfectas que tenemos mediante la democracia deliberativa. Los oponentes dicen que eso es una utop¨ªa, porque la gente no sabe deliberar. Y en parte es cierto. Mi tesis es que a deliberar hay que aprender. Nadie nace sabiendo hacerlo y, en general, lo que a uno le pide el cuerpo no es deliberar, sino imponer su propio criterio, anular al contrario. La deliberaci¨®n parte del principio de que yo doy razones, pero mis razones no son nunca absolutas y, por tanto, otros pueden tener tanta raz¨®n como yo. Y si yo escucho al otro, escuchando su raz¨®n puedo avanzar en mi conocimiento del tema en discusi¨®n. Cuando estamos argumentando, damos razones, pero no hay di¨¢logo si creemos que quien expone razones opuestas a las nuestras no puede tener raz¨®n.

?No cree que, desde el islam hasta la Iglesia cat¨®lica, pasando por los distintos nacionalismos, se tiende m¨¢s al integrismo que a la deliberaci¨®n?

Para poder deliberar, para no ser integrista, se requiere un psiquismo bastante sano. Se requiere airear el inconsciente y ser capaz de controlar la angustia que a todos nos produce el hecho de no tener toda la raz¨®n y de pensar que el otro puede tenerla tambi¨¦n. Eso genera angustia, y ¨¦se es un sentimiento inconsciente que desencadena mecanismos de defensa del yo, como la negaci¨®n del contrario o la agresi¨®n. Ello impide un di¨¢logo verdadero, que consiste, en primer lugar, en escuchar al otro, y en segundo lugar, en admitir que puede tener raz¨®n y que su punto de vista me puede enriquecer. Mi tesis es que nunca se podr¨¢ llegar a la democracia deliberativa si antes no hay una sociedad deliberativa. Hemos de educar a la sociedad para que pueda deliberar. Amy Gutmann sostiene que la deliberaci¨®n deber¨ªa ser el m¨¦todo b¨¢sico de educaci¨®n ya desde la ense?anza primaria, en lugar de la imposici¨®n del propio punto de vista o la mera transmisi¨®n de conceptos dogm¨¢ticos. Yo entiendo la bio¨¦tica como una disciplina que intenta educar en la deliberaci¨®n para gestionar prudentemente los problemas del cuerpo, la salud y la muerte, y ese mismo planteamiento se puede aplicar en otros ¨¢mbitos.

El problema viene de quienes est¨¢n convencidos de que la suya es la ¨²nica verdad. Porque entonces las creencias pueden convertirse, como ha ocurrido con el debate de los embriones, en un obst¨¢culo para la ciencia. ?Qu¨¦ opina usted de esta pol¨¦mica?

Sostener que el embri¨®n es un ser humano con todos los derechos desde el primer momento me parece bastante inveros¨ªmil. Un ser humano no es un genotipo, es un fenotipo, una realidad biol¨®gica estable, y esa realidad no la tienen ni los genes ni las primeras fases del desarrollo embrionario. Pero m¨¢s all¨¢ de lo que yo opine sobre esto, lo que me parece fundamental es que en aquellas cuestiones en que la sociedad est¨¢ dividida, se deje libertad de conciencia y se legisle s¨®lo sobre aquello en lo que haya un amplio consenso. No deber¨ªa imponerse el punto de vista del grupo pol¨ªtico que gobierna, porque eso es inmoral y lleva a que cuando el adversario llega al poder legisle en sentido contrario. Eso es lo que ahora est¨¢n haciendo en Espa?a unos y otros. Mi opini¨®n es que se deber¨ªa legislar much¨ªsimo menos. Hace apenas dos a?os se actualiz¨® la ley de Reproducci¨®n Asistida, pero se hizo sin el consenso necesario, y ahora se anuncia una nueva modificaci¨®n. Legislar de esta forma hace que se pierda el respeto a las leyes.

En su pr¨®logo al libro de La¨ªn 'El m¨¦dico y el enfermo' dice que la medicina ha cambiado m¨¢s en los ¨²ltimos 30 a?os que en los 2.500 anteriores. En poco tiempo, los m¨¦dicos han pasado de un paternalismo ilustrado -todo por el paciente, pero sin el paciente- a tener que lidiar con el paciente impaciente. ?Qu¨¦ ha ocurrido?

Los avances que ha experimentado la medicina desde los a?os sesenta son impresionantes, pero junto a esta revoluci¨®n t¨¦cnica se ha producido otra, la rebeli¨®n de los pacientes, que ya no quieren ser tratados con el paternalismo de los tiempos hipocr¨¢ticos. En 1972 se elabor¨® en Estados Unidos la primera lista de derechos del paciente, y su emancipaci¨®n ha cambiado radicalmente la relaci¨®n cl¨ªnica. En una relaci¨®n cl¨ªnica entre adultos, el profesional aporta los datos que posee en virtud de sus conocimientos, y el paciente, sus valores. Si en ese intercambio se produce un buen proceso de deliberaci¨®n, lo normal es que esa relaci¨®n llegue a buen puerto. Pero si el m¨¦dico vive la aportaci¨®n del paciente como una agresi¨®n, o el paciente, la aportaci¨®n del m¨¦dico como una imposici¨®n, entonces tenemos un conflicto.

Pr¨¢cticamente todos los hospitales tienen ya un comit¨¦ de ¨¦tica. Ha sido un avance muy importante, pero ?no corren el peligro de burocratizarse?

Esto de la ¨¦tica es muy delicado: hay muchas formas de hacerlo mal y pocas de hacerlo bien. Es muy frecuente en nuestro medio confundir la ¨¦tica con cosas que no lo son. Por ejemplo, confundir ¨¦tica con religi¨®n y considerar que cuando uno tiene creencias religiosas, ya tiene los problemas resueltos. O confundir ¨¦tica con derecho, y cuando aparece un conflicto, correr a ver qu¨¦ dicen las leyes. Hay a¨²n una tercera confusi¨®n, en la que caen muchos m¨¦dicos: la de pensar que un problema ¨¦tico es siempre un problema t¨¦cnico mal planteado; que basta con recurrir al conocimiento cient¨ªfico, por ejemplo a la medicina basada en la evidencia, para solucionarlo, cuando no es as¨ª.

Si le diagnosticaran una enfermedad degenerativa irreversible que comportara una p¨¦rdida de sus facultades f¨ªsicas y mentales, ?ver¨ªa aceptable que alguien le ayudara a morir?

Yo no s¨¦ si lo pedir¨ªa, pero desde luego entender¨ªa a los que lo hicieran. Las personas que lo piden me merecen el m¨¢ximo respeto, siempre y cuando hayan tenido antes todos los medios para evitar el sufrimiento. Porque en cuidados paliativos se suele decir, y tienen bastante raz¨®n, que cuando una persona que sufre dice que quiere morir, lo que est¨¢ diciendo es que quiere vivir de otra manera. Pero es cierto que hay personas que, cuando ya han agotado todos los procedimientos, siguen diciendo que quieren morir, muchas veces por motivos morales, por no ser una carga para los dem¨¢s. Eso me parece muy respetable. ?Qu¨¦ har¨ªa yo en un caso as¨ª? Pues, sinceramente, no lo s¨¦.

?Deber¨ªa reconocerse legalmente a esas personas la posibilidad de recibir ayuda para poner fin a sus vidas?

El problema es c¨®mo manejar las situaciones terminales m¨¢s angustiosas. Un principio b¨¢sico es el de la gradualidad: hay que ir de lo menos lesivo a lo m¨¢s lesivo, y no al rev¨¦s. A mi modo de ver, con unos buenos cuidados paliativos y una sedaci¨®n terminal bien manejada, se pueden resolver pr¨¢cticamente todos los problemas. Todos. Lo ideal es la planificaci¨®n anticipada de la atenci¨®n terminal. Que desde la medicina familiar y comunitaria, poco a poco se vaya planificando la atenci¨®n del enfermo, y si sufre un proceso degenerativo irreversible, se vaya clarificando qu¨¦ es lo que quiere el paciente para el momento en que ya no pueda decidir.

Pero seguir¨¢ habiendo enfermos que, teniendo todos los cuidados, no quieran vivir la fase m¨¢s degradante del proceso terminal. Una respuesta utilitarista ser¨ªa: como son casos excepcionales previsiblemente muy poco frecuentes, no es necesario legislar sobre ello?

Y una respuesta period¨ªstica ser¨ªa: como son pocos casos, pero m¨¢s interesantes, hablamos sobre todo de ellos.

Admito la iron¨ªa sobre la pr¨¢ctica period¨ªstica, pero ?no cree que no se trata de un problema de n¨²mero, sino de derechos civiles?

Yo creo que las personas tienen derecho a gestionar su propia muerte. No tengo tan claro que tengan derecho a que los dem¨¢s hayan de involucrarse en ella. El problema de la eutanasia, como el del suicidio asistido, es que son actos transitivos, alguien tiene que actuar sobre el cuerpo de otra persona. Lo ideal es no llegar ah¨ª. Casos como el de Ram¨®n Sampedro, en que el paciente tiene muy complicado poder gestionar su muerte, existen, qu¨¦ duda cabe. No digo que la eutanasia y el suicidio asistido no puedan aplicarse en casos muy excepcionales sin que se pene a los profesionales o a quienes han colaborado, pero a lo que no estoy dispuesto es a convertir la excepci¨®n en regla. Y se convierte la excepci¨®n en regla cuando se pone el ¨¦nfasis en los casos excepcionales.

?Le preocupa tal vez la llamada "pendiente deslizante", es decir, la posibilidad de que una regulaci¨®n legal condujera a posibles abusos?

Lo que temo es que equivoquemos las prioridades. En este pa¨ªs a¨²n no tenemos bien organizados los cuidados paliativos, no hay un programa nacional integrado ni tenemos una red sociosanitaria para atender correctamente a las personas mayores. Yo creo que lo que no se puede hacer es colocar a las personas en situaciones que son peores que la muerte y luego, caritativamente, ofrecerles la eutanasia. Nuestra obligaci¨®n es dignificar el final de la vida, y no tratar a los enfermos terminales como si fueran algo as¨ª como retales de seres humanos.

?No se est¨¢ generando una cierta intolerancia al sufrimiento? ?A qu¨¦ atribuye el creciente uso de las llamadas p¨ªldoras de la felicidad, como el Prozac?

Vivimos en una cultura centrada en el bienestar. La propia OMS define la salud no como la ausencia de enfermedad, sino como "un estado de perfecto bienestar f¨ªsico, mental y social". Nuestra cultura ha optado por el bienestar como criterio, y el dolor, qu¨¦ duda cabe, es un elemento perturbador. Pero el bienestar es un ideal, como la felicidad. Que se trate de incrementar el bienestar est¨¢ bien, pero pensar que se puede lograr completamente es una ilusi¨®n que puede llevar a grandes fracasos. Lo que hay que buscar en la vida es un prudente bienestar, poder llevar a cabo tus objetivos de vida de modo razonable. Lo dem¨¢s es imprudente. Somos la primera generaci¨®n con una esperanza media de vida de 80 a?os. Creo que es un tiempo razonable para llevar a cabo los objetivos de vida.

?C¨®mo se imagina usted a esa edad?

Pues no s¨¦ si llegar¨¦ y me cuesta imaginarlo, pero intentar¨¦ ser coherente con lo que estoy diciendo. La vejez se la prepara uno antes, y yo tengo mucho que hacer. Desde luego no creo que me vaya a aburrir: leer, escribir, pensar, dar conferencias? M¨¢s o menos lo mismo que ahora.

Usted se ha definido como un optimista prudente. ?Qu¨¦ significa?

Que soy bastante pesimista, pero trabajo como si todo fuera a salir bien. Le echo a la vida optimismo, y trabajo con todo el optimismo, pero si me pregunta si las cosas van a salir bien, ya no estoy tan seguro. Por ejemplo, no creo que la especie humana vaya a continuar mucho tiempo sobre la Tierra. Pero yo he de trabajar como si evitarlo dependiera de m¨ª o como si eso no fuera a ser as¨ª.

Esto me recuerda aquello del "optimismo de la voluntad" de Gramsci.

S¨ª, en mi juventud se le¨ªa mucho a Gramsci. Pero tiene tambi¨¦n ra¨ªces cristianas. San Pablo habla en una de las ep¨ªstolas de esperar contra toda esperanza. En mi caso es una actitud ante la vida. Me impresion¨® mucho una frase que le¨ª en el palacio Rajoy de Santiago de Compostela, en la estatua del fundador, y que se supone que expresa su pensamiento. Dice: "Trabaja como si fueras a vivir siempre, vive como si fueras a morir ma?ana". Lo recuerdo muchas veces, creo que es un lema muy adecuado.

Diego Gracia, Historia de la Medicina de la Universidad Complutense.
Diego Gracia, Historia de la Medicina de la Universidad Complutense.GUILLERMO PASCUAL

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