25 de mayo
La desmemoria organizada y dirigida desde el poder para acabar con cualquier signo evidente de existencia, con cualquier rastro de persona o de hechos no deja de ser un delito de suma gravedad. Los ejemplos abundan, como abundan tambi¨¦n los personajes y acontecimientos de nuestra Historia que, por las razones citadas, han desaparecido de las cr¨®nicas escritas y de la memoria colectiva. Sin ir m¨¢s lejos, durante la pasada centuria, en esa Espa?a que oscil¨® pendular y tr¨¢gicamente entre dictaduras y periodos de floreciente libertad, se fraguaron grandes intelectuales que hoy son carne de olvido. En la misma l¨ªnea cabe citar ciertos episodios de poderosa trascendencia que fueron aviesa y deliberadamente borrados de los libros de texto. Sabemos que tras la guerra civil, la victoria del bando rebelde vino acompa?ada de una aguda voluntad de desterrar tambi¨¦n del recuerdo a pol¨ªticos, escritores y artistas que no interesaba nada evocar y, mucho menos, tener como referente en la reconstrucci¨®n de un nuevo pa¨ªs o en la memoria de generaciones venideras. Quiz¨¢ por todo esto, por un deber ineludible que ya es hora de saldar, la recuperaci¨®n de ciertos acontecimientos y el hallazgo de algunas vidas ejemplares que derrocharon sabidur¨ªa y lealtad en un pa¨ªs que so?aron libre va poniendo a cada cual en su sitio y devolviendo a esos hombres y mujeres relegados al silencio su derecho a regresar. En este sentido y en lo que ata?e a nuestra cultura y nuestra Historia, son muchos las novedades que est¨¢n sacando a la luz episodios y figuras ca¨ªdas en desgracia durante d¨¦cadas. No hace mucho les hablaba del libro Sue?o y pesadilla del republicanismo Espa?ol. Carlos Espl¨¢: una biograf¨ªa pol¨ªtica, admirable trabajo de Pedro Luis Angosto sobre un alicantino felizmente rescatado de las sombras. Ahora, el escritor Miguel ?ngel P¨¦rez Oca hace lo propio con un hecho estremecedor: el bombardeo que sufri¨® Alicante el 25 de mayo de 1938 y que cost¨® la vida de 311 personas. Casi setenta a?os despu¨¦s, en el lugar de la tragedia, el Mercado Central, no hay una humilde inscripci¨®n que lo recuerde. ?Resulta tan dif¨ªcil cancelar esa deuda con aquellos inocentes?
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